BERMAN, Morris: EL REENCANTAMIENTO DEL MUNDO Trabajo de autor I Berman aclara, en su introducción, que el libro primariamente enfoca las transformaciones de la mente humana más que la naturaleza social y económica que anteriormente se creía eran las raíces de la crisis o, como él llama, del dilema. La época moderna hace su entrada dividiendo el hecho de valor, es decir, que la vicisitud o rompimiento tiene que ver con el significado; la gran crisis inicia con la pérdida de significado en sus sentidos filosófico o religioso. Hasta la época moderna la totalidad de la naturaleza, de los fenómenos, en fin, la visión del mundo en general era la de un mundo encantado que implicaba una conciencia participativa o de identificación con el ambiente. Luego del comienzo de la época moderna se da un continuo desencantamiento, una separación y distanciamiento total e la naturaleza. Es por eso que desde la época moderna ocurre la indiferencia respecto al cosmos, ya no hay participación. Por consiguiente, se ha creado un vacío en la conciencia del hombre, impulsándolo a buscar sentido y significado desesperadamente. Inevitablemente aparece un sí−mismo escindido: el primero que ejecuta una interacción sana, una acción significativa (Berman llama encantado); y el segundo, que se escinde completamente, al presentar un sí−mismo interior, que se retira de la interacción mientras que el cuerpo es el que se relaciona simuladamente con el otro. Pero la división se acelera e invade el sentido de culpa existencial por no poder ser original siempre, que es aliviada con elementos que sacan al hombre de su vida cotidiana irreal, o mejor, no original. Es por eso que se agudiza más el sentido de vacuidad y una falta de significado en la vida (el sin sentido y el absurdo). Berman atribuye la visión científica del mundo a la modernidad, que a la vez incentiva una sociedad masificada. Lo que realmente mantiene unido a un grupo son los sistemas de valores; cuando este conjunto de valores empieza a derrumbarse se evidencian signos de tensión y desintegración. El desencantamiento del mundo es intrínseco a la visión científica del mundo que produjo la época moderna; pero esto tuvo como consecuencia la inestabilidad de sostenerse a sí misma: cuestionó unos valores ya creados (independiente si eran verdaderos o no), pero no creó sus sustitutos y dejó al hombre en el abismo. La humanidad, en el mayor por ciento de su historia, vivió encantada, participando de su mundo y concibiéndose como parte integral de él; la época moderna sacó al hombre de su encanto y la única esperanza que Berman propone se encuentra en el REENCANTAMIENTO DEL MUNDO. Otra propuesta muy bien viable, si se piensa sobrevivir como especie, es adquirir una conciencia participativa con su correspondiente formación sociopolítica; Berman reconoce que es un cambio lento, pero con posibilidades asombrosas de recobrar realidad. II La época moderna considera que las épocas anteriores a ella han estado constituidas por visiones del mundo desviadas y que solamente ella es la que ha dado, con el surgimiento de la ciencia, una verdadera visión, libre de presuposiciones animísticas o metafísicas, de superstición y pensamiento confuso. Este proceso en Occidente fue impulsado dos mil años antes de Jesucristo con la cultura griega y ejecutada en absoluto en la época moderna: el mundo es desencantado progresivamente, desendiosado. Fue gradualmente desapareciendo la conciencia participativa y el animismo. El mundo griego, con Homero y con la intervención de Platón, comenzó a considerarse como una personalidad autónoma apartada de sus actos, una conciencia separada (distinción sujeto/objeto). La razón se convierte en la esencia de la personalidad y se caracteriza por el distanciamiento de uno mismo de los fenómenos, manteniendo la propia identidad. El conocimiento vía la 1 imaginación en un lugar de conceptos sobrevivió en Occidente hasta la Revolución Científica. El mundo era visto como un conjunto de correspondencia: simpatía y antipatía; las cosas se mezclan y tocan en una cadena movida por Dios; existía para entonces la doctrina de los símbolos. Berman dice que la esencia de la participación original es el sentir, es la percepción corporal de que detrás de los fenómenos hay un representado que tiene la misma naturaleza del sujeto. Afirma que la participación original fue el modo básico del conocimiento humano hasta el siglo XVI, a pesar de su atenuación gradual. Como una ciencia, aparentemente, la alquimia hizo su mundo y delimitó su campo; tenía una estrecha relación con los sueños y esos horizontes oníricos. Pero con la Revolución Científica en Occidente fue rechazada como ciencia. La alquimia trata de hacer un rejuego con la parte inconsciente de la mente. Durante gran parte de su historia, la alquimia había sido considerada una ciencia exacta y no una forma de metáfora espiritual. La alquimia corresponde a un sustrato primario del inconsciente. Pero lo que el alquimista hacía no se puede entender desde el mundo moderno, porque lo que él hacía era desde una coincidencia participativa. Para entonces no existía el concepto de simbolismo porque no había gran diferencia entre los acontecimientos mentales y materiales. Era cuestión de revelar los secretos de la naturaleza. Berman hace una afirmación que él mismo delata como radical: no se trata de que en aquellos días los hombres concibieran la materia como algo que poseía mente, sino que en esa época la materia sí poseía mente, realmente así era. Buscamos describir (aquí está el error del pensamiento premoderno) lo que el alquimista pensaba que estaba haciendo; y jamás captamos que lo que realmente él estaba haciendo era real. Por otra parte, los cambios sociales y económicos ocurridos en el curso de los siglos XVI y XVII, lo sagrado y lo manipulador fue escindido por la mitad. El aspecto sagrado llegó a ser, para la cultura dominante, ineficaz y eventualmente sin significado. En esa separación eventual yace la visión del mundo de la modernidad: lo tecnológico como un principio racional del universo. Bajo la presión de los cambios técnicos y económicos acaecidos en el s. XVI, la búsqueda de Dios o la armonía del mundo comenzó a parecer cada vez más como un proyecto tradicional y un tanto pintoresco. Una vez que la idea de la participación original se perdió parcialmente la tecnología fue capaz de juzgar a la tradición alquímica desde el punto de vista de la claridad y la precisión técnica y, desde luego, considerarla muy deficiente en estos aspectos. El lenguaje de la alquimia es como de sueños, simbólico, imaginario, pero este mundo de semejanza se estaba desintegrando. Muchos intelectuales, de la manera de Bacon, se dispusieron deliberadamente en contra de la tradición de asombro ante la naturaleza, de la credulidad acerca de bestias, plantas y piedras fabulosas. Ellos veían correctamente que el intento de dominación de la naturaleza dependía de la claridad cognitiva. Por otro lado, la iglesia se oponía a la magia a nivel oficial, pero aparecía ante el populacho como una vasta reserva de poder mágico. Ya a fines del s. XVI, la relación íntima entre la magia y la iglesia se había convertido en un blanco tan obvio de la Reforma que las prácticas mágicas de todo tipo comenzaron a ser atacadas tanto por el Catolicismo como por el Protestantismo. Evidentemente, el colapso de la alquimia fue el resultado no sólo de las publicaciones eruditas, sino de la organización misma de la ciencia. El éxito de la visión del mundo mecánica no puede ser atribuido a la validez inherente que pudiera poseer, sino que parcialmente al poderoso ataque político y religioso hecho a la tradición hermética por las élites europeas reinantes. Mersenne y Gassendi, integrantes de la Academia Francesa de Ciencias, incentivaron el rechazo a la alquimia esotérica y proponían la actividad mecanicista del mundo. Pero lo que finalmente se creó mediante el cambio del animismo al mecanicismo no fue meramente una nueva ciencia, sino una nueva personalidad que debía ir junto a ella. Si el hermetismo de hecho corresponde a un sustrato arcaico en la psique humana, entonces nuestra visión moderna de la realidad fue adquirida a un precio demasiado alto. III Isaac Newton es el símbolo de la ciencia occidental y fue quien definió el método de la ciencia en sí misma, las nociones de hipótesis y experimento, y las técnicas que iban a hacer el manejo racional del ambiente un programa intelectual viable. Pero lo que descubrió Keynes fue que Newton estaba obsesionado con las ciencias ocultas. Keynes, refiriéndose Newton, dice que él no fue el primero de la edad de la razón, sino el 2 último de los magos. Por razones psicológicas y políticas fue necesario reprimir esa parte de su personalidad y su filosofía, para presentar una imagen sobria, positivista. Con la aceptación de la visión newtoniana (todas las cosas en los cielos y sobre la tierra se encuentra dentro de una armazón rígida, bien armada) del mundo, Europa perdió la razón colectivamente. Newton esperaba encontrar en la alquimia por algo integralmente relacionado con sobreestimación propia acerca de su creencia de haber heredado la tradición sagrada: su convicción de que la materia no era inerte sino que precisaba de un principio activo para su movimiento. Bateson ha señalado que Newton no descubrió la gravedad, sino que la inventó. Sin embargo, esta invención fue parte de una búsqueda mucho más amplia: la búsqueda del sistema del mundo, el secreto del universo. Pero estos principios partieron de la tradición hermética. De alquimista, gradualmente se convirtió en un filósofo mecánico. Fue entre las sectas místicas que la alquimia estableció algunas de sus raíces más profundas. Al centro de estas creencias estaba una visión de la naturaleza directamente opuesta a la ciencia: la noción de que Dios estaba presente en todas las cosas, de que la materia estaba viva. La noción de que los secretos del universo estaban contenidos en las relaciones matemáticas incluidas en la estructura de antiguas construcciones sagradas era una parte de la tradición hermética. No es más difícil visualizar la tierra como un organismo vivo que verla como un objeto inerte, mecánico. Para algunos grupos, la idea de la materia viviente no constituía tan sólo una herejía, sino que también era inconveniente desde el punto de vista económico. Una tierra inanimada rompe el delicado equilibrio ecológico que se mantenía en la tradición alquímica, pero si la naturaleza es algo muerta, entonces no hay restricciones para explotarla en beneficio propio. Hill afirma que a pesar de lo grandioso de los logros de la filosofía mecánica se perdió un elemento dialéctico en el pensamiento científico, un reconocimiento de lo irracional, en el sentido de lo mecánicamente inexplicable, cuando ésta triunfó, y está siendo dolorosamente recuperado en nuestro propio siglo. Una buena parte de la experiencia psicótica, la locura y la enajenación, es el retorno a la percepción del mundo en términos herméticos. Todas las terapias humanistas, de hecho, están cimentadas en la participación original; van a una fusión del sujeto y el objeto, un retorno a la imaginación poética o a la identificación sensual con el ambiente. Hoy en día, el vacío espiritual que resulta de nuestra pérdida de la razón dialéctica está siendo rellenado por toda clase de dudosos movimientos místicos y ocultos. La ciencia y la tecnología moderna se basan en la actitud hostil hacia el ambiente y en la represión del cuerpo y del inconsciente; si estos no pueden recuperarse, incluyendo la conciencia participativa, entonces se perderá totalmente el significado de la condición humana. Bibliografía BERMAN, Morris, El Reencantamiento del Mundo, Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1987, 15−130. 3