FILOSOFÍA MORAL DE INMANUEL KANT. LA RAZÓN PRÁCTICA Marco Filosófico de la filosofía moral de Enmanuel Kant La moral ilustrada es, en general, una reacción contra el intelectualismo racionalista. Frente a la idea cartesiana y espinozista de que la felicidad está en el dominio de las pasiones y en guiar nuestra voluntad, y, en consecuencia, nuestros actos por el juicio firme de la razón, que no sólo tiene el criterio adecuado respecto de las pasiones, sino también la fuerza necesaria para oponerse a ellas: Sólo la razón, afirma Descartes, posee ‘juicios firmes y determinados referidos al conocimiento del bien y del mal’; frente a esa idea se levanta una moral generalmente fundada en el sentimiento o alguna pasión. En Inglaterra los moralistas intentan fundamentar la moral – al margen de la religión – en el sentimiento, la “benevolencia” o la “simpatía” como instintos naturales altruistas, o en un “sentido moral” particular, y no en la razón. Con ello la moral se traslada del campo de la teología, o la metafísica, al campo de la sicología. Esta orientación es seguida por autores como Cumberland (+ 1719), Shaftesbury (+ 1713), Hutchenson (+ 1747), Mandeville (+ 1733) y el propio Hume. Los moralistas ingleses, en general, son eudemonistas, es decir, hacen coincidir la virtud con la felicidad. Esta tesis, sin embargo, es contradicha por la obra de Mandeville La fábula de las abejas (1714), en la que se pretende demostrar que son los vicios, y no las virtudes, el verdadero motor de la sociedad. Sin embargo, el último de los moralistas ingleses de este siglo, que también es economista, Adam Smith, vuelve al punto de vista optimista de Shaftesbury (Teoría de los sentimientos morales, 1759). En Francia los moralistas mantienen posiciones diversas. Rochefoucauld en su obra Reflexiones o sentencias y máximas morales (1665) y La Bruyère en la suya, Caracteres o las costumbres de este siglo (1687), insisten en considerar el egoísmo como pasión dominante del ser humano. Igualmente, Helvetius en su Del espíritu (1758) defiende que el esfuerzo natural del ser humano, y por tanto el mandamiento natural del ser humano que es preciso obedecer, es la tendencia egoísta a satisfacer las propias necesidades y conseguir el mayor placer posible. La virtud, pues, no es sino una especie de egoísmo, que es llamado virtud por la sociedad en la medida que es útil, para la colectividad. Por su parte Condillac en su Tratado de las sensaciones representa el sensismo moral, cuya tesis central es que toda la actividad psíquica procede de la sensación y no es sino una “sensación modificada”. La crítica kantiana a las éticas (morales) de contenido o materiales. Frente a los filósofos morales de la época, incluso frente a las filosofías morales de la historia hasta él, kant va a dar un giro importante a la reflexión moral. Kant distingue un uso Práctico de la razón, cuyo objetivo es determinar los principios de la acción para que ésta sea racional y libre, y por tanto auténticamente moral. Pero la razón práctica a su vez puede usarse en un sentido material, comúnmente usado por los filósofos anteriores, y otro formal, que es el que él elige y opone al uso de los demás filósofos. El modo material de usar la razón práctica comienza por establecer un bien supremo (la felicidad, el placer, la utilidad...) para el ser humano que hace de criterio de la bondad o de la maldad de sus actos: los actos son buenos si nos acercan a la consecución de tal bien y son malos cuando nos alejan de él. En segundo lugar, la razón práctica establece las normas o preceptos que nos permiten alcanzarlo. Ambos elementos, bienes y normas, constituyen el ‘contenido’ o ‘materia’ de la ética en cuestión. Así, por ejemplo, la ética epicúrea es una ética material que propone como bien supremo de la vida del hombre el placer, y para alcanzarlo formula a continuación los preceptos que hemos de cumplir: “no comas en exceso” o “aléjate de la política”. Kant criticó las éticas materiales porque a su juicio no orientan al hombre hacia una verdadera conducta moral, pues tienen deficiencias. Las éticas materiales, afirma, son a posteriori: extraen su contenido de la experiencia. ¿Cómo sabemos, por ejemplo, que el placer es el bien supremo para el hombre? El epicúreo responderá que la experiencia nos enseña que desde niño el hombre busca el placer y huye del dolor. ¿Cómo sabemos que para conseguir un placer duradero y razonable hemos de comer con sobriedad y alejarnos de la política? La respuesta bien puede ser que la experiencia muestra que el exceso acaba produciendo dolor y enfermedades y la política disgustos y enemistades. Bien y preceptos son una generalización a partir de la experiencia. Los preceptos de las éticas materiales, afirma Kant, son hipotéticos o condicionales: no valen absolutamente, sino como simples medios para conseguir un fin. Por tanto, un precepto como “comer moderadamente” nada vale para quienes no consideran una vida moderada y largamente placentera el bien supremo. Las éticas materiales, afirma finalmente, son heterónomas. Es decir, la heteronomía implica que la norma viene de fuera de la propia razón1 y el sujeto obra en ese caso empujado por algo externo. Mas, en ningún caso, obra con autonomía, pues consiste ésta en la capacidad de darse el sujeto la ley a sí mismo y ello sólo es posible cuando se actúa de acuerdo con la razón y sus principios. La filosofía moral de kant Sentido y objetivos de la filosofía kantiana La filosofía kantiana incluye un doble sentido: primero, ser análisis de la razón para rechazar las interpretaciones insuficientes dadas hasta el momento (se refiere tanto a la razón sometida al ‘irracionalismo’ de la fe, como a la razón racionalista y la razón empirista) y conocer su verdadera naturaleza y, segundo, proyectar un estado nuevo de humanidad en libertad. Este doble sentido constituyen sendos objetivos, que requieren descubrir y establecer: 1, los principios y límites de un conocimiento científico de la realidad, investigación que se resume en la pregunta ¿qué puedo conocer?; 2, los principios de la acción racional y las condiciones de la libertad, investigación que responde a la pregunta ¿qué debo hacer?; y 3, las líneas maestras del destino último del hombre y las condiciones y posibilidades de su realización, investigación que responde a la pregunta ¿qué me cabe esperar? A la cuestión ¿qué puedo conocer?, se responde con la metafísica; a la cuestión ¿qué debo hacer?, responde la moral; y a la cuestión ¿qué me cabe esperar? responde la religión. Estas tres cuestiones no son inconexas, sino que surgen de los fines esenciales de la razón y se reúnen en una cuarta que las engloba y resume: ¿Qué es el hombre? Esta pone de manifiesto que la filosofía kantiana contiene un proyecto total que pretende una clarificación racional al servicio de una humanidad más libre, más justa, más encaminada a la realización de los últimos fines de la razón. La razón práctica: razón y libertad condiciones universales de la moral El segundo de los objetivos de la filosofía kantiana, formulado conforme a los intereses de nuestra razón, es conocer cómo debo obrar. Kant quiere dejar clara esta cuestión: el hombre actúa de hecho determinado por diferentes motivos – deseos, sentimientos, inclinaciones, como bien han puesto de manifiesto los moralistas de la época, haciendo de estos motivos el fundamento de la moralidad de nuestras acciones – de carácter empírico o psicológico, cuyo conocimiento depende de nuestra razón teórica, base de la actividad científica. Pero Kant subraya que al hombre le interesa saber además si hay una forma de actuar que debe preferirse necesariamente, acorde con su condición de ser racional y libre. Ello conduce a investigar los principios de la acción racional y las condiciones de la libertad si el hombre quiere que su conducta sea auténticamente moral, y esa es la tarea de la que él llama razón práctica. Esta diferencia de funciones en la razón se manifiesta por el modo distinto de expresar sus principios y leyes. Así, mientras la razón teórica formula juicios (el calor dilata los metales...), la razón práctica formula imperativos o mandamientos (no matarás...). Conviene hacer hincapié en esta expresión ‘propia razón’ y el significado que tiene para Kant. Como dimensión de la realidad del hombre la razón es independiente de lo bio-fisiológico o del sentimiento y los afectos, que expresarían otras tantas dimensiones de la realidad del hombre. En consecuencia, como ya apuntamos en la introducción, cualquier norma o pauta de conducta que tenga su fundamento en estas otras dimensiones de la realidad humana es, en sentido estricto, externa a la razón y por lo tanto no se funda en ninguno de sus principios. Ciertamente puede determinar al sujeto humano a obrar, pero no será de forma autónoma, pues la autonomía nace de la razón y sus principios. 1 Moral formal frente morales de contenido (materiales) A la hora de formular sus imperativos o mandamientos que sirven para determinar la conducta moral del hombre, distingue Kant dos grandes modos de hacer uso los filósofos de la razón práctica. El primer modo es llamado por él material, el comúnmente utilizado por todos los filósofos. Frente a este uso, Kant va a inaugurar un nuevo modo que él llama formal. Las éticas materiales se ven aquejadas de tres deficiencias, señala Kant: todas las éticas materiales son empíricas, tiene imperativos hipotéticos, que se imponen de forma heterónoma al sujeto. Ahora bien, para que haya una auténtica acción moral – es decir, racional y libre – es necesario que nuestra razón práctica se use de un modo diferente: es necesario que sea capaz de construir una ética estrictamente universal y racional, no extraída de la experiencia sino a priori; que no contenga imperativos hipotéticos, sino absolutos o categóricos, cuya obligación sea universal y necesaria; y, finalmente, que sea autónoma, pues orienta al sujeto a encontrar en su razón la norma de su acción. En consecuencia, el uso formal de la razón práctica ha de dar lugar a una ética formal, cuyas característica es la de carecer de contenido, en el doble sentido de 1) no establecer ningún bien o fin que haya de ser perseguido por el ser humano, y 2) no decirnos lo “que” hemos de hacer, sino “cómo” hemos de actuar, la “forma” de la acción. El deber En consonancia con estas características que acabamos de citar, la ética formal no establece normas, sino que formula la “forma” de la acción, sea ésta la acción concreta que sea. En cualquier caso, afirma Kant, un sujeto actúa moralmente cuando actúa por deber — el deber, define, ‘es la necesidad de una acción por respeto a la ley’2, es decir el sometimiento a una ley no por la utilidad o satisfacción que su cumplimiento pueda proporcionarnos, sino por respeto a ella. Esta definición de deber, que permite distinguir cuando única y exclusivamente se actúa moralmente, sirve a Kant para establecer que nuestras acciones se distinguen moralmente en 1) hechas por deber (ya explicadas), 2) hechas conforme al deber y 3) contrarias al deber. Sólo las primeras tienen valor moral. Para entender mejor el carácter moral de estos tres tipos de acciones veamos este ejemplo utilizado por el mismo Kant: Un comerciante que no cobra precios abusivos a sus clientes, inicialmente cumple con el deber. Ahora bien, si no cobra precios abusivos para mantener su clientela, su acción es ‘conforme al deber’ pero no ‘por deber’: la acción (no cobrar precios abusivos) es un medio para conseguir un propósito distinto (mantener la clientela) del cumplir con su deber. Si por el contrario el comerciante no cobra precios abusivos porque considera que es su deber, la acción es en sí misma un fin, es lo que debe hacerse y no un medio para conseguir un fin ulterior. El valor moral de una acción radica no en el fin que se pretende conseguir, sino en la máxima, en el móvil que determina su realización, cuando este móvil es el deber. El imperativo categórico Puede pensarse en la dificultad de reconocer cual es nuestro deber en cada caso, por ello Kant subraya que la exigencia de obrar moralmente se expresa en un imperativo categórico, del que ha ofrecido diversas formulaciones: 1) <<Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal>>3. En esta fórmula se aprecia el carácter formal de la ética kantiana. En cada caso no nos dice sigue esta o aquella norma concreta (si quieres mantener un negocio próspero, en caso de tener que comerciar en un lugar de mucho tránsito, no cobres abusivamente; pero si se presenta un cliente extranjero o poco espabilado, incrementa los precios...) sino que nos dice: sea el caso que sea, tengas que hacer lo que tengas que hacer, obra de tal manera que la máxima (o principio, causa subjetiva) que ha determinado tu acción pueda convertirse en la máxima (principio o causa subjetiva) de la acción de todo el que se encuentre en el mismo caso; o si se prefiere, que la máxima de tu acción se convierta en la ley KANT, I.: Fundamentación de la metafísica de las costumbres, p. 33. Madrid, 1937. Espasa Calpe. Traducción de Manuel García Morente. 3 Fundamentación de la metafísica de las costumbres, ed. Cit. p. 67 2 2) universal (principio objetivo) que obligue a todos a obrar. De tal suerte que lo que yo haga con los demás podré querer que los demás lo hagan conmigo. Este segundo matiz, da pie a introducir otra de las fórmulas del imperativo categórico más significativas propuestas por Kant: <<Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio4>>. Esta fórmula también muestra su carácter formal y su exigencia de universalidad; pero a diferencia de la anterior incluye la idea de fin. Sólo el hombre en tanto que ser racional es fin en sí mismo y no ha de ser utilizado como simple medio. Los postulados de la moral: libertad, inmortalidad y existencia de Dios La Crítica de la razón pura había puesto de manifiesto la imposibilidad de la metafísica como ciencia, es decir, como conocimiento objetivo del mundo, del alma y de Dios. Pero el alma – su inmortalidad – y la existencia de Dios son interrogantes fundamentales para el destino del hombre. Kant nunca negó la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. En la KrV se limitó a establecer que el alma o la existencia de Dios no son fenómenos que se den en la experiencia, por lo que nos son asequibles al conocimiento científico, que sólo tiene lugar en la aplicación de las categorías a los fenómenos. Dios y la inmortalidad del alma no son pues cognoscibles por la razón teórica, pero se nos imponen en el análisis de la razón práctica. La libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son, según Kant, postulados de la razón práctica, en el sentido de condiciones de la moral misma. En efecto, la exigencia moral de obrar por respeto al deber supone la libertad, que se manifiesta como la posibilidad de obrar por respeto al deber venciendo las inclinaciones contrarias. También la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son postulados de la moral en los sentidos siguientes. Respecto de la inmortalidad: la razón nos ordena aspirar a la virtud, es decir, a la concordancia perfecta y total de nuestra voluntad con la ley moral. Esta perfección es inalcanzable en una existencia limitada: sólo es realizable en un proceso indefinido, infinito, que por tanto exige una duración ilimitada: la inmortalidad. Por lo que se refiere a la existencia de Dios, kant afirma que la disconformidad que encontramos en el mundo entre el ser y el deber ser exige la existencia de Dios como realidad en quien el ser y el deber ser se identifican y en quien se da una unión perfecta de virtud y felicidad. 4 op. cit. p. 79