“El mundo como voluntad y Representación” de Artur Schopenhauer. ¿cuál es el objeto y el fin de la voluntad de vivir? La voluntad de vivir. En la naturaleza animal se ve que la voluntad de vivir es la nota fundamental del ser. Leída la situación platónicamente, pareciera como si la Naturaleza luchara por la permanencia de sus ideas, sus formas permanentes (la permanencia de las especies). Así, la voluntad es el mecanismo de sus especies, para conservar y prolongar la vida: los insectos son un ejemplo bien claro de esto. En nosotros también observamos una desproporción entre el trabajo y la recompensa. Y acá entra en juego la muerte: “¿Qué un débil alivio de la miseria humana, un corto aplacamiento del dolor, o una satisfacción momentánea del deseo, junto al triunfo seguro de la muerte?” La voluntad se nos presenta como el límite metafísico de toda observación en las cosas. Es un mecanismo interior que no corresponde con la Razón del “mundo exterior”. Es la fuerza que desencadena las causas y los efectos. La vida se nos presenta como un camino de dolor perpetuo, y de poder palpar su valor objetivo, veríamos que no vale la pena vivir. Pero la misma causa que nos lleva a soportar la vida, es la que nos impulsa para vivir. Dice Schopenhauer que claramente la voluntad de vivir no es una consecuencia de saber que estamos vivos, sino al revés: la voluntad de vivir no existe como una consecuencia del mundo, sino el mundo como una consecuencia de la voluntad de vivir. El mundo es por lo tanto, una representación. El presente, la muerte, y el dolor. Así como la voluntad posee la vida, la vida posee al presente como certeza. La objetivación de la voluntad solo es posible en el presente: en él solo podemos actuar. Pensar que al morir, nuestra vida (pasado) adquiere una nueva existencia es falso. Dejando de lado las consecuencias que el pasado y el porvenir imprimen en nuestro presente, su existencia son meros conceptos y fantasmas. El temor a la muerte es entonces, el de un tiempo sin presente. La voluntad en sí y el sujeto puro del conocimiento existen por fuera del tiempo y no conocen ni la permanencia ni la destrucción , que es el lenguaje del tiempo. 1 La muerte es el fin del individuo temporal, y no es equiparable con dolor pues el dolor lo soportamos en vida. Nuestro temor se funda en que somos pura voluntad de vivir en su única objetivación. De ahí la “rivalidad”. El hombre. Como está en nuestra voluntad querer y ambicionar (la aspiración de las hormigas), se halla en nosotros la raíz misma del dolor. Bien porque querer implica una falta, bien porque una vez satisfecha la necesidad sobreviene el vacío y el tedio. Schopenhauer considera que la vida pendula entre el dolor (con su consecuente deseo) y el tedio (aburrimiento1). En algunos hombres los goces intelectuales (el arte, el conocimiento puro, el gusto por lo bello) representa un refugio de este circulo vicioso, porque los aparta de la vida real, transformándolos en espectadores desinteresados. Pero para la gran mayoría estos goces son poco accesibles, y por lo tanto se entregan completamente al deseo. La acción y la reacción es su único elemento2. El dolor. Los esfuerzos incesantes para desterrar el dolor consiguen mas que éste varíe su figura, pues inevitablemente, entre dolor y aburrimiento se pasa la vida. De convencernos que el dolor como tal es inseparable de la vida, disminuiríamos en gran parte nuestros temores y angustias egoístas. Entonces, considerando al dolor como uno solo, de forma variante, podríamos sostener la hipótesis de que cada uno posee una medida de dolor capaz de soportar, que el dolor nos es interior, y que su “próspera o adversa fortuna” depende de nosotros. Por lo tanto, en todo momento el grado de alegría o de tristeza no lo debemos atribuir al cambio de las condiciones exteriores sino al estado interior, la disposición física. Dicho de un modo mas radical, lo exterior es solo la “excusa”3. Luego de una alegría extrema, seguramente terminemos tan o más doloridos que al comienzo. Siendo esto así, deberíamos evitar todo extremo, procurando contemplar el conjunto y el encadenamiento de las cosas con animo sereno y sin atribuirles nunca los colores que desearíamos que tuviesen. 1 El aburrimiento motiva, entre otras cosas, la sociabilidad. En la vida burguesa está representado por el domingo, así como la necesidad por los seis días restantes de la semana. 2 Así, por ejemplo, escriben sus nombres en los lugares célebres que visitan, actúan sobre las cosas ya que ellas no actúan sobre ellos. No pueden limitarse a observar un animal exótico sino que lo estimulan, lo molestan para sentir la “acción y la reacción”. 3 Siempre buscamos una causa o un pretexto exterior: somos como el hombre libre que se crea un ídolo para tener un amo. 2 Conclusión. A lo que llegamos con esto es a la conclusión de que poseemos dentro aquello que anhelamos, y también aquello a lo que echarle la culpa de nuestros dolores. Esto nos reconcilia con la vida porque extirpa la idea de que el dolor esta en nuestra naturaleza (se la atribuye a la voluntad...), que toda dicha es imposible. La consecuencia es llevar en si un dolor que hace olvidar todas las alegrías y todas las aflicciones menores. Esto, dice Schopenhauer, es una actitud mas digna que la carrera contra los fantasmas que varían continuamente. 3