Acerca de quién gobierna el mundo por la Dra. María Isabel Di Filippo Julio 6, 2010. Esta pareciera ser la pregunta central del artículo de Philip Wood. No creo que la respuesta sea unívoca. Es claro que son “los hombres” (en el sentido clásico del término, por cierto), quienes ejercen tal señorío. Entonces, ningún saber (sea o no científico) tiene reservada la panacea (suponiendo que se trate curar “males”; aunque, tal vez, sería útil reflexionar en torno a su “prevención” o, por caso, disparar ideas para generar “bienes”, en medio de la destrucción). En esa realidad “humana” todos los saberes tienen reservada una inestimable razón de ser. Física, Matemáticas, Economía, Derecho, Antropología, Política (¿porqué no?), etcétera. Aún los que buscan respuestas más allá de la realidad tangible, como la metafísica, por ejemplo. El Derecho es aporético. Su razón de ser está en la alteridad y la tensión que ésta genera. Por consiguiente, el “conflicto” justifica su existencia y le da sentido. Insisto, también, para remediar o prevenir. Hasta aquí, no encuentro razonable que los economistas y abogados sean puestos en el delicado trance de debatir acerca de quién es el más importante. En todo caso, la carrera de “Derecho y Economía” da sobradas muestras de la necesidad de trabajar en conjunto e informarse recíprocamente los saberes, con el sano propósito de trabajar para el “bien común”. Visto así, no es la figuración en un listado de nombres célebres la explicación de porqué algunas especialidades han tenido más o menos resonancia, a lo largo de la historia. Cada gota del océano, hace que éste exista (¿no?). ¿Qué sería de todos y cada uno, si no hubiera médicos, biólogos, o astronautas? No creo que los abogados se distingan por trabajar “próximos a la emoción”, o se ocupen de “la familia, el sexo, el asesinato, el robo y la guerra, ni “buscan reprimir la necesidad de matar a la competencia”. Estas cuestiones se plantean en la realidad humana, al margen de la incidencia que ejerzan los “leguleyos”. Simplemente, emergen de la maraña de múltiples relaciones sociales que sólo pueden mirarse bajo la óptica tridimensional de la interdisciplina, área en la cual ningún saber (por científico que sea), tiene la última palabra. Todos aprendemos de todos. El pequeño punto al pie de página (la nota doctrinaria o jurisprudencial que, con frecuencia, hay que reconocerlo, abusivamente empleamos, en desmedro de la calidad de la argumentación), así como la sucesión de “puntitos” de similar entidad, lleva a la construcción de un sistema de normas (precedentes judiciales, por ejemplo), que por irrebatibles, devienen en principios. Claro que, a diferencia de las ciencias “exactas”, sufren la inexorable influencia de la evolución social, a través del tiempo. Nadie se atrevería a discutir que el calor dilata la materia. No tendría utilidad ampliar este “puntito”, cada vez que aludimos al tema. Se da por sobreentendido. No creo que los científicos deban desarrollar todos y cada uno de los tópicos, reglas y principios, sobre los cuales se edifica su saber, para dar una respuesta, particular y concreta a una cuestión. Como los restantes saberes, el Derecho, probablemente, también construya, por inducción, una teoría general. No es el punto en discusión, ni sería útil “conversar”, acerca de cómo el Derecho ha elaborado su doctrina, que, como es de suponer, se valió de la Filosofía, Historia, Antropología, Sociología, Economía…y….así volveríamos a empezar…. Lo que me parece claro es que la “fosilización” que se le achaca da cuenta, al menos, de una observación poco detenida de la realidad jurídica. Baste con poner la lupa y ver los cambios que todos esos “puntitos al pie” han sufrido a lo largo de la historia, para darse cuenta de que el Derecho permaneció vivo y, en todo caso, resultó un complemento valioso, a la hora de resolver las impensadas “derivaciones” de los “logros de los economistas”, que tanta admiración producen. Ello, sin relativizar los admirables hallazgos de otras ramas de la ciencia y su creciente y audaz desafío a elaborar nuevas soluciones, en torno a “puntitos” tales como principio y fin de la vida, prevención ambiental, cibernética, entre otros. Tal vez (con el respeto debido a Locke y Hobbes), en lugar de pensar a los hombres de derecho como sujetos dedicados a restringir la libertad de la conducta humana, sería interesante caer en la cuenta de que la razón de ser del Derecho es garantizarla. No somos “héroes”. Es cierto. Sin embargo, amén de no ser ésta una cualidad “legalmente exigible” a ningún ser humano, parece más razonable que los economistas encuentren en el Derecho el ámbito de libertad necesario para que su ciencia crezca y sus teorías se nutran de un marco institucional adecuado (que se construye con el aporte de todas las ciencias, vale decir, con “educación”: el principal disparador de ideas). Tal vez, nuestra condición de abogados, especialistas en nada, por querer observarlo todo, se define, así, como una tendencia natural a comprender y resolver el conflicto –pasado o futuro-, buscando el centro “óptimo” de un “equilibrio inestable”, en el cual, a no dudarlo, los economistas parecen “nadar como peces en el agua”, descontando que las aporías se reciclarán automáticamente, en el ecosistema del mercado. Acaso ¿no nos estamos necesitando mutuamente?