Un puente tendido en el vacío Rosalba Oxandabarat Periodista del semanario uruguayo Brecha. Vivió en el Perú entre 1974 y 1985, periodo en el cual colaboró en diversos medios, entre ellos en El Caballo Rojo suplemento dominical del Diario de Marka- que dirigía el poeta Antonio Cisneros. Mantiene desde entonces una relación entrañable con el Perú. Con ocasión de la crisis de los rehenes fue comisionada por su periódico para cubrir desde Lima el acontecimiento. Un comando del MRTA captura la embajada del Japón en Lima, tomando en rehenes a cerca de 800 invitados. En el calor casi tropical que asfixia a un Montevideo afanado en tareas pre-navideñas, a mediados de diciembre, compruebo -una vez más- que el Perú no dejará nunca de sorprenderme. ¿No estaba liquidada la subversión? ¿No comenzaba el país -con un alto costo de desocupación y pobreza, claro está, pero esas palabras están referidas al Perú desde que conozco el Perú- a enrumbarse en una economía aclarada en sus relaciones con el capitalismo internacional -es decir, el mundo? ¿No comenzaba la dolorida legalidad a buscar sus espacios, a tratar de enrumbar sus confusos entuertos para ubicarse en una institucionalidad creíble? ¿No hay flores hasta en el zanjón, Miraflores y Barranco no lucen radiantes, no dicen que Lima se apresta a festejar su 462 aniversario remozando su desvencijado casco colonial? Pozo de sorpresas, tan antiguo, y tan joven como su población que crece desbordadamente. No sólo el señor de Sipán, enseñando-una vez más- la desmesura de un pasado aún no conocido. Hay que recordar que el original Perú mostraba una dictadura reformista y con discurso popular, cuando las dictaduras de extrema derecha asolaban el Cono Sur; que deja llegar al poder al partido eternamente proscrito, hundiendo en la nada electoral a sus anteriores gobernantes, sólo para acabar en desastre; que fabrica una guerrilla de corte terrorista, disparando al centro de la vieja mitología romántica de los buenos guerrilleros (el Khmer Rouge liquidando al Che Guevara); que un ingeniero desconocido y de apellido japonés gana las elecciones a uno de los dos o tres escritores más famosos del mundo. Y así sigue, no hay que hacer la historia de los peruanos para los peruanos, pero deben comprender que desde el pequeño y a su manera rígido -por clasemediero y reglamentadoUruguay, este tamaño de país y sus sorprendentes cambios, y el matiz peculiar que le imprimen a cada uno, es una permanente fuente de sorpresas. Obliga a revisar el sentido del diccionario político, agregando a cada palabra una serie de matices diferenciales, como en esos complicados idiomas donde la misma raíz puede dar origen a cosas absolutamente distintas, mediante el agregado de ciertas terminaciones. ¿Qué terminación serviría para este golpe audaz, publicitario, el gran golpe, en términos de lucha armada latinoamericana, y sin embargo una suerte de puente tendido en el vacío, puesto que lo que se lee, se oye, se ve y se respira en Lima no puede ser más ajeno al Desco / Revista Quehacer Nº 105 /Ene-Feb 1997 pathos épico de la guerrilla? No parece ser, este tiempo, el de las grandes agitaciones sociales, el de la rebeldía acechando el sueño siempre nervioso de los más jóvenes. Después de lo sucedido en el Perú desde 1980, ¿cuántos espíritus dispuestos al «patria o muerte venceremos» podrá encontrar éste u otro grupo que opte por la lucha armada? Cerpa Cartolini y su milicia adolescente mandan señales desde la embajada del Japón, y esos gestos y palabras parecen emerger de un tiempo lejano, de los aires furibundos de los sesenta, pero frente a cámaras y reporteros de fin de siglo, y policías y soldados ídem: policías y soldados fogueados en la lucha antisubversiva, muy seguros de su papel, no aquellos soldaditos aterrados que iban a Ayacucho al comienzo de los ochenta. Dos tiempos históricos, a uno y otro lado de los cordones de seguridad. ¿A cuál de los dos favorece el transcurrir de este otro, el presente, que los engloba a los dos y busca -más allá de los ánimos negociadores o no del gobierno- unirlos en una solución final? De pronto el error está en escuchar sólo a Lima, la gran caja de resonancia. Bueno, hasta a los omnipotentes servicios de inteligencia les pasó. En no entender los signos que pueden esconderse en las selvas donde otras leyes y otros horizontes -este país de muchos países- parecen regir la vida de las gentes, o los que brotan y circulan en las cárceles, donde los presos por subversión viven su cautiverio frente a una sociedad saturada, que con excepción de los organismos de derechos humanos y algún parlamentario, prefiere olvidarse de ellos. Otros guerrilleros en otros tiempos hubo que, con menos medios comunicacionales a su disposición, gozaron sin embargo de la solidaridad, el respeto y hasta cierta fuerza mitológica frente al resto del mundo. El Che fue el paradigma, pero no el único. Estos presos de los años noventa son en cambio para los peruanos (o una mayoría de ellos, o al menos una inmensa cantidad de ellos), los culpables del infierno que desató el terror y legitimó la mano dura oficial durante demasiado tiempo: para ellos el olvido, en el más cristiano de los casos, la compasión. ¿Puede esta soledad en rebeldía desconocerse a sí misma hasta eliminar la primera parte de la ecuación y quedarse sólo con la segunda? «Exigimos», dice Cerpa desde la embajada y desde la fuerza que le dan sus rehenes. Pero, además de sus camaradas, ¿cuántos lo acompañan? Quizás el espesor del muro de las cárceles y de la selva impida conocer el run run callejero, escuchar que la gente quiere mejorar su vida pero difícilmente ofrendarla en aras de un justiciero futuro; que quién querría ahora «uno, dos, tres, muchos Vietnam» cuando el referente fue tan horroroso -y de consecuencias tan poco edificantes-; que los campesinos, los obreros y los desocupados son por lo general pragmáticos y enemigos de las aventuras bélicas, a menos que un tremendo vendaval de esos que se arman en la historia muy de vez en cuando, los azote. Los solitarios de la selva y los solitarios de las cárceles sueñan de pronto en recomponer, solitos ellos, un huracán de éstos. Cerpa Cartolini y sus muchachos en la embajada, con la tremenda difusión obtenida, se imaginan, probablemente, en medio de uno. Pero afuera el viento veraniego es muy suave. Ahora, este país de sorpresas, huaicos y terremotos, siempre le da un susto a uno. Es fácil comprobar, por el tenor de algunos artículos publicados en ciertos medios de prensa, y por los movimientos militares en torno a la embajada, que los que sueñan en bélico no son sólo los guerrilleros. Qué tremenda desgracia para esta patria que, como en las películas de ciencia ficción, los sueños armados de los que saben apretar gatillos coincidan en un puente criminal, por encima de las tranquilas almohadas de las gentes pacíficas. Es claro que ni el Desco / Revista Quehacer Nº 105 /Ene-Feb 1997 gobierno, a quien asiste el derecho, ni los guerrilleros, a quienes asiste sólo la realidad de que tienen a setenta personas en sus manos, quieren declararse en derrota frente al otro. El mito del hombre fuerte, el mito del triunfo, siempre peligroso, amenazan la vida de los rehenes. La autoconciencia de los contendores, el tributo a la «imagen», paralizan una solución que ya debió lograrse, bajo la única fórmula saludable: se pierde pero se gana. Tantas vidas son una ganancia, bien valen un aparente traspié, que una auténtica grandeza siempre podrá asumir con altura. (Derrotados hay en la historia cuya memoria bien quisieran para sí, hoy, muchos triunfantes olvidados.) Sumida en el desconcierto del Perú no será la primera vez- espero signos de paz que quizás no lleguen. Lima, 30 de enero de 1997 Desco / Revista Quehacer Nº 105 /Ene-Feb 1997