El libro del cuatrimestre Las trayectorias de Ortega De todos los escritos aparecidos con motivo de la celebración del centenario del nacimiento de Ortega, el libro de Julián Marías Ortega II. Las trayectorias es sin duda el de mayor trascendencia. Recordar es volver a pasar por el corazón, decía el maestro. La conmemoración es, en efecto, una recordación pública, solemne, un acto de piedad colectiva para con algo o alguien que ha configurado nuestra vida y continúa actuando en ella. Esto es precisamente por lo que se le recuerda, por lo que le volvemos, recreándole, a darle nueva vida. A Ortega lo hemos conmemorado por ser la figura intelectual decisiva que ha impulsado en nuestro siglo la cultura española por una senda nunca transitada, por la senda de una filosofía nueva que representa una inflexión en la historia del pensamiento occidental. Como toda realidad, el recuerdo admite «grados» de autenticidad y de hondura, falsificaciones. Estas últimas no han faltado. Desde el intento de recuperación política por parte de los que fueron siempre * A finales de 1983 fue presentado el libro de Julián Marías Ortega. Las trayectorias. Resultó, desde luego, un acto cultural de importancia capital y, probablemente, una de las celebraciones destinadas a perdurar del centenario del filósofo. Incluimos en el presente número de CUENTA Y RAZÓN d£>s textos sobre el importante libro. El de Mario Párajón es un resumen de su intervención en la presentación del libro en la Biblioteca Nacional. Cuenta y Razón, núms. 15-16 Enero-Abríl 1984 12 sus más encarnizados enemigos —y, desgraciadamente, tuvo muchos— hasta los que no piensan más que en «enterrarle», declarando su obra «caduca» o «conclusa», previa una interpretación de ella ad hoc, perfectamente caprichosa, la gama de estulticias ha sido muy variada. Hay que subrayar, sin embargo, que en su conjunto, el homenaje sincero y positivo ha prevalecido, señal inequívoca del arraigo de su figura —siempre inseguro, como todo lo humano— en la vida nacional. Nadie ha hecho más por ello, es bien sabido, que su discípulo Julián Marías. Marías, en efecto, ha dedicado todo su afán intelectual a salvar, en más de cuarenta libros, las posibilidades filosóficas de su maestro, ya que en ello no sólo le iba la vida personal, sino también el futuro de la comunidad histórica a que pertenece: el mundo hispánico. Como las de Ortega, la vida y la obra de Marías son también «servicio de España». Para ser esto así ha tenido que desarrollar muchas ideas de Ortega, sólo incoadas en la obra de éste, ir más allá de él, pues únicamente la fidelidad creadora permite tomar posesión de las cosas humanas, mostrar la verdad de su alcance y trascendencia. En este sentido, Las trayectorias es un libro ejemplar. Aunque se trata de dos libros autónomos, la primera parte de esta magna in- vestigación, Ortega I. Circunstancia y vocación 1, apareció en 1960. En ella mostraba Marías las razones decisivas que habían llevado a Ortega a la filosofía, cómo la circunstancia española y europea de principios de siglo le había obligado a hacer un gran esfuerzo mental para descubrir una nueva idea de la realidad —un nuevo modo de pensar basado en un principio más hondo y radical— que le permitiera dar cuenta y razón de eUa, y, por tanto, saber así «a qué atenerse». La finalidad del Ortega I era, pues, hacer patente la significación de la vocación de su maestro, exponer el valor y el alcance históricos de su nueva filosofía, cuyo núcleo expresó por vez primera en Meditaciones del Quijote (1914). Filosofía, no se pase esto por alto, que se presentaba como el fundamento de una empresa intelectual de gran aliento destinada a la renovación de España, y a través de ella, de la civilización europea. Antes de entrar en el desarrollo de esta filosofía, que era ya común a ambos desde la segunda mitad de los años cuarenta, era preciso, decíamos, mostrar antes su verdadera dimensión o importancia, las razones que la sustentaban, con el fin de que los lectores se familiarizaran por sí mismos con su núcleo metafísico. Por eso Marías concluía esta primera parte con un detallado análisis del primer libro de Ortega. No se olvide que la posesión de una filosofía se realiza por «sus pasos contados», a través de la puesta a prueba de su fecundidad y verdad en nuestra propia vida. En el prólogo, Marías anunciaba, para más adelante, su pretensión de «habérselas con el Ortega que pudo ser», o con otras palabras: su intención de «completar a Ortega consigo mismo y darle sus propias posibilidades». Veintitrés años separan el total cumplimiento del propósito anunciado. Junto con los azares de la biografía del autor y los condicionamientos de la situación cultural española, había, por tanto, buen número de razones teóricas para demorar tanto tiempo la continuación que el Ortega I exigía. Tenía antes que elaborar algunos conceptos filosóficos indispensa1 Libro reeditado juntamente con la publicación de Las trayectorias en la misma colección por Alianza Editorial (Madrid, 1983). bles para poder repensar a fondo el pensamiento de Ortega y extraer todas sus posibilidades. Pero esto sólo podía hacerlo desde su propio nivel. Es decir, que para ahondar en la filosofía de su maestro tenía Marías previamente que ahondar en la suya. Este nivel lo alcanza en su Antropología metafísica, libro en que elabora la «teoría empírica de la vida humana», teoría indispensable para entender la vida en su concreción real. Pero todavía era preciso dar un paso más. El carácter «transitable» de la filosofía, esto es, su cualidad reveladora que permite «circular» por la realidad en todas las direcciones y por todos sus planas, exigía algunas precisiones sobre las ultimidades, el plano postrer de la realidad que reobra sobre su totalidad dándole pleno sentido y trascendencia. Ortega se había referido muchas veces a él, pero no hizo más que eso: enunciar su necesidad postulada por la vida humana. Ahora bien: este último plano, del que no podemos tener experiencia, pertenece al dominio del misterio, ingrediente constitutivo de la realidad, al que sólo se tiene «acceso» por la fe religiosa. Entre el dominio de la realidad cognoscible y el de la realidad religiosa, la «falla» no se sitúa en el ámbito de la yida, sino en el del conocimiento. Esto llevó a Marías a realizar un gran esfuerzo intelectivo, cuyo resultado fue el fundamental ensayo Filosofía y religión (1981), «puente» entre los dos dominios que le autorizaba a contar con todos los, planos de la realidad, a «transitar», por tanto, por ellos. Esto le ha dado la última holgura necesaria para indagar desde la raíz la filosofía de su maestro Ortega. El punto de partida de Las trayectorias es, pues, el concepto de instalación vectorial, concepto central de su Antropología. De ahí que comience con una definición-novísima de la filosofía que es, al mismo-tiempo, la pauta interpretativa del libro. «La filosofía —dice Marías— es teoría dramática, intrínsecamente personal y biográfica; desligada de la vida efectiva del filósofo, no es inteligible; y, si se toman las cosas en rigor, no es filosofía. La filosofía np tiene sentido más que como algo que emana de una vida concreta, con una libre fbrzosidad que sólo la teoría de la vida humana hace inteligible.» Por eso el asunto del libro no es «el pensamiento, las ideas, las obras de Ortega, sino Ortega mismo». No es que no trate de su pensamiento ni de sus ideas, esto es obvio, sino que el punto de vista es distinto: Marías las presenta desdé la vida en que surgen y configuran a un tiempo. Recuérdese que es la vida la que hace entender, que la vida dando razón de sí es la definición misma de la razón vital, razón que palpita en cada página de este libro. El tema de Las trayectorias es, pues, la reconstrucción imaginativa, con imaginación exacta apoyada en los textos y en el conocimiento histórico, de los «desarrollos» del pensamiento de Ortega a lo largo de su vida y frente a la realidad de su tiempo, realidad que nunca está dada, sino que es «emergente», y, por tanto, su enfronte siempre dramático, inseguro, con pie forzado y a la vez libérrimo. Es decir, Marías reconstruye en este libro el sistema biográfico de Ortega, sistema que describe en términos «novelescos», no sin clara intención: «Hace Ortega, una vez y otra, a distintas edades, diversas "salidas", cada una de las cuales incluye las anteriores y a la vez da razón de eUas desde un nivel más alto y complejo; y todo ello ligado a las distintas situaciones biográficas y a las variaciones de la circunstancia histórica. Por eso tiene sentido, más aún, es indispensable si se quiere de verdad entender esta filosofía, estudiar las trayectorias de su autor.» Antes de reconstruir los diversos haces de trayectorias, expuestas en seis grandes secciones divididas en capítulos —-«La reaborción de la circunstancia», «Razón vital y razón histórica», «Una encrucijada: La rebelión de las masas», «La segunda navegación», «El naufragio», «Las últimas cuentas»—, vuelve Marías un instante sobre el alcance de las Meditaciones del Quijote, punto de instalación del que parte la vida del Ortega maduro. El descubrimiento de la nueva idea de la realidad que en ellas se expresa, advierte Marías oportunamente, no consiste principalmente en ser una teoría más «avanzada» que las de los pensadores de su tiempo, sino que representa un orden distinto de magnitud: la recuperación del «auténtico nivel de la filosofía». Lo cual quiere decir dos cosas: recuperación de las cuestiones capitales de la metafísica postuladas por la altura del tiempo y su planteamiento a un nivel más hondo y radical del que lo había hecho hasta entonces la filosofía. Ortega tuvo conciencia de ello, como lo demuestran sus dos primeros ensayos de El espectador, en los que propugnaba la creación de «una nueva cultura de postrimerías» y se declaraba «nada moderno, pero muy siglo xx». Advertencia muy oportuna, repito, pues esta reconquista de Ortega constituye, nada menos, que el fundamento de nuestras posibilidades históricas, fundamento al que todavía no hemos prestado, por desgracia, suficiente atención. El descubrimiento de la realidad radical como vida circunstancial, individual, histórica y, por tanto, como algo que hay que hacer, implica una instalación proyectiva, vectorial, en una circunstancia cambiante, es decir, «en lo movedizo». Una instalación, por consiguiente, creadora, «en constante renovación, en cada momento desde otro nivel, por lo menos biográfico, y esto lleva consigo el cambio en el horizonte de los problemas». Lo cual no significa que el pasado desaparezca, sino que se modifica al compás del futuro, de los proyectos que se van realizando y que van surgiendo. Lo que revela hasta qué punto la vida humana es compleja y cuan miserables los esquemas a los que se la pretende reducir. Las primeras trayectorias de Ortega corresponden a su juventud: la decisión de resolver con los medios adecuados «el problema de España», que considera como el deber de su generación; la tarea de «europeizar» a España, es decir, de absorber los métodos modernos de conocimiento como primer, paso hacia la «interpretación española del mundo»; una reflexión política casi constante, aunque no obsesiva —ya en estos años dijo que el que no se ocupa de política es un inmoral, pero el que sólo se ocupa de política, y lo ve todo políticamente, es un majadero—, con el fin de crear los medios para organizar eficazmente la sociedad española, condición ineludible para su renovación; la utilización del periódico, del ensayo, de la cátedra como medios de expresión y difusión de su pensamiento para llegar, así, al mayor número de españoles posible. «Vectores» todos que le llevan a una primera instalación personal con la publicación de las Meditaciones del Quijote. De ahí, las trayectorias de Ortega van a partir en varias direcciones, remansándose algunas, quebrándose otras, reanudándose las más a distintos niveles. Y hay que entender a cada una como ingrediente de su vida unitaria, que implica o coimplica a las demás, y que, por consiguiente, sólo la totalidad resulta plenamente inteligible. De modo meramente indicador diremos que, una vez instalado en su nivel y ante el fallo de Europa que representa la guerra de 1914, Ortega decide poner inmediatamente a prueba su «nueva manera de ver las cosas» aplicándola a cualquier tipo de realidad. Quizá sea ésta una de las trayectorias más logradas de su vida. El espectador, iniciado en 1916 y publicado por última vez en 1934, es un modelo de saber, sensibilidad, invención y bellísimo escribir. La necesidad de la gran reforma española le lleva a ocuparse de la teoría general de la vida colectiva o social, que elabora por «paliers» en diversas obras: Vieja y nueva política, España invertebrada, La rebelión de las masas..., hasta el curso El hombre y la gente del Instituto de Humanidades en 1949-50. Junto con la sociología, la necesidad de conocer la realidad histórica de España, de Hispanoamérica —sólo llegó a conocer bien la Argentina—, de Europa: España invertebrada, Papeles sobre Veláz-quez y Goya, buena parte de los numerosísimos artículos de pensamiento político, Meditación del pueblo joven, Meditación de Europa, etc., son los textos más importantes sobre estas cuestiones. Por otro lado, la insuficiencia de la moral intelectual que pone violentamente de manifiesto la guerra, el súbito desbordamiento de la irresponsabilidad intelectual —que padecía Europa de forma endémica desde mucho tiempo atrás y que explica tantas cosas de la Edad Contemporánea—, impulsan a Ortega en dos direcciones conexas. Una le lleva a analizar en profundidad la crisis de nuestro tiempo, crisis de sus fundamentos, que describe magistral-mente en La rebelión de las masas; la otra es respuesta a esa crisis, y consiste en las distintas «exploraciones» que realiza por el nuevo continente filosófico descubierto por él. En ellas va mostrando la insuficiencia del racionalismo, del idealismo, de los varios irracionalismos, y va exponiendo su doctrina, más radical y abarcadura, de la razón vital e histórica. El tema de nuestro tiempo, Kant, Goethe desde dentro, En torno a Galileo, Historia como sistema y el curso público de 1929 de una hondura y claridad extraordinarias, que Ortega dejó enigmáticamente inédito, ¿Qué es filosofía? son los jalones más significativos de su itinerario filosófico anterior al terrible naufragio de 1936, que tantas posibilidades y esperanzas españolas iba a quebrantar. Los temas del amor, de la literatura, del arte han constituido también trayectorias importantes en la vida de Ortega. Y la política; la política que consideró siempre como una creación histórica, como una llamada entusiasta a sus conciudadanos a inventar y participar en la realización de un proyecto de vida nacional ascendente, y no como la estéril, destructora lucha de partidismos utópicos, egoístas o pusilánimes que se querellan en contienda incivil por intereses de grupo o pasiones de bandería. Frente a los totalitarismos de toda laya, la cobardía o la falta de imaginación, Ortega no se cansó de proclamar la fecundidad de la libertad y la riqueza del pluralismo de puntos de vista, únicos medios eficaces, según élj con los que la democracia puede ir urdiendo ese proyecto de vida colectivo que llamamos nación, o esas colectividades más amplias —mundo hispánico, Europa, Occidente— que será necesario forjar. Hemos citado algún libro dos veces, porque algunas trayectorias se entrecruzan o convergen en él. Otras, en cambio, se quiebran o interrumpen pronto, como sucedió con su actividad política durante la República. Ortega la recibió con entusiasmo y esperanza, pero la conducta de la mayoría de los políticos, el camino por donde llevaban el destino de España, le decepcionó muy profundamente. Vio en ello, sin duda, la manifestación de lo que había descrito en La rebelión de las masas, y no sólo abandonó definitivamente la actividad política, sino que esa amarga y desazonante experiencia le llevó a hacer un alto en el camino de su vida, un balance minucioso de lo esperado y lo sucedido, de lo realizado y de lo aplazado, de los caminos cerrados y de los que se abrían nuevos ante él. Todo está consignado en el «Prólogo» a la primera edición de sus Obras (1932), en las que anunciaba, debido a los cambios de la circunstancia, una segunda gran «salida», su «segunda navegación». Decidió, pues, por entonces, cargado de los pertrechos anteriores y con renovados entusiasmos —el entusiasmo, decía, es la gran dilatación del espíritu—, lanzar la «navecilla» de su vida por el mar de su pensamiento, escribir libros mayores en los que su sistema filosófico se fuera completando. La guerra civil le arrastró a las playas del exilio, primero en Francia, después, ante la inminencia de la segunda guerra mundial y la destrucción de Europa, a la Argentina, donde fue recibido con tan poca generosidad; por fin, a Lisboa, en el apacible Portugal, donde fijó su residencia oficial hasta su muerte. A pesar de las enfermedades, de la inseguridad, de los recursos escasos, de la intemperie en que vivió, de las amarguras, Ortega escribió en este período de su vida sus obras más importantes, aunque las dejara todas sin acabar. Ideas y creencias, varios prólogos a libros de filosofía, caza, literatura, su ensayo luminoso sobre Vives, Una interpretación de la historia universal y el ya citado El hombre y la gente, cursos del Instituto de Humanidades, Origen y epílogo de la filosofía, parte del cual fue escrito para ser el epílogo de la Historia de la filosofía de su joven discípulo Julián Marías, y su Leibniz, la gran obra inconclusa y genial en la que toma en peso toda la historia de la filosofía desde el nivel de su nueva filosofía... para «poseerse a sí mismo» y darle una perspectiva nueva. Tales son, en pobre síntesis, algunas de las trayectorias más importantes de esta «segunda navegación». Pero aún hay más. A partir de 1945 volvió a España, donde residió largas temporadas. En abril de 1946 tuvo lugar el reencuentro con el público español. Ante la acogida calurosa que le prodigó se le encendieron de nuevo los ánimos, le rebrotaron sus indestructibles proyectos. En 1948 creó con Julián Ma- rías el Instituto de Humanidades, institución totalmente privada, en la que daría dos cursos, y con la que Ortega esperaba, en el fondo, restaurar la vida intelectual, sobre todo, reanudar la fecunda convivencia intelectual de los años anteriores a la guerra civil. En el Instituto participaron muchas de las más importantes figuras de la cultura española de entonces, el público reaccionó favorablemente, el prestigio de la reciente institución cruzó pronto las fronteras, pero las dificultades que causaba la inquina del régimen contra lo que representaba Ortega, desanimaron a éste. Las invitaciones al extranjero, la necesidad de ocuparse de sus lectores europeos, principalmente alemanes —Ortega a fuer de español fue siempre un europeo integral—, le llevaron a tomar la decisión, quizá un poco apresurada, de interrumpir las actividades del Instituto. Funcionó sólo dos años, pero su impacto en España y fuera de ella fue importante. Sin duda, Ortega pensó reanudarlas en el momento oportuno, pero la muerte prematura segó su vida en plena madurez, concluyendo definitivamente los proyectos y las trayectorias. Tal es, muy someramente descrito, el argumento de este libro fundamental de Julián Marías. Escrito al cabo de más de cuarenta años de reflexión filosófica, no será fácil de entender para aquel que no tenga en cuenta los «cimientos» que lo sustentan. Para reconstruir el itinerario teórico de su maestro, Marías ha tenido que llegar primero a su nivel, para poder después descender a las raíces de la filosofía compartida y creada por ambos. Lo ha hecho con una hondura, una precisión y un estilo literario —todas las palabras del libro resultan necesarias— literalmente asombrosas. Es decir, que para escribir este libro Marías ha tenido que entrar en últimas cuentas consigo mismo. Se trata, pues, de una obra filosófica de una gran densidad y complejidad, llena de escotillones que conducen a la raíz misma de la vida y del pensamiento. Sólo con sosiego, el alma porosa y un temple amoroso —un fuerte afán de entender— se puede tomar posesión de este libro capital. Al terminar su lectura tenemos la sensación de que nuestra vida se ha dilatado en varias direcciones, se ha cargado de peso y gravedad. Pero pronto percibimos que este súbito enriquecimiento tenemos que hacerlo nuestro, que consiste en el proyecto con que tenemos que henchir nuestra vida. ¿Cómo? ¿No se trata de un libro sobre Ortega? Precisamente por eso. Marías no nos ofrece sólo un fino y penetrante análisis de la filosofía de su maestro, sino algo mucho más esencial. Marías nos devuelve a la altura de nuestra situación el pensamiento de Ortega vivificado y, con él, su ardiente afán acrisolado: elaborar la interpretación filosófica española del mundo. Tarea en la que Marías ha tomado tanta parte, y que tenemos que continuar para darle la plenitud de formas que está pi- * Profesor de Filosofía. diendo, para no dejar escapar el único tesoro valioso que podemos compartir con los demás pueblos: nuestra autenticidad. La importancia de Las trayectorias reside ahí. Pues en él se recoge, en esencial continuidad histórica, condición de todo progreso, la herencia reverberante de la filosofía española de este siglo. Para que podamos seguir inventando la historia de España desde nuestras raíces y construir nuestra vida personal desde el hondón del alma en que brota la verdad y el hombre llega «a la coincidencia consigo mismo», definición inmejorable de la verdadera felicidad. JUAN DEL AGUA *