Schujer, Silvia y Oche Califa Desgrabación completa de una entrevista realizada por Juan José Panno, María Vicens y Belén Andreozzi el 21 de marzo de 2007. - ¿Hay una fórmula para escribir literatura infantil? - Oche Califa: La literatura para chicos se constituyó en un género. Por lo tanto tiene fórmulas, clisés y determinadas reiteraciones, variaciones, variedades temáticas, motivos. Eso es indudable, pero no lo es desde el pasado remoto a hoy, en ese sentido es un género más moderno. Otra cosa son los cuentos de los Hermanos Grim, que terminaron deviniendo en las formas de adaptación moderna, con versiones y reversiones. - Silvia Schujer: Yo me pregunto, ¿por qué se solicita la fórmula de cómo escribir literatura infantil, y no se le hace esa pregunta a otros géneros? Eso a mi me preocupa, porque el proceso creativo tiene la misma complejidad, desde el punto de vista de lo que pasa adentro de uno, para después plasmar su texto. - ¿Y cómo es ese proceso creativo en vos, Silvia? - Schujer: A mí se me aparece una imagen, y con ella una historia, que ya trae en sí a sus posibles lectores. Si es una historia con un conflicto muy sencillo, seguramente será contado con pocas y simples palabras. Esto no quiere decir menos bellas; tampoco que no exijan una bonita combinación. Si la trama es más compleja, necesariamente va a requerir de un vocabulario y otros recursos, lo que supone que tendrá otros lectores, otra experiencia lectora. Por eso en general lo primero que pienso y trabajo es la historia. Mi trabajo principal es hacer funcionar esa historia, no hay preguntas externas. - ¿Cómo es la relación entre la literatura infantil y el mercado editorial? - Califa: La literatura infantil es un género que la mayoría de las veces la define quien la lee. Uno está dirigiéndose a lo que hoy en términos capitalistas llamaríamos “nicho de mercado”, que es la franja de la infancia, también una construcción bastante moderna: la educación para los niños, la cultura para los niños…En el entramado de educación y literatura se ha construido una gran parte de la literatura que se dirige a ellos. Por eso uno nunca debe perder de vista, como escritor, quien es el receptor de lo que uno escribe. Pero no es el único caso. Todavía existe, de una manera muy esbozada, la literatura femenina (un invento del siglo XIX). Por fuera de la literatura están las revistas, claro, pero también hay novelas románticas que están dirigidas a un imaginario público femenino. - ¿Cuándo empieza en la Argentina la literatura infantil como género? - Califa: No es tan fácil hacer un rastreo en términos específicos, pero en la medida en que una sociedad empieza a ubicar a los niños como un sector del que debe ocuparse, encargarse de ir construyendo la futura sociedad, dirige a ellos esfuerzos escolares y artísticos en general. En ese punto empiezan a aparecer producciones, no sé si “literatura” desde una perspectiva moderna, pero que piensan al chico como su destinatario. Eso ya a fines del siglo XIX está pensado: hay publicaciones, productos dirigidos a los niños, y a principios de siglo XX está más o menos constituido porque la escolaridad en la Argentina ubica a los chicos en un sector del que hay que ocuparse. - ¿Piensan que un rasgo moderno es que la literatura infantil tiene que tener más imaginación que enseñanza o moraleja? ¿Cómo se da esto en Argentina? - Schujer: María Elena Walsh es la que hace un aporte muy grande. Ya hay una previa con Horacio Quiroga u otros autores, que no necesariamente escribían para chicos pero destinaron una parte de su obra a ellos. Pero creo que la que hace el gran aporte es María Elena Walsh, ella ingresa el disparate en la literatura; digamos que la desescolariza un poco. Igual, la literatura de Walsh sigue siendo escolarizada pero ella es la que le da una intención más literaria. La nombro como hito y gran cambio, a partir del cual se empiezan a subdividir las aguas después. Después de ese quiebre pasa un tiempo, ya que en el medio está la dictadura militar. Y empiezan a aparecer los cuentos del Chiribitil, a haber algunos movimientos, pero me parece que sale con mucha más fuerza en el 83´, con la vuelta de la democracia. Pienso que porque los que escribían por lo bajo los años anteriores, comienzan a emerger. Pocos años después, yo también me meto entre los escritores infantiles. - Oche, vos ya escribías literatura infantil en la época del proceso, ¿no? - Califa: Escribí cuentos para El Chiribitil durante la dictadura pero, como era un trabajo que se adelantaba mucho, mis escritos no salieron porque se interrumpió la colección. Pero ahí empecé y después fui a Billiken. - ¿Había en esos textos alguna crítica escondida dirigida al gobierno militar? - Califa: No. La dictadura, en general, estaba conformada por elementos bastante brutos, para decirlo de alguna manera más llana Cazaban un mosquito y no veían un elefante. En esta medida hubo una producción cultural alternativa genuina, más allá de la persecución, el miedo y la censura. Había bastante. A mí se me cayó una lagrima el año pasado, cuando falleció Iván Grondona, el actor. Porque nadie recordó que él impulso durante la dictadura La casona de Iván Grondona, un centro cultural que estaba a media cuadra del bar La Paz. Era un juntadero de gente joven en la música, la literatura y el teatro, y todo esto ocurría durante la dictadura. Centro Editor de América Latina, un sello emblemático de los setenta, sufrió una quema descomunal de libros en un descampado de Florencio Varela, ordenada por un juez, y sin embargo el sello siguió existiendo. Su editor, Boris Spivakov, se empecinó y siguió produciendo, claro está, buscando otras alternativas. Entre otras cosas creó los libros del Chiribitil, que estaba dirigido por Graciela Montes, donde se publicaba una cantidad de material muy interesante y que fue una guarida para mucha gente. - ¿Ustedes leen mucha literatura infantil? - Califa: Yo leo, no mucha, pero digamos que tengo que leer por necesidad profesional. - Schujer: Yo leo otra literatura que no es infantil, pero como me llegan de las editoriales o de colegas, trato de mantenerme al tanto de lo que se está produciendo ahora. Aparte, como doy talleres, necesito estar al día. - ¿Cómo es la producción actual? - Califa: Vamos a engancharlo con lo que veníamos diciendo; hablábamos de un género, de un nicho de mercado, por lo tanto estamos frente a una industria. “El libro es igual que los zapatos”, decía Juan Bautista Alberdi. Entonces el señor empresario, el editor, necesita que su cuenta esté equilibrada, si le da ganancias mejor; necesita dirigirse con cierta certidumbre de éxito en el mercado y por lo tanto estandariza la producción. Eso es bastante visible en los últimos años en los que hay formatos instituidos. Esto presiona al escritor, que sabe que si escribe en una extensión o formato que no es viable, en términos industriales editoriales, se va a quedar con el manuscrito en su casa. Eso es lo dominante, pero como Argentina tiene muchos campos culturales de alternativismo, aparecen modelos más arriesgados, ingeniosos, y algunos, justamente como traen lo distinto, les va bien. - Schujer: Yo lo que veo hoy es ciertos cambios en lo que es el formato; vienen más originales, pero de formato. Literariamente, yo no percibo un salto, siento más de lo mismo, no veo un crecimiento, o textos que me resulten profundamente interesantes, como los de otros años. Yo descubrí, un poco tarde, que aparecían Pablo De Santis, Marcelo Birmajer, una nueva camada muy interesante. Dentro del panorama contemporáneo, la producción mejoró desde el punto de vista industrial. Ahora, en el contenido, me parece que en algunos casos involucionó, por lo que estuve leyendo recientemente. Veo una chatura notable. - En México el libro Para escuchar la tortuga que sueña de Oche Califa, realizó una tirada de más 70 mil ejemplares. - Califa: Acá no llegás a esa cifra ni remando vos solo el Río de la Plata cuatro veces. Lo que pasa es que es un mercado mejor; los argentinos nos tenemos que dar cuenta de que constituimos un mercado pequeño en América Latina, aunque muy fuerte, porque tiene tradición lectora. Por otra parte, el Estado mexicano hace una compra para las bibliotecas escolares, con lo que la cifra se eleva. Cuando el Estado argentino compra también las cifras se elevan, otra cosa es la venta a las librerías. - ¿Cómo piensan que se tienen que tratar temas como la muerte y el dolor en la literatura infantil? - Califa: El dolor, el sufrimiento, la tristeza, la muerte, también existen en la literatura para chicos. Son tópicos que existieron toda la vida en la literatura para chicos. Esto no es nuevo. Los cuentos folclóricos, aunque no son cuentos para niños pero sí los incluyen entre sus oyentes, relatan historias truculentas. Si, ha habido una “época rosa” de protección al menor, que de alguna manera perdura, pero no tan respetada. Es esta cosa de no generarle conflictos, lo que para mí es una actitud más prejuiciosa que llevárselos. En las ediciones europeas es todavía notorio esto; no aceptan el dibujo grotesco, todo es bello. - Marilin nunca aprendió a nadar, un cuento de Silvia Schujer, arranca con un aparente suicidio. Al estar subido a Internet, se pueden leer muchos comentarios de gente que se queja de esto… - Schujer: Ahí hubo un equívoco grande como una casa porque ése no era un texto infantil. Apareció en una página que, en su mayoría, publica cuentos para chicos y alguien lo subió, pero ese cuento no está en un libro infantil. No es que yo no escriba lo que quiera, pero ese texto no fue pensado en el marco de un texto para chicos. Está en un libro de cuentos breves que se llama Video Clips. - Pero, ¿qué piensan de este tipo de reacciones por parte del público? - Oche: Hay sociedades que en determinado momento no quieren que se lea determinadas cosas y luego sí. Al pensar en los orígenes de la literatura infantil me acuerdo de la revista Pebete, de la década del veinte, y si la revisás, tenía publicidades de cigarrillos. El chico daría vuelta la página, sabiendo que eso no iba dirigido a él. Hoy esto sería un “escándalo mediático”, para utilizar un término de moda. Hoy hay un exceso de protección, que en general termina en una suerte de moderno fascismo porque dicen: “No, esto es sexista; aquello es discriminatorio”. Es el autoritarismo de lo políticamente correcto, y terminás no hablando de nada. - Schujer: Esa es una de las causas por las cuales las historias tradicionales no mueren, porque son narraciones con mucha carnadura, mucha emoción, todo lo demás está lavado. Yo hace veinte años que escribo cuentos para chicos, y me resulta gracioso que siempre le termino leyendo a mi nieta Blancanieves. Esto a mí me hizo reflexionar muchísimo sobre los cuentos tradicionales, preguntarme dónde está el enganche. Y hay razones que son super literarias. - ¿Cómo trabajás en tus talleres, Silvia? - Schujer: En los talleres lo que doy son propuestas de escritura orientadas a historias relacionadas con la literatura infantil. La gente que viene en general ya escribe, tiene ideas que comenzó a desarrollar. Yo lo que hago es, desde la experiencia no desde la teoría, ofrecerles técnicas para que digan lo mejor que puedan eso que quieren decir. Tengo ejercicios que se me fueron ocurriendo al desarmar mis mecanismos de escritura, y a partir de eso pude elaborar algunas ideas. - ¿Qué tipo de ejercicios? - Schujer: El último que hicimos el año pasado fue, por ejemplo, sobre puntos de vista, que es algo muy necesario para escribir. Luego de elaborar una historia en base de unos argumentos dados, cada uno asume uno de los objetos o personajes que intervienen en esa historia y la cuenta desde su perspectiva. Después volvimos a contar la historia, dejando de lado la historia original, sólo desde los distintos puntos de vista. Otro ejercicio que uso se basa en unos dibujos de un amigo mío que es ilustrador: son inventos rarísimos, que en realidad no se sabe lo que son. Tengo cinco distintos, entonces reparto esas figuras sin que los demás sepan lo que le tocó a cada uno, y tienen que hacer una descripción que dé cuenta hasta del más mínimo detalle. De manera tal que la persona que recibe la descripción tiene que intentar hacer el dibujo, plasmándolo, y depende mucho del tipo de descripción que haya recibido el parecido del dibujo nuevo con el original. Este es muy difícil, pero acá está la cosa: yo lo que quiero es darles ejercitación, las historias yo no se las puedo dar. - ¿Y vos, Oche, no das talleres? - Califa: Yo no doy talleres, pero fui de invitado al de Silvia a hablar de poesía. Pienso que sí se puede enseñar, pero luego está todo en el talento personal. Hay una escritura que es posible, después los resultados hay que verlos. Igualmente, de la gente que va a los talleres, no todos quieren ser escritores profesionales; muchos lo utilizan como lugar de expresión personal, encontrar un ambiente, un clima, un lugar donde compartirlo con otro. A veces los grupos se potencian, como ocurre también con el teatro, y eso es muy saludable. No todo se debe hacer para conseguir hechos tan espurios como el de ser un escritor profesional; sino que se puede disfrutar de lo que se escribe, lo que se escucha de la escritura de los compañeros, el conocer nuevas cosas para leer. Si de todo ese conjunto sale un buen escritor, mejor. - ¿Vos Oche, qué les leías a tus hijos? - Califa: Les leía y les contaba, algunas veces sobre la marcha, algunos cuentos que inventé y que no son trasladables a la literatura. Tenían éxito, había que contarlos muchas veces. Yo hacía un juego, que luego supe que lo pautó Gianni Rodari (el escritor italiano), que es el cuento en que el uno va cambiando los personajes a propósito, porque lo ha contado muchas veces. Por ejemplo uno dice: “Por el bosque iba una niña que tenía una caperuza verde”. Y mi hijo corrige: “No, roja”. “Bueno -contesta uno- roja. Entonces un día su tía le dice”. “No -dice mi hijo- la mamá”. “Bueno, la mamá le dice que lleve un cajón de frutas”. “No, una canastita”. Esos juegos son cuentos interactivos, tenían mucho éxito con mis chicos. O si no, yo que soy bastante verseador, inventaba canciones irreproducibles. - Hay gente conocida tuya que ha contado que sos capaz de inventar una milonga en dos segundos. - Califa: Tengo cierto talento payadoresco. Siempre, algunos de los cuentos tradicionales folclóricos les contaba, y yo le agregaba, porque es muy divertido, alguna procacidad o mala palabra.