El respeto Para comenzar a hablar acerca del respeto puede ayudar lo que narra Schopenhauer hablando de la alegoría con los los puercoespines: “Un día glacial de invierno, los puercoespines de un rebaño se apretaron los unos contra los otros, a fin de protegerse del frío mediante el calor recíproco. Pero, molestados dolorosamente por sus pinchos, no tardaron en separarse los unos de los otros. Obligados a volverse a acercar, a causa del frío, volvieron a experimentar una vez más la desagradable impresión de los pinchos; y esas alternativas de acercamiento y separación duraron hasta haber encontrado una distancia conveniente, en la que se sintieron al abrigo de los males”. Es un tira y afloja en la aproximación mutua, para sentirse apoyados y protegidos mutuamente, molestándose lo menos posible. Pero, ¿este es el tipo de respeto que nos representa mejor a nosotros? Dicho de otra forma: ¿es la manera de sobrevivir unos para con los otros? Para la cual nos conviene aclarar qué es el respeto, con qué se relaciona y qué finalidad tiene. Siguiendo la narración del mismo Schopenhauer, pero yendo más allá, el respeto se inscribe y hace referencia a la convivencia, el tener la experiencia de la vida en compañía de otros, para llegar al nosotros como idea regulativa; por consiguiente, implica aceptar al otro como es, respetando sus opiniones y formas de conducta, tratando de entender sus creencias, opiniones, cultura, costumbres. Y los valores a que el respeto hace referencia son favorecer el diálogo y la escucha; ser tolerantes, y más que eso, aceptar al otro, hasta llegar a la amistad; que el concepto de igualdad y dignidad de la persona sean una realidad que vivo y proyecto; fomentar la colaboración, la funcionalidad, la ejecución oportuna, tanto en casa, como en el trabajo, en la colonia, asociaciones...; que la justicia y la libertad las busquemos en sociedad; trabajar por la paz, igualdad y dignidad; respeto a la diversidad, valorar las costumbres propias y ajenas; que la cortesía y urbanidad sean una constante en nuestras vidas. Por último, la finalidad del respeto dentro de nuestro trabajo compartido en la institución educativa. Ciertamente, el funcionamiento de la universidad exige un equipo que se reparta las tareas. Pero el proyecto universitario no tendrá vida ni podrá contribuir a la gestación de la personalidad de los educandos si no es elaborado, vivido y sostenido por una comunidad de personas que han aceptado y decidido, no sólo elaborarlo y formularlo, sino también vivirlo juntos y sostenerlo juntos para hacerlo vivir. Así es como todos los miembros de una comunidad universitaria se convierten en autores de un proyecto. Por lo que hemos reflexionado, parece ya evidente que nuestra comunidad no puede ser exclusivamente funcional: una organización para que las actividades educativas funcionen bien. Por el contrario, ha de ser una comunidad, y por tanto ha de ser querida en sí misma, como una finalidad mediadora: la institución educativa y su misión no se conseguirán plenamente sin aquélla. Es necesario lograr una auténtica comunidad donde las personas crezcan, se realicen, se encuentre a gusto; y esto es condición básica para que la finalidad última de la institución centrada en el estudiante pueda alcanzarse. Por eso decimos que la comunidad es finalidad aunque mediadora. Por tanto, la comunidad universitaria: se preocupa de cada persona; se constituye como lugar de amistad y valoración mutua; se programan momentos de encuentro y celebración, de expansión y fiesta; se facilita la expresión personal, la intercomunicación, la verbalización de los problemas y preocupaciones, la resolución de las tensiones...; se promueve la responsabilización progresiva de sus miembros, de cada uno en la medida en que esté dispuesto y se sienta preparado; es foro de intercambio y enriquecimiento de puntos de vista, de metodologías educativas... vela por la formación y desarrollo pleno de sus componentes.