¿QUÉ PASA CUANDO LA OPINIÓN PÚBLICA RECHAZA LA VERDAD?1 Por Mario Morales2 Sobre este interrogante, el filósofo y periodista argentino Miguel Wiñaski logró construir una interesante teoría que por obra y gracia de su significado ha pasado desapercibida en nuestro medio y muy especialmente en nuestros medios y que abre “luces duras”, como diría la pensadora Hannah Arendt, sobre los fenómenos de opinión pública y comunicación de masas que hoy conmocionan a América Latina. Alude el académico que habida cuenta de la preponderancia de los medios aun en las esferas privadas, las audiencias se han convertido en una suerte de “tribus masivas” que aceptan ciertas noticias, aunque no haya elementos informativos reales para sustentarlas, y rechazan las que están bien fundadas. Coincide Wiñaski con Henry Poincaré al referirse a la credulidad tan extendida que llega a convertirse en unanimismo. “Sabemos lo cruel que es la verdad a menudo y nos preguntamos si el engaño no es más consolador”. ¿Pero es caprichoso ese comportamiento que vemos reflejado en los altísimos niveles de favorabilidad que hoy tienen gobiernos de distinta índole en esta parte del Continente, no obstante la ausencia de soluciones reales a necesidades apremiantes de la población? La amenaza terrorista, la inminente invasión imperialista o la presunta cercanía de la debacle total actúan como fantasmas que exacerban la imaginación de las multitudes que, presas de la paranoia, se aferran a sus propios delirios. La noticia deseada es, según Wiñaski, un sistema de representaciones sin articulación empírica en el que la sociedad, la tribu, se inserta con los ojos cerrados, el pulgar en la boca y los sentidos adormecidos como protección contra la realidad misma. Esa actitud permite la existencia de una tendencia política que tiene todo el poder. El escritor Milan Kundera la define como kitsch, una máscara de belleza que no alcanza a ocultar todo aquello que puesto en evidencia sería políticamente inaceptable. A mayor grado de confluencia estaremos más cerca del kitsch, totalitario, esto es, el ideal estético de todos los políticos, porque las respuestas están dadas de antemano. El único antídoto posible es entonces el hombre que pregunta. Ese es el feudo, sin colonos, que tiene el periodista. Porque como decía la recientemente fallecida escritora norteamericana Susan Sontang, una de nuestras tareas es formular preguntas y elaborar afirmaciones contrarias a las beaterías reinantes. Pero, ¿cómo se logran esos consensos rayanos en lo absoluto? Gracias a las máquinas de persuadir que, antes que reforzar la democracia, han inventado el modelo de poder dominante en Occidente: la peitarquía. Petitó significa en griego “persuasión”. La peitarquía es el gobierno a través de la persuasión, de la constitución permanente de opinión pública. De la producción de adhesiones por los caminos del espectáculo. 1 Lecturas Fin de Semana. Periódico El Tiempo. Bogotá, mayo 21 de 2005. http://eltiempo.terra.com.co/REVISTAS/lecturas/2005-05-21/ARTICULO-WEB-_NOTA_INTERIOR-2073976.html 2 Escritor, periodista y profesor universitario Tal diagnóstico puede ser visto, con otra óptica, como una crisis de representatividad. Porque, como señala Alain Touraine, ingresamos a un sistema de democracia de opinión. Existen corrientes de opinión donde la televisión, la radio, los diarios, un individuo, un grupo o un líder carismático tienen más influencia que un partido político. Tenía razón el comunicólogo Marshall McLuhan: persuaden los formatos mediáticos más que sus contenidos, “El medio es el mensaje”. Pero existen matices de acuerdo con la manera como se informan los públicos, según lo sustenta Pippa Norris, prestigiosa analista simbólica de la Universidad de Harvard. Según Norris, hay dos tipos de países en Occidente: los ‘tevecéntricos’ y los ‘diariocéntricos’. Las naciones diariocéntricas tienen democracias más sólidas y un índice muy alto de lectores de periódicos que se caracterizan por tener audiencias que les prestan menor atención a la televisión y a los géneros vinculados con el entretenimiento. Según esa categorización, los países que más lectores de diario promedio tienen en el mundo son Noruega, Japón, Islandia, Finlandia y Suecia. Los países “tevecéntricos”, como Grecia, Turquía, México y Polonia tienen menor calidad y tradición democrática y mayor injerencia de los gobiernos sobre la prensa. De ahí el boom de la creación de canales transnacionales y/o institucionales de televisión, y de la transmisión maratónica y recurrente que ha devenido en el culto a la personalidad que se percibe en varios mandatarios del área andina. Uno de los resultados en las investigaciones sobre imágenes y política adelantadas por Jesús Martín Barbero y Germán Rey fue que la persuasión no procede por transformaciones unilaterales sino por “hablar en público”, es decir, por intercambiar significaciones y sensibilidades en espacios con luz. Lorenz Vilches, otro connotado teórico, añade que, por medio de la televisión, el Estado configura incluso a la familia. El fenómeno es más evidente en la televisión, pero no les son ajenos los otros medios que como, anota Barbero, suelen estandarizar la opinión homogeneizándola a partir de la sacralización de los énfasis mayoritarios que fabrican o con generalizaciones al desgaire (el público mediático como una ilusión escenográfica que ratifica posiciones generalizadas) o con encuestas y sondeos que se acogen sin mayores críticas o análisis. Con frecuencia, el debate se cierra en torno a la tematización o maneras como se privilegian los contenidos en los medios y se ignoran los efectos latentes y las reacciones aun no intencionadas de las audiencias. Tiene razón el sociólogo español Manuel Castells: “... No se puede jugar con fuego mediante el desprecio de las identidades históricamente construidas...”