El árbol de la ciencia (1911) es una de las obras maestras de Pío Baroja y de las más representativas de la Generación del 98: presenta una visión áspera y hostil de la sociedad española de finales del siglo XIX, muy afectada por la llamada crisis de fin de siglo. El pesimismo del protagonista, Andrés Hurtado, se corresponden con el del propio autor (de hecho, comparten muchos rasgos biográficos: sus estudios de Medicina, su época como médico rural, la muerte de un hermano pequeño…). Esta angustia existencial y desorientación van a ser, junto con la crítica de la sociedad española, los dos grandes temas de la obra, cuyos cincuenta y tres capítulos se reparten en siete partes que podemos agrupar a su vez en dos partes, separadas por un diálogo de carácter filosófico entre el protagonista, Andrés Hurtado y su tío, el doctor Iturrioz. La primera narra el proceso de formación espiritual e intelectual de Andrés (que le llevará al desconcierto y al nihilismo con el que afronta la vida en la segunda parte). Comienza ilusionado sus estudios de Medicina, aunque el desencanto llega rápido, al ser consciente del abismo que hay entre la universidad española (inmóvil, falsa) y la europea, donde se están produciendo los verdaderos avances; a ese desencanto se le une la desconexión con su familia (la muerte de su madre dejó en él una propensión a la melancolía y a la tristeza, se lleva mal con su padre y sólo siente verdadero amor hacia uno de sus hermanos, el más pequeño, Luisito, de salud delicada); cuando Andrés comienza sus prácticas como alumno interno de un hospital, las injusticias sociales y el dolor que contempla entre los más desfavorecidos le indignan y le entristecen. Su vida social, guiada por su amigo Aracil a través de bares, antros y casas de vecinos a cual más miserables, no es mejor (con la excepción de su amistad con la joven Lulú). Desconectado de la Universidad, de la sociedad, de su propia familia (la puntilla es la muerte de su hermano Luisito), Andrés se refugia en la lectura y en la Filosofía. Llega entonces el interludio reflexivo que separa la primera parte de la segunda, la conversación con su tío Iturrioz, en la que encontramos tesis características del pesimismo existencial, derivado de Schopenhauer (que tanto influyó en el 98): Andrés opta siempre por la Ciencia (por el árbol de la ciencia), única posibilidad de conocimiento y de dar algún sentido a la vida, en consonancia con las creencias de finales del XIX y de corrientes como el Positivismo, que habían puesto en ella todas las esperanzas de progreso del ser humano; pero a estas alturas, Baroja, como muchos otros de su generación, se había desencantado con el precio que semejante progreso exigía, de ahí que Andrés afirme que la Ciencia, el conocimiento, trae también la destrucción, por lo que el ser humano, para vivir, necesita de la mentira, de la ficción, del árbol de la vida (hay muchos personajes así en la novela: Villasús, el autor de infumables comedias entregado a la vida bohemia y que lleva a sus hijas a la pobreza; don Blas Carreño, hidalgo manchego que se comporta y habla como un personaje de las “obras españolas clásicas”; el propio Andrés, que se refugia en los modelos filosóficos germánicos… personajes de ecos quijotescos, que, como el inmortal hidalgo creado por Cervantes, siguen modelos de vida irrealizables). La segunda parte profundiza en la crítica a la sociedad, tanto rural como urbana. El paso de Andrés como médico por un pueblo manchego, Alcolea del Campo, permite a Baroja denunciar la pobreza, la resignación, la ignorancia, el caciquismo, etc. La vuelta a Madrid coincide con la declaración de guerra a Estados Unidos, la pérdida de las últimas colonias y la apática reacción de la población. Andrés sigue acumulando experiencias durísimas ejerciendo su profesión que no hacen más que aumentar su pesimismo existencial y despreciar no sólo a las clases altas, sino también a las bajas, a las que acusa de tener mentalidad de esclavos; encuentra un paréntesis de paz al casarse con Lulú, pero acaba abruptamente con su muerte y la del hijo que esperaban. Sin una ficción que le ayude a vivir, a Andrés sólo le queda el suicidio. Puro nihilismo. Entre el enorme mosaico de personajes que constituyen una despiadada radiografía social de finales del XIX, llaman la atención, aparte de Andrés, su tío Iturrioz y Lulú. El primero sirve, cual Sancho Panza, como interlocutor de Andrés; Lulú, por su parte, es el perfecto contrapunto de éste (¿su Dulcinea?), la que lo ata al árbol de la vida (hasta su muerte). El estilo de la novela es muy sencillo, de ritmo rápido y directo, en consonancia con el antirretoricismo de la Generación del 98, que tuvo en el llamado “problema de España” uno de sus principales temas. Baroja no fue ajeno a ello, como demuestra esta novela. Sorprende (y preocupa) la modernidad de la obra y la actualidad de los males que denuncia: la vulgaridad, el desprecio a la cultura, la corrupción de las instituciones, la precaria situación de la Universidad, la falta de inversión en ciencia… Leyendo El árbol de la ciencia, no parece que hayamos avanzado mucho.