El Espíritu Emprendedor base del Desarrollo

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El Espíritu Emprendedor base del Desarrollo
por: Carlos Cosío
Las sociedades económicamente prósperas permiten florecer a los individuos con mentalidad
emprendedora. Las sociedades dominadas por la falta de visión e iniciativa empresarial, nunca
serán sociedades ricas.
Hace más de 70 años, el economista austriaco Joseph Schumpeter describió el Proceso de
Destrucción Creativa como base de la competitividad intrínseca en el sistema capitalista. El
establishment es confrontado por nuevos conceptos, la innovación desplaza lo obsoleto, lo nuevo
destruye lo viejo, la iniciativa enfrenta al conformismo y todo ello dará por resultado un proceso
continuo de destrucción y creación de valor.
Esta verdad que todos conocemos no parece ser el tema mejor entendido en el mundo empresarial.
Hoy, muchos directivos y empresarios dormidos en sus laureles de éxito no encuentran caminos
fáciles de desarrollo empresarial y son confrontados con nuevos modelos de negocio, aún en
aquellos sectores que se pensaban consolidados…
En las últimas décadas, el cambio se ha constituido como la dimensión más consistente y
permanente en la actividad empresarial. Su aceleración y dimensión, en un ámbito global, asume
cada día mayor masa, convirtiendo la 2ª Ley de Newton en una verdad no solamente en el ámbito
físico, también en el económico: La Fuerza del Cambio es igual a la Masa multiplicada por la
Aceleración.
Los emprendedores conforman la base de la pirámide de creación de riqueza, de acuerdo con Lester
Thurow, reconocido economista del MIT. Él sostiene que los emprendedores son necesarios para ver
las posibilidades económicas de las nuevas tecnologías y que el cambio requiere de individuos que
descubran las nuevas cosas que pueden ser hechas y tomen la iniciativa de realizarlas. Analicemos
sus ideas y propuestas.
Las burocracias existentes, ya sean públicas o privadas, no asumirán el riesgo de cambiar lo ya
establecido. De hecho, esas burocracias son con frecuencia las que necesitan ser cambiadas. Tal
vez los grandes empresarios no han apoyado a la oposición porque creen arriesgar menos siguiendo
igual. Tienen mucho qué perder y no quieren ver el enorme riesgo que significa hacerse obsoletos.
Quizá los dudosos y temerosos estén en algún momento en lo correcto, pero por lo general se
equivocan. Los temores que han surgido ante nuevas tecnologías en algunos países europeos
seguramente les causará un retraso que tendrán que rectificar. Caro les costará a Alemania y a
Francia su rechazo a la biotecnología si en un futuro encontramos en ella la solución a muchas
necesidades de la humanidad.
El impulso emprendedor no siempre es el mismo a través del tiempo y del espacio. En algunos
lugares y épocas se da con gran intensidad, y en otros no ocurre. Para que este impulso florezca, las
sociedades deben organizarse o reorganizarse; deben romper los viejos patrones de poderosos
intereses a fin de que pueda surgir lo nuevo. Pero los viejos intereses del viejo sistema se defienden,
dan la pelea y, mientras permanezcan, se detendrá nuestro desarrollo, se postergará nuestro sano
crecimiento.
Rara vez los emprendedores inventan las nuevas tecnologías. Ellos son más bien los que corren los
riesgos, los orquestadores, los hacedores; usualmente los pensadores o los creadores originales son
otras personas. Las características requeridas para crear nueva tecnología son muy diferentes de las
necesarias para poner esos conocimientos en práctica. En realidad, Bill Gates no ha inventado nada
y jamás ha creado un software. Él sí que ha sido un empresario, un constructor.
La historia nos enseña lo fácil que es acabar con el impulso emprendedor, pues es una cualidad
extremadamente frágil, con todo y su poder creativo. Nuestro Estado ha sufrido una crisis profunda
de falta de emprendedores desde hace ya más de dos décadas. Se dan grandes posibilidades
económicas, pero no son descubiertas, se carece de la energía necesaria para traerlas al mercado o
los riesgos involucrados son percibidos como demasiado grandes.
Cuando las sociedades no se organizan para cuestionar los viejos intereses, es imposible que surjan
los emprendedores. Los sistemas sociopolíticos deben reconstruirse para abrirles cancha a los
emprendedores, para destruir lo que ya no funciona. No se trata de encaminarnos hacia el caos, no.
Lo que hace falta es sólo cancha, espacio, condiciones propicias para actuar.
Las sociedades exitosas están deseosas de tomar el riesgo de destruir lo que han hecho y construir
algo diferente, mejor, de cara al futuro. Los cambios que deben ser aceptados no se limitan a la
esfera
económica;
incluyen
también
aspectos
culturales,
educativos
y
sociales.
Están
transformándose radical y profundamente. Hay partes de la sociedad que impulsan el cambio; otras
partes lo entorpecen, lo frenan. El resultado de esta revolución es difícil de predecir, no podemos
asegurar que surgirá algo mejor; sólo sabemos que será diferente. Así, el proceso emprendedor se
vuelve un esquema de aprendizaje social, el cual se traduce finalmente en mejoría, pero hay que
correr el riesgo.
El cambio significa riesgo, por eso no queremos asumirlo. Pero sin él no podremos mejorar. Veamos
lo que ocurre alrededor de nosotros: las naciones más emprendedoras prosperan a mayor ritmo. Es
claro que naciones como EUA, Canadá, Australia y España están creciendo aceleradamente porque
están evolucionando.
Parece que Thurow tiene razón. El espíritu emprendedor se ha convertido en parte vital de la
pirámide de la construcción de riqueza y del desarrollo de los pueblos. Necesitamos aceptar el reto,
destruir lo viejo, transformarnos, construir lo nuevo. Pero esta revolución no va a ocurrir si nos
aferramos a lo que ya tenemos. Todos tendremos que ser más emprendedores: políticos,
empresarios, maestros, técnicos, operarios. Nadie está exento, todos tendremos que definirnos.
Cada uno de nosotros será impulsor del cambio o freno del cambio, pero el cambio tiene que darse.
¡Emprendámoslo!
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