Domingo XVI del Tiempo Ordinario Dejadlas crecer juntas hasta la ciega

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Domingo XVI del Tiempo Ordinario
Dejadlas crecer juntas hasta la ciega
(Mt 13, 24-43)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 53, 6.8)
Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario, dando gracias a
tu nombre que es bueno.
ORACIÓN COLECTA
Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia, para que,
encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento de tu ley.
PRIMERA LECTURA (Sab12, 13.16-19)
En el pecado das lugar al arrepentimiento
Lectura del Libro de la Sabiduría
Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu
poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras
tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú,
poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes
hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus
hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
SALMO RESPONSORIAL (Sal 85, 5-6. 9-10. 15-16a)
R/. Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica. R/.
Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia,
Señor; bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.» R/.
Pero tú, Señor,
Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí. R/.
SEGUNDA LECTURA (Rm 8,26-27)
El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables
Lectura de la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos
Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo
que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que
escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es
según Dios.
ACLAMACIÓN DEL EVANGELIO (Mt 11,25)
R/. Aleluya, aleluya
Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del
reino a la gente sencilla.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Mt 13, 24-43)
Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Lectura del santo evangelio según San Mateo
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se
parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente
dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando
empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces
fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho. "Los
criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a recogerla? Pero él les respondió:
"No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer
juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: «Arrancad
primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi
granero.»
Les propuso esta otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su
huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las
hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a
anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas
de harina, y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada.
Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas,
anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.» Luego dejó a la gente y se fue a
casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en
el campo.» Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;
el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son
los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el
fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se
quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y
arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno
encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán
como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Oh Dios, que has llevado a la perfección del sacrificio único los diferentes sacrificios de la antigua
alianza, recibe y santifica las ofrendas de tus fieles, como bendijiste la de Abel, para que la oblación
que ofrece cada uno de nosotros en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos.
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Sal 110, 4-5)
Ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente: él da alimento a sus fieles.
o bien (Ap 3,20)
Estoy a la puerta llamando –dice el Señor–. Si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.
ORACIÓN DE COMUNIÓN
Muéstrate propicio a tu pueblo, Señor, y a quienes has iniciado en los misterios del reino concédeles
abandonar el pecado y pasar a una vida nueva.
Lectio
Tres parábolas de Jesús en este decimosexto domingo del tiempo ordinario, para expresar en qué
consiste el Reino de Dios: la del hombre que sembró buena semilla en su campo, pero los enemigos
echaron en medio semilla de cizaña. ¿Qué hacer? ¿Arrancarla antes de tiempo? No, esperar al
momento de la siega, y entonces sí, arrancar la cizaña y atada en gavillas, quemarla. El trigo pasará
al granero. La segunda es la del grano de mostaza, pequeño e insignificante que cuando crezca se
hará un árbol grande donde anidarán los pájaros y dará sombra. Y la tercera la de la levadura de la
mujer, que hace fermentar toda la masa.
El Evangelio de este Domingo trae tres comparaciones, relativas todas al Reino de los Cielos. ¿A
qué se refiere el Señor con “el Reino de los Cielos”? Los judíos no pronunciaban el nombre de
Dios, sustituyéndolo normalmente por alguna metáfora. El Señor Jesús habla en un lenguaje propio
de su tiempo y cultura. La palabra “Cielos” sustituye Aquél que habita en los Cielos, es decir, Dios.
La expresión “el Reino de los Cielos” por tanto equivale a decir el Reino de Dios.
El reinado de Dios sobre su pueblo es el tema central de la predicación del Señor Jesús, quien desde
el inicio proclama a todos: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos ha llegado» (Mt 4,17). Este
era también el núcleo de la predicación del precursor, Juan el Bautista: «Conviértanse porque ha
llegado el Reino de los Cielos» (Mt 3,2; 4,17). Jesucristo es quien inaugura en la tierra el Reino de
los Cielos y lo hace reuniendo a los hombres en torno a sí: «Esta reunión es la Iglesia, que es sobre
la tierra “el germen y el comienzo de este Reino”» (Catecismo de la Iglesia Católica, 547).
Luego de siglos de servidumbre Israel esperaba un Mesías, un rey que en nombre de Dios
gobernaría nuevamente sobre su pueblo y a través de él sobre todas las naciones. Este reinado —así
se pensaba— llegaría de un momento a otro gracias a la intervención poderosa de Dios y de su
Mesías (ver Dan 2,28s). El Mesías sería un caudillo político-militar, victorioso y glorioso.
A esta concepción hace frente el Señor Jesús cuando por medio de las parábolas habla a la gente de
las características y manifestación del verdadero Reino de Dios. En este Reino misterioso, que el
Señor Jesús ha venido a instaurar ya en la tierra, los malos coexistirán con los buenos así como el
trigo y la cizaña coexisten en un mismo campo hasta el tiempo de la cosecha. Para el judaísmo esta
coexistencia del bien y del mal en el Reino que Dios instauraría en los tiempos mesiánicos era
absolutamente impensable. En el concepto de los judíos el Mesías que habría de venir no sólo
eliminaría a los enemigos de Israel, sino que realizaría también una purificación total de todo mal.
Sembrar semillas de cizaña en el campo ajeno era una ofensa típica entre agricultores, considerada
por la ley romana. Es de notar que aquella cizaña no se distinguía claramente del trigo, hasta el
momento de dar la espiga. Para el ojo poco entrenado, la cizaña se confundía con el trigo por su
semejanza.
Al notar que junto al trigo ha crecido también cizaña los trabajadores fueron al dueño a decirle:
«Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?» El dueño responde
que es un enemigo quien lo ha hecho.
De ese modo el Señor Jesús responde a la pregunta del mal en el mundo. Afirma que el mal que
existe, que está presente y actúa en el campo del mundo y de la historia de los hombres, no viene de
Dios que sólo ha sembrado la buena semilla, que lo ha hecho todo bueno (ver Gen 1,31). El mal en
cambio viene de su “enemigo” y de sus secuaces: «la cizaña son los partidarios del Maligno; el
enemigo que la siembra es el diablo». El mal en el corazón del hombre y en el mundo es
consecuencia de un mal uso de la libertad por parte del ser humano, que antes que escuchar a Dios
prefirió escuchar la voz del enemigo de Dios y hacer lo que éste le sugería. Esta desobediencia y
rechazo de Dios es la causa de que haya germinado la cizaña en la vida de las personas y en la
historia de la humanidad.
Los siervos sugieren arrancar la cizaña para liberar de inmediato la planta buena del influjo malo de
la cizaña. Mas las instrucciones del dueño del campo son otras: dejar que coexistan unas y otras
hasta el tiempo de la siega. Entonces será la separación. Aunque el mal no es querido por Dios, es
tolerado por Él, para no arrancar acaso el trigo también.
La primera lectura y el salmo echan luz sobre la razón misteriosa de esta tolerancia divina: Dios es
«clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal» (Sal 85,15). Por esa
misericordia «después del pecado, da lugar al arrepentimiento», invita a la conversión, hace todo lo
posible para que la cizaña se transforme en trigo. Dios no quiere que nadie se pierda, por ello está
siempre esperando al hijo arrepentido para concederle el perdón, para ofrecerle el don de la
reconciliación y darle una vida nueva por su Hijo Jesucristo. En resumen, el Señor «usa de
paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión»
(2Pe 3,9).
Para la liberación definitiva del mal habrá que esperar hasta el fin del mundo, cuando los obradores
de iniquidad que no se hayan arrepentido serán separados de los justos y serán arrojados al horno
encendido, mientras los santos resplandecerán como el sol en el reino del Padre.
En cuanto al inicio y desarrollo del Reino de los Cielos afirma el Señor que sería humilde y
silencioso, tal y como lo es el desarrollo de una pequeñísima semilla de mostaza, semilla de
aproximadamente uno o dos milímetros de diámetro. También esto iba en contra de la expectativa
que se habían formado en torno a la manifestación del Reino de los Cielos, que había de ser súbita y
espectacular, en medio de fulgores y anunciándose con trompetas. Según el Señor, su crecimiento y
difusión sería lenta, aunque habría de alcanzar todos los confines de la tierra, del mismo modo que
la levadura fermenta toda la masa. Su lento crecimiento y desarrollo habría de durar hasta el fin de
los tiempos, al volver Cristo glorioso a juzgar al mundo.
Ver levadura..., ser un grano de mostaza...
- en el silencio de la fidelidad...
- en el amor total y desinteresado...
- en la sensibilidad y la solidaridad...
- en el amor gratuito y desinteresado...
- dándonos totalmente a los demás...
- buscando siempre el bien de los otros...
- dando a conocer a Jesús como nuestro Dios y Señor...
- anunciando el Evangelio a tiempo y a destiempo...
- amando y sirviendo...
- sabiendo mirar al otro con los ojos de Dios...
- teniendo amor y compasión con los otros...
- buscando siempre la verdad y la justicia...
- teniendo como única regla, el amor...
- amando y amando hasta el final...
- viviendo como vivió el Señor Jesús
Dejen crecer juntos el trigo y la maleza...
- estando en el mundo, pero no siendo del mundo...
- denunciando la mentira...
- viviendo el evangelio...
- viviendo el mandamiento del amor...
- demostrando la fe con buenas obras...
- teniendo misericordia con los más necesitados...
- siendo solidarios con los que más humildes...
- haciendo el bien sin importar a quien...
- sin renunciar a lo que creemos...
- viviendo con alegría el servicio y la entrega...
- defendiendo lo que creemos...
- siendo signo de contradicción...
- viviendo las bienaventuranzas...
- anunciando y defendiendo la verdad...
- renunciando a todo por el Señor...
- buscando que el Señor sea la razón de nuestra vida.
Apéndice
CATECISMO DE LA IGLESIA
Cristo inaugura el Reino de los Cielos
541: “Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva
de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la
Buena Nueva’” (Mc 1, 15). “Cristo, por tanto, para hacer la voluntad del Padre, inauguró en
la tierra el Reino de los Cielos” (LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es “elevar a los
hombres a la participación de la vida divina” (LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en
torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra “el germen y el
comienzo de este Reino” (LG 5).
547: Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hch 2,
22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el
Mesías anunciado (ver Lc 7, 18-23)».
¿Por qué existe el mal en el mundo?
309: Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de
todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable,
tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe
cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del
pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la
Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia,
con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas
son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio
terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en
parte una respuesta a la cuestión del mal.
311: Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su
destino último por elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De
hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el mundo, incomparablemente más
grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la
causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y,
misteriosamente, sabe sacar de él el bien.
312: Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa,
puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus
criaturas: «No fuisteis vosotros, dice José a sus hermanos, los que me enviasteis acá, sino
Dios… aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer
sobrevivir… un pueblo numeroso» (Gen 45, 8; 50, 20). Del mayor mal moral que ha sido
cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos
los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la
glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte
en un bien.
385: Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa
a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen como ligados a
los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal moral. ¿De dónde
viene el mal? «Buscaba el origen del mal y no encontraba solución», dice S. Agustín (Conf.
7, 7. 11), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios
vivo. Porque «el misterio de la iniquidad» (2 Tes 2, 7) sólo se esclarece a la luz del
«Misterio de la piedad» (1 Tim 3, 16). La revelación del amor divino en Cristo ha
manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (ver Rom 5,
20). Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de
nuestra fe en el que es su único Vencedor.
681: El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el
triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos
en el curso de la historia.
El diablo, enemigo de Dios
2851: En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás,
el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El «diablo» [«dia-bolos»] es aquel que «se
atraviesa» en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
2852: «Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8, 44), «Satanás,
el seductor del mundo entero» (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte
entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será «liberada
del pecado y de la muerte». «Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que
el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de
Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno» (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y
os guarda contra las astucias del diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la
costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al
demonio. «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8, 31) (135).
Trigo y cizaña en la Iglesia y en el corazón de cada uno
827: «Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que
vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los
pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la
conversión y la renovación». Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros,
deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada
con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos. La Iglesia, pues, congrega a
pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación.
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