Hojas olvidadas Testimonios de intelectuales ante la Segunda República El 14 de abril de 1981 se celebrará el cincuentenario de la proclamación de la Segunda República en España. Coincidirá la presencia pública del segundo número de Cuenta y Razón con esta circunstancia, por lo que nos ha parecido oportuno ofrecer al lector tres testimonios, en cierta forma divergentes, pero también complementarios y Con una identidad de fondo, de cómo vieron, a través de artículos o intervenciones poco conocidas, la experiencia democrática republicana tres de los más brillantes intelectuales de entonces. El cincuentenario de la proclamación de la Segunda República ofrece varios motivos de reflexión. En primer lugar, la República ha sido la experiencia democrática que han tenido los españoles hasta junio de 1977. Lo que hubo antes de 1931 no fue un régimen democrático, sino un régimen liberal oligárquico que permitía y garantizaba las libertades, sobre todo en los contextos urbanos, pero que, al corresponderse con una sociedad de un grado de desarrollo económico, social y cultural insuficiente, veía cegadas las fuentes de la democracia práctica. Esta condición democrática del Estado republicano no indica, claro es, que la Monarquía no hubiera podido producir un Estado de las mismas características. Sin embargo, la realidad histórica concreta es que en España el régimen monárquico-liberal fue aventado precisamente por un cambio de vida política —esa transición del liberalismo oligárquico a la democracia—, aunque no hubiera necesariamente tenido que ser así. Como quiera que sea, lo cierto es que esta condición democrática del Estado republicano explica que durante él se plantearan las cuestiones más graves que tenía España desde el punto de vista de su organización política, pero también desde el de su transformación social. Problemas de largos antecedentes y, aunque modificados por el transcurso de la historia, todavía de alguna manera presentes en el momento actual, fueron objeto de la acción de gobierno de los republicanos. No siempre dicha acción fue prudente o técnicamente eficaz, pero de lo que no cabe la menor duda es de que por lo menos los problemas se plantearon, y ello indica ya de entrada un balance positivo. Los gobernantes republicanos no fueron ángeles, sino que se equivocaron mucho y muy frecuentemente; sin embargo, España, que a la altura histórica de 1931 parece ya haber tenido capacidad como para tener una democracia pero al mismo tiempo no tener la fuerza como para tenerla estable, incluso si hubiera tenido gobernantes que hubieran sido ángeles, probablemente el resultado final no hubiera distado mucho de ser el que fue. La Segunda República ha sido durante mucho tiempo obligada referencia del pasado con respecto al presente. Muchos de los propósito reformistas de los años treinta siguen teniendo su sentido cincuenta años después. Pero, sobre todo, es el inevitable recuerdo del final catastrófico lo que sigue planeando sobre la clase política de la actualidad. Sin duda esa memoria histórica ha tenido un efecto positivo, pero no siempre ha sido bien interpretada, y quizá los textos que ofrecemos puedan servir de manera excelente para ello. La razón estriba en que durante los años treinta estuvieron presentes en el escena- rio público español algunas de las figuras más significadas del horizonte intelectual español del siglo xx. La generación del 98, liberal pero no siempre demócrata, o la generación de 1914, que era lo uno y lo otro, supieron dar en repetidas ocasiones el testimonio de la lucidez de unas posturas de concordia. En cambio, los jóvenes no siempre actuaron así. Si durante los años veinte la intelectualidad joven se había caracterizado por su voluntad de despolitización y de una «pureza poética» frente a las impurezas de la realidad política, ahora fue diferente. Como sucedió en general a toda la sociedad española, la politización súbita e inesperada tuvo como consecuencia el crecimiento del maximalis-mo: los jóvenes escritores eran, en buena parte por lo menos, de extrema derecha o de extrema izquierda a la altura de 1930. Probablemente el mensaje intelectual que mejor perdure de los años treinta sea, por tanto, la herencia de quienes se mantuvieron fieles al espíritu del liberalismo. De ellos, pertenecientes a dos generaciones diferentes, ofrecemos a nuestros lectores de Cuenta y Razón tres textos. El primero de ellos corresponde a Azaña en un momento de su trayectoria pública muy singular. Se trata de un discurso pronunciado en la campaña electoral de junio de 1931 en Valencia, discurso de quien se está convirtiendo en un personaje político de primera magnitud gracias a las reformas militares y bien expresivo de la voluntad de transformación que intentó la República desde los primeros instantes. El inconveniente de este Estado nuevo, deseado y merecido, es el lenguaje agresivo con el que Azaña pretendía promoverlo. En efecto, en las palabras de Azaña está presente una voluntad no sólo de ruptura con el pasado, sino de jacobinismo agresivo y de repudio del compromiso, que malbaratarían gran parte de su labor. Ortega fue uno de los más significados propugnadores de la tarea de reformas militares de Azaña. También él acabaría descubriendo esta faceta menos positiva de su labor, y ello bien se denota en el artículo publicado en El Sol del 3 de diciembre de 1933 titulado «¡Viva la República!». Ortega demuestra bien claramente que habían sido no pocos los errores de los republicanos en el planteamiento de su acción reformadora, pero este artículo se escribe para el momento en que las derechas han ganado las elecciones. Ortega desvela lo que sin duda era la esencia del nuevo régimen republicano, que tenía muy poco que ver con el jacobinismo de que habían hecho gala algunos de los dirigentes del primer bienio. Sin embargo, también se dirigía, y lo hacía especialmente Ortega en contra de una derecha fundamentalmente negativa que haría que el segundo bienio republicano no fuera tampoco positivo en su balance. El segundo artículo de la serie iniciada con este «¡Viva la República!» se titularía significativamente «En nombre de la Nación, claridad». Pero la claridad no vendría, y la combinación entre la inestabilidad del bienio de derechas y su actitud represiva y reaccionaria se plasmó en la victoria del Frente Popular en febrero de 1936. En la campaña electoral los republicanos pidieron una reedición del 14 de abril, una vuelta a las ilusiones prístinas del republicanismo. La realidad fue muy distinta y aparece excelentemente descrita en el artículo de Unamuno publicado el 3 de julio de 1936 en el diario Ahora. Lo que dice Unamuno se aplica a la izquierda, pero igual podría haberse aplicado a la derecha. La sensación de predominio de un revo-lucionarismo epidérmico, que por demagogia y violencia iba a llevar a la autodestruc-ción, fácilmente se percibe en el texto de Unamuno. Como Prieto en su famoso discurso de Cuenca, Unamuno no dejaba de tener presente que la agitación constante sin finalidad revolucionaria inmediata y con la voluntad de destruir lo que la República significaba, «superándola» por la izquierda, necesariamente iba a producir un contragolpe; por eso en un artículo inmediatamente posterior Unamuno recomendaba «paciencia y barajar». La recomendación, por desgracia, llegó demasiado tarde. JAVIER TUSELL