« La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz» (Rm 12) Queridos hermanos, Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. La Iglesia reanuda su camino y nos invita a reflexionar más intensamente en el misterio de Cristo, misterio siempre nuevo que el tiempo no puede agotar. Nuevo porque verdade ro, pues la verdad no pasa nunca de moda, las novedades sí. Cristo es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Gracias a Él la historia de la humanidad, por caminos misteriosos, llegará a la plenitud del Reino, que Él mismo inauguró con su Encarnación y su victoria sobre el pecado y la muerte. Plenitud que será prec edida por la apostasía de las naciones, tal como lo afirma la S agrad a Escritura y el Cate cismo de la Iglesia C atólica. Los textos litúrgicos del tiempo que hoy comienza van a apuntar a una doble realidad de rico contenido teológico : el grandísimo misterio de la Encarnación del Verbo , misterio junto con la Pascua, central de nuestra fe, y la vigilante espera de la Parusía final . Esta espera nos hace proclamar ante el hombre moderno —que se empecina en vivir al margen de Dios y guiar el destino de la historia contra Dios —, que Cristo ha de venir un día como juez univers al de las almas y de las naciones, y que quie nes no quisieron someterse libremente en esta vida a la dulzura de su amor, lo harán violentamente bajo la p alabra implacable de su juicio. Al contrario de lo que podría pensarse, e l Señor cuando se r efiere a las prueb as ter ribles que preced erán a su Venida, no inculca en los cristianos un sentimiento de temor, sino de alegría. Dice Jesús: «Cuando estas co sas comenzar en a s uceder, cobrad ánimo y levantad vue stras c abezas, p orque se acerca vu estra liberación» (Lc 21 , 28). Por eso el tiempo del Adviento está m arcado ant e todo por una espera gozosa y vigilante, ent eramen te confiada en Dios a la vez que cau telosa ante los en emigos que de Él intentan apar tarnos. Como veíamos ayer en la mañana le yendo la nueva Encíclica del Papa Spe Salvi , la fe nos da un conocimiento ciertísimo de aquellas cosas que han de venir, tan cierto que el futuro llega a penetra r y transformar el mismo tie mpo presente. Y esto porqu e lo que ha de venir ya se pose e en germen. Así, por poner un ej emplo, t enemos en la Euc aristía ahor a, aquí, al Señor al cual contemplaremos en la bienaventur a nza sin fin y esto le da un sentido totalmen te nuevo a nuestra vida actual . Meditábamos en la Didascalia como cada una de las palabra s de Cristo brotan de sde el s eno mismo d e Dios desde t oda la et ernidad , d e modo qu e el cono cimiento que ellas nos proporcionan no está expuesto ni al más mínimo atisbo de duda. Antes pasará el cielo y la tierra, que la Palabra del S eño r deje de cumplirse. A este respect o dice San Jerónimo: «Cosa más fácil es que se derrumbe y destruya lo que parec e inconmovible, como es la máquina del mundo, que falte un solo ápice de la palabra de Cristo». Porque, not a San Hilari o, «el cielo y la tierra, por se r cosas cre adas, no comportan ninguna nec esidad de ser; pero las palabras d e Jesucristo, sacadas del seno de la ete rnidad, contienen en sí mismas la fuerza que deb e hacerlas etern amente perdurables. Debe ser ello de gran consu elo para los discípulos de Jesús, al pensar que sus palabras tienen hoy, y tendrán siempre, la misma fuerza que el día que fueron pronunciadas; como, por el contrario, deben pesar terriblement e sobre la conciencia de pecadores e impíos, por la misma razón de la perennidad de su eficacia intrínseca en orden a las amenazas y c astigos que contien e n ». [2 ] En el Evangelio de hoy el Señor nos revela una realidad que recitamo s cada domingo en el Credo: que Cristo ha de venir un día como juez glorioso de todo el cosmos , de la historia, de las naciones y de los hombres. Es el juicio universal . Esto es verdad y ha de cumplirse. Ese día se asemeja al diluvio univer sal, de los cuales los hombres « no se dieron cu enta, hasta que sobrevino ». Si nuestro enten dimiento, bajo el influjo de los dones del E spíritu Santo , se hac e puro y penetrante par a descubrir en la fe este misterio, a la vez que nuestra vida espiritual se verá transfigura da por la alegría, compartiremos también en algo el inefable dolor del corazón de Cristo ante el mundo actual, que a medida que avanza hacia el día d el ju icio más se ap art a de su justo J uez. El Papa Pío XII en su primera Encíclica, Sumi Pontificatus, —Encíclica impresionante— del 20 de oc tubre de 19 39, llamaba la at ención de q ue el mundo, «en su incredulidad ciega y orgullosa excluye a Jesucristo de la vida moderna, especialmente de la vida pública; y con Cristo sacude también la idea de Dios. Muchos al alej arse d e Cristo, proclamab an la separación c omo una liberación d e la servid umbre, y hablaban d e progr eso cuando en verdad retroc edían ». Y concluía que una dim ensión de la apostasía actual es, en efecto, el que viene a confundirse la apostasía social con el progreso de la libertad human a y el «acc es o de la Cristiandad a su edad madura », es decir, que el mundo progresaría en que ya sociológica y culturalmente no se reconoc e cristiano. Sin embargo, este triunfo actual de un orden no cristiano, aunque nos dificulta la comprensión de los misterios de la Pr ovidencia divina, nos debe conducir a una alegría mar avillosa y profunda del plan de Dios. San to Tomás dice que el entendimiento descansa en la verd ad, y muy especialmente el cristiano atribulado por este tiempo de incredulidad y con fusión, debe de scan sar ent erament e en el irrevocable designio de Dios sobre el rumbo de los aco nteci mientos . Este triunfo , como hemos dicho, ya lo tenemos anticipadamente en la c elebración d e la S agrada Liturgia. En efec to, con templar a Cristo como Juez Universal es contemplar a Cristo como S eñor de la historia. ¿Cómo es esto? En el sen o de la Trinidad, en ese a mor et erno e inefable ent re las tr es personas divinas, se encuentr a el misterio en el que to do lo que existe tien e su raíz y fundamento . De aquí brota la creación del mundo, que h erido por el pecado d el hombre, ha sido por D ios sanado y elevado. Este amor eterno ha entrado en la historia de los hombres para redimir y justificar al hombre, para devolverle el an tiguo esplendor , para llamarlo a la vi da propia d e las tres personas divinas por la participación de su gracia en virtud de la filiación adoptiva en Cristo . Así tanto el origen como la me ta de la historia es la Tri nidad, y por consiguiente la historia pertene ce a Dios. Dios es Señor d e los tiempos y Señor d el futuro. Y Dios ha de cumplir su plan. No nos debe extrañ ar , en tonces, que al com enzar el Adviento la Iglesia lleve nuestra mir ada a la contemplación esplendorosa de Jesucristo, Juez de los pueblos y Señor del futuro. Pues ese mismo Dios anonadado en el estab lo de Belén, es precisamen te aquél que viene a asumir y conducir la historia humana a un d estino glorioso, que hoy no vemos pero firmemente creemos y esperamos. María S antísima precede a la historia en su pleno cumplimiento. Mirándola a Ella vemos lo que será todo hombre redimido y, de alguna manera lo que será la crea ción entera. Ella es la realización plena del misterio de la salvación. A Ella, que en la Schola s olemos llamarla como nuestra Reina, le pedimos que infunda en nosotros la esperanza cristiana y con ella una alegría profunda y perenne, por gozar ya a nticipadamente de lo que h a de aco ntecer en la Parusía. Venga a nos otros tu reino. Ven Señor Jesús . V eng a t u Reino por María. Amén. Aleluya