Individuos, imperios y naciones os grandes imperios han caído. Todo el mapa de Europa VALENTÍ PUIG ha cambiado. La posición de los países ha sido alterada violentamente. Los modos de pensar de los hombres, toda la perspectiva de los asuntos, la formación de partidos, todo ha sufrido cambios tremendos y violentos en el diluvio del mundo; pero mientras el diluvio disminuye y las aguas bajan, vemos los tristes campanarios de Fermanagh y Tyrone emergiendo una vez más.» Así, después de la gran guerra, Churchill se refería a la persistencia del enfrentamiento entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, donde hace unas pocas semanas se ha rebasado la cifra de dos mil víctimas civiles desde 1969, aunque en la República de Irlanda cada vez se piense menos en la reclamación constitucional del Ulster. Como reflejo del caos de la historia, los nacionalismos reaparecen una vez más en el mapa de Europa, en aquellas zonas que podrían catalogarse como devastadas por el totalitarismo, cuando van cayendo las estatuas de Lenin y ondean de nuevo los viejos estandartes de una identidad arrebatada. La hipótesis de condiciones lindantes con la anarquía alarma a quienes «Por una parte, existe el caso piensan que Europa se ha desembarazado del orden de Yalta para regresar a los precedentes de 1914, con una Yugoslavia que se entrega a la insania paradigmático de Moldavia, de la guerra civil y otros casos inminentes de afán de escisión que buscan bajo la hegemonía rumana en su primera legitimidad como gran aliento después de la sojuzgación 1919, tomada por Stalin en comunista. Entonces, incluso el presidente Wilson pudo entender que, si su doctrina de autodeterminación se llevaba al extremo, «el principio 1940, un año después rumana, significaría la disrupción de los Gobiernos existentes, hasta un grado soviética en 1944 y ahora en indefinible». proceso de segregación. De otra Tanto los reflejos de la Europa corporativista como la fatigosa memoria de inestabilidades crónicas amparan una zozobra que se nutre del efecto parte, se da, por ejemplo, el centrífugo -y mimético de la disolución de un imperio como el soviético y, programa de una Escocia en otros casos, de los desajustes en el necesario equilibrio entre la capaciindependizada en el seno de la dad cohesiva del Estado y la diversidad de una realidad multinacional -los «mininacionalismos», según algunos traCE.» «L tadistas, al modo de la «explosión regional», que por efectos de disparidad lingüística y heterogeneidad cultural, cuando no económica, dispersa la homogeneidad de la nación-estado. Por una parte, existe el caso paradigmático de Moldavia: estuvo bajo la hegemonía rumana en 1919, fue tomada por Stalin en 1940, un año después de nuevo fue rumana, soviética en 1944 y ahora en proceso de segregación. De otra parte, se dan -por ejemplo- el programa de una Escocia independizada del Reino Unido en el seno de la CE y la idea de una «región europea» para el Tirol, con un proyecto de autonomía que supere la división fronteriza -parte de Italia y parte de Austria-, y se amalgame para integrarse soberanamente en la Europa comunitaria. Se constatan dos procesos distintos de fragmentación que podrían abarrotar de microestados el foro de las Naciones Unidas, cuando la URSS desmantela su preponderancia totalitaria y la Europa comunitaria debate el afianzamiento de su trama pluralista -arrimándose alguna vez al «europroteccionismo», peculiar versión de un nacionalismo supranaciona-lista, más que internacionalista. Al otro lado del Atlántico, el caso Canadá también logra hacer entender que -como escribía Arthur Schlesinger Jr., en «The Wall Street Journal»- la autodeterminación puede «La gama de los nacionalismos rápidamente convertirse en amago de autodestrucción: si un tan próspero como Canadá, miembro del exclusivo club de es tan diversa como siempre: país los Siete, no puede vertebrarse como Estado federal y unos recurren a una mística con multiétnico, resulta difícil saber cuál podría lograrlo. En la elementos de sacrificio, sangre y previsión de que Quebec se separe de Canadá en 1996, ya se para el año 2004 la unión de las cuatro provincias la consecuente subcultura de la augura orientales a los Estados Unidos -las occidentales en el 2010. En violencia, otros milimetran los unos años, la nueva generación de trenes unirá el continente europeo mucho mejor que la retórica del paneuropeís-mo, y recursos del posibilismo quizá entonces, pasada esa frontera del milenio que puede histórico.» señalar la recta final para la incorporación comunitaria de todos aquellos países que hoy injustamente parecen estar haciendo cola con cara de parientes pobres, ya se calibre el verdadero poso de la actual efervescencia de naciones y cuál sea la sedimentación definitiva de la supuesta crisis del concepto de nación-estado. En la era de la tecnopolítica, la especulación sobre un futuro de miniestados todavía deja un resquicio para que el viejo empirismo de Europa resulte capaz de articular otra Realpolitik, más allá de las dubitaciones flagrantes ante la invasión de Kuwait o en el conflicto yugoslavo. La transnacionalización, la dimensión comunitaria y de las grandes áreas regionales se convierten en la clave para macropolíticas cuya rentabilidad y eficacia requieren -como es el caso del medio ambiente- una aplicación territorial que supera el espacio de las naciones-estado y, a la vez, revalori-zan otro tipo de espacios que permiten que la Europa de las regiones vaya perfilando algunos nuevos ejes de la prosperidad comunitaria, al modo de una red de iniciativas y modos de participación, con sugestivas estrategias de cooperación interregional ya puestas en marcha. Más allá del tumulto de las manifestaciones de agricultores y ganaderos, el GATT ofrece otro horizonte abierto de prosperidad que factores de nuevo cuño -tan dispares como la creciente legitimidad de las compañías multinacionales o la revolución en las telecomunicacioneshacen asequible a países de variada dimensión, en un proceso que -por ejemplo- pudiera equiparar en su momento las repúblicas bálticas a las economías pujantes del Pacífico, carentes de territorio significativo y a lomos de la alta tecnología y de la economía basada en el conocimiento, en una trama financiera de interdependencia mundial, con el cable de fibra óptica, la televisión vía satélite y la bolsa operando de punta a punta de la Tierra veinticuatro horas al día. Sin embargo, cuando se urden esquemas de racionalización como la Euro- pa de las regiones o la Europa de las ciudades -las Eurocities, la Europe des miles-, también es adecuado recordar que casi siempre es mucho más fácil la regresión que el progreso. Al mismo tiempo cunden el tribalismo y el conflicto, con rumores de encono que recorren vastas zonas de lo que fuera imperio soviético, todo potencialmente dispuesto a la fisión, sobre un mapa preñado de incomodidades; por ejemplo, media Letonia, casi la mitad de Estonia y parte considerable de Lituania son rusas. Según un sondeo reciente, la Europa del Este es un calidoscopio de reclamaciones territoriales; como el 68 por ciento de los húngaros, un 61 por ciento de los polacos y el 52 por ciento de los búlgaros reivindican porciones de países vecinos. Toman empuje movimientos como la Gran Bulgaria y, por ejemplo, los húngaros encuestados se manifiestan muy interesados por las tierras altas de Eslovaquia que en tiempo fueron húngaras. En busca de una homogeneidad nacional que sólo puede encarnarse en el pueblo elegido generando otras minorías o sojuzgándolas sin más, la tentación del irredentismo recorre viejos pueblos que fueron porción del imperio austrohúngaro y, sin embargo, la gama de los nacionalismos es tan diversa como siempre: unos recurren a una mística con elementos de sacrificio, sangre y la consecuente sub-cultura de la violencia, otros milimetran los recursos del posibilismo histórico, en el intento de conjugar el nacionalismo con los logros de las sociedades abiertas. Es un antiguo dilema, como cuando Francesc Cambó le escribía a Prat de la Riba sobre la disyuntiva de la actuación de los diputados en la Lliga en Madrid: podrían actuar como partido nacionalista o como hombres de gobierno. Lo primero -decía Cambó era «lo más fácil. Difícil, pero prestigioso, lo segundo». En el lenguaje de la confrontación usado en algunas repúblicas soviéticas se sobreentiende que las minorías étnicas tienen que ser víctimas de las naciones en emergencia, ansiosas por afirmar sus derechos como nacionalidad por encima de los derechos de los individuos. De nuevo entra en escena aquella característica del nacionalismo que Isaiah Berlín considera tan definitiva como importante: la convicción de que los hombres pertenecen a un particular grupo humano y que el modo de vida de ese grupo difiere de los demás, por lo que los caracteres de los individuos que componen el grupo están conformados por los del grupo -sin que puedan ser entendidos al margen- y el núcleo humano esencial en el que se desarrolla plenamente la naturaleza del hombre no es la individualidad o cualquier asociación voluntaria que pueda ser alterada o abandonada a voluntad-, sino la nación. Los nacionalistas considerarían una impertinencia o un sacrilegio aplicar a sus afanes la hipótesis según la cual, a semejanza de lo que ocurre en la vida económica, la política se caracteriza por un intercambio entre dos o más individuos con el propósito de satisfacer los intereses propios de cada uno. Sus postulados fundamentalistas transfiguran el derecho de los pueblos en ley empírea, aunque desde otra perspectiva se propende a tener más en cuenta que, al fomentar la liberación de pueblos y minorías, la idea de autodeterminación tuvo que generar nuevas minorías. En Conjeturas y refutaciones, Karl Popper razona que hay minorías étnicas en todas partes: «El objetivo correcto no puede ser "liberarlas" todas sino más bien "protegerlas" todas. La opresión de grupos nacionales es un gran mal; pero la autodeterminación nacional no es un remedio hacedero.» Con el efecto de un rayo láser que ándase suelto, las considera provisión de caos para el futuro de Europa y del mundo: una reciente prospectiva estima que el nacionalismo es el rasgo político más importante del mundo posterior al rígido orden de la ya posguerra, con las naciones formando holgadas «No todo debiera consistir en dar a cada pueblo el derecho a la soberanía bajo la cual vivirá, sino más bien buscar maneras de que las gentes de diferentes historiales étnicos, religiosos o raciales puedan ser convocadas a vivir juntas en armonía bajo la misma soberanía.» confederaciones, ya sea por fragmentación de países cen«Como reflejo del caos de la tralizados o uniendo estados independientes en nuevas historia, los nacionalismos alianzas internacionales. Se preveía el resquebrajamiento de reaparecen una vez más en el Yugoslavia, la tendencia fisipara de checos y eslavos, la de las repúblicas soviéticas, con independencia mapa de Europa en aquellas confederación de los estados bálticos. Los Doce de la CE serán diecisiete en zonas devastadas por el 1996 y casi todos en el año 2000. Hong Kong y Macao se reúnen totalitarismo, cuando ondean de con China en unos años y luego podría hacerlo Taiwán, si en cuaja la liberaliza-ción. Antes del año 2000 incluso las nuevo los viejos estandartes de Pakín dos Coreas se reunirán. Innumerables factores se agolpan en una identidad arrebatada.» aquella encrucijada, como energías de fusión y fisión operando a la vez sobre el trazado de fronteras y mercados para reiterar los males de la balcanización o propiciar grandes áreas comerciales -como Canadá, México, USA-, origen a su vez de otras fricciones y batallas en la era de la geoeconomía. No todo debiera consistir -decía Arthur Schlesinger Jr.- en dar a cada pueblo el derecho a la soberanía bajo la cual vivirá, sino más bien buscar maneras de que las gentes de diferentes historiales étnicos, religiosos o raciales puedan ser convocadas a vivir juntas en armonía bajo la misma soberanía. Por el momento, las hostilidades entre serbios y croatas no admitirían comparación con el hecho cotidiano de un filipino de Hawai, un polaco-americano en Los Angeles, un chicano en Chicago, un baptista de Georgia en Yale o un negro de Carolina del Norte en Nueva York. En la era de los individuos, la Pax universalis postulada por el presidente George Bush en la última Asamblea General de las Naciones Unidas aún tiene que asentarse en un mapa del mundo que quizá nunca sea definitivo, como la lenta deriva de los continentes.