DE LO EFÍMERO A LO ETERNO. Introducción. De nuevo noviembre, de nuevo el recuerdo, la mirada, la memoria, se vuelve hacia los que ya no están, los que nos dejaron. De nuevo cementerios, flores, lágrimas, recuerdos, miradas nostálgicas a fotografías que se vuelven sacramentos. Lugares, paisajes, diálogos que retienen lo mejor de una vida compartida. Las cosas y las personas fueron como fueron, pero son como las recordamos. Y tenemos esa misteriosa habilidad para recordar lo bueno, lo que mereció de verdad la pena, lo amable. Y enviar a la papelera de reciclaje de la memoria lo que no vale, lo prescindible. Y de nuevo la pregunta ineludible, la rebeldía frente a lo evidente, el rechazo existencial a que nuestra vida esté condicionada siempre por la alargada sombra de la muerte. Condenados a morir desde el mismo momento de nuestro nacimiento, e incapaces por nosotros mismos de encontrar un respuesta que nos explique, que nos pacifique, que nos resuelva, esta realidad que no es un problema. Porque los problemas tienen solución. Sino más bien un misterio que nos sitúa en la frontera de la desesperación o de la fe. Nosotros, con nuestras fuerzas y nuestros recursos, lo único que podemos hacer es lamentarnos, evadirnos, o resignarnos. Lamentarnos es vivir tristes, con miedo. Sin apenas ilusión por disfrutar de este inmenso regalo que es la vida, por que al ser consciente de lo frágil que es, nos da miedo que se rompa, que se acabe, que se deteriore. No me hago ilusiones de verdad por nada, no creo, ni tengo expectativas, porque la posibilidad de perder lo que amo me da tanto miedo, que prefiero no amar. Incapaces de desplegar las alas que a todos se nos han dado. Siempre sufriendo por lo perdido, por quien ya no está. Impidiendo y prohibiendo al corazón que vuelva a sonreír. Encerrados en un egoísmo que envuelve a todas las personas que le rodean. Si yo he tenido una perdida tan dolorosa me niego a volver a reír, a vivir, a amar. Me amargo y amargo a quien está cerca. Haciendo de la vida un duelo constante. La evasión es otra forma de afrontar la muerte y lo que significa. Escribe José Antonio Pagola: "Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana. Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?" Evadirnos es vivir sin querer afrontar la realidad de cara. Es huir hacia delante. Vivamos en una permanente fiesta, de juerga, de risas. Caprichosos y superficiales en nuestros gustos. Buscando lo fácil, lo bello, lo cómodo. Pero es un poco ingenuo pensar que se puede vivir así durante mucho tiempo. Más pronto que tarde nos chocamos de frente con el sufrimiento, con el dolor, con el desconcierto. Con el recuerdo permanente de que nosotros ni nos damos la vida, ni la sabemos mantener. La resignación es aceptar las regalas del juego, nacemos, crecemos y morimos. Eso no lo podemos cambiar. Es cierto que el horizonte de la muerte y del final nos acompaña toda la vida, pero como no podemos tener certezas, ni comprobaciones, aceptamos que el arte de vivir nos llena de alegrías y de tristezas. Que hay personas que nos acompañan en el camino de la vida, que recorren junto a nosotros unos tramos del camino, luego se van y nos dejan, que suben que bajan, y se acepta sin rebeldía ni rechazo, aceptando que así es la vida. La fe nos aporta y nos regala vivir en otro código, en otro horizonte. A la tristeza del fin, le sigue la esperanza de la resurrección, de la vida que no acaba, de la alegría que nada nos puede quitar. Lo que Dios nos dice. "¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida de su vida?" Mt 6,27. Sólo desde la humildad, y desde el reconocernos hijos y creaturas podemos dar crédito a la palabra que Dios nos dirige. Es misterio la muerte, como es misterio la vida. Como es misterio el amor, la amistad, la alegría, la belleza, la ternura, y tantos. Por eso al autor de este maravilloso regalo que es la vida, no le podemos decir cuánto debe durar. Al amor que te lleva no le preguntes a donde va. "Más bien habría que preguntar: Oh hombre, ¿quién eres tú para enfrentarte a Dios? ¿Acaso dirá la vasija al que la modela, por qué me has hecho así? ¿O acaso no puede el alfarero modelar con la misma arcilla un objeto destinado a usos nobles y otro dedicado a usos menos nobles?" Rom 9,20-21. "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?. Así los últimos serán primeros y los primeros últimos". Mt 20,13-16. Cómo podemos vivirlo. Y si al Dios amigo de la vida le ha parecido bien darnos a nosotros el Reino, darnos su misma vida, que es amor, que no termina. Si al Señor se le ha ocurrido invitarnos a un banquete de fiesta, de alegría, donde ya no hay dolor, ni llanto, ni lágrimas, que él mismo se encargará de enjugarlas. ¿Quiénes somos nosotros para negarnos a recibir sus regalos?. Yo con humildad los acojo, los valoro, los agradezco. Bienvenidos a un amor y a una vida que no pasará jamás.