Ser memoria viva de Jesús

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INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
Fundado por san Juan Bosco
y por santa María Dominica Mazzarello
Ser memoria viva de Jesús
Me dirijo a vosotras, queridas hermanas, con el corazón lleno de alegría y agradecimiento
después de la experiencia inolvidable vivida en la Inspectoría de Oriente Medio tras las huellas
de san Pablo. Todas habéis estado siempre presentes en mi corazón y en mi oración. En cada
encuentro he experimentado la profunda comunión que caracteriza a nuestra gran familia.
Habéis podido seguir de cerca las etapas de la visita y la fiesta de la gratitud a través de la
página web gracias a las hermanas del ámbito de la comunicación. No me entretengo, pues, en
recordarlas. Sin embargo, deseo agradecer los dones con que el Señor me ha colmado en este
primer período de servicio de animación del Instituto.
En los lugares donde Jesús vivió y en los que anunció la Buena Noticia, ha resonado con
mayor fuerza la llamada de la vida consagrada - recogida en las Actas del Capítulo general
XXII - a ser memoria viva de la forma de ser y de actuar de Jesús. Nuestra vida sólo tiene
sentido en la medida en que es un signo que revela a Jesús y hace visible su rostro. Por esto
deseamos experimentar cada vez más la atracción de la relación personal con Él, nos
comprometemos a responder al don de la Alianza con Dios y a despertar el deseo de darnos a
Él en la radicalidad de una vida casta, pobre, obediente, vivida en comunidad y entre las y los
jóvenes.
Al visitar los Países de Oriente Medio he sentido muy viva la urgencia del Instituto de llevar la
Buena Noticia del Evangelio hasta el confín de la tierra con la pasión del apóstol Pablo y de
nuestros Fundadores. He podido escuchar de nuevo el grito de los pobres que interpela
nuestro estilo de vida, nuestras opciones cotidianas.
El atractivo de la relación personal con Jesús
Estamos convencidas de que Jesús es el signo más sorprendente del amor de Dios, pero no
siempre, leemos en las Actas, es Él el centro de nuestra vida y misión (Cf. CG XXII 37).
Cada una de nosotras está llamada a ser memoria suya, a vivir como Él, para poder decir: «Y
ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí». Él «me amó y se entregó por mí» (Gal
2,20).
Todo lo que hago, pienso y digo, debería ser fruto de una relación viva y continua con Él,
centro de mi vida.
Para Pablo, la fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de forma personal; es ser
alcanzado por el amor de Jesús que lo trastoca todo en lo más íntimo y lo transforma, es el
impacto del amor sobre su corazón. (Cf. BENEDICTO XVI, Homilía 28/06/2008).
El Señor Jesús entra cada día en nuestra historia personal y comunitaria y nos llama a
pertenecerle totalmente, a dejarnos poseer por su amor y a velar para que ninguno se separe
de Él. La relación con el Señor es condición para ser signos legibles de su amor sobre todo
para las generaciones jóvenes.
El atractivo de la relación con Él consiste en captar su belleza y la sorpresa, pero también en
corresponderle de forma total y absoluta. No podemos experimentar la reciprocidad de un amor
tal si no nos ponemos a un nivel que implique todo nuestro ser y nuestros recursos hasta el
punto de que todo lo demás se vuelve secundario.
La relación está hecha de comprensión y amor. La instrucción de la Congregación para los
Institutos de vida consagrada sobre el servicio de autoridad y la obediencia invita a «buscar
cada mañana el contacto vivo y constante con la Palabra que en ese día se proclama,
meditándola y guardándola en el corazón como un tesoro, convirtiéndola en la raíz de cada
acción y en criterio primero de cada opción» (n. 7).
La escucha auténtica de la Palabra estimula a obedecer y actuar; a hacer brotar la justicia y el
amor, a ofrecer un testimonio profético que une “palabra de Dios y vida, fe y rectitud, culto y
compromiso social” (Cf. Actas CG XXII n. 28). Una palabra, por consiguiente, para la vida, que
se hace oración y se convierte en encuentro de corazones, adhesión amorosa a la voluntad del
Padre. De la relación con el Señor surge la adoración, el estupor, la experiencia de
pertenecerle, la acogida de la cruz como participación en su misión redentora. Surgen
sentimientos de gratitud, alegría, fe, confianza. El encuentro con Él nos convierte en discípulas
suyas y misioneras.
La época de fragmentación en que vivimos, la pérdida de los valores, la ausencia de
seguridades y de referentes son constataciones que nos afectan profundamente. Se nos ha
pedido que seamos centinelas que tengan vivo el deseo de Dios y encuentren este mismo
deseo en el corazón de tantas personas que buscan algo que calme su sed de infinito. Se nos
ha pedido crear comunidades que se transformen en espacios de fe, de oración, de expresión
de la caridad; comunidades que tengan como referente el evangelio y la palabra de Dios unida
a nuestro carisma, para que ilumine a cuantos se acercan a nosotras.
Recientemente, un laico que está compartiendo con nosotras nuestra misión me decía:
«Nosotros laicos os pedimos a vosotras, hermanas, que nos deis a Dios».
Ser de Cristo, considerarlo el centro de nuestra existencia, significa insertarnos en su misterio
pascual, vivir la eucaristía como fuente esencial de nuestra vocación. Con emoción
escuchamos de nuevo el llamamiento de Juan Pablo II a las personas consagradas: «Partir de
Cristo, centro de todo proyecto personal y comunitario: ¡éste es el compromiso! Encontradlo y
contempladlo muy especialmente en la Eucaristía, celebrada y adorada cada día, como fuente
y culminación de la existencia apostólica» (2/02/2001).
Para ser memoria viva de Jesús hay que entrar en este misterio viviéndolo como memorial,
como sacrificio, como convite (Cf. Al soplo del Espíritu, meditaciones del Rector Mayor a las
Capitulares pp. 87-114).
Convertirse en Eucaristía, pan partido para el hambre de las y los jóvenes, es el mayor signo
del amor de Dios porque requiere el don total de sí, exige hacer de nuestra vida una acción de
gracias, anunciar a Jesús y su amor con frescura y pasión, arriesgando, si es necesario, la
misma vida: «Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por los amigos» (Jn
15,13). El amor se traduce en el realismo y la concreción de la vida cotidiana.
La pasión por evangelizar
Nuestros Fundadores eran iconos vivientes de Jesús que dejaban traslucir su rostro; personas
apasionadas, capaces de transmitir la experiencia de un encuentro que los había transformado,
haciéndolos totalmente disponibles para servir al evangelio de la vida y de la alegría.
Don Bosco y María Dominica Mazzarello son para nosotras signos especiales del amor
preventivo de Dios; signos, para las y los jóvenes de nuestro tiempo, de un futuro abierto a la
esperanza. Queremos acoger su consigna: dar a Jesús a las y los jóvenes.
Muchos son los problemas que los preocupan, y a nosotras se nos hace difícil conseguir que
sintonicen con el evangelio. Pero creo que un primer obstáculo es, a veces, nuestra poca
esperanza, rendirnos antes de empezar; contar sólo con nuestras fuerzas, siempre
insuficientes ante la magnitud del deber que nos espera; la falta de fe en Aquel que puede
hacer nuestra existencia fecunda y con proyección de futuro.
Ciertamente, llevamos un tesoro en vasos de barro que pueden romperse en un momento,
pero sabemos que la fuerza de Dios se manifiesta en la fragilidad. Su amor se revela más allá
de nuestras caídas, de nuestros pecados. Por otra parte, no prediquemos de forma que
atraigamos la atención hacia la belleza del vaso, sino hacia Jesús crucificado. Si nosotras
somos frágiles, su amor es más fuerte.
Evangelizar a las y los jóvenes no es, en principio, cuestión de enseñar doctrina – aunque esto
sea necesario y requiera competencia - sino de testimoniar una fascinación interior. Como
miembros creyentes de la comunidad educativa somos personas que hemos encontrado a Dios
en la intimidad de nuestro corazón. Juntas debemos expresar la alegría de estar habitadas por
él, que cada día nos sorprende con su amor. Un amor a veces exigente, marcado por la cruz.
Anunciamos a Cristo crucificado, no a un Dios aislado en su grandeza, sino a un Dios que ha
venido a compartir, a ofrecernos la libertad, a llevar la vida hacia su plenitud. El precio es alto,
pero es liberador.
Creo importante que nos hagamos algunas preguntas y juntas busquemos los pasos que hay
que dar, pidiendo la gracia de vivir la misma ansia evangelizadora de san Pablo que nuestros
Fundadores sintieron con urgencia: ¿Cómo presentar a Dios a los jóvenes de hoy de manera
que su amor sea visible para ellos? ¿Cómo demostrarles que no nos preocupa tanto nuestro
futuro, como su auténtica felicidad? ¿De qué manera podemos implicar a las y los jóvenes en
un proyecto de santidad que es proyecto de vida plena y abundante?
En muchos casos se trata de despertar el deseo escondido o adormecido en el fondo de su
corazón. Quizás nunca como hoy la humanidad, los jóvenes, están a la espera de la buena
noticia del evangelio: la comunicación de la alegría de Dios que hace sentirse amados y
bendecidos, esperados por Él y enviados a irradiar su amor.
Que Jesús nos ayude a no tener miedo de las fuertes propuestas que interpelan, como Él
mismo ha testimoniado en todas sus relaciones.
Para hablar al mundo, a las y los jóvenes con autoridad, es necesario vivir la experiencia del
amor de Dios, escuchar su palabra y ponerla en práctica, ser coherentes entre lo que
profesamos públicamente y lo que concretamente vivimos, testimoniar que somos mujeres de
Dios, habitadas por la verdad y el amor. Nuestra credibilidad surge de vivir el mandamiento
nuevo de Jesús: «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he
amado.» (Jn 15,12).
En la misión educativa pasaremos quizás un tiempo sin pescar nada de inmediato, pero
aprenderemos que sólo el Señor da fecundidad y que, sin Él, no podemos hacer nada.
Ser iconos vivientes de Jesús permite evangelizar la vida y las relaciones, dar esperanza a los
sueños, proyectar confianza en un futuro marcado por el amor.
Y, por supuesto, requiere la audacia de la revisión.
Para ser memoria viviente de Jesús un poco más cada día necesitamos abrirnos al don de su
presencia en nosotras y comprometernos a dar respuestas concretas a sus llamadas siempre
nuevas. Me parece importante que examinemos con valentía el camino personal y comunitario,
como sugiere el CG XXII. Para ser eficaces, la revisión debe ser realista, abierta a la
esperanza, abierta al misterio de Dios que atraviesa nuestra vida. Este tipo de revisión no se
limita a nuestras discusiones y a nuestros razonamientos.
Ser memoria viva de Jesús es posible a toda edad, en toda condición y ambiente de vida.
Es cuestión de fe y de confianza en las semillas del Verbo presentes en nuestra realidad.
Requiere amar, servir, animar; morir y resucitar, es decir, vivir en sintonía con el corazón de
Cristo para ser testimonios de Él, personas que revelan su rostro porque están revestidas de
sus sentimientos, como también advertía María Dominica (Cf. C 26,4).
La pregunta fundamental en nuestras revisiones será si estamos contribuyendo a la creación
de un mundo más humano partiendo de los valores evangélicos; si nuestra vida, tal como la
estamos viviendo, tiene sentido y vale la pena vivirla.
La vida nace del amor y del amor crucificado. Y se multiplica, se hace contagiosa. Por esto, no
es cuestión de preguntarnos si sobreviviremos, si tendremos vocaciones, si habrá futuro para
nosotras. Nuestro futuro es Dios. La fe en Jesús no nos garantiza vivir seguras, sino
enamoradas. Cada día debe ser posible un despertar en su amor. El amor es la fuerza que
vence la dureza de nuestro corazón y el individualismo. El amor evita llevar una existencia
satisfecha en el cómodo refugio de una comunidad confortable, que nos evita cualquier
molestia.
Al compartir la revisión debemos preguntarnos si nuestro modo de vivir es verdaderamente una
profecía para la sociedad; si representa una alternativa a ese ritmo a veces frenético y al
cúmulo de necesidades individuales, de fragilidad y de aburrimiento, del mundo en que nos
hallamos.
La revisión debe poder indicar con sencillez y claridad hacia dónde nos dirigimos con nuestras
opciones cotidianas, con nuestros proyectos comunitarios. Sin que por esto se convierta en un
espacio para juzgarnos unas a otras: todas nos hemos de mirar a la luz de la Palabra de Dios.
El realismo en la revisión permite considerar los problemas y las dificultades, identificar los
puntos débiles asumiéndolos como recursos con los que Dios apuesta para lanzarnos hacia
adelante, hacia el futuro que está hecho de proyectos, sí, pero sobre todo, de disponibilidad de
nosotras mismas para testimoniar el absoluto de Dios en nuestra vida.
Una vida en la que la castidad se vive con el corazón abierto a todos, desprendido y por esto
alegre; la pobreza no produce muchas discusiones, sino que es una realidad del corazón que
genera alegría; la obediencia es búsqueda apasionada del querer de Dios en clima de diálogo y
de discernimiento.
Las Actas del CG XXII nos ofrecen dos grandes orientaciones. Quisiera brevemente recordar la
segunda: Pobreza y comunión de bienes. No puede faltar la revisión de esta dimensión: lo pide
el estilo de vida que hemos abrazado; lo pide, con urgencia, el contexto mundial de
empobrecimiento en el que vivimos.
La crisis financiera esconde una crisis cultural que ahora afecta a muchos países del mundo.
Para nosotras, puede ser la ocasión providencial para reflexionar sobre nuestro estilo de vida
también en lo concerniente a los compromisos de solidaridad con los países más pobres.
Tal vez nuestra pobreza se queda en un generoso ideal sobre el papel, pero que en realidad
nos afecta muy poco. Sobre todo que no dice nada a la gente que nos ve vivir en comunidad
con un tenor de vida lejos del de los pobres.
Tenemos una magnífica oportunidad para reflexionar sobre la verdad de nuestra opción
evangélica, no solo a través de las grandes decisiones, por supuesto necesarias, sino en las
pequeñas opciones diarias, testimoniando una mentalidad que se adapta a la de Cristo: ser del
mundo y para el mundo, pero no del mundo.
Sólo así nuestra vida se convierte en signo profético bajo la acción del Espíritu Santo. De este
modo el miedo, el conformismo, la rutina darán paso a la audacia, a la creatividad evangélica,
signos de la presencia del Espíritu que nos convierte en testigos creíbles de Jesús.
El 24 de mayo estaré en Turín con las hermanas del Consejo. En la basílica de María
Auxiliadora tendremos un recuerdo especial por todas vosotras. Confiaremos a María el
renovado deseo de servir al Señor con alegría, de ser como Ella iconos vivientes de Jesús.
Roma, 24 de mayo de 2009
Afma. Madre
COMUNICACIONES
Erección de nuevas Inspectorías
Durante la sesión plenaria del Consejo (enero-marzo 2009) se erigieron en Inspectorías las
siguientes Visitadurías:
CEL
CMY
MDG
TIN
VTN
Visitaduría Rep. Checa_Lituania “María Inmaculada”
Visitaduría Camboya_Myanmar “María nuestra Ayuda”
Visitaduría Madagascar “María Fuente de Vida”
Visitaduría Timor-Indonesia “Santa. María D. Mazzarello”
Visitaduría Vietnam “María Auxiliadora”
Nuevas Inspectoras
África
Inspectoría África central “Ntra. Sra. de África”
Sor Bernadette Chongo Cola
AFC
Inspectoría Madagascar “María Fuente de Vida”
Sor Ciriaca Hernández
MDG
América
Inspectoría Antillana “San José”
Sor Carmen María Figueroa
ANT
Inspectoría Haitiana “Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro”
Sor Marie Claire Jean
HAI
Visitaduría Canadiense “Notre Dame du Cap”
Sor Elisabeth Purcell
CND
Inspectoría Camboya-Myanmar “María nuestra Ayuda”
Sor Teresita de Jesús García
CMY
Inspectoría Filipina “Sta. María D. Mazzarello”
Sor Sarah García
FIL
Inspectoría India “Sta. María D. Mazzarello”
Sor Wilma De Souza
INB
Inspectoría India “María Auxiliadora”
Sor Mary Pettayil
INC
Inspectoría Timor-Indonesia “Sta. María D. Mazzarello”
Sor Paola Battagliola
TIN
Inspectoría Vietnamita “María Auxiliadora”
Sor Teresa Uong thi Doan Trang
VTN
Inspectoría Rep. Checa-Lituania “María Inmaculada”
Sor Marie Tkadlecová
CEL
Inspectoría Polaca “María auxiliadora”
Sor Halina Lewandowska
PLA
Asia
Europa
Inspectoría Española “María Auxiliadora”
Sor María Nieves Reboso
SSE
Visitaduría Europa Este - Georgia “Madre de Dios”
Sor Malgorzata Pietruszcak
EEG
Inspectoría Lombarda “Sagrada Familia”
Sor María Grazia Curti
ILO
Inspectoría Emiliana Ligur Toscana “Madonna del Cenacolo”
Sor Celestina Corna
ILS
Inspectoría Meridional “Madonna del Buon Consiglio”
Sor Marinella Scano
IMR
Inspectoría Piamontesa “María Auxiliadora”
Sor Angela Schiavi
IPI
Inspectoría Romana “San Juan Bosco”
Sor Rosaria Tagliaferri
IRO
Inspectoría Siciliana “Madre Magdalena Morano”
Sor Anna Giovina Raciónale
ISI
Inspectoría Trivéneta “Sta. María D. Dominica”
Sor Marisa Chinellato
ITV
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