Anti-Idilio. No hagas caso de los que dicen en la colonia que mi amor muerde, que mis manos son frías, que mi voz gruesa lacera las paredes, que un beso mío es la condena a una vida eterna privada de sol. Esta noche no hay luna y por aquí ningún vecino pasa porque siempre tienen miedo. Pero tú has venido. Escuchaste mi canto. Ese canto que se confunde, con el maullido de un gato en celo, con el ladrido de un perro endemoniado, con el sonido de un murciélago aleteando, con el trino moribundo de un ruiseñor. Y tocas tres veces. Fuerte. Sin temor alguno, con los ojos fijos en algún lugar indescifrable, esperas a que te abra las puertas de mi casa. Te sabes bienvenida. No digo una sola palabra. No esquivas una sola mirada. La noche empieza a escurrirse y el tiempo que tenemos es poco. Hoy nadie nos salva. Si yo estuviera muerto, daría mi muerte por vivirte. Si yo estuviera vivo, daría mi vida por matarte. Pero no hay ni vida ni muerte que alcance; ni muerte ni vida que sobre. Mis ojos (todos los que tengo) se oxidan por mirarte, tan quieta, tan serena, tan deseosa de que te lleve al lugar de mi condena. Una ventana se abre y el viento grita nuestros nombres. Los dos nos miramos. Siento miedo. No te separes, que me olvido. No tengo nombre. No tengo sueños. Mis ojos de gato, serán ahora tus ojos de leopardo. Mis plumas de ruiseñor, serán ahora tus plumas de águila. Mis metamorfosis serán las tuyas y juntos caminaremos por las sendas de los conjuros. No hagas caso de lo que se dice en la colonia. No soy un vampiro. Los vampiros (ya) no existen. Eso es historia del pasado, pues hace mucho tiempo se extinguieron… Por que nosotros, los nahuales, acabamos con todos ellos. Trinidad Jendell.