TEXTO 12 (LEY DE PRINCIPIOS DEL MOVIMIENTO NACIONAL). 1. EL sistema político de Franco. Desde el primer momento la dictadura franquista pretendió ser un estado totalitario, sin constitución ni libertades democráticas, y con el general Franco como jefe del estado. El régimen se inspiraba en principio en los ideales fascistas: así, existía un partido único a imitación de los modelos alemán e italiano, FET y de las JONS (una formación política elaborada por el general en la cual quedaban unidos los antiguos falangistas de José Antonio Primo de Rivera, las JONS y los tradicionalistas o carlistas) y el propio dictador era llamado Caudillo. No obstante, tras la derrota de los fascistas en la Segunda Guerra Mundial, Franco se vio obligado a abandonar los principios y los símbolos más visibles del fascismo, y su régimen se convirtió según muchos historiadores en una simple dictadura conservadora y tradicionalista al estilo de muchas otras dictaduras de Europa o Iberoamérica. Rápidamente, Franco procedió a desmantelar todas las instituciones de la República: se suprimió la Constitución de 1931 y todos sus derechos individuales y colectivos, se prohibieron los partidos políticos y sindicatos y se abolieron los estatutos de autonomía, a la vez que quedaba impedida cualquier manifestación de nacionalismo. En la España franquista nunca hubo nada semejante a una constitución. Franco estableció en cambio una serie de Leyes Fundamentales que tardaron muchísimo tiempo en redactarse (la última de ellas, la Ley Orgánica del Estado no fue promulgada hasta 1967). Las otras seis Leyes Fundamentales decretadas por el régimen fueron el Fuero del Trabajo (1938), el Fuero de los Españoles (1945), que pretendían ser una especie de declaración de derechos, la Ley Constitutiva de las Cortes (1942), la Ley del Referéndum Nacional (1945), la Ley de Sucesión (1947), donde se hablaba de una monarquía sucesora del franquismo, y la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958). En cuanto a la estructura del estado, hay que decir que los poderes de Franco eran absolutos: el general era jefe del Estado, del Gobierno y del Partido y gozaba de poderes excepcionales para promulgar leyes. A esta estructura del Estado y también a su ideología se las llamó Movimiento Nacional. Otro gran poder del estado fueron los llamados Sindicatos Verticales, de estilo fascista y bastante parecidos a los sindicatos de Miguel Primo de Rivera. En ellos se integraban a la vez empresarios y trabajadores. El Estado controlaba todo este sistema y era obligatorio afiliarse a los sindicatos. También había unas cortes, aunque nada tenían de democráticas, pues sus procuradores eran designados por el dictador entre los miembros de FET y de las JONS, los ministros, los alcaldes de las mayores ciudades y los altos representantes de la Iglesia. Estos procuradores no tenían ningún poder real, a pesar de lo cual Franco siempre insistió en decir que su régimen era una “Democracia Orgánica”. En el plano territorial, en cada provincia había a la vez un gobernador civil y otro militar, lo que venía a demostrar el carácter militar de la dictadura franquista. Por lo demás, el régimen franquista fue complejo y variable, una mezcla de dictadura militar al estilo de las del siglo XIX, de estado fascista y de monarquía absoluta sin rey. El régimen franquista se sustentó sobre todo en tres grandes pilares: el ejército, la Iglesia española y la Falange. El ejército fue siempre la columna vertebral del sistema: los militares llegaron a obtener altos cargos en la política y la administración (Franco sólo tuvo problemas con algunos militares que deseaban que se restaurara rápidamente la monarquía). El apoyo de la Iglesia fue también algo importantísimo para el régimen. La Iglesia tuvo auténtico poder y privilegios y el catolicismo se convirtió en la única religión permitida en España. Así, suele decirse que la dictadura franquista fue una especie de “nacional-catolicismo”. En cuanto a la Falange, ya hemos dicho que, aunque al principio tuvo un gran papel dentro del régimen, con el tiempo fue perdiendo poder y privilegios. Finalmente, el régimen franquista acabó no sólo con la libertad de pensamiento y expresión. Además impuso entre los españoles una nueva mentalidad, conservadora y ultracatólica: hizo un tipo nuevo de hombre y mujer españoles, caracterizados por una absoluta falta de libertad de pensamiento. Desde jovencitos, los muchachos acudían a los campamentos y concentraciones del Frente de Juventudes, donde eran adoctrinados hasta convertirse en personas fieles al régimen. Por su parte, las mujeres debían realizar una especie de servicio social paralelo al servicio militar de los varones. Dicho servicio se realizaba en la sección femenina de FET y JONS, dirigida por Pilar Primo de Rivera. Allí eran también convenientemente instruidas para ser mujeres discretas y católicas, perfectas esposas y madres de “buenos españoles”. La familia era considerada la célula básica del régimen: la mujer debía permanecer en el hogar sometida a su marido. Incluso en las escuelas se introdujo una nueva asignatura: “Formación del Espíritu Nacional”, impartida por miembros de Falange y encaminada a lavar el cerebro a los españoles para convencerles de las bondades del régimen franquista. La censura estuvo presente en toda la dictadura, en especial hasta los años sesenta. 2. Evolución económica de la España de Franco: de la autarquía a los planes de desarrollo. a) La etapa de la autarquía y los llamados “años del hambre”. La década de los 40 fueron años de hambre y de miseria para muchos españoles. Es verdad que nuestra economía se hallaba muy maltrecha después de la guerra. Pero aún así, su evolución a lo largo de esta década fue excesivamente negativa. Eso se debió al aislamiento que España padeció en estos años y a la "autarquía" propia de los primeros tiempos del Franquismo. Ya en temas anteriores hemos visto que la autarquía era uno de los ideales del fascismo. Para Franco no sólo era un ideal sino a la vez una necesidad, puesto que Europa había dado la espalda a España. Así, no quedaba más remedio que producir todo lo necesario sin contar con la ayuda del extranjero. No obstante, la autarquía fue muy negativa para la economía española: toda Europa estaba viviendo una gran fase de crecimiento y España, en cambio, no pudo subirse al tren del desarrollo hasta los años 60, es decir, 20 años después. El estado controló en gran medida la economía: controló las importaciones y las exportaciones, evitando que salieran de España los productos más necesarios. A la vez, trató de fomentar la industria (sobre todo de bienes de equipo) para que España no tuviera que depender del extranjero. Se dieron grandes subvenciones a las empresas pero, desgraciadamente, esto originó un gran gasto público y, en consecuencia, una enorme inflación. Dentro de esta política, el estado nacionalizó los ferrocarriles creando la RENFE y fundó el INI (Instituto Nacional de Industria). Sin embargo, todas las empresas estatales del INI (Iberia, AUNOSA, ENDESA) arrojaron grandes pérdidas, convirtiéndose a menudo en una rémora para la economía española. La escasez y la miseria fueron los aspectos más dramáticos de esta década, conocida como "años del hambre". Como el estado controlaba toda la economía, todos los productores agrícolas estaban obligados a vender al estado la totalidad de su producción. Luego el gobierno fijaba los precios de estos productos, pero muy por debajo de su valor real: los productores apenas obtenían beneficios. Esto hizo que muchos empresarios agrícolas prefirieran esconder sus producciones y venderlas en el mercado negro, a precios mucho más altos: aquello era el famoso "estraperlo" o contrabando de productos de primera necesidad. El estraperlo generó muchísima corrupción, pues en él solían estar implicados funcionarios e incluso altos cargos del régimen. En el mercado negro era vendida una gran parte de los alimentos a precios altísimos, que sólo las personas más ricas podían pagar. En realidad, al estado sólo le llegaban como mucho los dos tercios de la producción agrícola, con lo cual siempre hubo escasez. Los alimentos eran racionados mediante mediante "cartillas de racionamiento" que apenas daban para alimentar a una familia. Para obtener un poco de azúcar, pan o leche había que hacer larguísimas colas, y la mayoría de la población, sobre todo en las grandes ciudades, pasó hambre durante aquellos años. Además, los salarios eran miserables y los sindicatos estaban prohibidos, es decir, que los obreros ni siquiera podían defenderse. Por si fuera poco, la población española, al borde de la miseria, gastaba casi todo su sueldo en comer: el textil catalán, ahora sin apenas demanda, se vino abajo; muchas fábricas tuvieron que cerrar dejando en la calle a cientos de obreros. b) Los planes de desarrollo. Entre 1959 y 1974 nuestra economía creció como nunca antes lo había hecho en nuestra historia. España se convirtió en un país moderno e industrializado, si bien no tanto como los países más ricos de Europa, pues este desarrollo se estaba dando en todo el mundo occidental. Al parecer, nuestra base industrial, forjada poco a poco en el siglo XIX, fue suficiente para que ahora España despegara. A finales de los años 50 el gobierno franquista se dio cuenta de las contradicciones de nuestra economía: exportábamos mucho más de lo que importábamos, y no había en el país suficientes reservas de oro y divisas (dinero) para compensar el déficit. Sólo quedaba una solución: abandonar la autarquía. En adelante, el estado intervendría menos en la economía, ayudaría a las empresas privadas, permitiría que entraran en el país mercancías extranjeras y buscaría la ayuda internacional. Había que hacer de España un país capitalista y moderno, y para ello el gobierno elaboró el famoso Plan de Estabilización. Con él se intentaba ayudar a las empresas privadas e industrializar regiones españolas atrasadas, a las que se llamó ”Polos de desarrollo”. También se invirtió mucho dinero en la creación de infraestructuras que permitieran un verdadero crecimiento industrial. A lo largo de estos años, la industria y los servicios adquirieron gran fuerza, a la vez que la agricultura perdía importancia. Durante los años sesenta crecimos bastante más que los países más ricos de Europa, tanto en PIB como en renta per cápita y en consumo privado. Y es que nuestra tecnología mejoró muchísimo. A ello se une el hecho de que los salarios empezaron a aumentar y con ellos el consumo: por fin los españoles tenían coches, electrodomésticos y otros productos “de lujo”. Pero por desgracia la industrialización se concentró tan sólo en Madrid, Cataluña, el País Vasco y parte del Levante. Al resto del país no llegó el desarrollo y, en consecuencia, la población de estas regiones emigró a las grandes zonas industriales. Así, Extremadura, Andalucía y Galicia, víctimas de una verdadera sangría demográfica, quedaron aún más desiertas, empobrecidas y envejecidas; Extremadura es un ejemplo perfecto de esta situación. Por otra parte, las regiones agrícolas sufrieron enormes cambios: como la gente había emigrado, la mano de obra era escasa y, por lo tanto, los salarios empezaron a subir. Pero los grandes terratenientes prefirieron entonces mecanizar sus explotaciones, lo que hizo que la población abandonara aún más estas regiones. El campo empezó al menos a cultivarse de manera más razonable y moderna. Sin embargo, las cosas estaban bastante negras para el pequeño agricultor, que no disponía de dinero suficiente como para mecanizar sus tierras y que, además, ahora tenía que hacer frente a nuevas demandas: la gente consumía más leche, carne de ternera, verduras o frutas. La agricultura tradicional, basada en el cereal, las legumbres y el cerdo, tenía que reconvertirse, cosa que el pequeño propietario no siempre podía hacer. Así pues, el campo extremeño, andaluz o castellano no vivían precisamente una situación cómoda. Ahora bien, es verdad que España había crecido mucho, pero nuestro crecimiento dependía demasiado del exterior: de allí venía la tecnología y las divisas aportadas por los inmigrantes, pues más de un millón de españoles habían emigrado a Europa; gracias a eso se había acabado el paro y los salarios seguían subiendo. Por otra parte, nuestros ingresos por turismo llegaron a ser altísimos; tal vez sin ellos nunca se hubiera producido el llamado “milagro español”. A pesar de todo esto, a principios de los 70 aún estábamos muy por debajo de los países ricos de Europa. Además, la crisis del 73 y la subida del petróleo, hizo que volviera el paro a la vez que una fuerte inflación, así como la desindustrialización de muchas ciudades del norte. Ahora España se encontraba de nuevo ante una difícil encrucijada. 3. Emigración y subdesarrollo en Extremadura durante el franquismo. Durante los años 40 y 50 Extremadura sufrió de manera especial los efectos de la posguerra; no olvidemos, por ejemplo, que los llamados “años del hambre” coincidieron en nuestra región con malas cosechas entre 1943 y 1945. Así, hasta bien entrados los años 50 hubo en Extremadura una alta mortalidad por desnutrición y por enfermedades como la tuberculosis. En época franquista nuestra región sigue siendo una de las más atrasadas de España, con más del 50% de la población activa trabajando en el sector primario. Es cierto que ahora se roturan más tierras y se fomenta el cultivo del cereal, la vid y el olivo; pero el campo extremeño apenas está mecanizado y se trabaja con herramientas anticuadas. Los gobiernos franquistas inician, sin embargo, a partir de los años 50 una política de construcción de embalses y pantanos que culminará con el llamado Plan Badajoz. Dicho plan afectó a las comarcas del norte de Cáceres (Vegas del Tiétar y el Alagón) y sobre todo a la provincia de Badajoz (Vegas del Guadiana). Muchos campesinos de la zona recibieron parcelas de labranza y fueron instalados en poblados de colonización. No obstante, apenas recibieron medios ni dinero para explotar dichas parcelas, lo que hizo que, al cabo de varios años, abandonaran sus poblados y fueran a vivir a otras regiones españolas. Así pues, el Plan Badajoz trajo resultados mucho menores de lo esperado. Por otra parte, la industria y los servicios se encontraban muy poco desarrollados en nuestra región. En general, el nivel de vida de los extremeños era muy bajo, y no pocos subsistían gracias a las ayudas de los servicios de beneficencia, que aportaban a los más pobres comida, vestido y ayuda sanitaria. A partir de los años 60 se inicia una época de gran desarrollo de las regiones industriales españolas (sobre todo de Madrid, País Vasco y Cataluña). En Extremadura, por el contrario, la situación es tan dura que nuestra población emigra a dichas zonas. Perdemos a la mitad de nuestra población; sufrimos, pues una sangría demográfica que puede ser considerada sin duda el fenómeno más importante de nuestra historia contemporánea. La mayoría de pueblos extremeños pierde población (algunas comarcas más del 50%). Desgraciadamente, la emigración suele ser selectiva: son los jóvenes y los adultos quienes se marchan. Los ancianos se quedan aquí, lo que hace que nuestra región se empobrezca aún más. La emigración ha supuesto, no obstante, un cierto alivio para Extremadura, ya que gracias a ella hay menos paro agrario. Pero en realidad, nada ha mejorado. Durante los años 60 y 70 Extremadura sigue siendo una región atrasada y sin industria. El 60% de la población activa extremeña sigue viviendo de la agricultura y la ganadería. Sólo en los últimos años de la dictadura empieza a crecer un poco nuestro sector de servicios, a la vez que nuestra red viaria empieza a modernizarse. En 1960 se construyen la presa y la central hidroeléctrica de Alcántara, una de las primeras de España. En 1971 se abre la central nuclear de Almaraz. Poco a poco van aumentando los hospitales y residencias sanitarias y, por fin, en 1973, nace la Universidad de Extremadura.