XXVII Domingo del Tiempo Ordinario Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mc 10,2-16) ANTÍFONA DE ENTRADA (Est 13, 9,10-11) En tu poder, Señor, está todo; nadie puede resistir a tu decisión. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas que hay bajo el cielo. Tú eres dueño del universo. ORACIÓN COLECTA Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso, desbordas los méritos y deseos de los que te suplican; derrama sobre nosotros tu misericordia, para que libres nuestra consciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir PRIMERA LECTURA (Gn 2,18-24) Y serán los dos una sola carne Lectura del libro del Génesis El Señor Dios se dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude ». Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todas los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no encontraba ninguno como él que lo ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un sueño profundo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. El Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado del hombre haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo: «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne». SALMO RESPONSORIAL (Sal 127, 1-6) R/.Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R/. Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como brotes de olivo, alrededor de tu mesa. R/. Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sion, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. R/. Que veas a los hijos de tus hijos. ¡Paz a Israel! R/. SEGUNDA LECTURA (Heb 2, 9-11) El santificador y los santificados tienen todos el mismo origen Lectura de la carta a los Hebreos Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existen todas las cosas, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos. EVANGELIO (Mc 10,2-16) Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre Lectura del Santo Evangelio según san Marcos En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?» Él les replicó: «¿Qué les mandó Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio». Jesús les dijo: «Por vuestra terquedad dejó Moisés escrito este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio». Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: y no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y los abrazaba y los bendecía poniéndoles las manos. ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Recibe, Señor, la oblación que tú has instituido, y por estos santos misterios, que celebramos para darte gracias, santifica a los que tú mismo has redimido. ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Lam 3, 25) Bueno es el Señor para el que espera en Él, para el alma que le busca. O bien (1 Cor 10,17) El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz. ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN Concédenos, Señor todopoderoso, que de tal manera saciemos nuestra hambre y nuestra sed en estos sacramentos, que nos trasformemos en lo que hemos recibido. Lectio Comencemos orando: Te damos gracias, Padre, “Porque dignificaste tanto al hombre creado por tu bondad, que en la unión del varón y la mujer nos dejaste la imagen de tu propio amor. Y al que amorosamente creaste lo invitas sin cesar al ejercicio de la ley de la caridad para que pueda participar en tu amor eterno. Y así el sacramento del matrimonio a la vez que es signo de tu caridad, santifica el amor humano, por Jesucristo, Señor nuestro”. Amén. (Del Prefacio de la Celebración del Matrimonio) El pasaje del Evangelio que la Iglesia nos propone para este Domingo, nos presenta a Jesús enseñando cómo espera que se viva el discipulado en el ámbito familiar, particularmente dentro de la relación de pareja. Tengamos presente que la enseñanza de Marcos 10,2-12 no puede ser aislada del conjunto de la formación que Jesús le da a sus discípulos en el camino hacia Jerusalén. Por eso vemos aquí una consecuencia del discipulado para la vida de pareja. Ciertamente la propuesta que le vamos a escuchar a Jesús hay que vivirla junto con sus otras enseñanzas. Me explico, en todo lo que se refiere a la relación entre marido y mujer se aplican las actitudes características del discipulado enumeradas hasta ahora: el negarse a sí mismo, el tener fe en la persona y la palabra de Jesús y la disponibilidad para servir, que nos presentaban el Evangelio de los Domingos anteriores. La estructura El texto puede subdividirse así: 1) El diálogo de Jesús con los fariseos (10,2-9) * Una “prueba” para poner a la gente y al rey en contra de Jesús (10,2) * La enseñanza de Moisés sobre el divorcio (10,3-4) * La enseñanza de Jesús (10,5-9) Jesús interpreta la razón de ser de la norma de Moisés (10,5) Jesús interpreta el querer del Padre Creador sobre la vida de pareja (10,6-10) Jesús no se deja intimidar por los que lo ponen a prueba 2) El diálogo de Jesús con sus discípulos (10,10-12) 1. El diálogo de Jesús con los fariseos (10,2-9) Un grupo de fariseos se acerca a Jesús para confrontarlo. Le plantean una pregunta (10,2), a la cual Jesús responde con otra pregunta (10,3-4) y, a partir de la respuesta de ellos, expone su enseñanza (10,5-9). Una “prueba” para poner a la gente y al rey en contra de Jesús (10,2) “Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: „¿Puede el marido repudiar a la mujer?‟” Antes de transmitirnos la pregunta que los fariseos le hacen a Jesús, el evangelista la califica de “prueba” (o “tentación”). En este evangelio solamente Satanás (1,13) y los fariseos (8,11; 10,2; 12,15) ponen a “prueba” a Jesús. ¿Qué pretende esta “prueba”? La prueba consiste en: * Poner a la opinión pública en contra de Jesús, apenas éste pronuncie exigencias fuertes y no palabras halagadoras. Si comparamos con el pasaje de Mc 12,13-17, donde la prueba consiste en generarle a Jesús un conflicto con el emperador o con el pueblo, comprendemos que eso es precisamente lo que sucede aquí. * Poner a Jesús y al rey en contra. Es claro que se busca poner a Jesús en aprietos con el rey Herodes Antipas, del cual es conocido el problema matrimonial (divorcio y luego concubinato); precisamente un problema por el cual había muerto Juan Bautista (ver 6,17-29). En la pregunta “¿Puede el marido repudiar a la mujer?”, se pone en cuestión 1) si el hombre puede por sí mismo deshacer el vínculo matrimonial y 2) que el único que puede tomar la iniciativa de “repudiar” (=deshacer el vínculo) es el varón (Nota: esto en el mundo hebreo, porque las leyes griegas la mujer también lo podía hacer). Todo se concentra en una sola idea: qué es lo que le es permitido hacer al hombre. La respuesta de Jesús replantea enseguida la misma formulación de la pregunta: si sus adversarios se han referido solamente a lo que le es concedido hacer, Jesús más bien quiere saber qué es lo que Moisés, en cuanto profeta de Dios, ha prescrito. La reacción de Jesús, entonces, tiene dos partes: * La clarificación de la prescripción de Moisés sobre el divorcio (10,3-5). * Lo que importa ahora que ha sido anunciado el Reino de Dios, esto es, lo que realmente vale a partir del actuar del Padre Creador (10,6-9). La enseñanza de Moisés sobre el divorcio (10,3-4) “El les respondió: „¿Qué os prescribió Moisés?‟. Ellos le dijeron: „Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla‟” La respuesta de los fariseos se remite a Deuteronomio 24,1: “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio”. Estamos ante una solución jurídica frente a un caso matrimonial que termina en separación, la cual se concluye con el acta de repudio. Los fariseos interpretan esta acta de repudio como un permiso de divorcio. Esto quiere decir que si una persona deja a su mujer, no debe simplemente despacharla de la casa. El documento de repudio que él debe redactarle, tiene que atestiguar que ella ya no está casada, que es libre. También debe protegerla, no sea que la acusen después y le apliquen la pena de muerte por adulterio (ver Dt 22,22). La enseñanza de Jesús (10,5-9) Sobre la respuesta de los fariseos, Jesús desarrolla una enseñanza que 1) interpreta la razón de ser de la norma de Moisés y 2) interpreta el querer del Padre Creador sobre la vida de pareja. 1) Jesús interpreta la razón de ser de la norma de Moisés (10,5) Pero si los fariseos leen la norma de Dt 24,1 como un permiso de divorcio, Jesús tiene otra interpretación: “La dureza de vuestro corazón”. En otras palabras, se trata de una prescripción divina para regular un caso conflictivo en la vida de pareja, el cual se ha vuelto insoluble debido a la “dureza de corazón”, esto es, a la cerrazón, a la terquedad, al capricho de los sentimientos, a la incapacidad de abrir el corazón un poco más y de ceder. La “dureza de corazón” es la resistencia del corazón humano frente a la Palabra de Dios, el no querer convertirse. Y una vez que Jesús va a la raíz del problema en el corazón del hombre, se va enseguida a la raíz de la Palabra de Dios en la acción creadora del Padre. 2) Jesús interpreta el querer del Padre Creador sobre la vida de pareja (10,6-10) Jesús ahora se remonta al que es el origen de la Ley: Dios mismo. ¿Cuál era la voluntad primera del Creador que, luego por la “dureza del corazón” humano, se adaptó? Jesús pone en el centro de la atención el relato de la creación citando dos pasajes: Génesis 1,27 y 2,24. * Hombre y mujer fueron creados para la complementariedad: “Él los hizo varón y hembra” (Gn 1,27). Son dos formas distintas del ser humano: varón y hembra, pero son el uno para el otro, se dan la mano el uno al otro. * Hombre y mujer fueron creados para la unidad: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne” (Gn 2,24). Hacerse una sola carne es hacerse un solo ser viviente: todo apunta hacia la unificación, no hacia la disgregación. Jesús subraya repitiendo con sus propias palabras la última frase del Génesis sobre la complementariedad que se hace unidad: “De manera que ya no son dos, sino una sola carne” (10,8). De este ordenamiento que proviene del Creador, Jesús saca la conclusión: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (10,9). El hombre está llamado a actuar en sintonía con su Creador, por tanto, no le compete al hombre romper la unidad porque iría en contra de su propia naturaleza creada. El llamado a la unidad en la vida de pareja es como una especie de marca de fábrica en el ser humano, es el sello de amor de su Creador, por eso no está en nuestras manos el disolver esta unidad. ¿Cuál es, entonces, el criterio que hay que tener presente en la regulación de la convivencia entre los seres humanos, particularmente en la vida de pareja, espacio en el cual brota la vida? La respuesta es: el ordenamiento del Creador. Es Él quien nos ha hecho distintos y, al mismo tiempo, complementarios; es Él quien nos une. La discusión sobre los detalles de la casuística de la separación puede llevar a perder de vista el horizonte más amplio y fundamental: lo que Dios quiere. Y lo que Dios quiere lo escuchamos ahora por la boca del Hijo: “Escúchenlo” (9,7), dijo el Padre. 3) Jesús no se deja intimidar por los que lo ponen a prueba Eso es lo que notamos al llegar a este punto del pasaje. Su respuesta lo pone en contra, tanto de su auditorio como de la de la tradición judía que le permitía al varón el derecho de repudiar a la mujer; pero la mujer no tenía este derecho. A los varones probablemente no les caería bien la pérdida de este aparente privilegio sobre la mujer: el varón y la mujer están en el mismo plano de igualdad frente a Dios, no será el varón el que tome la determinación sobre su mujer. Además, en las discusiones sobre el matrimonio, se dedicaban más a determinar las razones válidas para el repudio y no a buscar la fuente de la unidad. Para un discípulo de Jesús la cuestión no está en mirar los factores negativos que disgregan su vida de pareja, sino de vivir a fondo el manantial de amor que proviene de su Señor, quien es “el Hijo”, el cual hace presente de manera concreta, real y definitiva la obra del Padre Creador. Desde el seguimiento del Crucificado, desde su amor sin límites, las relaciones de la pareja son comprendidas de otra manera. 3. El diálogo de Jesús con sus discípulos (10,10-12) “10Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. 11El les dijo: „Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; 12y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio‟” La instrucción de Jesús a los discípulos se realiza “en casa”, que es lugar de profundización reposada de la enseñanza (ver lo mismo en 7,17; 9,28.33). Notemos cómo Jesús, retomando el tema, se refiere también a la posibilidad de que la mujer repudie al marido, poniendo a los dos en el mismo plano. Como, dijimos antes, esto es posible según el derecho griego. De todas formas, no importa cuál de las partes lo haga, el repudio para comenzar otro matrimonio es calificado como adulterio, o sea, como un acción contraria al querer de Dios que ha sido revelado en el Decálogo (ver Éxodo 20,14; Deuteronomio 5,18). Que Jesús comience a referirse a los dos como situados en el mismo plano se comprende mejor desde el momento el que presentó su lectura del texto del Génesis. Pero también es y seguirá siendo cierto que de este mismo texto se desprende el que solamente Dios puede deshacer lo que ha unido. Con su pregunta, los discípulos dejan entender que han sentido dificultad para comprender la enseñanza de Jesús. La enseñanza pedía ir a la doble raíz: la del hombre (la “dureza de corazón”) y la de Dios (su proyecto creador en el Génesis). Pues bien, el discipulado –siguiendo estrechamente el camino de Jesús- supone la atención a las resistencias del propio corazón, resistencias que mandan al piso las relaciones más hermosas, como también al corazón de Dios quien nos generó para la comunión. En el seguimiento del Crucificado, el Hijo que ahora escuchamos y que luego contemplamos de brazos abiertos y manos clavadas declarándonos con dolor su fidelidad hasta el fin, encontramos la fuerza para amar hasta el fin. Apéndice Discurso del Papa Francisco en el Festival del Encuentro Mundial de las Familias realizado en Filadelfia, 26 Sep. 15 / 09:01 pm- (Estados Unidos), en el B. Franklin Parkway. Queridas familias: Gracias a quienes han dado testimonio. Gracias a quienes nos alegraron con el arte, con la belleza que es el camino para llegar a Dios. La belleza nos lleva a Dios. Y un testimonio verdadero nos lleva a Dios porque Dios también es la verdad, es la belleza y es la verdad. Y un testimonio, dado para servir es bueno, nos hace buenos porque Dios es bondad, nos lleva a Dios. Todo lo bueno, todo lo verdadero y todo lo bello nos lleva a Dios. Porque Dios es bueno. Dios es bello, Dios es Verdad. Gracias a todos, a los que nos dieron su mensaje y a la presencia de ustedes que también es testimonio. Un verdadero testimonio de que vale la pena en familia, de que una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece verdadera si se edifica en la base de la familia. Una vez, un chico me preguntó -ustedes saben que los chicos preguntan cosas difíciles- me preguntó: Padre, ¿qué hacía Dios antes de crear el mundo? Les aseguro que me costó contestar y le dije lo que les digo ahora a ustedes: antes de crear el mundo Dios amaba porque Dios es Amor. Pero era tal el amor que tenía en sí mismo, ese amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Ese nombre era tan grande, tan desbordante... que esto no sé si es muy teológico pero lo van a entender. Era tan grande que no podía ser egoísta, tenía que salir de sí mismo para tener a quién amar fuera de sí mismo y ahí Dios creó al mundo, ahí Dios hizo esta maravilla en la que vivimos y como estamos un poquito mareados la estamos destruyendo. Pero lo más lindo que hizo Dios, dice la Biblia, fue la familia. Creó al hombre y a la mujer y les entregó todo, les entregó el mundo, crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer, todo el amor que hizo en esa creación maravillosa se la entregó a una a una familia. Volvemos atrás un poquito. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega a la familia. Una familia es verdaderamente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor. Por supuesto que el paraíso terrenal no está acá, que la vida tiene sus problemas. Que los hombres, por la astucia del demonio, aprendieron a dividirse y todo ese amor que Dios nos dio, casi se pierde. Y al poquito tiempo el primer crimen, el primer fratricidio. Un hermano mata a otro hermano: la guerra. El amor, la belleza y la verdad de Dios y la destrucción de la guerra y entre esas dos posiciones, caminamos nosotros hoy. Nos toca a nosotros, nos toca a nosotros, decidir el camino para andar. Pero volvamos para atrás. Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto el amor, tanto el amor que empezó a caminar con la humanidad, empezó a caminar con su pueblo hasta que llegó el momento maduro y le dio la muestra de más grande de amor: su Hijo. Y a su hijo ¿dónde lo mandó? ¿a un palacio? ¿a una ciudad? ¿a hacer una empresa? Lo mandó a una familia. Dios mandó a su Hijo al mundo en una familia. Dios entró al mundo por una familia y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor. Pensemos en María jovencita. No lo podía creer, ¿cómo puede suceder esto? Y cuando le explicaron obedeció. Pensemos en José lleno de ilusiones, de formar un hogar, se encuentra con esta sorpresa que no entiende. Acepta, obedece y en la obediencia de amor, de esta mujer María y de este hombre José, se da una familia en la que viene Dios. Dios siempre golpea las puertas de los corazones, les gusta hacerlo, le sale de adentro, ¿pero saben lo que más le gusta? Golpear las puertas de las familias, encontrar las familias unidas, encontrar las familias que se quieren encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos y los educan y que los llevan adelante y que crean una sociedad de bondad, de verdad y de belleza. Estamos en la fiesta de las familias. La familia tiene carta de ciudadanía divina, ¿está claro? La carta de ciudadanía que tiene la familia se la dio Dios para que en su seno creciera cada vez más la verdad, el amor y la belleza. Claro alguno de ustedes me pueden decir: Padre, usted habla así porque es soltero. En la familia hay dificultades, en las familias discutimos, en la familia a veces vuelan los platos. En las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar de las suegras, pero en las familias siempre, siempre hay cruz, siempre. Porque el amor de Dios, el Hijo de Dios, nos abrió también ese camino. Pero en las familias también después de la Cruz hay Resurrección porque el Hijo de Dios nos abrió ese camino. Porque la Familia, perdónenme la palabra, es una fábrica de esperanza, una fábrica de vida y resurrección, pues Dios fue quien abrió ese camino. Y los hijos, los hijos dan trabajo. Nosotros como hijos dimos trabajo. A veces en casa veo algunos de mis colaboradores que vienen a trabajar con ojeras. Tienen un bebé de un mes, dos meses, y le pregunto ¿no dormiste? No, lloró toda la noche. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad, el amor es fiesta, el amor es gozo, el amor es seguir adelante y no quiero seguir hablando porque se hace demasiado largo, pero quisiera marcar dos puntitos de la familia, en los que quisiera que se tuviera un especial cuidado. No solo quisiera tenemos que tener un especial cuidado: los niños y los abuelos. Los niños y los jóvenes son el futuro, son la fuerza, los que llevan adelante. Son aquellos en los que ponemos esperanzas. Los abuelos son la memoria de la familia, son los que nos dieron la fe, nos transmitieron la fe. Cuidar a los abuelos y cuidar a los niños es la muestra de amor. No sé si más grande, pero yo diría, más promisoria de la familia, porque promete el futuro. Un pueblo que no sabe cuidar a los niños y un pueblo que no sabe cuidar a los abuelos es un pueblo sin futuro porque no tiene la fuerza y no tiene la memoria que los lleve adelante. Y bueno, la familia es bella, pero cuesta, trae problemas. En la familia a veces hay enemistades, el marido se pelea con la mujer o se miran mal o los hijos con el padre. Les sugiero un consejo: nunca terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga, que Dios les dé fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia porque ahí se juega nuestro futuro. DEL CATECISMO DE LA IGLESIA Enseñanza del Señor Jesús sobre el matrimonio 1614: En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a la propia mujer era una concesión a la dureza del corazón; la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: «Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre» (Mt 19, 6). 1615: Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable. Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada, más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces, los esposos podrán «comprender» el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana. Unidad e indisolubilidad del matrimonio 1644: El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19, 6). «Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total». Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del Matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en común. La fidelidad del amor conyugal 1646: El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. «Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad». 1648: Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial. La Iglesia admite la separación 1649: Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble. El caso doloroso de los civilmente divorciados y vueltos a casar 1650: Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo («Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio»: Mc 10, 11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que a aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia. 1651: Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de que aquéllos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados: «Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios» (S.S. Juan Pablo II).