Creatividad y genio artístico, una aproximación. I Como profesores de Arte nos preguntamos: ¿Cómo evaluar las obras que los jóvenes producen en el salón de clases? A menudo es difícil hallar la respuesta a ciertos problemas porque sencillamente están mal formulados. El caso de cómo evaluar las producciones de los alumnos parece ser uno de esos. Es sabido que muchos profesores de arte consideran a los niños o jóvenes que asisten a sus cursos pequeños artistas y otorgan a sus más elementales garabatos el estatus de «obra de arte» envolviendo al pequeño en un aura que sacraliza su actividad impidiendo cualquier intervención por parte del maestro a riesgo, pobremente argumentado, de «condicionar» el proceso creativo del joven en cuestión. Otros docentes toman una posición diametralmente opuesta a la anterior considerando que la enseñanza de las artes plásticas no es más que la mera reproducción de ejercicios mecánicos destinados a transmitir el saber hacer de distintas técnicas necesarias para una correcta ejecución de copias del natural y de manualidades muchas veces carentes de todo sentido. Casi todas las actitudes que se observan de parte de los maestros en los salones de plástica oscilan entre estas dos posiciones que casi nunca se encuentran totalmente puras sino que suelen ser combinaciones de ambas con prevalencia de una u otra. Las investigaciones de Howard Gardner1 demuestran de manera conclusiva que los jóvenes carecen, entre sus representaciones simbólicas, del mismo concepto de arte que tienen los adultos y que bajo ningún aspecto un niño hace un garabato intentando lograr una obra al estilo informalista por más que su dibujo se parezca superficialmente a los cuadros de Pollock. Tampoco el caso de los niños que demuestran gran destreza técnica a la hora de imitar a la naturaleza en sus dibujos es signo de aptitudes artísticas. El capítulo en el que Howard Gardner estudia el caso de Nadia2 es terminante al respecto; las perfectas copias que realizaba la niña autista de sus libros de cuentos, incluso sin tenerlos a la vista, no eran en absoluto provenientes de una intensión artística sino que eran el resultado de un desorden de la atención motivado, dicho sumariamente, el desarrollo excesivo de una capacidad introspectiva en detrimento de las capacidades comunicativas y de socialización. 1 2 Howard Gardner, Arte Mente y Cerebro, Paidós, 1997, Cap. 10, p. 125. Howard Gardner. Op. Cit. Cap. 16, pág. 206. Frente a este panorama una tercera posibilidad que, al estilo de la dialéctica, pretende ser la superación de las anteriores; es la que considera que lo que debe fomentarse y evaluarse en las clases de arte es la «creatividad». Esta postura, una suerte se síntesis, tendría en cuenta tanto la expresión subjetiva de los alumnos como el desarrollo de aptitudes técnicas. El libro de Viktor Lowenfeld3, encuadrado en los orígenes de esta postura, llamada constructivismo, es un ejemplo de esta perspectiva que basa su concepción del desarrollo técnico-expresivo de los alumnos principalmente en los estudios de Jean Piaget, obteniendo de ellos su objetividad. Piaget esteblece que el niño atraviesa determinadas etapas evolutivas en las cuales adquiere ciertas destrezas técnicas en relación a la realización y percepción de sí mismo y del mundo circundante. Para Lowenfeld si este desarrollo de las potencias del niño es debidamente estimulado, podrá ser la base de «la capacidad creadora» que el maestro fomenta sin hacer intervenciones excesivas pero sin dejar todo librado al azar de un hipotético pequeño artista. Las advertencias de Lowenfeld se basan, principalmente, en no coartar la espontaneidad de los niños (que cuando dibujan un árbol con una copa roja, a menudo se les argumenta que su dibujo no se corresponde con la realidad) y en no exigirles más de lo que su estado evolutivo les permite (en relación al uso de la arcilla, por ejemplo, incitando al niño a hacer «costuras» que preparen la pieza para el horneado cuando aún el niño muchas veces no ha alcanzado siquiera un dominio de su motricidad fina). No es casual que Lowenfeld relacione el «desarrollo de la capacidad creadora» con el desarrollo de la sensualidad (en el amplio sentido de la palabra, proveniente de la locución latina sensu:sentido) y a la espontaneidad y raramente apele de manera directa a un concepto como el de creatividad a secas. En tiempos de pedagogías «innovadoras» y del auge de las «neuro-ciencias» es común ver en planificaciones de profesores y aspirantes una apelación constante al concepto de «creatividad» (al lado de otros como «pensamiento lateral», «técnicas no convencionales»), muchas veces dentro de apartados como los llamados «criterios de evaluación» u «objetivos» que pretenden referirse a nociones no sólo concretas sino también cuantificables. En esta época en la que parece que todos sabemos y damos por sentado que la creatividad es lo importante, quizá valga la pena recordar que dicho término no es susceptible de ser definido fácilmente. Como sucede en todas las épocas en las que algún conjunto de ideas está de moda de manera indiscutible, si se pregunta a quienes bregan por tales ideas de forma incondicional qué significan, a menudo nos encontramos con el desconcierto y el sin-sentido. La creatividad es hoy el dogma de fe en el que los adeptos a las nuevas teorías 3 Viktor Lowenfeld, El desarrollo de la capacidad creadora, Kapeluz, 1980, p. 35 «El significado de la producción artística» pedagógicas nos obligan a creer cayendo en una trampa que Viktor Lowenfeld, a veces tachado de obsoleto y criticado por su método observacional, ha evitado cuidadosamente. II Y sin embargo, y a pesar de lo dicho, no sea del todo insensato el haberle dado instintivamente a la creatividad un lugar con los dogmas de fe. Eventualmente cabría leer en esta postulación apresurada la superficie de una verdad más profunda. A menudo hemos escuchado: «Este arte no se aprende», «es un don», «con ´esto´ se nace». Lugares comunes del lenguaje que reflejan a su modo la cuestión teórica de que la creatividad supone muchas veces algo que no puede ser enseñado y, por lo tanto, no puede ser explicado4. La referencia a los dogmas de fe no es casual, a menudo sucede con el arte lo que sucede con los símbolos religiosos que no pueden ser indagados casuísticamente sino a riesgo de caer en un torrente de contradicciones que terminen por poner en peligro todo lo que se sustente en ellos5: ¿Qué hace que una obra de arte sea en sí misma una obra de arte? ¿Qué hace que una escena de teatro nos inunde de emoción trágica siendo que sabemos que lo que sucede en ella no es real? ¿Qué hace que el rito de la Eucaristía nos conmueva cuando sabemos que, en un sentido estrictamente materialista, allí no hay más que pan y vino? Acaso la religión y el arte, el rito mágico y la escena artística dialoguen entre si a través del tiempo en una relación que no es azarosa. El arte fue el lenguaje de la naturaleza, la voz de los dioses. A diferencia de la apacible certidumbre del sentido común, los artistas no siempre crean cosas nuevas; las creaciones de diferentes artistas en diferentes latitudes, durante una misma época dialogan entre si y a su vez con obras pasadas y futuras (quizá haya que decir que sus aportes son más antiguos que cualquier antigüedad y que de ahí toman su apariencia de novedad). Las obras se nutren de eventos mundiales, de ideas en boga, del murmullo de la calle, por lo que la obra de un artista no es meramente el producto de su vida individual o sus fracasos amorosos. Frecuentemente una obra de arte representa el espíritu de aquello que toda una época respira,huele y escucha sin atención en el bullicio cotidiano. De ahí que desde un comienzo el 4 Para aclarar mejor el vínculo entre enseñar y explicar y éstos a su vez con la universidad tradicional y su ruina en el modernismo, cfr. «El pensamiento y la exigencia de discontinuidad» en Maurice Blanchot, El Diálogo inconcluso, Monte Ávila, 1993, p. 27 y sig. 5 La Escolástica no es sino el intento de una empresa semejante dentro de la doctrina cristiana. Como todos sabemos, sus razonamientos a menudo deben cerrar la cadena argumentativa con falacias como, por sólo citar un ejemplo, el «Principio de autoridad». arte siempre sea y suponga una abolición de la individualidad de manera análoga a la del apóstol que no habla en nombre de sí mismo cuando escribe la «palabra de Dios». Deberíamos preguntarnos, antes de analizar las pedagogías supuestamente innovadoras, al modo de los niños que preguntan siempre por las cosas más obvias: ¿Cuando decimos que durante las clases de arte estimulamos la creatividad, qué estamos diciendo? ¿Qué decimos cuando decimos que algo «es creativo», suponiendo que la creatividad sea un atributo? El objetivo del presente ensayo es abordar seriamente esta pregunta infantil: ¿qué es la creatividad? ¿Cómo comenzar a interrogar un concepto? ¿De quién obtener una opinión valedera? Muchas veces ciertos conceptos se aclaran al interrogar su origen, sus procesos de formación y el lugar que ocupan a lo largo del tiempo, de la misma manera que los geólogos exploran los rastros de sedimentación en una montaña para saber más acerca de la historia de la tierra. Quizá la misma palabra pueda decirnos algo pues, como ya decía Baudelaire6, las locuciones vulgares contienen en sí mismas una sabiduría ancestral a causa de que tienen como origen el uso cotidiano que innumerables hombres hacen de ellas durante cientos de generaciones a través de las cuales las balbucean y las modifican. Si, como sabemos, las palabras son también susceptibles a estas variaciones provenientes del uso, el proceso de formación de una palabra puede decirnos mucho acerca de aquello que pretende nombrar. Indagaremos los orígenes del concepto de creatividad, las redes simbólicas en las que ha sido inscripto y las ideas en las que ha resonado a lo largo de la historia del arte. III La palabra creatividad desciende de la raíz indoeuropea KER 7/KRN, que trocó la K por una C durante la época latina, de CER/CRN es de donde viene el nombre de Ceres, diosa romana de la agricultura, las cosechas y la fecundidad (de Ceres toma su nombre la palabra «cereal», también maíz en inglés: «corn». Indudablemente adherida a la idea de la descendencia, KER está presente en palabras como «crecer» y «criar». La mayoría de las investigaciones se quedan con este mero reconocimiento de la raíz indoeuropea y de su filiación con Ceres, vale decir, se quedan con el aspecto simple del 6 «Profundidad inmensa de pensamiento en las locuciones vulgares, agujeros cavados por generaciones de hormigas.» en Charles Baudelaire, Diarios Íntimos, Bagel, sin año de edición, p. 9. 7 Roberts, E. A.; Pastor, B., Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, Alianza Diccionarios, 1996. hecho artístico 8 . Piensan a la creatividad como mera generación de novedad y acaso de abundancia. El arte sería entonces los frutos de una siembra, el resultado de un trabajo y de una espera. Sin embargo, la interpretación clásica de que la creatividad sea una suerte de «hacer crecer» o de «criar» resulta insatisfactoria a la luz de otras conexiones que nos propone la misma raíz y que vinculan a la «creatividad» no sólo con «criar» y «crecer» sino también con «discernir», «cortar», «escarificar» e incluso, si rastreamos el encadenamiento de la raíz KER con la raíz del sánscrito «krtih», la filiación entre palabras como crear resuenan con otras como «cuchillo»9, «escarificar», «discernir», dejandonos ver que el acto de «creación» no resuena todas las veces en lo simbólico del habla como un proceso o movimiento unívoco, simple, que no provoca conflicto. De hecho la «escritura», un modo de las artes, remite al corte no sólo en su raíz sino en el modo material de realizarse: a través de un corte en la escritura cuneiforme. Escribir es cortar. Hacer arte es cortar, como tuvo que cortar el procenio de los griegos el espacio abierto para poderlo significar. A partir de aquí sucede que con la palabra «creatividad» no podemos rastrear una raíz más antigua más atrás de la acepción latina. Sin embargo, de acuerdo a los argumentos que van a exponerse a continuación, creemos que podemos continuar hacia otras líneas de significación que serán argumentadas. Una última apelación a la raíz nos da la pista a través de un cambio de vía que nos permita una conexión con Grecia. Si observamos su derivación en palabras como «cuerno»10o «corona» a la luz de la evidencia de que la parte del cuerpo identificada con KER es siempre la cabeza11. La cabeza es la concexión con lo superior y lo divino12. Así las «creencias» habitan principalmente en la cabeza, cifrando una tradición de dualidades histórica. Así, la cabeza que lleva cuernos es la siempre poderosa del carnero, cuyo nombre mantiene aún viva la raíz. Era un casco ornado con dos cuernos el que posiblemente usaba Alejandro Magno para acentuar el mito de su origen divino. La imagen tardía de la corona, que simboliza claramente «el don venido de lo alto», con protuberancias en forma de rayos13 que luego deformaron a la corona caballeresca como un aro dorado de puntas de puntas hacia arriba, en estrecha relación con los cuernos 8 Nos referimos, por ejemplo, a la ponencia presentada en marzo del 2005 por Fernán Saéz Matew en el III Simposium de profesores universitarios de Creatividad Publicitaria en la Universitat de Llull en Barcelona. http://www.raco.cat/index.php/tripodos/article/viewFile/41640/42427 9 Louis Jean Calvet, Historia de la escritura, Paidós Orígenes, 1996, p. 26. 10 Francisco Villar, Blanca M. Prósper, Vascos, Celtas e Indoeuropeos, genes y lenguas, Universidad de Salamanca, 2005, p. 83. 11 Domingo López Baños, Diccionario de Ocho Lenguas con Las Raíces Indoeuropeas, Visión Net, 2005, p. 160. 12 Jean Chevalier y A. Ghéerbrant, Diccionario de los Símbolos, Herder, 1996, p. 221. 13 ¿La corona de Jesús podría contarse entre estas imágenes? que, análogamente, se consideran figuración de rayos luminosos. La cabeza y la raíz KER está siempre ligada a la idea de las capacidades intelectuales, el don, la conexión con lo divino y con el cielo. La filiación con Kronos con la raíz que estamos investigando, hacen pensar en el Kronos pitagórico, que no era meramente el tiempo, sino más bien el cielo, lo celeste, la idea, que se separaba de la tierra, anclarando la íntima significación de la raíz KER/KRN con todo aquello unido al intelecto, lo supra individual, lo divino. 14 Y aquí llegamos en retroceso hasta Grecia, por el camino de la raíz indoeuropea, a un dios pagano que tiene su origen en el daimon griego y cuya representación más arcaica incluía alas al costado de la sien, lo que aún en medicina se llaman lóbulos temporales, mostrando aún su conexión con Kronos, que nos recuerda que todo lo que sea intelectual y de la mente, también es celestial. Esta figura, en Roma es la que se representaba a como un hombre joven con un cuerno de la abundancia y una corona aún de ramas15 y que está vinculado a la cabeza y a las disposiciones del intelecto: Genius.16 Esta palabra tiene su origen en la palabra árabe ن – ّيِ ِج ginni, que significa «espíritu, demonio» 17 . Para los romanos el genio era una suerte de espíritu protector del lugar (Genius Loci) o del año y de los ciclos estacionales (muchas veces confundido con Aion, como demuestra el reciente trabajo que escribieran Fernandez Galiano y otros18). Relacionado con el «daimon» griego,genius era el espíritu personal que engendraba a cada individuo y le acompañaba durante el resto de su vida, encargado de protegerle (propiciarle abundancia -cuerno-) y que en la imposición del cristianismo como religión oficial terminó degenerando en lo que vulgarmente conocemos como «Ángel de la guarda». Giorgio Agamben, amante de las etimologías, nos aclara cómo resuena simbólicamente la idea y la palabra Genius: «Se llama mi Genius, porque me ha engendrado (Genius meus nominatur, quia me genuit). Pero eso no basta. Genius no era solamente la personificación de la energía sexual. Ciertamente cada ser humano varón tenía su propio Genius y cada mujer tenía su Juno, ambos manifestaciones de la 14 Para una estudio pormenorizado de estas última ideas cfr. René Guénon, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Paidós, 1995, p. 149 y sig. 15 D.V. Joaquín Bastus, Diccionario histórico enciclopédico, Imprenta de Roca, 1833, pág. 28. 16 Jean Chevalier y A. Ghéerbrant. Op. Cit. Pág. 407. 17 Es necesario aclarar que aquí Daimon (mucho menos Genius) no significa en absoluto una entidad maléfica como la traducción de daimon por «demonio» así lo haga suponer al lector contemporáneo. Su temperamento, considerado benévolo o maléfico, dependía siempre de las relaciones que los individuos o pueblos tuviesen con ellos. Cfr. Juan Bautista Carrasco, Mitología universal, Gaspar y Roig, 1865, p. 474. y Giorgio Agamben, Profanaciones, Adriana Hidalgo, 2005, p. 14-16. 18 Fernandez-Galiano, D. Días Trujillo y B. Consuegra Cano, Representaciones del genio del año en mosaicos hispanorromanos, Archivos de la Universidad Autónoma de Madrid, 1986/87, pp. 175-183. Versión online: http://www.uam.es/otros/cupauam/pdf/Cupauam1314/131415.pdf fecundidad que genera y perpetúa la vida. Pero, como es evidente en el término ingenium, que designa la suma de las cualidades físicas y morales innatas en aquel que comienza a ser, Genius era de alguna manera la divinización de la persona, el principio que rige y expresa toda su existencia. Por esto a Genius era consagrada la frente, no el pubis; y el gesto de llevarnos la mano a la frente, que hacemos casi sin darnos cuenta en los momentos de desconcierto, cuando nos parece casi que nos hemos olvidado de nosotros mismos, recuerda el gesto ritual del culto de Genius (unde venerantes deum tangimus frontem). Y dado que este dios es, en cierto sentido, el más íntimo y propio, es necesario aplacarlo y mantenerlo propicio en todos los aspectos y en todos los momentos de la vida.»19 Palabras como «generar», «origen» tienen su ascendente en «genius». Aquello que llamamos «creatividad», obviamente anexo a la idea de comienzo, queda entonces ligado a lo que denominamos «genio». La relación entre «genio» y «arte» es por todos conocida y habita nuestro lenguaje común. A menudo decimos de alguien cuya destreza técnica nos sorprende que «es un genio» como si dicha destreza no pudiera ser un atributo humano o de este mundo. Pareciera entonces que la creatividad está secretamente unida a nuestro genio impersonal y que cuando somos creativos no somos del todo «nosotros mismos». Continúa Agamben: «Pero Genius no es sólo espirirualidad, no tiene que ver sólo con las cosas que estamos acostumbrados a considerar las más nobles y altas. Todo lo impersonal en nosotros es genial: sobre todo la fuerza que empuja la sangre en nuestras venas o que nos hace hundirnos en el sueño, la ignota potencia que en nuestro cuerpo regula y distribuye sutilmente el calor y relaja o contrae las fibras de nuestros músculos. Es Genius lo que oscuramente presentimos en la intimidad de nuestra vida fisiológica, allí donde habita lo más propio y lo más extraño e impersonal, lo más vecino y lo más remoto e inmanejable. Si no nos abandonáramos a Genius, si fuésemos solamente Yo y conciencia, no podríamos siquiera orinar. Vivir con Genius significa, en este sentido, vivir en la intimidad de un ser extraño, mantenerse constantemente en relación con una zona de no-conocimiento.»20 IV Sin la pretención del historiador, queremos marcar algunos momentos en la historia, como quien coloca mojones en una topografía, y así aclararnos respecto de las torsiones y los cambios en esta relación del hombre con lo sagrado y con el arte que encontramos en el seno de la cuestión acerca de la creatividad. 19 Giorgio Agamben. Op. Cit. Pág. 8. Podemos decir que desde la antigüedad más remota el artista ha sido identificado con ese olvido de si, esa ausencia de conciencia que es convivir con Genius. Los oráculos griegos y los escultores egipcios comparten esta impersonalidad a la hora de realizar sus tareas mágico-artísticas. Así, la pitonisa entra en trance21 para dar, a quien consulta el oráculo, un mensaje cifrado (¿acaso la poesía no es hoy día, para los hombres del pueblo, un mensaje cifrado que no llega a alcanzar nunca su completa revelación?), así el escultor egipcio no firma su obra sino que el cincel y la piedra que éste modela son parte de un designio divino y no un atributo de su personalidad.22 Así, encontramos referencias a lo largo de toda la historia que ubican al arte como aquello que sólo puede ser ejercido desde una relación con lo impersonal, vale decir, lo divino. Leemos en el ION de Platón: « (...) la Musa misma crea inspirados, y por medio de ellos empiezan a encadenarse otros en este entusiasmo. De ahí que todos los poetas épicos, los buenos, no es en virtud de una técnica por lo que dicen todos esos bellos poemas, sino porque están endiosados y posesos.»23 Cuatro siglos más tarde Marco Aurelio habla específicamente del Genio y lo vincula a la inteligencia: XXVII. «Convivir con los dioses.» Y convive con los dioses aquel que constantemente les demuestra que su alma está satisfecha con la parte que le ha sido asignada, y hace todo cuanto quiere el genio divino, que, en calidad de protector y guía, fracción de sí mismo, asignó Zeus a cada uno. Y esta divinidad es la inteligencia y razón de cada uno.24 Sin embargo, sólo tres siglos después leemos en Civitas Dei: “Dijo Dios: hágase la luz, y se hizo la luz” No hay autor más excelente que Dios, ni arte más eficaz que la palabra de Dios; ni causa mejor que lo bueno para que lo criara Dios bueno.25 20 Giorgio Agamben. Op. Cit. Pág. 11. «La otra manera de producir la inspiración temporal que aquí referimos consiste en el uso de un árbol sagrado o planta. (...) Así, la sacerdotisa de Apolo, antes de profetizar, comía del laurel y era sahumada con la planta sagrada. Las bacantes comían yedra y se creía por algunos que la furia inspirada era debida a las propiedades excitantes e intoxicantes de la planta.» Cfr. Sir James Georde Frazer, La rama dorada, FCE, 1981, p. 126. 22 Cfr. Ernst Fischer, La necesidad del arte, Península, 2001. 23 Platón, Ion, III, 533d-534e 24 Marco Aurelio, Los doce libros del emperador, Don Antonio Sacha, 1785, p. 191. 25 San Agustín, Ciudad de Dios, Imprenta Real, 1793, p. 362. 21 Al momento en que habla Agustín inmediatamente llama nuestra atención la ausencia de toda mención al hombre. Es claro que entre Marco Aurelio y San Agustín a tenido lugar un cambio que podemos localizar con la fundación de Nea Roma Constantinopolis y de la eclosión del cristianismo como religión oficial de la mayor parte del mundo conocido. La cosmovisión de la religión de Cristo modifica forma en la que el tiempo es percibido. A partir del cristianismo, lo sagrado deja de ser considerado algo paralelo al mundo de los hombres. La temporalidad cíclica, propia del paganismo, se transforma en una concepción lineal, en la que existe un principio y un final, en en medio de esos dos extremos, ningún instante se toca con otro o se repite. El comienzo está completamente alejado del final. Y la divinidad, la muerte, pasa a ser entonces algo exterior a la existencia mundana que el hombre reencontrará al final de un tiempo que será la acumulación de todos los tiempos anteriores. Esta idea es similar a aquella de que la divinidad conoce todos los puntos del universo, sus acontecimientos, pasados y futuros. En ese universo, el momento del final no será un renacer, sino el Juicio Final, el fin de los tiempos que tal vez fuera un «instante fuera del tiempo» . Gracias a este cambio la relación de los individuos con lo hierático es profundamente trastocada; si bien los humanos son creación de Dios, éstos no participan de su divinidad sino que aspiran a ella. Lo inquietante de la naturaleza queda relegado al más allá bajo la promesa de que lo que inquieta será revelado, lo que angustia sanado y todos los secretos se romperán y por fin todo se sabrá26. La historia ya no será la repetición natural de ciclos de generación y corrupción, de nacimiento y podredumbre, sino la espera del encuentro con la enajenación más psicótica, una vida en medio de la idealidad más pura y ausente de toda corrupción. Tal el inexorable encuentro con el Creador, el único artista.27 Peter Sloterdijk observa que esta versión de la realidad marca por siglos la imagen que el hombre tiene de sí incluso hasta después de Lutero28, proponiendo una subjetividad que ya no tiene a lo sagrado como íntima otredad, aspecto impersonal del sí mismo. El sujeto cristiano ya no se piensa como un ser del cual una de sus partes, al antiguo decir de Marco Aurelio, es fracción de la divinidad. Según lo hallado en Agustín, la relación con lo sagrado ha pasado a ser la de una reverencia a lo absolutamente ajeno y supra-mundano. Tal «Ahora vemos por espejo en oscuridad, mas entonces veremos cara a cara, ahora conozco en parte, mas entonces conoceré como soy conocido» Cor. I, XII. Versión de Cipriano de Valera, Lorenço Iacobi, 1602. 27 Para aclarar esta cuestión Cfr. «Tiempo e Historia» en Giorgio Agamben, Infancia e Historia, Adriana Hidalgo, 2007, p. 136. 28 Peter Sloterdijk, Crítica a la razón cínica, Ciruela, 2004, p. 90. « (...) la iglesia oficial cae constantemente en la parodia del Estado y se convierte en un aparato de coacción de proporciones fabulosas. El padre de la Iglesia 26 concepción esquizofrénica perdura durante toda la Edad Media exceptuando su fase tardía que conocemos como Baja Edad Media o gótico. El contexto del gótico propicia una suerte de breve reconciliación con lo impersonal de la presencia sensible que hace de éste el tiempo de una armonía y un arte pocas veces visto en detrimento de los manuales que a menudo se contentan con hablar sin distinciones del Medioevo como época meramente oscura en la que el espíritu humano vivió bajo el yugo del cristianismo más ortodoxo.29 Dice Arnold Hausser sobre el gótico: Lo orgánico y lo vivo, que desde el final del mundo antiguo habían perdido su sentido y su valor, vuelven a ser apreciados, y las cosas singulares de la realidad empírica no necesitan ya una legitimación ultramundana y sobrenatural para convertirse en objeto de representación artística. Nada ilustra mejor el sentido de esta transformación que las palabras de Santo Tomás: «Dios se alegra de todas las cosas, porque todas y cada una están en armonía con Su esencia.» (...) Toda realidad, por mínima, por efímera que sea, tiene relación inmediata con Dios; todo expresa lo divino a su manera, y todo tiene para el arte, por tanto, un valor y un sentido propios. También en el arte prevalece, sobre la idea de un Dios existente fuera del mundo, la imagen de una potencia divina operante dentro de las cosas mismas.30 Por un momento en la historia, lo divino se reconcilia con lo mundano en un equilibrio que durará sólo dos siglos y pronto será reemplazado por el pragmatismo Renacentista. El pragmatismo es el heredero natural de la concepción gótica de la creación, pues en la alquimia y la astronomía del gótico no son sino el origen impuro de la ciencia que hoy se pretende pura y objetiva. Ese científicismo que es la glorificación del hombre como amo de la creación no es en favor de la naturaleza sino de la dominación, la expansión, la vida de la técnica dominando la tierra. Una vez más, en contra de las visiones de manual, el pretendido humanismo del tiempo de Da Vinci y los Medici no era sino la postura que los artistas y los intelectuales adoptaron en pos de favorecer con su arte y teorías la práctica de una acelerada vida comercial hacia a la consolidación definitiva del capitalismo31. Que un texto como El Príncipe de Nicolás Maquiavelo fuera escrito durante el Renacimiento demuestra hasta que punto ésta es la edad de las mediciones obsesivas, de un incipiente cinismo y la consolidación de la ciencia como modo de dominar la naturaleza en provecho de la producción de san Agustín racionalizó y perpetuó esta esquizofrenia por los siglos con su doctrina de los «Dos Reinos» -el Reino de Dios y el reino de lo terrenal-, doctrina a la que todavía se aferra el monje agustino Lutero.» (y sig.) 29 Cfr. Fulcanelli, Las moradas filosofales, Plaza & Janés, 2000, Libro Primero Cap. II. 30 Arnold Hausser, Historia Social de la literatura y el arte, Debate, 2006, t. 1, p. 276-77. 31 Arnold Hausser. Op. Cit., t. 1, p. 364-67. mercancías32. Es difícil que una perspectiva como la descrita esté alguna vez abierta a lo inconmensurable de la naturaleza, por el contrario, ésta alude más bien al control y constreñimiento de la naturaleza y de lo real en sí. A partir del Renacimiento todo aquello que no sea susceptible de medición escapa a la consideración incluso de los artistas plásticos que, como Boticelli hace con el Nacimiento de Venus, hacen de sus pinturas catálogos de ciencia natural y morfología. Arnold Hausser observa que: (...) en el Renacimiento lo nuevo no era el naturalismo en sí, sino los rasgos científicos, metódicos e integrales del naturalismo, (...) no eran la observación y el análisis de la realidad los que superaban los conceptos de la Edad Media, sino simplemente la conciencia y la coherencia con que los datos empíricos eran registrados y analizados; (...) en el Renacimiento el hecho notable no era que el artista se fuese convirtiendo en observador de la naturaleza, sino que la obra de arte se transformara en un «estudio de la naturaleza».33 Durante el Renacimiento las nociones de creatividad y genio artístico sufren serias transformaciones que marcarán en adelante todo concepto referente al arte. Los artistas son vistos por primera vez como individualidades interesantes que poseen una creatividad y capacidad especiales. La concepción del artista como persona rara y extravagante tiene su origen aquí, en una edad en la que lo divino queda relegado una vez más al más allá y en la que los hombres son ahora los portadores únicos de la genialidad en tanto ésta ya no es más que astucia o novedad. Genius será entonces un atributo de una subjetividad llena de dotes. Las anécdotas curiosas de pintores ilustres, que se escriben por primera vez en este tiempo, no son sino el síntoma de que el genio ya no se considera común a todos. Presentar las extravagancias de Leonardo como aspectos pintorescos de su subjetividad es signo del rechazo de la época a toda idea de pérdida del control. Durante el Manierismo esta concepción se agudizará hasta la alienación con motivo de la crisis, originada en parte por motivaciones económicas, que se da con la reforma protestante. La propuesta de Lutero de una relación personal con la divinidad acentúa este individualismo del genio llevando a los creadores de la época a producir obras que terminan por romper los cánones clásicos. El Manierismo pinta a su manera, de ahí el término que da nombre a la época, porque su relación con lo extra-mundano comienza a no estar reglada por la mera formalidad. Ahora los 32 Basta consultar el Cap 1 sección primera del libro primero titulado La mercancía del libro El Capital de Karl Marx, para comprender la estrecha relación que existe entre la consolidación del capitalismo y la capacidad de «medir» (de hacer mediciones cada vez más exactas del tiempo y de los materiales) que se instala efinitivamente durante el Renacimiento. 33 Arnold Hausser, Historia Social de la literatura y el arte, Debate, 2006, t. 1, p. 318. artistas acusan presenciar apariciones y ser presas de éxtasis e inspiraciones cuya legitimidad ya no deberá ser autorizada por la curia papal sino que surgen de una relación individual con lo divinidad. El Manierismo, que prefigura al Surrealismo, tiene un gesto moderno con la inspiración. En lugar de la lenta y sutil aceptación de lo que está fuera del sí mismo, es más bien el encuentro fugáz con la otredad, el arrebato momentáneo que no puede relacionarse con el todo y queda hundido en la experiencia subjetiva como alienación. Síntoma de esa creatividad que no puede vincularse con el todo es la aparición de los primeros rasgos de confusión respecto a qué es el arte o a qué llamar arte.34 Las respuestas del Barroco y del Clasicismo a esta disgrecación son, si bien distintas en la forma, similares en cuanto intentan aplacar toda división interna en el estilo. En el Barroco, los pintores y arquitectos quedan constreñidos a los dictámenes de la contrarreforma35, en el Clasicismo, al modelo racional y realista de Horacio, el pintor oficial de la revolución francesa36. Ahora bien, ¿qué sucede en esta época en la cual toda relación con lo extraño queda subsumida bajo el yugo de dictámenes institucionales? La respuesta la encontramos en René Descartes, un hombre influído tanto por la Contrareforma como por la incipiente Ilustración, que describió su vida como en una pintura, postuló a un genio maligno y sin embargo, gracias a un giro intrépido del pensamiento, expulsó definitivamente las tinieblas de la subjetividad humana. Frente a la posibilidad de vivir en un sueño, el padre del sujeto moderno apela a una demostración medieval de la existencia de Dios 37 para argumentar que éste, en su bondad, no permitiría semejante engaño. Todo el racionalismo consiste, desde su origen, en el rechazo de la tensión existente entre lo conocido y lo desconocido. Al ubicar a la divinidad como garantía exterior de su posibilidad de conocer el sujeto moderno no hace más que acentuar la visión agustiniana del mundo alejando definitivamente todo inconmensurable de su horizonte visión. Dice Peter Sloterdijk: «El surgimiento de la penetrante mirada ilustrada a la realidad no se puede comprender sin el enfriamiento de la relación intelectual «yo-mundo», sin una profunda penetración de la desconfianza y del medio de autoconservación hasta las raíces impulsoras del moderno querer saber. Una avasalladora preocupación por la certeza y una, igualmente irresistible, expectativa de ilusión 34 Arnold Hausser, Op. Cit. 448. Debido a cuestiones geográficas y económicas el Barroco ha tenido distinto desarrollo según el lugar y exponentes tan alejados de los dictámenes generales que hacen imposible hablar de este estilo en una breves líneas. Bástenos decir que aquí nos referimos específicamente al Barroco oficial de las cortes católicas que tienen a los hermanos Carracci como principales exponentes y llamarnos a silencio en lo que respecta al resto. 36 Arnold Hausser, Op. Cit. T. 2, p. 9 y 148. 37 Étienne Gilson, El espíritu de la filosofía medieval, Ediciones Rialp, 2004, p. 68. 35 impulsan a la moderna teoría del conocimiento a investigar y conseguir, a cualquier precio, unas absolutas e inquebrantablemente seguras fuentes de certeza, como si de lo que se tratara para ella fuera de superar una duda aniquiladora del mundo.» 38 V La forclusión de todo impersonal, en el acto de colocar al pensamiento consciente como principio del sí mismo conlleva reencontrarlo al final. Entendemos entonces la reacción de los artistas románticos que dieron forma a los monstruos que pululan cuando la razón sueña. El Romanticismo apeló constantemente o a un retorno a la naturaleza con ánimo restaurador o a fantasías que no eran de este mundo, pues las relaciones con él pretendían estar perfectamente regladas por la racionalidad.39 El clasicismo se sintió señor de la realidad (...) se dominaba a si mismo y creía que la vida podía ser gobernada. El romanticismo, por el contrario no reconocía ningún vínculo externo, era incapaz de obligarse a si mismo, y se sentía expuesto indefenso a la prepotente realidad; de aquí su desprecio y su deificación simultánea de la realidad. La violaba, o se entregaba a ella ciegamente y sin resistencia, pero nunca se sentía igual a ella. 40 Durante el romanticismo quedan pocos rastros de genius como tal, pero en lugar análogo encontramos una apelación a la musa, o más bien al lado fáustico del hombre que no es más que su propia sensualidad, el mundo privado que el puritanismo había excluido y finalmente hallaba en las ficciones literarias del propio arte burgués, cuando la realidad duerme. 41La revelación del Sturm un Drang -Tormenta e Ímpetu- argumentaba un debilitamiento del hombre moderno, embebido en el sopor del hastío y la moralina y lo anunciaba con un provocador cinismo. Así era el discursillo del jóven Goethe que, en 1771, para aniversario de Shakespeare, acusó a éste de colaborar con el empobrecimiento del mundo, la reducción de la vida a la inactividad y al bostezo durante esa fiesta decadente de la europa antes de 178942; influyendo en toda la subsiguiente tradición romántica. Pasado el romanticismo, aparecerá el 38 Peter Sloterdijk, Op. Cit. Pág. 483. para comprender más esta cuestión cfr. Giorgio Agamben, Infancia e Historia, Adriana Hidalgo, 2007, p. 35-37. 40 Arnold Hausser, Op. Cit. Pág. T. 2, p. 190. 39 Impresionismo, anunciando lo que serán años mas tarde las vanguardias, la caricatura de la belleza formal, lo veremos en el siguiente recorrido. Comencemos con el impresionismo, que parece solidario con la sensualización de la mirada del hombre que reclamaba la inspiración romántica. Pero si analizamos en detalle la técnica impresionista, por ejemplo, notamos que la especulación acerca del color, atmósfera y la luz incorpora todos los conocimiento de óptica, en pleno desarrollo de la fotografía. De hecho durante el tiempo del impresionismo se debatió respecto a la utilidad de la pintura frente a la copia exacta de la realidad que generaban los daguerrotipos y la reproductibilidad técnica.Como observa Hausser, el estilo impresionista no es un acto espontáneo ni mucho menos, sino que representa un proceso psicológico sumamente artificioso y extremadamente complicado.43 (...)El impresionismo, pinta ahora los objetos siempre con estos colores superficiales incorpóreos, que, como consecuencia de su frescura y de su sensualidad intensa, dan impresión de muy directos, pero que reducen considerablemente el efecto ilusionista de la representación y hacen ver del modo más claro el convencionalismo del método impresionista. 44 El impresionismo se muestra como convencional y poco natural en un intento por mantener un lugar en su empresa. Cuando las vanguardias manifestaron querer convulsionar al mundo en busca de la sensualidad inconsciente y de los puntos de vista primitivos del hombre, época en la que podemos incluir al expresionismo de la guerra mundial, deprimido y negro como el fascismo que anunció. Incluso los futuristas y el arte de propaganda también puedan estar entre este arte, compartiendo una concepción similar. Vanguardias rechazaron el hecho de que exista una sola forma de expresión de la belleza. Llegando a proponer una belleza moderna, de ciudades infestadas de humo, de técnica o de sueños inconscientes. Las vanguardias se revelaron con lo que pronto se había anquilosado como arte convencional: el impresionismo que ya no impresionaba a nadie. Dentro de las innumerables formas que adoptó esta convulsión de mano de las artes fue la escritura automática, que pretendió escribir desde un estado de ensoñación y que recuerdan a las primeras terapias de hipnosis de Freud, cuyo origen bastardo es esa moda restauradora y romántica que se llamó «espiritismo», tornan 42 «Señores míos sáquenme al son de trompeta a todas esas almas nobles del Elíseo del así denominado Buen Gusto, donde ellas, y adormecidas en un ocaso aburrido, medio existen, medio no existen. (...) Disipan y bostezan sus vidas entre mirtos y bosquecillos de laureles.» citado en Peter Sloterdijk, Op. Cit. Pág.184 y sig. 43 Arnold Hausser, Op. Cit. Pág. T. 2, p. 426. evidente el deseo de traer a la luz al inconsciente, de hacer hablar al que «soy cuando ya no estoy»45. Palabra de nadie que será, en tanto pronunciada en ausencia de la conciencia, tanto más íntima y más real. Como nos enserara tardíamente el psicoanálisis, ser consciente conlleva ser víctima de un cierto engaño, la conciencia siempre se pierde de algo, es su dimensión esencial. Que estas formas de rito artístico tengan su arquetipo en el automatismo psíquico del oráculo demuestran la filiación de la creatividad con nuestra íntima impersonalidad, nuestros instintos y deseos reprimidos. La intención de que escribir sea el ejercicio de una mano que escriba sola o que continúe azarosamente el ignoto dibujo de otra mano, en la práctica del cadáver exquisito, pone de manifiesto una vez más la necesidad de cierta pérdida del control para que el acontecer artístico tenga lugar y aclara las relaciones del azar con la creatividad y lo impersonal46. VI A punto de finalizar esta humilde arqueología aún nos queda aún por dilucidar un aspecto de la cuestión planteada inicialmente. Nos referimos a la filiación de la raíz KER/KRN con las ideas que unen a la creatividad con el discernir, el cortar. Como Agamben también lo menciona respecto al Genius, Rainer María Rilke lo dice dice respecto al ángel árabe, de que habla en sus Elegías de Duino, «Todo ángel es terrible», dice, «y si a su paso no nos destruye, es porque deseña destruirnos». El arte, que nos pone en conexión con el espacio ángelico u original, palabra que remite a genius, pero ese espacio no puede ser soportado por ningún ser humano. Por lo tanto el artista debe tamizar esa vivencia, debe huir de genius, que, al ser lo más intimo y al mismo tiempo lo más impersonal, huir de él es como espantar una mosca de verano. Por lo tanto decimos que la creación artística no es sólo la acción de un hombre fuera de si. La creatividad supone, como en el mito de Orfeo, el artista por excelencia, ser aquél que desciende a los infiernos y que, a pesar de haber mirado la cara de la muerte (el otro nombre de la impersonalidad, el lugar en donde todo «yo» perece), regresa a la realidad de los hombres a compartir «la visión», esa que siempre debe traicionar para hacerla comunicable. Esa imposibilidad inherente al arte es el motivo de sus constantes cambios de centro. El artista debe entrar en ese revolverse incesante de lo impersonal y salir ileso en una obra; lo cual significa, de algún modo, lograr detener, al menos por un instante, 44 Arnold Hausser. Op. Cit., p. 427. «La existencia está en otra parte». Cfr. André Breton, Marguerite Bonnet, Antología (1913-1966), Siglo XXI, 2004, p. 55 45 el torrente infinito de lo imaginario. Y finalmente comprendemos porqué la creatividad es y supone el corte, la supresión, el discernimiento y la separación que resuenan en su raíz indoeuropea. Hoy, la modernidad nos ha llevado por caminos nada extraños. Respecto al arte en la contemporaneidad, éste ha quedado subsumida no sólo por la técnica, sino por el positivismo cínico del mercado. Las estéticas rebeldes de las vanguardias que hoy vemos en productos de moda fabricados en serio, han sido cooptadas por el márketing en favor de la producción de bienes de consumo masivo. El arte, hoy, para mantener un lugar en su empresa, se orienta hacia el futuro colaborando con el nihilismo triunfante y omnipresente. Toma sus temas y sus técnicas de mismo mercado, es decir, que el arte se limita a reflejar los productos de plástico o de decoración que ofrece el mercado. Sus brillos, su horror de caricatura. O también, por la ruta contraria pero solidaria, hecha una mirada a la historia del arte, que desde el lugar posmoderno del fin de la historia, abre la posibilidad de reversionar indefinidamente a los clásicos sacados de contexto, que se ofrecen en internet totalmente descontextualizados, de la misma forma a como los productos se exhiben en una góndola de supermercado. El auge del remake en el cine es síntoma de este agotamiento tanto hacia el futuro como a cierta mirada del pasado. Respecto a la cuestión pedagógica planteada al comienzo, es necesario decir que la historia no enseña a ese respecto algo irrefutable que seguramente causará decepción. Si, como es por todos sabido, la escuela como institución aparece, especialmente en América Latina, como heredera del proyecto ilustrado enciclopedista y sus universidades. Si a su vez nos atenemos a las pruebas de que la esencia del racionalismo es negar todo origen oscuro del conocimiento, se llega inevitablemente a la conclusión de que esa escuela enciclopedista de patios panópticos, propia del capitalismo cuando alcanza su cresta de organzación en la ciudad industrial, deja poco lugar a una creatividad que nos solicita como condición el olvido del yo y la ausencia de nobleza, como reclamaba Goethe. Al menos la escuela de tradición enciclopedista que pretende tener con la creatividad la relación que tiene un científico con su objeto: clara, unívoca e indistinta. La escuela tradicional se encuentra con su límite cuando se trata de la creatividad a la cual no puede cuantificar. De ahí la pregunta acerca de ¿cómo evaluar la creatividad? Pregunta que de repente nos suena irrisoria a la luz de nuestra indagación. Siendo la escuela una institución heredera del proyecto ilustrado, la creatividad no podrá enseñarse nunca como se enseña la ciencia ni los conocimientos claros e indistintos 46 Maurice Blanchot, El espacio literario, Paidós, 1992, p.167-170. de las reglas ortográficas o de los ejercicios gimnásticos. El recorrido histórico que hemos hecho nos ha dejado entrever que si acaso la creatividad tenga lugar en una institución como la escuela, ésta no será nunca una escuela que no halla alterado profundamente su constitución como para haber roto con una tosca tradición. Quizá la escuela Pestalozzi en Ecuador, que filtra ideas de alemania pueda ser un ejemplo de una institución que como tal ha logrado una forma de estimular la creatividad al permitir al niño y a los jóvenes una relación sana con sus instintos, con sus necesidades sensuales, sueños y fantasías, con sus monstruos y su propia sombra. Y qué sucede con genius y con la creación artística en esta contemporaneidad. Sabemos que desde el romanticismo el arte ha dejado de ser la voz de los dioses para ser el último reducto de lo real en su más árida acepción. Hemos visto sumariamente que el arte se vuelve más rígido, artificial y afectado en tanto el hombre se aleja más de concebirse a sí mismo como un ser cuya naturaleza es también un misterio para sí mismo. Tal vez un arte que deje de estar relacionada tanto con el artificioso desarrollo técnico de la economía como con la ensoñación individual que sólo lleva a más fantasía, pueda ser la respuesta a un modo auténtico del arte. Si nos atenemos a la trascendencia que buscamos pero que no queremos exaltar a fantasía irreal y el arte ya no tiene para nosotros la finalidad majestuosa de representar lo supra mundano, tal vez un arte que reconozca lo divino allí donde somos más imperfectos y mortales, un arte que glorifique a la ruina y al barro, un arte en pos de un realismo sobrio sea el que no esté en pugna con lo impersonal y con la disgregación de la muerte, valga decir, logre no estar en pugna con su genius. En detrimento de las fantasías del mañana y la nostalgia del ayer, un arte que en sus tema o sus formas haga lugar a lo que meramente «es» sea quizá hoy un modo auténtico de abordar aquello a lo que los hombres hemos otorgado bajo distintos nombres como «lo Sagrado». Denominaciones y lugares que varían a través del tiempo. Tal vez hoy un arte verdaderamente «creativo», en auténtica relación con genius, será aquél que simplemente cuente una historia sencilla o represente lo que es sin recurrir a la repetición de viejas formas ni a las parafernalias del mercantilismo en una cultura que ha hecho de la transgresión a la norma su propia norma.47Sólo cuando se redescubra la majestuosidad de la existencia en la vida simple a flor de tierra, 47 Cfr. Slavoj Zizek, Cuándo lo Honesto es Siniestro y la Psicosis es Normal, artículo alojado en http://descontexto.blogspot.com/2009/11/cuando-lo-honesto-es-siniestro-y-la.html «(...)en una cultura equilibrada sensualmente el arte sería en general «menos importante», sería menos patético y no portaría tantos motivos filosóficos. Quizá estemos en camino hacia ello.48 Matías Pablo Medina, Noviembre de 2010. BIBLIOGRAFÍA: - Agamben Giorgio, Profanaciones, Adriana Hidalgo, 2005. Infancia e Historia, Adriana Hidalgo, 2007. - Agustín, Ciudad de Dios, Imprenta Real, 1793. - Aurelio, Marco, Los doce libros del emperador, Don Antonio Sacha, 1785. - Baños, Domingo López, Diccionario de Ocho Lenguas con Las Raíces Indoeuropeas, Visión Net, 2005. - Baudelaire, Charles , Diarios Íntimos, Bagel, sin año de edición. - Bastus, Joaquín D. V., Diccionario histórico enciclopédico, Imprenta de Roca, 1833. - Blanchot Maurice, El espacio literario, Paidós, 1992. El Diálogo inconcluso, Monte Ávila, 1993. - Breton, André, Bonnet, Marguerite, Antología (1913-1966), Siglo XXI, 2004. - Calvet Louis Jean, Historia de la escritura, Paidós Orígenes, 1996. - Carrasco Juan Bautista, Mitología universal, Gaspar y Roig, 1865. - Chevalier, Jean y Ghéerbrant, A. , Diccionario de los Símbolos, Herder, 1996. - Fernandez-Galiano, D. Días Trujillo y B. Consuegra Cano, Representaciones del genio del año en mosaicos hispanorromanos, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 1986-87. - Fischer, Ernst, La necesidad del arte, Península, 2001. - Francisco Villar, Blanca M. Prósper, Vascos, Celtas e Indoeuropeos, genes y lenguas, Universidad de Salamanca, 2005. - Fulcanelli, Las moradas filosofales, Plaza & Janés, 2000. 48 Peter Sloterdijk, Crítica a la razón cínica, Ciruela, 2004, p. 185. - Gardner Howard, Arte Mente y Cerebro, Paidós, 1997. - Gilson, Étienne, El espíritu de la filosofía medieval, Ediciones Rialp, 2004. - Guénon, René, Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, Paidós, 1995 - Hausser Arnold, Historia Social de la literatura y el arte, Debate, 2006, Tomos I y II. - Lowenfeld Viktor, El desarrollo de la capacidad creadora, Kapeluz, 1980. - Roberts, E. A.; Pastor, B., Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española, Alianza Diccionarios, 1996. - Sloterdijk Peter, Crítica a la razón cínica, Ciruela, 2004. - Zizek Slavoj, Goza tu síntoma, Nueva Visión, 1994.