V Domingo del Tiempo Ordinario Vosotros sois la luz del mundo (Mt 5,13-16) ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 94,6-7) Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios. ORACIÓN COLECTA Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que solo en ti ha puesto su esperanza. PRIMERA LECTURA (Is 58, 7-10) Entonces nacerá tu luz como la aurora Lectura del Libro de Isaías Así dice el Señor: «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: “Aquí estoy.” Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.» SALMO RESPONSORIAL (Sal 111, 4 5. 6 7. 8a y 9) R/. El justo brilla en las tinieblas como una luz. En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos. R/. El justo jamás vacilará, su recuerdo será perpetuo. No temerá las malas noticias, su corazón está firme en el Señor. R/. Su corazón está seguro, sin temor, reparte limosna a los pobres, su caridad es constante, sin falta, y alzará la frente con dignidad. El justo brilla en las tinieblas como una luz. R/. SEGUNDA LECTURA (Co 2,1-5) Os he anunciado a Cristo crucificado Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el testimonio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Jn 7,12) R/. Aleluya, aleluya Yo soy la luz del mundo –dice el Señor. El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (5,13-16) Vosotros sois la luz del mundo Lectura del Santo Evangelio según San Mateo En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Señor, Dios nuestro, que has creado este pan y este vino para reparar nuestras fuerzas, concédenos que sean también para nosotros sacramento de eternidad. ANTÍFONA DE COMUNIÓN Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Calmó el ansia de los sedientos y a los hambrientos los colma de bienes. o bien (Mt5,5-6) Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados. Lectio El Domingo anterior meditamos bienaventuranzas, que constituyen el principio del Sermón de la Montaña y que describen las ocho puertas de entrada en el Reino de Dios, para una vida en comunidad (Mt 5,1-12). En este Domingo meditamos la parte siguiente, que presenta (Mt 5,13-16) dos parábolas muy conocidas, la de la luz y la de la sal, con las que Jesús describe la misión de la comunidad. La comunidad debe ser sal de la tierra y luz del mundo. La sal no existe para sí, sino para dar sabor al alimento. La luz no existe para sí, sino para iluminar el camino. Nosotros, nuestra comunidad, no existimos para nosotros mismos, sino para los otros, para Dios. Casi todas las veces que Jesús quiere comunicar un mensaje importante, recurre a una parábola o comparación, sacado de la vida de cada día. En general, no explica las parábolas, porque tratan de cosas que todos conocen por experiencia. Una parábola es una provocación. Jesús provoca a los oyentes para que usen su propia experiencia personal para entender el mensaje que Él quiere comunicar. En el caso del Evangelio de este Domingo, Jesús quiere que cada uno de nosotros analicemos la experiencia que se tiene de la sal y de la luz para entender la misión de nosotros los cristianos. ¿Habrá alguno en este mundo que no sepa qué cosa es la sal o la luz? Jesús parte de cosas muy comunes y universales para comunicar su mensaje. El Evangelio interpela nuestra actitud y nuestra disposición como creyentes, pues nos muestra lo que debe identificar y caracterizar nuestro comportamiento en relación a los demás Una división del texto para ayudar en la lectura: Mateo 5,13: La parábola de la sal Mateo 5,14-15: La parábola de la luz Mateo 5,16: Aplicación de la parábola de la luz Contexto literario. Los cuatro versículos del evangelio de este domingo (Mt 5,13-16) se encuentran entre las ocho bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y la explicación de cómo hace falta entender la Ley transmitida por Moisés (Mt 5,17-19). Después viene la nueva lectura que Jesús hace de los mandamientos de la Ley de Dios (Mt 5,20-48). Jesús pide considerar la finalidad de la ley que según Él se contiene en estas palabras: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48) ¡Jesús nos pide imitar a Dios! A la raíz de esta nueva enseñanza de Jesús, se encuentra la nueva experiencia que Él tiene del Padre. Observando así la ley, seremos Sal de la tierra y Luz del mundo. Confrontémonos con la Palabra El seguir al Señor implica asumir un estilo de vida, que orienta la búsqueda de identificación con el Señor. Así Él utiliza dos imágenes que son muy elocuentes por un lado el ser: SAL, es decir, dar sabor, comunicar, transmitir, contagiar a otros aquello que uno vive. En este sentido, ¿de qué manera busco manifestar mi ser cristiano, que busco vivir el estilo del Señor y que busco identificarme con su proyecto de amor? ¿Qué hago para que se note que busco vivir como el Señor? – El Señor utiliza otra expresión para hacernos ver que creer en Él repercute en los demás, así nos dice de ser: LUZ, de dejarse iluminar para iluminar , de uno comunicar a otros aquello que uno vive, de ser instrumento del Señor para que otros puedan vivir lo que uno vive, en este sentido, ¿de qué manera marco presencia cristiana en los lugares donde estoy?, ¿qué hago para que en las diversas circunstancias de la vida mi actitud ayude a otros a encontrar al Señor por el testimonio que doy? ¿Es mi vida algo que inspira y ayuda a otros a querer vivir la fe cristiana?, ¿de qué manera? – El evangelio habla que la sal puede perder sabor, y por lo tanto perder el sentido que tiene, siendo así, ¿qué cosas hacen que mi vida cristiana se diluya, que pierda el sentido y la mística que debe tener?, ¿qué cosas me llevan a relativizar lo que creo? – La parábola habla de que es imposible ocultar una ciudad construida sobre un cerro, pero puede suceder, que yo no viva ni transmita lo que creo, siendo así, ¿en qué circunstancias “escondo, oculto mi fe”, y me omito y dejo de ser lo que el Señor espera de mí. – No se enciende una lámpara para colocarla debajo de una mesa, es decir, la fe no es para reducirla a una relación yo y Dios, sino que eso debe repercutir en los demás, siendo así, ¿en qué circunstancias, no vivo de acuerdo a la voluntad del Señor?, ¿hay algo en especial en que oculto lo que creo y así me omito?, ¿cuál es el motivo?, ¿qué podría hacer al respecto, para dar testimonio de mi vida cristiana? Oremos a la luz de esta Palabra Señor Jesús, Tú que eres la Palabra definitiva del Padre, Tú que has venido a revelarnos la voluntad del Padre, Tú que has consumado el proyecto del Padre en tu vida, nos has hecho ver lo que implica conocerte y seguirte. Tú nos has dicho que somos “...sal de la tierra...”. Nos has hecho ver que seguirte a ti, debe dar un estilo de vida diferente, que eso se debe notar en nuestra vida, que nos debería dar una actitud nueva en todo lo que hacemos. Nos haces ver que como la sal, debemos dar sabor a todo lo que nos rodea, a todo lo que hacemos, a todo lo que decimos; Tú nos invitas a darte a conocer con nuestra vida y con nuestras actitudes, a dar sabor a ti, a manifestarte actualizando tus enseñanzas en nuestra vida. Señor, Tú que nos invitas a ser sal de la tierra, sé Tú quién el que me des la gracia de la conversión y dóname la capacidad de vivir conociéndote y amándote, y comunicando tu Palabra. Ayúdame, Señor, a ser la sal que Tú me pides. Tú que me pides ser sal, haz que me llene de ti para poder transmitirte a los demás y así mi vida exprese la tuya porque estoy plenamente impregnada de ti. Señor, nos hablas de ser luz para los demás, ser luz que ilumine, una luz que resplandezca, no una luz opaca y oculta, sino una luz que ayude a otros ver con claridad. Nos haces la comparación de la luz que se coloca sobre la mesa para que alumbre a todos y no una que se coloca debajo de la mesa. Señor, Tú nos estás proponiendo vivir tu seguimiento de manera clara y visible, en modo que sea evidente que te seguimos, te buscamos y adherirnos a ti. Nos hablas de la necesidad que los demás noten y perciban nuestra fe por nuestra actitud y nuestra disposición. Señor Jesús, nos hablas que no se puede ocultar una ciudad construida sobre una montaña, como tampoco que no se enciende una lámpara para colocarla debajo de la mesa, sino para que ilumine a todos, de la misma manera, Señor, nos pides que nuestra fe en ti, ilumine a todos, que lo demostremos, que lo demos a conocer con nuestra vida y nuestras actitudes para que otros a su vez te conozcan. Apéndice Apartes del Mensaje del Papa Juan Pablo II para la Jornada Mundial de la XVII Juventud en Toronto 2. "Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo", (Mt 5,13-14): éste es el lema que he elegido para la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Las dos imágenes, de la sal y la luz, utilizadas por Jesús, son complementarias y ricas de sentido. En efecto, en la antigüedad se consideraba a la sal y a la luz como elementos esenciales de la vida humana. "Vosotros sois la sal de la tierra....". Como es bien sabido, una de las funciones principales de la sal es sazonar, dar gusto y sabor a los alimentos. Esta imagen nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4). La sal por la que no se desvirtúa la identidad cristiana, incluso en un ambiente hondamente secularizado, es la gracia bautismal que nos ha regenerado, haciéndonos vivir en Cristo y concediendo la capacidad de responder a su llamada para "que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rm 12, 1). Escribiendo a los cristianos de Roma, san Pablo los exhorta a manifestar claramente su modo de vivir y de pensar, diferente del de sus contemporáneos: "no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12, 2). Durante mucho tiempo, la sal ha sido también el medio usado habitualmente para conservar los alimentos. Como la sal de la tierra, estáis llamados a conservar la fe que habéis recibido y a transmitirla intacta a los demás. Vuestra generación tiene ante sí el gran desafío de mantener integro el depósito de la fe (cf 2 Ts 2, 15; 1 Tm 6, 20; 2 Tm 1, 14). ¡Descubrid vuestras raíces cristianas, aprended la historia de la Iglesia, profundizad el conocimiento de la herencia espiritual que os ha sido transmitido, seguid a los testigos y a los maestros que os han precedido! Sólo permaneciendo fieles a los mandamientos de Dios, a la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz, podréis ser los apóstoles y los testigos del nuevo milenio. Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad. 3. "Vosotros sois la luz del mundo....". Para todos aquellos que al principio escucharon a Jesús, al igual que para nosotros, el símbolo de la luz evoca el deseo de verdad y la sed de llegar a la plenitud del conocimiento que están impresos en lo más íntimo de cada ser humano. Cuando la luz va menguando o desaparece completamente, ya no se consigue distinguir la realidad que nos rodea. En el corazón de la noche podemos sentir temor e inseguridad, esperando sólo con impaciencia la llegada de la luz de la aurora. Queridos jóvenes, ¡a vosotros os corresponde ser los centinela de la mañana (cf. Is 21, 11-12) que anuncian la llegada del sol que es Cristo resucitado! La luz de la cual Jesús nos habla en el Evangelio es la de la fe, don gratuito de Dios, que viene a iluminar el corazón y a dar claridad a la inteligencia: "Pues el mismo Dios que dijo: ‘De las tinieblas brille la luz’, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6). Por eso adquieren un relieve especial las palabras de Jesús cuando explica su identidad y su misión: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). El encuentro personal con Cristo ilumina la vida con una nueva luz, nos conduce por el buen camino y nos compromete a ser sus testigos. Con el nuevo modo que Él nos proporciona de ver el mundo y las personas, nos hace penetrar más profundamente en el misterio de la fe, que no es sólo acoger y ratificar con la inteligencia un conjunto de enunciados teóricos, sino asimilar una experiencia, vivir una verdad; es la sal y la luz de toda la realidad (cf. Veritatis splendor, 88). En el contexto actual de secularización, en el que muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera, o son atraídos por formas de religiosidad irracionales, es necesario que precisamente vosotros, queridos jóvenes, reafirméis que la fe es una decisión personal que compromete toda la existencia. ¡Que el Evangelio sea el gran criterio que guíe las decisiones y el rumbo de vuestra vida! De este modo os haréis misioneros con los gestos y las palabras y, dondequiera que trabajéis y viváis, seréis signos del amor de Dios, testigos creíbles de la presencia amorosa de Cristo. No lo olvidéis: ¡"No se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín" (cf. Mt 5,15). Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, así también la santidad da pleno sentido a la vida, haciéndola un reflejo de la gloria de Dios. ¡Con cuántos santos, también entre los jóvenes, cuenta la historia de la Iglesia! En su amor por Dios han hecho resplandecer las mismas virtudes heroicas ante el mundo, convirtiéndose en modelos de vida propuestos por la Iglesia para que todos les imiten. Entre otros muchos, baste recordar a Inés de Roma, Andrés de Phú Yên, Pedro Calungsod, Josefina Bakhita, Teresa de Lisieux, Pier Giorgio Frassati, Marcel Callo, Francisco Castelló Aleu o, también, Kateri Tekakwitha, la joven iraquesa llamada la "azucena de los Mohawks". Pido a Dios tres veces Santo que, por la intercesión de esta muchedumbre inmensa de testigos, os haga ser santos, queridos jóvenes, ¡los santos del tercer milenio! 4. Queridos jóvenes, ha llegado el momento de prepararse para la XVII Jornada Mundial de la Juventud. Os dirijo una especial invitación a leer y a profundizar la Carta apostólica Novo milenio ineunte, que he escrito a comienzos de año para acompañar a los bautizados, en esta nueva etapa de la vida de la Iglesia y de los hombres: "Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su "reflejo"" (n. 54). Sí, es la hora de la misión. En vuestras diócesis y en vuestras parroquias, en vuestros movimientos, asociaciones y comunidades, Cristo os llama, la Iglesia os acoge como casa y escuela de comunión y de oración. Profundizad en el estudio de la Palabra de Dios y dejad que ella ilumine vuestra mente y vuestro corazón. Tomad fuerza de la gracia sacramental de la Reconciliación y de la Eucaristía. Tratad asiduamente con el Señor en ese "corazón con corazón" que es la adoración eucarística. Día tras día recibiréis nuevo impulso, que os permitirá confortar a los que sufren y llevar la paz al mundo. Muchas son las personas heridas por la vida, excluida del desarrollo económico, sin un techo, una familia o un trabajo; muchas se pierden tras falsas ilusiones o han abandonado toda esperanza. Contemplando la luz que resplandece sobre el rostro de Cristo resucitado, aprended a vivir como "hijos de la luz e hijos del día" (1 Ts 5, 5), manifestando a todos que "el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5, 9).