Mario Parajón Ortega en sus trayectorias Ortega: las trayectorias es, como sabemos todos los aquí presentes, la segunda parte de un primer volumen escrito hace más de veinte años y editado ahora de nuevo: Ortega: circunstancia y vocación. ¿Por qué ha demorado el autor rnás de veinte años en darnos la segunda parte de lo que aguardábamos para el año 63 o a lo más para el 65? La pregunta tiene más importancia tratándose de un escritor como Julián Marías, que ha seguido la tradición de Lope en lo que atañe a volumen de obra filosófica y la del rigor en lo que concierne a su altura. ¿Por qué se ha demorado Marías más de veinte años en la entrega al editor de las quinientas páginas donde aparecen las trayectorias orteguiarías? Le hice la pregunta creo que hará diez o doce años y le oí la respuesta como si no me contestase, sino como respondiéndose a sí mismo y en voz baja: «¡No me da la gana de que Ortega caiga en el vacío!» Ésas no serían las palabras textuales, pero ése era el pensamiento de fondo. Dicho de otra manera: en los años sesenta el mundo intelectual olvidó la filosofía propiamente dicha; irrumpieron las místicas orientales, entró en vigencia una forma un poco arcaica de nuevo furor romántico; se implantó la espera desesperada de las utopías y a Ortega dejó de atacársele, pero también se hizo lo posible por hundirlo en el olvido. Marías no quería que la publicación de Ortega: las trayectorias coincidiera con un momento poco reflexivo, poco entusiasta de lo real y poco aficionado a la fruición Cuenta y Razón, núms. 15-16 Enero-Abril 1984 de perder el sueño por las ideas. La sociología empírica, la psicología, la acción encaminada a cambiar la realidad social embriagándose a sí misma para huir de cualquier actitud ensimismada y contemplativa sustituían al pensamiento filosófico. Marías, por supuesto, cree en la enorme importancia de la ciencia sociológica y de la psicológica y en la necesidad de la acción en todos los órdenes de la vida, desde el personal hasta el político. Pero cree también que siempre se actúa desdé un pensamiento, se tenga o no conciencia de él y se ignoren o no los supuestos del mismo. Y si algo ha definido la circunstancia intelectual de los últimos veinte años ha sido el temor al pensamiento radical. Creo que se ha preferido ir a la muerte antes que a las raíces. ¿Ha cambiado el panorama? Quizá un poco, pero no demasiado. Y si el panorama no ha cambiado, ¿por qué Marías entrega al editor el libro sobre las trayectorias de Ortega? Lo hace porque Marías le teme al aplazamiento; no querría por nada del mundo que este libro se le quedara en el tintero. Como buen caballero tiene su escudo y ha escrito en él: que por mí no quede. Si la circunstancia no es muy favorable a la comprensión de Ortega: las trayectorias, habrá que hacer presión sobre la circunstancia española e hispanoamericana y sobre la euiopea y la que continúa extendiéndose por el mundo occidental. Nunca se sabe cuánto brillo puede caber en la superficie de un guijarro. Pero hay más, Ortega: las trayectorias se publica en el año del centenario del filósofo. Marías no ha sido insensible al hecho. El centenario se ha celebrado de muchas y varias maneras: hemos leído trabajos a propósito del gran europeo, del hombre refinado, del excelente compañero de viaje, del amigo entrañable, del estoico que aceptó con elegancia el anuncio y la llegada de la muerte, del humanista rebosante de cultura y del animador que hizo traducir libros importantes, exigió disciplina en el estudio, dirigió empresas como la Revista de Occidente y el Instituto de Humanidades, orientó el trabajo de sus discípulos y extendió un aire risueño y festivo a las faenas de la cultura para terminar algo con el exceso de gravedad española, la rigidez, la descortesía, la indelicadeza, la falta de humor amable y otras dolencias del alma nacional. Y se ha celebrado también el centenario del pensamiento de Ortega, esto es, de lo que Ortega pensaba sobre tal tema, tal ciencia, tal aspecto de la vida. Ésos centenarios había que celebrarlos. Pero faltaba uno: la celebración del centenario de su modo de pensar, de sus hallazgos filosóficos más importantes, el del torso completo de su biografía intelectual y también el de sus errores y el del camino que conduce a ir más allá de su filosofía. Y ése es el que celebramos hoy lanzando como un buen cohete madrileño este libro de Marías sobre las trayectorias del maestro. El autor es Marías, cuya vida intelectual, como reza el viejo tópico tan querido, «no necesita presentación». Hay algunas tramas de esta urdimbre que si pienso que les hace falta o no les viene mal un poco de aclaración a propósito de sus antecedentes. Ortega: circunstancia y vocación es la primera parte de Ortega: las trayectorias. Pero antes Marías había escrito mucho sobre Ortega: un libro polémico, Ortega y tres antípodas, que tuvo su aire sacrilego cuando apareció; varios ensayos escritos a raíz de la muerte de Ortega; notas aclaratorias a la edición de Puerto Rico de las Meditaciones del Quijote; varios trabajos más y hasta un artículo con motivo de la muerte de doña Rosa Spotorno, la viuda de don José, aquella mujer tan dueña de sí misma y creadora de un ámbito desde el cual Ortega pudo hacer su filosofía. «Rosa, este arroz no es de Java», le dijo una vez el filósofo al empezar a comer. Y ella contestó sin alterarse: «Será de alguna parte de Java.» Marías no sólo escribió sobre Ortega, sino que se declaró su discípulo desde que publicó sus primeros libros e hizo su Historia, su Introducción y su Biografía de la filosofía desde la «razón vital». La primera edición de la Historia de la filosofía es de 1940, cuando Julián tenía veintiséis años, y el libro concluye con un capítulo sobre Ortega y la escuela de Madrid. Ortega le puso un epílogo que pensó convertir en un tomo de setecientas páginas. Y cuando Ortega hablaba de su filosofía, de la descubierta por él, solía decirle a Julián: «nuestra filosofía». Ortega: las trayectorias está escrito desde esa relación de trato diario, epistolar, intelectual, durante los años en que Marías fue alumno de la Facultad de Filosofía y desde la instalación de Ortega en Lisboa y Madrid hasta su muerte. A Ortega se le mutila si se deja a Marías sólo como uno de sus intérpretes o como el más calificado. Hay que leerlos a los dos para comprender la obra de ambos. Porque aquí surge otra cuestión: Marías no ha reducido su vida intelectual a ser el expositor de las doctrinas de Ortega; no ha sido el discípulo que escribe sobre el pensamiento del maestro y realiza otros estudios sobre temas diversos. La relación es más compleja. Gabriel Marcel decía que si alguien aclara los dogmas de un pensador ante un público y realiza bien su tarea, eso que hace se llama una «mediación creadora». Es verdad. Entre Ortega y nosotros se tienden los puentes de la «mediación creadora» que ha sido lo escrito por Marías sobre el gran contemplativo de los ojos puestos en la piedra lírica del Escorial. Pero hay más volumen y riqueza en este ovillo. ¿Por qué? Porque Ortega descubre que «yo soy yo y mi circunstancia» y que el instrumento para ir hacia el futuro, hacer un proyecto de vida y orientarse en el mundo se llama la razón vital, distinta de la razón descriptiva y de la analítica. Marías medita estas verdades y escribe una larga Introducción a la filosofía, que no es más que una introducción a la vida, un esfuerzo ingente por hacer de la vida una realidad transparente a fin de realizarla como elegancia, léase como elección de lo mejor a cada instante y a lo largo de ella. En esa Introducción se hace un análisis de la circunstancia; parte de ella es el cuerpo y el alma, zonas de la misma diferentes a la historia, la sociedad o la técnica. ¿Qué ocurre? Algunos años después Marías descubre que entre la biografía concreta de un hombre, el niño Cervantes en Alcalá, la pérdida de su brazo, sus ojos tan abiertos en Italia y su despedida inolvidable: «llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir», entre todo lo que contaría el novelista o filmaría el director cinematográfico y la estructura analítica de la vida humana, hay por el medio una estructura empírica: el hombre. En 1970, Marías publica su Antropología metafísica. No reniega de la razón vital. Todo lo contrario: la extiende; habla de una razón vital masculina y femenina. Y eso no estaba en Ortega. Ortega: las trayectorias es un libro para ser leído desde esta perspectiva. No quiero entrar en lo específico del contenido, pero sí decir algo del espíritu que haría su lectura más provechosa. Ante la realidad se puede sentir la indiferencia, la náusea, el entusiasmo y todas las gradaciones del amor, el odio, la complacencia, el afán de contemplarla o el de intervenir en ella. Ortega y Marías son entusiastas de la realidad; procuran no idealizarla y quieren pensarla e intervenir en ella al mismo tiempo. La náusea no es el estado ideal para seguir las trayectorias de Ortega. Segundo punto: hay quienes viven dentro de la esfera de lo interindividual, atentos a sí mismos, a sus proyectos y a su mundo personal: amores, afectos, amistades, hijos, padres, gente conocida y nada más. Tampoco esa perspectiva vital es la indicada para entrarle a este texto. Y, por el contrario: los hay volcados nada más que sobre un más aUá invisible, que no comprende sólo la vida de ultratumba: el más allá puede ser la vida de ultratumba, la vida social, la política, la histórica, todo lo que trasciende la inmediatez del aquí y del * Ensayista. ahora y la condición futuriza de ese aquí y de ese ahora. Esos tampoco entrarán bien por estas puertas. ¿Quiénes creo yo que abrirán mejor las páginas del libro de Marías? Los que viajen del yo al tú, del tú al nosotros y al ellos pasando del hoy al mañana sin olvidar el ayer. He dicho del hoy al mañana. Si algo tiene Ortega de irritante para loa empeñados en engañarse es que no fabrica utopías. Hegel pensaba que al final de la historia se reconciliarían los contrarios y cesarían las alienaciones. Ese optimismo es una forma del pesimismo; un escabullirse del amor que reclaman las cosas en las flechas del hoy disparadas hacia mañana. Ortega tampoco es un pesimista; cree que las cosas pueden mejorar, aunque tampoco-tiene la seguridad de que se progresa necesariamente. Estamos en la vida y nuestra obligación es hacer lo que ya mencioné antes: elegir lo mejor. Para eso es menester el desarrollo de la mínima parte de nosotros mismos, que se llama la razón. Y ahora sí puedo decir no el contenido, pero sí lo que hay en el libro de Marías: es la historia de cómo don José Ortega y Gasset tuvo ante sí las diversas trayectorias posibles de su vida; cuáles eligió entre ellas, cómo y por qué realizó la elección, cuándo aplazó algunas decisiones, tal vez equivocándose en los aplazamientos por exceso de elegancia, perfeccionismo o dificultad en la administración de su talento, y qué instrumento dejó en poder nuestro para engañarnos lo menos posible, para ver con claridad, para no falsificar nuestra vida y para elegir lo mejor. Esto es lo que narra Marías desde su instalación antropológica y desde el talante que le atribuyó a Marañón y que le pertenece también a él: la melancolía entusiasta. O sea, el ejercicio de la virtud teologal de la esperanza aplicado a las realidades terrenas en alianza con el temple que sabe que toda realidad humana, en su plenitud, está esencialmente frustrada. Por eso hay que emprenderla. Para que se adelanten y se cumplan algunas de sus esquirlas bellísimas. MARIO PARAJÓN *