FINALISTA CATEGORÍA JUVENIL Andrea Alba García Miranda de Avilés (Asturias) 27 de Abril Hace dos años hubo dos niñas que eran las mejores amigas… Éramos tan amigas que juramos que nuestra amistad duraría toda la vida. Lo compartíamos todo y aunque no nos veíamos nada más que los fines de semana y en vacaciones, nos escribíamos correos en los que nos contábamos nuestros secretos. Fuimos creciendo y al ser jovencitas mi amiga conoció al amor de su vida, yo me alegré, es normal, y aunque entendí que la situación había cambiado y había momentos en los que la echaba de menos, procuraba aprovechar el tiempo que pasaba con ella al máximo. El problema era que cada vez el tiempo era más pequeño, y cuando estábamos los tres juntos, yo sentía que a su novio no le caía bien, sobre todo cuando recordábamos los muchos momentos que habíamos vivido juntas. Un día fui a verla a su casa y al ver que no estaba con su novio, la invité a salir a tomar algo. Ella me dijo que no, que si se enteraba su novio se enfadaría. Era algo que no entendía y le traté de hacer ver que ella tenía que vivir por ella, no por él. No sé cuantos fines de semana la fui a buscar, estando su novio o no. Yo solo quería salir a dar un paseo, a hablar, como hacíamos antes. Un día me cansé y le pregunté por qué no le caía bien a su novio, porque estaba claro que esa era la razón, mi sorpresa fue cuando me respondió que él no podía soportar pensar que habíamos pasado momentos felices en los que él no estaba y por eso le había hecho prometer que no podría verme, si no estaba él presente. Cuantos días lloré y lloré al sentir que nuestra amistad se moría. Pasaron un par de años y aunque, cuando nos veíamos siempre nos saludábamos, esa confianza que tanto nos había unido había desaparecido. Solo quedaba el cariño de un recuerdo de la infancia. Una tarde nos encontramos, su novio no estaba y disfrutamos juntas de unas horas, recordando buenos momentos, hasta que surgió el tema de nuestro distanciamiento. En un momento, mi amiga, con miedo, me confesó que su novio era muy celoso y llorando me relató como hacía un tiempo le había pegado una paliza porque le había visto hablando con un amigo de toda la vida. Se me pasaron muchas cosas por la cabeza al ver a mi amiga ahí delante de mí, sintiendo como se estaba desahogando. Me ofrecí a ayudarla, pero ella me quiso hacer jurar que no se lo diría a nadie porque ella quería a su novio. Además, él le había prometido no volver a pegarla y desde esa vez no se había vuelto a repetir. ¡Dios mío¡ Según contaba ella, la había tirado al suelo y le había dado patadas en la espalda y en la tripa, y que al levantarla dijo: “Solo tú tienes la culpa de todo esto”. Y yo pienso ¿acaso eso era amor?. Aquella noche no dormí bien, recuerdo que al despertarme se lo conté a mis padres para ver si me podían ayudar porque no podía consentir lo que le estaba pasando a mi amiga, ellos me dijeron que si ella no quería dejarle ellos no podían hacer nada, pues tampoco habían presenciado nada. Después de hablar con ellos decidí ir a su casa a hablar de nuevo con ella, dispuesta a si era necesario, decírselo a sus padres, pero al llegar ella lo negó, diciéndome que tampoco era para tanto, y que quizás lo había exagerado todo. Recuerdo que su madre escuchó la conversación y me echó muy educadamente de su casa, diciéndome que había mujeres que a lo mejor podían permitirse el lujo de perder su tiempo en estudiar una carrera, pero que su hija era ya una mujer que pronto se casaría y que no tenía tiempo para jugar con chicas que no pensaban como ella. Yo tenía diecinueve años, ella dieciocho. Antes de irme dije: “siempre me tendrás para lo que necesites” pero después de ese día ni volvimos a compartir recuerdos. Se casó con él, no me invitó a la boda. Pensaba mucho en ella, quería creer que todo les iba bien y que nada como lo que me contó se volvería a repetir, aunque en mi mente se había quedado grabado. ¿Debería hacer hecho algo más?... no lo sé… Un día, nunca olvidaré la fecha: 27 de abril de 2011, sonó mi teléfono a las 8:00 de la mañana, era sábado y me llamaba mi madre, que cosa más extraña. Un mal presentimiento recorrió mi cuerpo, estaba alterada. Me dijo que encendiese la televisión, algo había pasado, y no era bueno. Una chica de 24 años se había suicidado, tenía depresión, no podía aguantar más a su marido, la chica estaba embarazada. Se llamaba Daniela. Era ella. Rompí a llorar. Siento haber roto mi promesa de no contarlo. Te quiere, tu amiga.