INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA Fundado por san Juan Bosco y por santa María Dominica Mazzarello N. 910 Testimonio profético de la pobreza El Espíritu Santo continúa ayudándonos a descubrir los destellos de luz presentes en el CG XXII, que nos indicó dos orientaciones fundamentales: la continuidad del proceso de renovación vital y la pobreza y comunión de bienes: Me entretendré con vosotras en ésta última, si bien las dos orientaciones se exigen mutuamente. En efecto, la renovación nos lleva al testimonio profético de nuestra vida de consagradas salesianas. La pobreza evangélica es el signo que más pronto capta la gente y también la primera condición para seguir a Jesús. El voto de pobreza hace que nuestras casas sean abiertas, acogedoras, donde todos pueden encontrar hospitalidad, especialmente las y los jóvenes. Somos conscientes, queridas hermanas, de que la mayor pobreza que sufre el mundo es la pobreza de amor. El Instituto está llamado a mostrar el rostro materno de la Iglesia, a ser portador de vida y de un humanismo cristiano centrado en la persona. Los desastres naturales y las violencias que han afectado a varios Países en estos últimos meses hacen todavía más agudo el grito de la humanidad: un grito ansioso de comunión, de solidaridad, de dignidad e inclusión, pero también el grito de quien tiene sed de agua viva, sed de amor, sed de Dios. Queremos ser en el mundo presencia amorosa de Cristo que nos ha revelado el rostro de Dios como Padre nuestro, Padre de todos. Podremos aspirar a ello si somos discípulas de Jesús pobre, compartiendo lo que somos y tenemos para un renovado impulso misionero. Discípulas de Jesús pobre Ser memoria viva de Jesús, de su modo de ser y de obrar requiere que vivamos como él, como personas itinerantes que lo siguen por los caminos exigentes del amor, de la libertad, del servicio y de la entrega. Es aprender a proclamar con la vida que el Señor es nuestro único bien. Un bien que queremos compartir siendo misioneras de la Palabra en las diversas fronteras de la misión, hasta los últimos confines de la tierra (cfr. Actas CG XXII 37.2). Jesús nace pobre. Vive como pobre. Los pobres son sus preferidos. Aconseja que lo sigamos con una vida de pobres. Él comparte la pobreza fundamental de la persona humana, asume hasta el fondo nuestra precariedad humillándose a sí mismo y entregándose voluntariamente como don por nosotros. Nos ha enseñado así una nueva manera de estar cerca de Dios: la sencillez, la confianza, el abandono a la providencia del Padre, la gratitud, la humildad, el anonadamiento, el servicio y la gratuidad. Jesús no tiene lugar donde reposar la cabeza. Su casa es el camino, púlpito desde el cual proclama el amor de Dios y se inclina hacia los sufrimientos de la gente. Curando a los enfermos y anunciando que el Reino de Dios está cerca. El camino es el lugar donde encuentra a las personas que Él llama para que le sigan más de cerca. La condición es que dejen sus riquezas, sus bienes; mejor aún, que los vendan y den el dinero a los pobres. Los discípulos de Jesús están llamados a vivir sin nada propio, para ganar en libertad y dedicarse incondicionalmente a la misión, recordando las palabras del Maestro: «El que pierda la propia vida por mi causa y la del evangelio, la salvará.» (Mc 8,35) Nuestras Constituciones subrayan que la FMA, «renovando continuamente a Dios el ofrecimiento de su capacidad de amar, del afán de poseer, de la posibilidad de regular su propia existencia, alcanza la libertad interior.» (C 11). El Proyecto formativo del Instituto presenta la pobreza evangélica en la óptica de la gratuidad del amor. En efecto, nuestra opción preferencial es por las y los jóvenes pobres y abandonados que no pueden darnos nada a cambio. Para entrar en relación con ellos es necesario que seamos pobres nosotras también. Don Bosco asocia la fecundidad de nuestra Familia religiosa a la práctica alegre de la pobreza y afirma: «El Instituto tendrá un gran porvenir si os mantenéis sencillas, pobres, mortificadas.» (Cron. I, 306). Una de las mayores preocupaciones de María Dominica en el lecho de muerte era que las FMA, habiendo dejado el mundo, no se construyeran otro en casa (cfr. Cron. III, 378). Libertad, gratuidad y alegría son características de la pobreza evangélica. Al abrazarla reconocemos que el amor de Dios llena totalmente nuestro corazón poniéndolo a disposición de los otros. Pasión por Dios y pasión por la humanidad van siempre unidos. Nuestra entrega total es posible si vivimos con corazón pobre y agradecido. La Eucaristía que cada día celebramos nos inserta en el horizonte del agradecimiento y de la entrega: actitudes que generan una explosión de libertad gozosa. Quien vive a nuestro alrededor percibe entonces que, a pesar de las incertidumbres y las dificultades de la vida, nosotras nos sentimos en casa. Una casa abierta con puertas y ventanas abiertas de par en par para escuchar el grito del mundo, para descubrir a quien yace al borde del camino y, con Jesús en el corazón y en la vida, ser buenas samaritanas que se arrodillan para curar las heridas de las personas que encontramos en la vida cotidiana. La alegría que brota del Magníficat de María revela que la lógica de Dios es distinta de la del dominio y del poder: Dios está de parte de los pobres y de los excluidos, los levanta hasta sí, les ofrece un horizonte de esperanza y la alegría de sentirse amados por Él. La alegría y la libertad de la entrega son la constatación de que somos discípulas de Jesús. ¿No es así en nuestra vida personal y comunitaria? Compartiendo lo que somos y tenemos Don Bosco entendía que la pobreza había que tenerla en el corazón para practicarla. Tal práctica tiene una doble dimensión: personal y comunitaria. Nuestras constituciones presentan así nuestra vida de amor: «Cada una de nosotras es responsable personalmente de cuanto ha prometido al Señor. Practique, por tanto, el desprendimiento y la dependencia inherente a toda pobreza, liberándose del individualismo y del deseo de poseer… Ponga de manifiesto también la pobreza con un fuerte sentido de pertenencia a la comunidad y una solicitud fraterna por las necesidades de las hermanas.» (C 21) Compartir lo que somos y tenemos es propio de nuestra vocación de seguir a Jesús con donación radical, sin pretender recuperar poco a poco aquello que un día entregamos. Con la vocación de FMA pertenecemos a Jesús y a la comunidad creada en su nombre. No podemos hacer opciones sin contar con ella. De todo - talentos, recursos, bienes, tiempo -, estamos obligadas a dar cuenta a la comunidad. De hecho, cada una «debe poner entre los bienes comunes, al servicio de la misión del Instituto, cuanto recibe por su propio trabajo o como regalo, o por pensiones, ayudas, subvenciones y seguros… De este modo cada hermana “es considerada literalmente como si nada poseyera.”» (C 19) La pobreza obliga no sólo en el plano del tener, sino del ser. La pertenencia a la comunidad implica sentirse todas dentro de la misma barca: la de una humanidad frágil, redimida por Jesús y entregada a él cada día. La FMA – leemos en las Constituciones «acepte con serenidad los límites propios y ajenos, poniendo su seguridad únicamente en Dios.» (C 22). Nuestras pobrezas, nuestros límites, no deben por esto desanimarnos. De hecho, son el espacio elegido por el Señor para hacerse presente en nosotras. A propósito de esto, es valiosa la expresión de un Autor: “Polvo, acuérdate de que eres esplendor.»(“Polvere, recordati che sei splendore.”) Jesús pone cada día nuestro corazón en su sitio, purificándolo y ensanchando sus límites. Por esto la que es pobre está dispuesta a tolerar y a acoger las diferencias sin considerarlas una amenaza. Está abierta y disponible. No teme la precariedad ni la inseguridad. Sabe asumirlas. Nuestras comunidades están llamadas a dar testimonio creíble de pobreza y a hacer valientes y frecuentes revisiones de ello. Están llamadas a llevar una forma de vida sobria y austera. Con estilo salesiano de sencillez y alegría (cfr. C 23 y Actas CG XXII, n.42, 2). Con la pobreza voluntaria, propia de las bienaventuranzas evangélicas, nuestras comunidades manifiestan una economía de entrega, de circulación de bienes, de comunión. La economía basada exclusivamente en los bienes materiales es una economía de dominio y de posesión. La economía del don es criterio evangélico que favorece la relación filial con Dios y provoca una gozosa libertad de espíritu que se manifiesta en la calidad de las relaciones interpersonales y en el impulso misionero. Ponerlo todo en común es condición para vivir realmente el espíritu de familia y para ofrecer de él un signo visible. También nuestro lenguaje cambia a la luz de este criterio porque se convierte en un lenguaje de personas reconciliadas, continuamente dispuestas a acoger la riqueza de la diferencia y a utilizar palabras que construyen puentes. La pobreza de espíritu nos despoja de la presunción de estar juntas solo porque compartimos las mismas ideas y nos lleva a acogernos recíprocamente como don. Muchas de nosotras han dejado su Inspectoría para vivir con personas de otros países y de otras culturas. La internacionalidad es señal de que Dios, Padre de todos, vive en medio de nosotras y significa que cada una puede sentirse siempre y en cualquier parte en familia, respirando a pleno pulmón aires de hogar. En un mundo marcado por rivalidades, divisiones, renacientes nacionalismos, las comunidades religiosas pueden representar la profecía de una humanidad que vive convocada por la palabra de Dios-Amor, fuente de unidad y comunión universal entre las personas, más allá de toda diferencia y frontera. (cfr. Caritas in veritate n. 34) Por un renovado impulso misionero Renovar nuestra opción de ser pobres nos ayuda a desplegar la pasión por el carisma y la alegría del don gratuito, sin reservas. Somos pobres para amar más, especialmente para dedicarnos con corazón libre a la misión entre las y los jóvenes más necesitados. Junto a Jesús, buen Samaritano, aprendemos el arte de la compasión, del corazón que ve y se ocupa de ellos. El evangelio es la buena noticia destinada a los pobres. Dios está a su lado, los ama con tierno corazón, quiere su felicidad. En Jesús formamos una única familia de hijos amados y bendecidos por Dios que anhelan vivir en comunión. «Es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar este impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación. Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación.» (Caritas in veritate n. 53) Nuestras comunidades educativas pueden ser el lugar donde experimentar este nuevo pensamiento, basado en la concepción de una relación que no excluye, sino que considera a todos hermanos y hermanas para amar en una reciprocidad que enriquece mutuamente. Al contrario, podemos decir que somos evangelizadas por los pobres en el sentido que ellos son nuestros maestros. Los pobres y los pequeños nos regalan el gusto de lo esencial, la sabiduría del dolor, la paciencia del abandono. Su vida dura es un continuo ejercicio de resistencia, y nos dan una lección al desenmascarar nuestras necesidades tal vez exageradas y el aburguesamiento ambiental que desafía a nuestras comunidades. No se puede hablar de pobreza sin pensar en María, riqueza de la humanidad, la pobre de Yahvé que canta las maravillas de Dios, la mujer que da voz a los pobres con su canto del Magníficat. En un mundo que va empobreciéndose cada vez más, dar voz a los pobres no significará continuar atendiendo sus necesidades primarias, sino dar pasos firmes hacia el reconocimiento de su dignidad y el cumplimiento de los derechos humanos, trabajando por erradicar las verdaderas causas de la pobreza, como se subraya en el documento del Instituto Cooperación en el Desarrollo, que os invito a profundizar. La educación es una misión enormemente significativa en la lucha contra la pobreza. En efecto, educar es levantar a la persona, ofrecer los instrumentos para su crecimiento y su autonomía. Es reconocer las situaciones de injusticia que castigan a muchos alejándolos cada vez más de la inclusión, el intercambio recíproco, la paz. El Sínodo para África/Madagascar (4-25 octubre 2009) expone con claridad la situación de marginación de innumerables pueblos. Nosotras mismas somos testigos de ello en muchas partes del mundo. Entre las diversas formas de indigencia, una de las más radicales es la pobreza de significados que impide sobre todo a las y los jóvenes proyectar el futuro. La educación es el camino más eficaz para combatir la pobreza. Educar en el espíritu del sistema preventivo favorece el protagonismo de los pobres, particularmente de las y de los jóvenes, ayudándolos a ser conscientes de las causas de su pobreza; ofrece una respuesta de valores humanizante y abierta al anuncio del evangelio; los hace responsables de la transformación de los ambientes en que viven y promueve su inserción en los ámbitos productivos y de decisión. En este compromiso se apoya el testimonio de hermanas que han cruzado los océanos para compartir experiencias de solidaridad evangélica y misionera, incluso arriesgando la vida para defender a los más pobres en sus derechos fundamentales. El impulso misionero en el Instituto no nace de la sobreabundancia de personal, sino de la capacidad de arriesgarlo todo por Jesús, no descansando hasta que Él no esté anunciado en cada rincón de la tierra. El superávit que necesitamos hoy es el de un amor con que vencer los cálculos humanos y abandonarnos confiadamente a la providencia del Padre, dejándonos llevar por el viento del Espíritu. Él es la fuente de la creatividad que hoy necesitamos. En este sentido, como afirma Sandra Snaiders, los votos religiosos no solo generan un mundo diferente, sino un modo distinto de estar en el mundo: un mundo de perdón infinito; un mundo de igualdad y de dignidad para todos. (cfr. Actas Congreso VC p. 204) Al agradeceros los muchos signos de solidaridad que me habéis hecho llegar, os invito, queridas hermanas, a retomar punto por punto las propuestas en que se articula la orientación n.2 sobre la pobreza y comunión de bienes. Haciéndome eco de las palabras de nuestros Fundadores, he de deciros que el carisma será vital y el Instituto tendrá futuro si podemos testimoniar con alegría que sólo Dios basta y que todo cuanto tenemos no es nuestro sino de las y los jóvenes pobres. Contamos con la ayuda y el apoyo de María. Como Madre, ella es feliz compartiendo con sus hijas el secreto de la alegría que brota del ser pobre, humilde sierva del Señor. Roma, 24 mayo 2010 Afma. Madre Sor Yvonne Reungoat Nuevas Inspectoras África Inspectoría África Ecuatorial “Sta María D. Mazzarello” AEC – Sor Luisa Moscoso Inspectoría África Oeste “Madre de Dios” Vizzi AFO – Sor Maria Ausilia Europa Inspectoría española “Virgen del Camino” SLE – Sor Teresa de J. Rubio Inspectoría Irlandesa “N. S. Reina de de Irlanda” IRL – Sor Mary Doran