Horizonte Vertical EL PESO ENORME DE LAS PALABRAS VACÍAS Duglas Moreno Vaciar una palabra es hacer que estalle su pregnancia simbólica, su semántica, contra dolorosamente real. muro-realidad es lo Ese lo cotidiano, lo que está ahí frente a los sentidos; sobre todo ante el entendimiento y comprensión que hace el hombre del mundo. Lo real que se expresa en eventos como: el retraso del transporte escolar, la despedida del único empleo que se tenía, la cara de amargura de un funcionario en una institución pública, la mano acusadora del agente policial, la cola para comprar comida, el carro que se accidenta en el preciso momento en que más lo necesitas, descubrir ante la puerta del banco que es lunes bancario, el saludo agradable de los vecinos en un cruce de calles, el beso aquel, casi sin querer, que se da rozando los labios- a la mejor amiga, el aumento salarial que nunca llega, la buseta que se detiene y se monta, precisamente, tu peor enemigo; la lluvia insensible que se lleva nuestras pertenencias y nos muestra más pobres de lo que aparentamos, esa tristeza que nos aturde, al ver -en los obituarios de un periódico- la foto de un conocido amigo que hasta ese momento suponíamos vivo; saber ahora que la inseguridad es cierta, puesto que en la sala de tu casa está una urna con el rostro de algún familiar. La vaciedad de las palabras tiene que ver con la acción de fragmentarlas, extraerle su significado, despojarlas de su esencia, hacerlas una apariencia repartirlas risible idiomática, en un acto callejero o televisivo. Por cierto, donde más se ve la muerte del representacional sentido del discurso actual, es en la televisión. deviene La en pantalla cementerio lingüístico. Allí se dice de todo; para no decir nada. Después que callan los voceros, dizque representativos, al apagar el televisor, aparece la tiniebla. Lo negro es un signo alegórico del silencio abismal, de esa charlatanería aburrida que nos ofrecen como novedad. Para quitarle la vida a una palabra solo pronunciarla hay que donde no debería aparecer. Escribirla forzosamente en cualquier párrafo. Su uso equivocado le va tejiendo la ineludible mortaja. Muchas largamos frases demás veces y los perciben un quejido ininteligible. La prédica esbozada es tan solo un trazado punto Nos simulacro, un especular, un lejano, llega un huidizo. sonido, ciertamente, significado pero ha el quedado perdido en la trayectoria y en los surcos del camino. Entonces, nos quedan dos salidas, bueno, tal vez ninguna. O avanzamos con la insignificancia en las manos o nos quedamos esperando la semanticidad del eco. Esta falsa disyunción nos coloca a la intemperie. No tenemos nada y esperamos la nada. Cuando las palabras quedan vacías, su peso es enorme. No es una carga física, ni una roca dimensión de piramidal, es una levedad que te va hundiendo. Una bendita fugacidad que te paraliza y te va poniendo la vida irresoluta, incomprensible. Allí es que el vacío del lenguaje adquiere un peso monumental. Comienzas a pronunciar miles de palabras que no logran detener la aplastante realidad. Con un ejemplo, trataré de explicarme. El término fascista se pronuncia en la mañana, al mediodía y en la noche. Tantas veces lo oyes por la calle, en la prensa, en la televisión que te atormenta, te satura. Su emisión ilimitada lo va despojando de su semántica profunda. Así que de tanto aparecer, se vuelve insustancial. Entonces, fascismo es una gorra, una boina, reunión, un una diálogo. Las cosas más triviales: una pancarta, una triste servilleta, una carpeta, un comunicado, pueden elementos una llegar carpa; a ser subversivos y fascistas. Una protesta es fascistoide. Una alocución termina en una cadena fascista. Un gobernante fascista gana una elección y otros fascistas se oponen a que ejerza su cargo. Se ha dado lo más insólito: dos fascistas se unen en matrimonio. La vida es así, de repente nos encontramos en una fiesta eminentemente fascista y allí nos enamoramos de una bonita y joven fascista. El colmo: un día descubrimos que nuestros abuelos fueron fascistas. Efectivamente la cosa llega hasta los terrenos de la estupidez. Con esta paradoja, el peso de la vaciedad, quise decir, que cuando las palabras no significan nada, lo real, cual hiedra voraz, termina por existencia. amargarte la