A este lado del Edén FAUSTO: ¿Quién es esa? MEFISTÓTELES: Mírala bien. Es Lilith. FAUSTO: ¿Quién? MEFISTÓTELES: La primera mujer de Adán. Guárdate de su hermosa cabellera, la única gala que luce. Cuando con ella atrapa a un joven no le suelta fácilmente. (Goethe. Fausto). Hombres y mujeres, musulmanes o cristianos, todos tenemos un Edén en el origen, una especie de big bang virginal sobre el que crece todo nuestro inconsciente colectivo. La sexualidad de la humanidad tuvo un punto de partida en un oasis, un jardín, un lugar mágico en el que el gozo no es ni por asomo igual al que conocemos. Era mejor, infinito, otro, armonioso, distinto, sin problemas, sin gatillazos ni anorgasmias, sin limitaciones. Allí más que iguales éramos propios, no teníamos conocimiento de nuestras diferencias éramos previos a la ignorancia o a la conciencia de nuestras limitaciones. Por tanto todos tenemos otro punto en común: estamos fuera de aquel Edén, lejos, somos una panda de insatisfechos condenados a la incompletitud mientras estemos vivos… de ahí que, cuando se nos acabe la vida orgánica, unos y otros tengamos los ojos puestos en el más allá, ese “paraíso” en el que todo vuelve al origen, pero… ¿Tenemos todos el mismo tipo de Edén en el imaginario?. ¿Cómo el mejor lugar posible?. El Antiguo Testamento da varias pistas de cómo es la Gloria, pero hay una absolutamente sorprendente: “Dijo asimismo el Señor Dios: no es bueno que el hombre esté sólo: hagámosle ayuda y compañía semejante a él” (Génesis, 2:18). Es decir, ¡es un mundo en el que viven hombres y mujeres en relación de igualdad!, algo sorprendente si se tiene en cuenta que la humanidad desarrollará toda su posterior historia de los sexos en la relación de sumisión y obediencia de la mujer hacia el hombre y en el rechazo hacia las hembras como origen de todos los pecados. Algunas religiones, como la hebrea, incorporan en ese paraíso formado por dos (Adán y Eva) a un tercer personaje generador del desequilibrio y todos los males posteriores: Lilith. Su leyenda surge en una exégesis no literal de la Biblia, redactada en el siglo XII, en donde aparece como la primera compañera de Adán, una esposa que precedería a Eva, pero que, a diferencia de ella, Dios no formó desde la costilla del hombre sino de “inmundicia” y que abandonó a su esposo por no querer asumir de forma pasiva las relaciones sexuales y por no querer engendrar hijos. Precisamente fue esta mujer de la mitología sumeria, quien se convirtió en la personificación de una esposa inadmisible, pues según los textos de judíos de Zohadic, se negó a someterse a la voluntad de su marido, por lo que le cayó la maldición de sentir un excesivo deseo sexual, mas allá de lo que puede experimentar un ser humano, un fuego eterno que consume a quien la toca. Esta figura, de origen asirio-babilónico, se convierte así en el máximo ejemplo de la seductora y devoradora de hombres a la que se le responsabilizaba de todas las desventuras de la humanidad, como los antiguos culpabilizaron a Pandora. Esta rebelde, Lilith, ni siquiera escuchará la voz del propio Dios, que la inducía a permanecer junto a aquel a quien se le había destinado, de modo que no sólo se rebelará contra el hombre terrenal sino contra el celestial. Ella representa a la mujer “mala” en oposición a la buena, es decir, a la que simboliza la maternidad y la pureza, aquella que se identificará con la figura de la virgen. Por esa oposición, Lilith representa la esterilidad, el sexo desvinculado de la procreación, por tanto: la negación de la vida. La representación humana, pues, de la tentación, que en otros relatos bíblicos toma la figura de la serpiente. 1 En caso de que volviera a ser posible regresar a ese lugar original, previo al placer aciago, con el que sueñan los musulmanes obedientes… ¿Podría aparecer esa mujer perdida en el sueño de los justos?. Aparentemente a ese lugar sólo vuelven los mansos, aquellos y aquellas que estén dispuestos a no repetir aquel error “original” levantado sobre el deseo y la pasión sexual…un jardín construido en medio del cielo, imagen inversa de las tierras áridas de Arabia: verde, lleno de jardines frutales, con ríos en cuyos cauces corren miel y leche, con muchas riquezas materiales, desde oro y plata hasta piedras preciosas y sedas, la salud, el descanso, la paz y la tranquilidad. Allí quienes respetan los preceptos religiosos saben qué es la satisfacción, pero sólo unos darán un salto diferencial a su vida cotidiana: los varones, porque de ellos es el reino de la potencia sexual eterna, una virilidad inagotable como la que temen en sus mujeres terrenales. Las necesidades afectivas y sexuales de los creyentes ejemplares por fin serán infinitamente satisfechas, a diferencia de ellas, pues sólo alcanzarán el cielo aquellas que ya en la tierra hayan renunciado al goce, es decir, las puras, las que sólo entienden su sexualidad como órgano reproductor. Sólo regresarán al Edén aquellas que en la iglesia católica se identifican con la imagen de María, la no mujer, la desexualizada, la que fue concebida y concibió a su vez sin pasar por el “pecado”, porque de lo contrario serían la representación de Lilith y esta historia sería eternamente circular. Si los vicios tradicionales del hombre son el orgullo y la avaricia, el pecado por excelencia de la mujer será la lujuria, la lascivia, el voraz apetito sexual, algo que en el caso de los varones musulmanes será considerado como un premio celestial. Para ellos, un cielo sin mujeres no es cielo, mientras que para los cristianos es el lugar donde sus máximos residentes, los ángeles, no tienen sexo. Conciben la vida eterna al lado de bellas huríes, eternamente vírgenes, coquetas, amables y de ojos rasgados, opuestas a las mujeres terrenales, cuyo cuerpo conoce el desgaste del trabajo, del parir y criar hijos, y los miles de problemas cotidianos: "En los jardines de ensueño, ... en estrados incrustados de oro y pedrerías se reclinaran enfrentados. Entre ellos circularán garzones inmortales con cráteres, manantiales de agua y vasos con bebidas refrescantes que no les amodorrarán ni les embriagarán. Tendrán las frutas que escojan y la carne de pájaros que deseen. Huríes de ojos rasgados, parecidos a perlas semiocultas en recompensa por lo que hayan hecho. En ellos no oirán ruido ni incitación al pecado, sino el dicho.: ¡Paz, Paz! ... Estarán echados sobre lechos elevados. Las huríes, a las que hemos formado, a las que mantenemos vírgenes , coquetas, de la misma edad, pertenecerán a los compañeros de la derecha (los bienhechores)” (LVI: 12-38) La hurí, el ideal del hombre árabe-musulmán encarna todos los deseos del hombre: una mujer coqueta, obediente, hermosa, eternamente virgen y eternamente joven. El mero objeto de placer del hombre, un ser pasivo y carente de voluntad propia, mujeres sumisas que aseguren la paz en el cielo, que no originan fetne y no enturbian el sosiego del varón… igual que lo son sus mujeres en la tierra, solo que las huríes no cumplen años, no tienen que vencer el peso de la edad, ni del tiempo, no tienen hijos a los que dedicarse y, por tanto, están únicamente pendientes de la voluntad de sus dueños. Las madres “abnegadas” no existen en el paraíso de los creyentes, quizá éste sea el único “premio” de las mujeres que han obedecido los mandamientos divinos, que no volverán a quedar anuladas al nacer los hijos porque allí no habrá hijos que parir. Las huríes son una contradicción hecha sueño pues si bien simbolizan el premio eterno de los musulmanes rectos son el peor ejemplo para las mujeres castas: una buena esposa nunca podrá arreglarse ni cuidarse (en la tierra), en caso contrario vivirá bajo la sospecha de tener algún amante 2 y, por tanto, de atentar contra el honor de los varones de su familia. Esto se debe a que una mujer musulmana es siempre una posesión en peligro, pues siempre existen otros capaces de violar dicha propiedad, ya sea en la tierra como en el cielo. De hecho, el Corán, para suprimir cualquier duda acerca de la licitud de las relaciones de los hombres con las huríes, promete bodas en el cielo entre esas hermosas huríes y los varones creyentes. "Los piadosos estarán en un lugar, entre jardines y fuentes; vestirán raso y brocado; estarán sentados frente a frente. Así será: los casaremos con mujeres de ojos rasgados" (XLIV. 51: 439) Es decir, que al igual que en la tierra, en el cielo tampoco habrá relaciones sexuales fuera del matrimonio. Incluso las huríes existen para ser desposadas, eso sí, tienen el don de poseer un virgo inagotable, pues la boda no las convierte en mujeres de carne y hueso sino que son eternamente núbiles. "En ellos habrá buenas, bellas... huríes, retiradas en sus pabellones... no tocadas hasta entonces por hombre ni genio" (Azoras 46-78) Quizá, y sin necesidad de tener que traspasar el umbral de la muerte, es algo parecido a lo que vive un ejecutivo cuando, bien entrado en edad y tras conseguir alcanzar el despacho azul de sus ambiciones, abandona a su mujer y su familia y empieza a salir con su joven secretaria. Del mismo modo, las esposas creyentes de los hombres creyentes, aquellas que han cuidado de su marido, le han dado varios hijos, le han atendido en la enfermedad y no han abandonado en las desgracias, serán sustituidas por las huríes, rivales materialmente existentes, que harán realidad todas las fantasías del hombre musulmán sin ninguna de sus limitaciones. Eso sí, tras una detallada descripción sobre esas compañeras sexuales de sus maridos creyentes, el Libro Sagrado tranquiliza a las bienhechoras y les promete un cielo en el que por fín dejarán de ser vejadas: "Quienes hagan obras pías, varón o hembra, y sean creyentes, esos entraran en el paraíso y no serán vejados un ápice" (Azora IV: 124) Su felicidad, por tanto, se medirá en tanto que habrán abandonado el infierno terrenal, lleno de injusticias y sumisiones, para alcanzar un paraíso donde es posible que incluso posean riquezas pero donde el gozo no existe para ellas. "A quienes sean creyentes, hombres o mujeres, y hagan obras pías, los haremos revivir en una vida excelente y las pagaremos su salario por el bien que hacían " (Azora XVI: 97) Y es que no hay nada más lejos de lo imaginable en el Islam que el deseo de la mujer. El Libro Sagrado no prevé, en ninguna azora, un compañero masculino que satisfaga eternamente las ganas de la mujer creyente, y si no es posible en el cielo, mucho menos lo será en la tierra. Al hombre musulmán, al igual que a la mayoría de los hombres de las culturas de origen judaica, no le gusta que sus esposas tengan iniciativa alguna en materia sexual, ni siquiera un simple prurito, porque cualquier ánimo de este tipo será tomado como una "actitud propia de fulanas y no de una mujer nayib, decente". "Vuestras mujeres son campos labrado para vosotros. ¡Venid, pues, a vuestro campo como queráis, haciendo preceder algo para vosotros mismos" (Azora II: 223) Quizás las del cielo, las huríes, sean capaces de satisfacer todas las necesidades de los musulmanes justos, pero siguen siendo mujeres y, por tanto, pese a su condición idílica, seguirán siendo pasivas. Toda “actividad” en este sentido será considerada una característica repudiable. Es decir que detrás de cada mujer casta (tanto como la mejor de las huríes) siempre es posible que aparezca una Lilith. Para los islamitas mas ortodoxos, una mujer reserva en su interior un arsenal de fetne, desorden, que si no es controlada (por supuesto por un hombre y las normas que han sido dictados 3 por ellos), la sociedad sufriría la corrupción y la inmoralidad eterna. De tal modo, ella no debe manifestar ningún signo de deseo. Existe un chiste iraní que describe con sutileza esta situación: "- Oye, cuando tu marido te desea, ¿como te lo dice? -pregunta una amiga a la otra- Pues, no me lo dice así abiertamente. Se pone a silbar y yo ya lo entiendo y voy directamente al dormitorio. - Y cuando a ti te entran ganas, ¿como se lo dices? -vuelve a preguntar la amiga curiosa. - Le digo: " cariño, ¿fuiste tu quien silbó?" Existe, además, una razón filosófica por la que, tanto para los hombres como para las mujeres, la emoción y el afecto deben estar subordinados a la razón: el Islam es la religión de la aghl, la razón. Por tanto, el deseo tiene sobre sí un montón de barreras que impiden su expresión, sobre todo si se trata de una mujer, que siempre recelará de sus apetencias pues la acercan a lo prohibido y la convierten en pecadora. Eso hará que ella resida en un cuerpo lleno de secretos que no se atreverá a revelar y que, por supuesto, su marido desconoce. Con estos planteamientos, el encuentro sexual entre un hombre y una mujer islámicos tiene muchas posibilidades de terminar en fracaso. Porque en realidad no es que el hombre musulmán no quiera que su esposa se quede satisfecha, es más, le encantaría satisfacer a ese “animal insaciable” que puede ser su mujer, el problema es que a ella le han educado para reprimirse y así tampoco hay quien pueda bailar bien una danza que es de dos. Este sometimiento legalizado por la fe ha hecho que decenas de miles de jóvenes treintañeras solteras y vírgenes opten por la soltería, como una manera de rebeldía contra las tradiciones, todo un reto si se tiene en cuenta que la procreación es algo obligatorio para la mujer musulmana. No existe nada más irreverente que el celibato. "Creador de los cielos y de la tierra os ha dado esposas salidas de vosotros y parejas salidas de vuestros rebaños, diseminándoos así" (Azora XLII:11) Para los fieles musulmanes la mujer ha sido creada para hacer compañía al hombre. La mujer nace –según la palabra de Dios- para que "os sirven de quietud " ( Azora XXX: 20-21) y el hombre no se aburra en la tierra. Esta lógica resulta familiar a muchas mujeres de la posguerra (mundial) que crecieron convencidas de que lo mejor para ellas era ser “el reposo del guerrero”. En España era posible leer, en 1964, textos con pretendido rigor científico como el escrito por el doctor Algora Gorbea, en cuyo libro “El hombre, la mujer y el problema sexual” explicaba que “La mujer casada que no quiere caer en las aberraciones del onanismo ni que su esposo caiga tampoco en el mismo vicio, no debe negar nunca a su marido el débito conyugal, y para ello la favorece la estructura especial de sus órganos, que no necesitan preparación ni la presencia siquiera de los deseos para efectuar el coito”. La negación de los deseos de la mujer encaja tanto en la lógica del varón de “antesdeayer” que se da por hecho que cuanto menos deseos tenga, más decente es. Esto no ocurrió hace tanto tiempo. En 1967 existían expertos como Cónil Montobbio y Cónill Serra, médicos, que se atrevían afirmar en su “Tratado de Ginecología y de Técnica Terapéutica Ginecológica”, que “El 75% de las mujeres son frígidas sin otro propósito en su vida íntima que el de complacer y dominar. La cifra antedicha es el resultado de una vasta encuesta norteamericana entre ginecólogos y psiquiatras, que suscribimos y consideramos fisiológica, o sea, a favor de la frigidez de la especie. De nuestra experiencia añadimos que en otro 15% de las relaciones sexuales son penosas. Por tanto, el 90% de las mujeres bendecirían tener hijos sin la áspera servidumbre que ello exige. Finalmente, hemos observado que el 10% que tienen plenitud de orgasmo son intersexuales con lastre de virilismo corticosuprarrenal o de células intersticiales del hilio ovárico. Vease cómo la maternidad más que un producto pasional como enjuician espíritus mezquinos, es el cumplimiento de un anhelo bajo el signo del sacrificio”. Comparar el gozo de la mujer como una anomalía anatómica y una enfermedad no es, por tanto, patrimonio de otras 4 religiones, otras culturas o de siglos anteriores. Este texto se editó en España hace menos de cuarenta años. La explicación histórica puede encontrarse en aquellas afirmaciones de las culturas semíticas que, contradiciendo las reglas de la genética y la biología actual, demostraban que es el hombre quien “pare” a la mujer y la construye con parte de su cuerpo: «El hombre no ha de cubrir su cabeza, porque él es la imagen y la gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre. Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre. Además, el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre» (1 Corintios 11 :7) No se trata de un mito mas sobre el misterio de la creación sino del cimiento de la misoginia y la sexofobia y el principal fundamento del dominio del hombre sobre la mujer, pues se otorga el derecho al hombre de dominar sobre su propia creación, una capacidad demiúrgica que nunca se infiere de la condición engendradora de la mujer. En este sentido, algunas azoras del Corán equiparan a las hembras como riquezas materiales, un alimento más, creadas para la felicidad y la satisfacción del hombre: "El amor de lo apetecible aparece a los hombres engalanados: la mujeres, los hijos varones, el oro y la plata por quintales colmados, los caballos de raza... eso es breve disfrute de la vida de acá. Pero Dios tiene junto a Si un bello lugar de retorno" (A. XVI: 72; ver también .XVIII: 37 y V: 5) No cabe duda de que el Corán esta dirigido a los hombres. Hay veces que Ala habla en directo y otras veces mediante su enviado, Mahoma, pero siempre tiene palabras para la misma audiencia, por mucho que los receptores de estos mensajes son hombres en unos casos y mujeres en otros pues los derechos siempre están el cesto de los varones. Ambos aparecen junto cuando se trata de las ceremonias y los deberes religiosos: "Flagelad a la fornicadora y al fornicador con cien azotes cada uno…" (Azora 24:2) "Di a los creyentes que bajen la vista con recato y que sean castos. Y di a las creyentes que bajen la vista con recata y sean castas" (Azora 24: 30-31). La igualdad entre los sexos solo existe en relación al Todopoderoso: "Dios ha preparado perdón y magnifica recompensa para los musulmanes y la musulmanas, los creyentes y las creyentes, los devotos y la s devotas" (Azora 33:35) Pero en esa sociedad tan altamente jerarquizada como es la islámica, Alá siempre coloca a los hombres en la cima de la pirámide, demostrando así su verdadera inclinación respecto a sus criaturas: ”Los hombres tiene la autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos sobre otros y de los bienes que gastan (en sus esposas) (Azora 4: 34) Es así que cuando los mandamientos alcanzan la vida terrenal y la organización social solo hay hombres. Ellas, como sujetos, desaparecen por completo, para convertirse en objetos, aunque el tema les concierne directamente: "Si queréis cambiar de esposa..." En el modelo de una sociedad ideal islámica, no se concibe la mujer mas allá del núcleo familiar, pariendo y satisfaciendo las necesidades del marido. Se la cosifica de tal modo que pierde su identidad, carece de voluntad, se decide por ella y se la trata como una menor. Tener la independencia y una personalidad propia rompe los esquemas del hombre, que ha sido educado con la mentalidad de que la mujer ha sido creada para servirle, y entonces la mujer encarna el desorden, se vuelve fuente fetne y se convierte en un ente muy astuto que con sus artimañas procura provocar anarquía en el sistema armónico creado por la divinidad para su criatura preferida: el hombre. Por 5 tanto, si no cumple con el papel que se le ha concedido, estará cometiendo un acto de rebeldía contra la voluntad divina. Los varones musulmanes piensan que el hecho de que el Creador no ha querido conceder a los profetas (sus seres mas estimados) otro sexo que no sea el masculino, demuestra su profunda sabiduría. Todos los enviados de Dios pertenecen al género masculino y sobre ellos afirma el Corán: "Antes de ti, no enviamos sino a hombres a los que hicimos revelaciones" (Azora 21:7). Por otra parte, y al contrario de los fanáticos cristianos que en la época de la inquisición perdían su tiempo en discutir el sexo de los ángeles, este tema jamás seria objeto de la discusión de los creyentes musulmanes: "Quienes no creen en la otra vida ponen a los ángeles nombres femeninos. No tienen ningún conocimiento de ello: no siguen mas que conjeturas y estas , frente a la Verdad, no servirán de nada" (Azora LIII: 27-29) Si esta aleya insiste en que los ángeles no son del sexo femenino, es porque los antiguos habitantes de Arabia, en el momento del surgimiento del Islam, creían que los ángeles eran mujeres celestiales, y la lucha de Ala y su profeta para convencer a un pueblo cuyo firmamento lo dominaban las diosas y sus ayudantes femeninos era realmente una batalla difícil. Tan difícil que el Libro sagrado, ene este caso, utiliza la ambigüedad, no aclara el sexo de sus ángeles, pero cuestiona su feminidad. Para los inventores de esos seres alados, los persas, la mitad de los ángeles eran del sexo femenino y la otra mitad del masculino, pues, el cielo era el fiel reflejo de la tierra. Siglos mas tarde, los iraníes, fiel a su cultura milenaria, siguen dibujando los ángeles, principalmente, con la figura de una mujer, resintiendose a mirar a un firmamento tan aburrido y sin bellas Fereshte, ángeles. 6