EL INTERES PRIVADO Y PUBLICO DE LOS MEDIOS (UNA MIRADA A LATINOAMERICA)

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MEDIOS DE COMUNICACIÓN, INTERÉS PÚBLICO VS. INTERÉS PRIVADO
Una mirada crítica a la transnacionalización de los medios y los riesgos de una
“mediocracia” no representativa, republicana ni federal.
Introducción
Esta monografía intenta abordar, desde una perspectiva latinoamericana, un problema complejo
que se vio acentuado por la globalización y las nuevas tecnologías dominadas por las leyes del
mercado: la “mediocracia” como sistema de gobierno que, precisamente, mediatiza los valores de
la democracia formal, sometiéndola a su propia dinámica de la noticia y el espectáculo.
Este enfoque, sobre el que muchos investigadores sin distinciones ideológicas alertan en todo el
mundo, es especialmente complejo en Latinoamérica y la Argentina dado que, además de la
tensión tradicional entre los intereses de lo público y lo privado -o el sometimiento de lo público a lo
privado, es decir, las leyes del mercado-, se agrega un ingrediente preocupante y complejo: la
mayoría de los medios ni siquiera responden a capitales nacionales.
El fin de la guerra fría y la bipolaridad impuso al neoliberalismo como único modelo en casi todo el
mundo. En ese marco, en los últimos quince años, Latinoamérica en su conjunto siguió las recetas
del Fondo Monetario Internacional y se sometió al desmantelamiento de lo público, a tal punto que
la mayoría de los Estados nacionales ni siquiera puede poner en práctica marcos regulatorios
coherentes y efectivos que corrijan las desviaciones inequitativas de las leyes del mercado.
El fin del estado de bienestar, propiciado anteriormente por el Estado, dio lugar a la privatización
de todos los servicios y recursos nacionales, llegando en la Argentina incluso a sectores
estratégicos como el agua y el petróleo.
También se terminó con la incipiente burguesía nacional -que había comenzado a ser
desmembrada tras el golpe de estado de 1976 y la puesta en marcha del plan económico de José
Alfredo Martínez de Hoz- mediante la venta de empresas nacionales de todos los rubros a
capitales extranjeros.
Este sometimiento a las leyes del mercado mundial trajo aparejados numerosos beneficios pero
también muchos inconvenientes a los que, como nuestro país, ingresaron violentamente a la
globalización: el descuido de estrategias nacionales, la ausencia de políticas públicas, la pérdida
de identidad cultural y la consecuente falta de control sobre sectores de vital importancia para el
desarrollo de los pueblos.
Si bien el tema de los medios de comunicación parece menor comparado con el del agua, la
energía o el petróleo, no lo es si se tiene en cuenta que la mayoría de los filósofos y científicos
contemporáneos afirman que, en la era de la información, la apropiación del conocimiento es la
base de desarrollo de los países y que, ese mismo conocimiento, está impartido en gran medida
por los medios de comunicación.
Actualmente, los medios son los que marcan la agenda pública y mediatizan la política. Existe una
tensión entre los tiempos mediáticos -regidos por la noticia, por la instantaneidad, por el
espectáculo y la puesta en escena- y los tiempos políticos, vinculados a la búsqueda de
articulación de intereses dispares y la obtención de acuerdos básicos entre diferentes.
Esta tensión entre política y medios, sumada a los propios errores y falta de respuesta de los
partidos políticos -actores fundamentales del sistema democrático- conllevaron al sometimiento de
lo público, al sometimiento de la política al principio que rige los medios de comunicación: la ley del
mercado.
Como sostiene Otfried Jarren, “el cambio de estructura que se observa actualmente determina una
nueva realidad. Los medios buscan operar con una mayor independencia respecto de los actores
políticos y, al hacerlo, se desvinculan también de los actores sociales, a la vez que aumenta su
dependencia de los actores económicos. Al menos aquellos medios que dependen en sus ingresos
de la publicidad actúan como agentes de reclutamiento de grupos de poder adquisitivo para las
empresas anunciantes o incluso se convierten en elementos instrumentalizados por el marketing
de terceras empresas” .
Según el analista alemán, “probablemente la influencia de los actores económicos sobre los
medios siga creciendo (...). Así surge un sistema mediático fuertemente competitivo y que acentúa
su tendencia globalizadora; un sistema que gana autonomía frente a los actores políticos del
Estado, pero que al mismo tiempo ve cómo se incrementa la influencia de los actores económicos.
En el transcurso de este proceso se desvanece el control político sobre los medios, especialmente
el que ejercen los Estados nacionales” .
Continúa Jarren: “(...) estamos asistiendo a un cambio fundamental en la política: la democracia de
partidos, de formato clásico, se está transformando en una democracia mediática. Hay una
creciente incidencia de las reglas de representación política en los medios (entretenimiento,
dramatización, personalización, preponderancia de la imagen, todos recursos tomados del arte
teatral) con considerables consecuencias para el acontecer político. La selección de
acontecimientos espectaculares, la eficaz puesta en escena de los profesionales que caracteriza a
importantes sectores del sistema mediático han comenzado a gobernar también a la política”3.
En ese sentido, se observa un cambio de roles de complejas consecuencias. Mientras que en las
democracias pluralistas la función de los medios es observar a la política con la finalidad de que los
ciudadanos puedan formarse una opinión crítica y juiciosa, en la democracia mediática, son los
actores políticos quienes observan a los medios para saber qué temas plantear y cómo
presentarse a sí mismos para asegurarse un lugar en el escenario.
Surgieron así en todo el mundo propuestas políticas meramente mediáticas (como el caso
Berlusconi, en Italia) o candidatos extrapartidarios (Ramón Palito Ortega o Carlos Reutemann en la
Argentina) que no representaron los intereses de las bases ni el pensamiento de los partidos
políticos que los propiciaban y sólo se preocuparon por dar una respuesta mediática, por decir lo
que los medios señalaban que la gente quería escuchar.
Dentro de esta lógica que relegó a los partidos políticos, estos candidatos fueron en gran medida
exitosos en cuanto a lo electoral pero frustrantes en cuanto a su desempeño real en la ejecución
de políticas públicas, lo cual debilitó aún más a “La Política” -con mayúsculas-, entendida como la
única herramienta capaz de mejorar la calidad de vida de la gente en un sistema democrático.
Paralelamente al debilitamiento político, las recetas neoliberales impartidas desde los países
centrales y las economías en crisis motorizaron en la mayoría de los países latinoamericanos la
transnacionalización de las pocas empresas de capitales nacionales que quedaban, muchas de
ellas vinculadas a las telecomunicaciones.
Por citar un ejemplo, en su libro sobre la historia de la deuda externa, el historiador Norberto
Galasso hace referencia a un periodista del matutino Página 12 que denunció años atrás “(...) el
control alcanzado por el Citicorp, brazo inversor del Citibank, en el área de las telecomunicaciones:
importante participación en Telefónica, adquisición de Cablevisión y VCC, participación en Editorial
Atlántida y por tanto, en Telefé y Radio Continental y asociación con Carlos Avila en Torneos y
Competencias”4.
Estas empresas periodísticas, más allá de los pomposos códigos de ética profesional, no
necesariamente trabajan sólo por el derecho de todo ciudadano a estar informado. En su libro
“Grandes Hermanos”, el periodista Eduardo Anguita, analiza algunas de las actitudes asumidas por
los medios en la Argentina: “Como se trata precisamente de empresas que, además de informar,
pueden manipular la comunicación, el tema se torna delicado: sus propios medios se convierten en
armas de presión para defender sus intereses”5.
En definitiva, el problema es sumamente complejo dado que puede existir, incluso, un conflicto de
derechos, libertades y obligaciones: el derecho a la información, la libertad de expresión, el
derecho a la libertad de empresa y la obligación del Estado de garantizar el bien común de los
ciudadanos.
Si bien aún no existe una solución concreta para este fenómeno, algunas iniciativas podrían
contribuir al mejoramiento de la calidad informativa dentro del sistema democrático: cambios en el
sistema regulatorio, un rol más activo del Estado, puesta en práctica de sistemas de
autorregulación por parte de las empresas periodísticas, creación de un ombudsman periodístico,
fiscalización de ventas, asociaciones y alianzas empresarias, y robustecimiento de los medios de
comunicación públicos.
Asimetrías y desigualdades
La disponibilidad de la información es un aspecto central para las democracias. Un sistema de
privilegios, es decir, un sistema en el que sólo unos pocos ciudadanos puedan acceder a la
información, es un sistema que no puede llamarse democrático.
Hay que recordar que el control de la información fue una de las formas más importantes del poder
y a lo largo de la historia los imperios y las dictaduras echaron mano a la manipulación informativa
para controlar a la población mediante el manejo de la opinión pública.
El derecho a la información es un derecho humano y los ciudadanos requieren de información
fidedigna y de variadas fuentes para poder decidir por si mismos y, sobre todo, para poder discernir
su propio interés en un ambiente crecientemente complejo.
Sin medios profesionales, dedicados a satisfacer las necesidades de información de la ciudadanía,
la democracia termina siendo una quimera imposible de realizar.
Este problema es mucho más complejo que lo que parece a simple vista. El fin de la bipolaridad es
decir, la caída del imperio soviético que contrarrestaba y contrapesaba geopolíticamente con la
cultura occidental y cristiana (encabezada por los Estados Unidos) mediante una red de países
denominados “del este”, marcó el inicio del reinado neoliberal y el pensamiento único.
Se impuso, de esa forma, el neoliberalismo o neoconservadurismo, como algunos lo llaman, con
“recetas” tendientes al desarrollo de las economías de los países hasta ese momento “no
alineados”. Estas políticas, impartidas desde el Fondo Monetario Internacional y organismos
satélite o subordinados, no sólo no desarrollaron a los países en el sentido de conseguir igualarlos
con los del “primer mundo” sino que detrás de una aparente modernización del Estado provocaron
mayor exclusión social, crecimiento de la brecha del ingreso entre los sectores más ricos y más
pobres de las sociedades y restricciones en el acceso a la tecnología. Por ende, también motivaron
mayores dificultades para acceder a la información -entendida como información plural y
democrática- en muchos sectores de las poblaciones.
Ante el nuevo escenario, en muchos países del denominado “tercer mundo”, como los
latinoamericanos, se presentó una seria contradicción entre las instituciones políticas -incapaces
de subordinar al creciente poder económico transnacional-, las iniciativas económicas y las
demandas sociales.
Sometimiento de lo público a las leyes del mercado
El triunfo final del neoliberalismo -una ideología enfocada más a lo político que a lo económico- fue
presentado pomposamente en la década del ’90 como una redefinición del estado bajo las
normativas del mercado.
La teoría sostenía que la copa del progreso, una vez llena, iba a derramarse hacia la base,
colmando de plenitud económica a todos los sectores de la sociedad. Claro que la copa nunca
derramó y lo único que lograron las recetas impartidas desde el FMI fue concentrar el poder
económico en pocas manos.
Latinoamérica, que venía de procesos dictatoriales en los años ’70 y en los ’80 no había podido
encontrar el rumbo económico en el marco de gobiernos populares que no “encajaban” en el nuevo
ordenamiento mundial que imponía el gobierno de Ronald Reagan en los Estados Unidos, se
sometió en los ’90 a las fórmulas neoliberales.
Desarticulación de los Estados Nacionales en cuanto garantes del estado de bienestar
En la Argentina, con un plan concebido en los '70 pero ejecutado mayormente en los '90, se
desmanteló el estado -que dejó de ser garante del bienestar general- y se transnacionalizó la
economía.
El historiador Norberto Galasso presenta un pequeño botón de la muestra neoliberal: “(...) gran
cantidad de empresas, algunas tradicionales, pasan a poder del capital extranjero. Sin pretender
un detalle completo, pueden recordarse las siguientes: Terrabusi, Ginebra Bols, Bagley, Casa Tía,
Canale, La Serenísima, Musimundo, Astra, Flichman, Sudamericana, Industrias del Maíz, Odol,
Fargo, Tirón, Fric Rot, Stani, La Salteña, Guereño, Llauró, Minuzzi, Colorín, Norton, El Ateneo, San
Martín del Tabacal, Etchart, Grafigna, Freddo, Iveco, Hidrobronz, Petroquímica Bahía Blanca,
Frigorífico Cepa, Compañía Química, Alba, Grafa, Envases Centenera, Oleaginosa Moreno,
Alfajores Habana, Cinzano, Rodas, Navarro Correas, Cochería Paraná, Lázaro Costa, Argentia,
Bodegas Santa Ana, Cervecera Santa Fe, Hotel Intercontinental, Hotel Libertador, Alto Palermo,
Paseo Alcorta, Abasto, Patio Bullrich, Ecco (emergencias médicas), Sanatorio Agote, Parque
Memorial, Parque del Campanario, Jardín de Paz, Parque Luján, Solaz, Droguería Monroe, Villa
del Sur, Villavicencio, La Suipachense, Polisur, Nobles, jugos Tang, La Vascongada y Santa
Rosa”18.
En su libro sobre la deuda externa, Galasso relata que “el suplemento Cash de Página 12, informa
en diciembre de 1998, que ‘entre 1990 y 1998, 426 empresas argentinas fueron compradas por
grupos transnacionales en 29.116 millones de dólares y que sólo en 1998, se transfirieron 77
empresas en 10.000 millones de dólares’”19.
La banca nacional sufrió un proceso privatizador similar. “(...) el capitalismo financiero que se
implementa es, por sobre todo, colonial, dependiente: Banco Hipotecario, Caja de Ahorro Postal,
Banco Quilmes, Banco Roberts, Banco Río, Banco Francés o de Crédito Argentino, Banco
Tronquist, Banco Popular Argentino y muchos bancos provinciales como Banco Integrado
Departamental (BID) de Venado Tuerto”20.
El papel de los medios de comunicación en ese escenario -y en otros escenarios con
características similares a escala planetaria- fue central para la manipulación de la opinión pública.
Según cita Sartori sobre la injerencia de los medios en la opinión pública, “en una investigación
experimental Iyengar y Kinder (...) concluyen que ‘las noticias televisivas influyen de un modo
decisivo a las prioridades atribuidas por las personas a los problemas nacionales y las
consideraciones según las cuales valoran a los dirigentes políticos”21.
El conocimiento y la información como valores estratégicos para el desarrollo
Alvin Toffler sostiene que saber es poder. Y el saber se desplaza desde la cúspide piramidal hacia
la base, contribuyendo a construir lo que hoy se ha dado en llamar "La Sociedad del
Conocimiento", que tiene su propia dimensión moral y frente a la cual los medios masivos resultan
verdaderos vertebradores de la vida civil.
Según cita Norma Morandini, “’El predominio necesario del discurso de la libertad de los medios no
debe hacernos ignorar otro hecho esencial: los medios acaban convirtiéndose ellos mismos en un
poder’, advierte el filósofo y profesor español de Ética, Hugo Aznar, al describir la ‘singular
combinación de que los medios disponen de un enorme poder y una gran libertad, es decir una
llamativa ausencia de los controles y regulaciones que encontramos en otras actividades e
instituciones igualmente poderosas e influyentes en nuestra sociedad’”23.
Los medios de comunicación, entendidos como cualquier objeto que hace las veces de vía para
conducir información de un sujeto a otro, tuvieron un avance vertiginoso en las últimas décadas al
compás del desarrollo tecnológico. Hoy conforman verdaderas redes mundiales que ocupan todos
los espacios y aspectos de la vida cotidiana, complementando -y muchas veces suplantando- el rol
educador de las escuelas.
“Por encima de todo, la verdad es que la televisión es la primera escuela del niño (la escuela
divertida que precede a la escuela aburrida)”6, sostiene Sartori, y agrega que “(...) nuestros niños
ven la televisión durante horas y horas, antes de aprender a leer y escribir”24.
Por otra parte, según Sartori, “La televisión produce imágenes y anula los conceptos, y de este
modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra capacidad de entender”25.
El acceso permanente -y sofocante- a “la información” no siempre significa acceso al conocimiento
como se lo entiende desde los ámbitos académicos, dado que la concentración económica mundial
también motivo una concentración de medios que “manejan”, dosifican y tamizan la información.
Los medios periodísticos y los periodistas tienen asignada una posición central en la vida de la
democracia, sin que esto quiera decir que deban sustituir la labor fiscalizadora de los parlamentos
o que se apropien de la función política.
Es fundamental, entonces, abandonar las creencias acerca de la "mediación neutra" que
desempeñarían medios y periodistas entre Estado y sociedad civil.
La relación entre medios y la democracia, como muchos autores afirmaron, consiste en que la
información es la base de todo proceso democrático, porque todo proceso democrático es un
proceso comunicativo. De ahí que existan intereses diversos en la posesión y ejecución de los
medios, entre ellos el Estado, los mismos empresarios de los medios y en ocasiones, la sociedad
organizada.
A principios del siglo XX, Robert Dahl consideró dos instituciones básicas de un sistema
democrático: la libertad de expresión y la variedad de fuentes de información (variedad cualitativa y
no meramente cuantitativa como se observa actualmente). Estas instituciones fueron la base de los
medios de comunicación en las democracias modernas que hoy se encuentran en crisis.
Los medios de comunicación deben responder al interés público. El sistema de medios es una de
las arenas clave en la que los ciudadanos se constituyen, se informan y tienen la posibilidad de
deliberación.
Lamentablemente, en la realidad, el interés público tiene mucho menos atención en los medios que
las ganancias económicas generadas por la libertad de empresa y las leyes del mercado que no
siempre están vinculadas al interés del conjunto de la población.
En ese sentido, Touraine es más drástico en cuanto a la consideración de las democracias
actuales en Latinoamérica: "La abolición del monopolio militar y la instauración de elecciones libres
no justifican por sí solas que se hable de democracia. Las desigualdades sociales aumentan, los
derechos del hombre son violados a menudo, la conciencia de ciudadanía está ausente con
frecuencia en la mayor parte de los países del continente"29.
Transferencia y apropiación del conocimiento
Existen varias razones para pensar que las nuevas formas de producción, la tecnología y la
liberalización de los mercados cambiaron de manera acelerada y radical la concepción de los
medios de comunicación en las sociedades democráticas. Es un cambio en el que los medios
forman parte fundamental en las relaciones Estado-sociedad. Como consecuencia del desarrollo y
crecimiento de los grandes grupos concentrados de la comunicación, los medios actuales
difícilmente se conciben en el esquema tradicional de espacio público, sino que se definen como
espacios privados susceptibles a influir en la política, la gestión estatal y la vida privada de los
individuos.
Es así como los países centrales apostaron -inversión en ciencia y tecnología, tiempo y recursos
humanos y económicos- a la conformación de grandes grupos de comunicación capaces de
manejar la información como un poder influyente -y excluyente- en todos los rincones del planeta.
Sobre esta concentración en el manejo y uso de la información, Daniel Das Neves detalla que “El
proceso de concentración en materia comunicacional, que por supuesto se extiende a la mayoría
de los rubros económicos, es un fenómeno a escala planetaria. Hay un dato que nos ayuda a darle
medida a este tema de la concentración: en los años ochenta había alrededor de cincuenta grupos
comunicacionales que concentraban la mayor parte de los medios de comunicación del mundo. El
proceso de ese traslado a muy pocas manos ha sido tan virulento que hoy son apenas ocho
grupos comunicacionales a escala planetaria que concentran el proceso comunicacional”30.
En este contexto globalizado, los países centrales no sólo manejan los medios de comunicación,
muchas veces convertidos en EL MENSAJE, sino también los soportes tecnológicos. Para ello,
mientras se sometía a los países periféricos a recetas de ajuste y desinversión, de ausencia del
Estado, en los países desarrollados se invertían grandes porcentajes de los productos brutos
nacionales en educación de recursos humanos y desarrollo de ciencia y tecnología.
Es así como los Estados en desarrollo -toda Latinoamérica y la Argentina en especial son válidos
ejemplos en la materia- disminuyeron la inversión en ciencia y tecnología motivando no sólo un
atraso significativo en cuanto al proceso científico y tecnológico sino también permitiendo -e
impulsando- la fuga de recursos humanos hacia los mismos países centrales; recursos humanos
formados mayormente en universidades públicas que se desarrollaron durante el período del
estado de bienestar.
Esta situación, convertida en un círculo vicioso, torna pesimista el futuro de la región en cuanto a la
generación y apropiación de conocimientos. Hace ya décadas que el economista argentino Aldo
Ferrer planteó el “deterioro de los términos de intercambio”. En un lenguaje simple se podría decir
que ese deterioro se manifiesta de la siguiente manera: si hace cien años los países exportadores
de materias primas recibían un barco de tecnología por cada barco que vendían (por ejemplo
tractores por vacas o trigo) actualmente la ecuación es mil a uno (mil barcos de vacas o trigo por
un barco de microchips), dado que el valor del conocimiento en la globalización es infinitamente
superior al de las materias primas y la brecha se agranda cada vez más.
Esto provoca, al mismo tiempo, un deterioro en las economías periféricas que, por ello mismo,
cada vez poseen menos recursos para invertir en educación, ciencia y tecnología, agrandándose
cada vez más la distancia con los países centrales.
Esta falta de inversión en educación, ciencia y tecnología provoca, por su parte un menor nivel de
instrucción y una menor capacidad de entendimiento por parte de los ciudadanos en cuanto a la
manipulación de la que pueden ser objeto por parte de los medios de comunicación que, es válido
reiterarlo, mayormente responden a intereses sectoriales y económicos.
La inversión en ciencia y tecnología es un ejemplo concreto de las asimetrías existentes entre
países desarrollados y subdesarrollados. En 1996, el conjunto de los países latinoamericanos
invirtieron el 0,62% del producto bruto interno de sus economías en ciencia y tecnología mientras
que la Unión Europea invirtió el 1,85% y los países de América del Norte que integran el Nafta el
2,32%31. La discriminación de los porcentajes por países no favorece a la Argentina, que en 1996
sólo invirtió el 0,38% de su PBI en ciencia y tecnología, mientras que, por ejemplo, Chile invirtió el
0,6332.
Otro indicador importante en cuanto a las desigualdades en el desarrollo y la apropiación de
conocimiento es el número de patentes solicitadas en los Estados Unidos. En 1998, Argentina
solicitó 119 patentes (el 0,05% de las solicitadas a nivel mundial), Brasil 165 (0,07%) y México 141
(0,06%) mientras que EE.UU. solicitó 135.483 (el 55,74% del total), Canadá 5.689 (2,34%) y la
Unión Europea 37.821 (15,56%)33.
Las empresas periodísticas sometidas a las leyes del mercado
A la “subjetividad objetiva” se le agregó un elemento preocupante en las últimas décadas: el
sometimiento de las empresas periodísticas a las leyes del mercado.
Esto hizo, en definitiva, que los medios de comunicación pasaran de concebirse como
“prestadores” de un servicio público -la información- que garantizaba un derecho humano a
empresas guiadas sólo por el afán de lucro en el maremagnum de la competencia descarnada y
triunfalista propuesta por el neoliberalismo como esquema de pensamiento único.
Hoy en día, como dato de color, es común escuchar en las redacciones de Buenos Aires que el
periodismo se ha convertido en “el arte de llenar los espacios en blanco que quedan entre los
avisos”.
Los medios, ediciones o programas periodísticos sirven a la logística y a las necesidades
económicas de la organización noticiosa, y ya no tienen como impulso principal los ideales de
servicio público.
Para el analista alemán Otfried Jarren, la producción de los medios no es únicamente el resultado
de lo que ocurre dentro de una redacción, sino que “(...) también depende de la relación con otras
empresas del sector (‘proveedores’ y ‘clientes’) y del acceso a la información. Además, depende de
las entidades que operan en el ámbito mediático, de los actores sociales y públicos, dado que
éstos fijan reglas y afectan las condiciones de producción y cooperación. Los mencionados en
último término influyen sobre las empresas mediáticas a través de decisiones jurídicas (leyes o
licencias radiofónicas), imponiendo especificaciones relativas al contenido” 35.
Puede sostenerse, entonces, que organizaciones dispares afectan de múltiples maneras las
organizaciones mediáticas y, por ende, la producción periodística. “Dependerá -concluye el autordel número de actores (o bien del predominio de determinados actores) el que la estructura
mediática se vea dominada por aspectos políticos y sociales o por el mercado”36.
Cuando sólo existían las emisoras de radiodifusión públicas y no había competencia, prevalecían
las decisiones del sector político y social. La entrada en escena de empresas privadas modificó el
escenario y, dentro de las nuevas estructuras, adquirieron mayor relevancia los agentes
económicos mediante redes de capitales concentrados y -aunque suene paradójico- globalizados.
El problema central está ligado básicamente al grado de dependencia que muestran las empresas
respecto de la publicidad, ya que bajo estas condiciones la realización de programas solamente
admite determinadas formas: si la única fuente de financiamiento de una empresa es la publicidad
de determinado núcleo de auspiciantes, necesitará poner toda su programación a disposición de
ellos, presentándoles una oferta acorde para que puedan acceder a la mayor cantidad posible de
receptores.
En un artículo titulado “El rol de los Medios de Comunicación en la Democracia”, el intendente
justicialista de la Ciudad de La Plata, Julio Alak, destaca que en nuestro país “fueron precisamente
los actos de la privatización de los canales de televisión abierta junto con la conformación de
poderosos multimedios controlados por holdings empresarios que desarrollan sus negocios no sólo
en el ámbito de la comunicación, los que despojaron al periodismo de las pocas fibras de
romanticismo que le quedaban”37.
Según Alak, “estas acciones fueron las que consolidaron y dieron vigencia y trascendencia inéditas
en el país al concepto de noticia-mercancía. Precisamente este concepto fue abordado por un
periodista que ya en el siglo pasado mencionaba que ‘la noticia es una mercancía pero desde hace
una década esa mercancía es traficada por conglomerados que pueden subordinar el interés
público a la conveniencia particular’”38.
Por su parte, el Diputado Nacional por Mendoza, Carlos Balter, -Presidente de la Comisión de
Libertad de Expresión de la Cámara Baja- sostiene que “(...) no hay ningún medio independiente,
absolutamente independiente. Todos responden a intereses económicos, políticos o a una cuestión
de tipo ideológica”39.
Objetivos empresarios vs. objetivos periodísticos y sociales
Este sometimiento a las leyes del mercado provoca un choque de valores y derechos dentro de los
medios de comunicación y entre los medios y la sociedad.
Es así como diariamente colisionan la libertad de prensa, la libertad de empresa, el derecho a la
información y el deber del estado de garantizar el bienestar de la gente.
Sin ir más lejos, en las últimas semanas se pudo ver en la Argentina una larga serie de discusiones
y contradicciones mediáticas en torno a la posible suba de tarifas de las empresas públicas
privatizadas (energía, agua, teléfonos y peajes, esencialmente).
Tomando este caso en particular, se puede observar claramente que el Estado no cuenta con
herramientas mediáticas suficientes como para llevar adelante las políticas comunicacionales
tendientes a la defensa de los intereses del conjunto de la población y, en el mejor de los casos, es
puesto por algunos medios en igualdad de condiciones con las empresas prestadoras de servicios
públicos dado que esas mismas empresas conforman el capital accionario de los mismos medios
que deben informar a la sociedad.
Claro que, como se desarrollará más adelante, la solución a este tipo de conflictos no es sencilla,
porque nadie pretende -ni sería conveniente por el mismo derecho a la información- que el Estado
volviera a las prácticas estatistas y monopólicas de la década del ‘70. ¿Qué hacer, entonces,
desde un Estado desmantelado y ni siquiera capaz de ejercer un mínimo control o marco
regulatorio frente a los medios?
También llevará tiempo que el Estado -como representación de la gente, no del gobierno de turnopueda recomponer la autoridad que le confiere la representación del pueblo en canto a la
regulación de los medios. Fue tan violenta la desarticulación del Estado como garante del estado
bienestar -apoyada desde los medios concentrados- que cualquier actitud que pretenda asumir en
materia de comunicación es señalada inmediatamente por las empresas periodísticas como un
ataque a la libertad de prensa o expresión.
Por otra parte, los medios públicos de que dispone el Estado -Radio Nacional, Canal 7 y Télamtambién fueron desguasados en la década del ’90 y no poseen el peso suficiente en la sociedad
como para contrarrestar el “poder de fuego” de los medios privatizados. Fue más de una década
de desinversión en los medios públicos, precisamente en la época en que mayor inversión
registraban los privados acorde a los veloces cambios tecnológicos que se daban en el mundo.
Sartori es crítico ante esta situación que se dio en casi todos los países: “Antes de proclamar que
la privatización mejora las cosas, es bueno tener presente que para los grandes magnates
europeos de hoy -los Murdoch o los Berlusconi- el dinero lo es todo, y el interés cívico o cultural es
nulo. Y lo irónico de esta situación es que Berlusconi y Murdoch, en su escalada hacia los
desmesurados imperios televisivos, se venden como ‘demócratas’ que ofrecen al público lo que el
público desea, mientras que la televisión pública es ‘elitista’ y ofrece al público la ‘televisión que
debería tener’. Molière envidiaría este comportamiento digno de Tartufo”40.
El panorama es sumamente complejo, no solamente para los periodistas que trabajan
“encorsetados” en esos medios concentrados, sino también para las sociedades que se basan en
el conocimiento que brindan los medios para tomar decisiones.
Como señala el filósofo argentino Tomás Abraham: “Los avisos publicitarios, las deudas
contraídas, hacen que los grandes diarios pulsen los humores del establishment antes de seguir
una línea editorial y programar los títulos”41.
Para Abraham, sin embargo, aún queda una salida para los ciudadanos: “¿Existe entonces una
prensa libre? Sí, pero la tiene que construir el consumidor, con las decenas de radios que hay en
diferentes ondas, con internet y el acceso a fuentes de información en todo el mundo, con literatura
paralela”42.
Claro que esta “solución” que aporta Abraham en pos de la libertad de información es aplicable en
los países centrales y difícilmente realizable en los periféricos, entre otras cosas por las dificultades
económicas y la falta de capacitación.
Un ciudadano medio en la Argentina -con la mitad de la población por debajo de la línea de
pobreza- no puede dedicarle tiempo y recursos económicos a buscar por su cuenta diversas
fuentes de información. Quienes compran el diario todos los días difícilmente compren más de uno,
el acceso a internet es restringido y los problemas cotidianos hacen que la mayoría de la población
solamente se preocupe por la subsistencia alimentaria.
Los índices de indigencia, de deserción escolar y de desnutrición no avizoran un panorama
alentador para la construcción de ciudadanos que “armen” su propia prensa independiente, como
sostiene Abraham.
Tiempos mediáticos vs. tiempos políticos
Entre la lógica política y la lógica mediática hay dos campos de tensión básicos y, en principio,
inevitables que -por el manejo que actualmente se les da en la política y el mundo de los mediosimpulsan el proceso de transformación de la democracia partidista en una democracia mediática.
Se trata, por un lado, de las considerables incongruencias existentes entre la lógica procesal de la
política y la lógica de selección y presentación que rige en los medios.
Meyer amplía el concepto: “Mientras los acontecimientos políticos son complejos y consisten en la
interacción de numerosos factores (como intereses, actores, programas, legitimación, conflicto,
consenso, poder social y comunicativo, instituciones, derechos, recursos de poder, etcétera) su
representación mediática resulta de un proceso de selección basado en criterios de atención
(grado de celebridad, referencia a personalidades, factor sorpresa, brevedad del acontecimiento,
conflicto personalizado, perjuicios, rendimientos destacados, etcétera), y en la puesta en escena
de dicho material con el objetivo de maximizar la atención (dramatización, narrativización,
espectacularización, personificación, mitologización, ritualización, etcétera)”62.
Existe una contradicción básica entre el tiempo de los procesos políticos y el tiempo de la
producción mediática. Esta contradicción se debe a las posibilidades técnicas y las particulares
características de los productos del sistema mediático que resultan incompatibles con los ritmos del
proceso político.
Contrariamente al prejuicio instalado desde los medios, los tiempos de lo político -salvo en caso de
emergencias-, muchas veces “lentos” en términos de cultura mediática, son los apropiados para la
democracia, dado que se trata de procesos de articulación, entendimiento, aprendizaje,
transformación e integración de posiciones antagónicas en función del bien común.
Dado el avance tecnológico, el tiempo intrínseco de los medios de comunicación puede llegar a ser
extremadamente breve. En cambio, la dimensión de los prolongados tiempos procesales es
constitutiva y apropiada para la política.
El tiempo de producción en los medios de comunicación tiende a aproximarse a cero no sólo por el
avance de la técnica y el perfeccionamiento de los actores involucrados, sino también porque la
economía propia de sus productos impone, entre otras cosas, el dictado del tiempo presente. El
producto mediático informativo pierde su valor apenas un instante después, cuando los
acontecimientos mismos o el mismo producto presentado públicamente por alguno de los tantos
competidores le resta valor a todos los demás productos del mismo tipo.
El presentismo sin concesiones y de corto aliento del tiempo de producción mediático y el tiempo
prolongado del proceso político están reñidos entre sí. El proceso permanente, siempre incierto en
sus resultados, que es la esencia de lo político, no encuentra clemencia ante la lógica de los
medios.
De esta forma, en la medida en que los principales protagonistas del sistema político apuestan a
democracia mediática -publicidad y figuración como sinónimo excluyente de éxito-, se someten a
las leyes del tiempo de producción mediático y debilitan su propio accionar político, reemplazado
habitualmente por técnicas y estrategias de marketing.
Concentración de medios de comunicación - Globalización y transnacionalización de
medios concentrados
En la segunda mitad del siglo XX se aceleraron violentamente los tiempos históricos en términos
de la internacionalización, transnacionalización y globalización de economías, políticas y culturas.
Este fenómeno se dio especialmente gracias al gran avance tecnológico, el predominio geopolítico
internacional del pensamiento neoliberal -tras el fin de la bipolaridad- y el consecuente desarrollo
de las grandes corporaciones transnacionales que cuyas únicas fronteras son las de la rentabilidad
a escala planetaria.
En ese contexto se gestó una articulación e interdependencia -asimétrica y desigual- de los
Estados nacionales entre sí, de los Estados y las regiones y también dentro de los mismos
Estados.
Pese al concepto de “mundo global”, las corporaciones o holdings internacionales, siguen
operando con base en y a través de los espacios nacionales e intereses nacionales (por lo cual es
correcto seguir llamándolas transnacionales).
Se puede decir que una empresa se internacionaliza cuando comienza a expandirse fuera de su
país de origen mediante las exportaciones o inversión extranjera y se transnacionaliza al operar ya
no exclusivamente desde su propio espacio nacional sino en diversos países a la vez. La empresa
transnacional se complementa mediante asociaciones y alianzas estratégicas, fusiones y
adquisiciones entre empresas y consorcios de varios países.
Este proceso, a primera vista meramente económico, está acompañado de cambios y
reordenamientos políticos del mapa mundial, redefiniendo los papeles de los actores nacionales y
supranacionales.
El cambio fue acompañado por la globalización de los medios de comunicación que, a la vez,
presentaron nuevos canales y soportes tecnológicos acordes a la aldea global, como internet.
Paralelamente, se puso en marcha la consolidación de grandes bloques económicos y geopolíticos
que se articulan -también en forma asimétrica y desigual- en el mundo global, como la Unión
Europea, los tratados de libre comercio como el NAFTA y el ALCA y el MERCOSUR.
Esta nueva interrelación entre países y regiones agrandó la brecha de desigualdad entre Estados
nacionales, como así también las asimetrías y desigualdades entre los ciudadanos de un mismo
país.
Un ejemplo concreto es Latinoamérica que, después de largos procesos dictatoriales -apoyados
desde el poder central de Estados Unidos- durante los cuales se endeudó drásticamente, los
países fueron “obligados” por organismos de crédito supranacionales a deshacerse de los activos
del Estado a precios de remate. Esos mismos activos del Estado fueron adquiridos entonces por
empresas transnacionales de los mismos países centrales que permitieron y fomentaron el
endeudamiento.
De esa forma, y contando también con los medios de comunicación de la región, se impulsó en la
década del ’90 una globalización para la cual los países de la región no estaban preparados. Por
ejemplo, con la excusa globalizadora, se llevó a cabo la apertura indiscriminada de las economías
regionales, iniciando la debacle de la producción nacional, y se prohibieron los subsidios a la
producción, siendo que los países centrales protegen sus economías con altas barreras
arancelarias a los productos extranjeros y subsidian a sus productores.
Los flujos de comercio exterior son un claro indicador de la mayor interconexión e interdependencia
actual entre las naciones. En los últimos cincuenta años, la tendencia mundial estuvo relacionada
con la apertura de mercados. Según la Organización Mundial del Comercio (OMC), entre 1950 y
1990 las exportaciones crecieron del 8% del Producto Mundial Bruto al 27%. En 1997, el comercio
internacional era 14 veces superior al nivel que tenía en 1950.
También se expandieron los mercados de productos culturales e informativos. Entre 1980 y 1998,
el comercio de bienes y servicios culturales se multiplicó por cinco, de acuerdo a datos de la
UNESCO. Pero los flujos de comercio internacional son desiguales. Por ejemplo, en 1994 los
países desarrollados concentraban 69% de las exportaciones mundiales y 68% de las
importaciones. El llamado "Grupo de los Siete" (Estados Unidos, Canadá, Francia, Inglaterra,
Alemania, Japón e Italia) cubría el 51 y 50% respectivamente. América Latina y el Caribe
participaban solamente del 4% de las exportaciones mundiales y del 5% de las importaciones
(UNESCO).
El Informe sobre el Desarrollo Humano de 1999 indica que dos tercios de la humanidad no se han
beneficiado del nuevo modelo económico, basado en la expansión del comercio internacional y el
desarrollo de nuevas tecnologías, y están excluidos de participar en la Sociedad de la Información
(UNDP 1999). En el World Economic Outlook de 1997, el Fondo Monetario Internacional expresa
que durante los últimos treinta años la gran mayoría de los países en desarrollo se han mantenido
en el más bajo nivel de ingresos o han caído en él desde una posición relativamente más alta.
Según el mismo informe, ahora hay menos países en desarrollo de ingreso medio y la movilidad
ascendente parece haber disminuido en el tiempo. Mientras durante el período 1965-1975 había
cierta tendencia a que los países se movieran hacia niveles más altos y progresaran relativamente
con respecto a las economías avanzadas, las fuerzas de la polarización parecen haberse hecho
más fuertes desde los inicios de los años ochenta.
La tendencia hacia la concentración es evidente. Los datos del Banco Mundial indican que los
países calificados como de "alto ingreso" (aproximadamente el 16% de la población del planeta),
de 1980 a 1996 incrementaron su proporción del Producto Global Bruto, del 73% al 80%.
Solamente los países del "Grupo de los siete" pasaron durante el mismo lapso del 61% al 66% del
PGB.
El año 2000 no sólo marcó el cambio de siglo y de milenio -el nuevo milenio de un mundo
globalizado- sino que inició el camino de la concentración de las empresas concentradas. Es decir,
si las empresas de capitales nacionales habían quedado en unas pocas manos transnacionales,
esas mismas empresas transnacionales se unían entre sí, concentrando aún más el poder en un
puñado de mega-holdings.
En cuanto a los medios de comunicación, ese año se llevó a cabo la primera megafusión entre
America Online y Time Warner, creando un gigante económico de 350 mil millones de dólares.
Pocos días después, la misma Time Warner anunció que se fusionaba con la europea EMI.
La tendencia del nuevo siglo son las megafusiones o alianzas estratégicas entre grandes
consorcios de medios y de servicios relacionados al sector de la información y las
telecomunicaciones.
Otra faceta de este movimiento se concreta en las adquisiciones de las empresas pequeñas pero
rentables, por las grandes transnacionales mediáticas. Esta convergencia entre empresas de
medios y de otros rubros relacionados como los satélites, los servicios de internet, o las llamadas
empresas multimedia, reflejan a su vez una convergencia de índole tecnológica que sólo es
manejada y controlada precisamente por quienes disponen del conocimiento y la inversión
tecnológica.
Estados Unidos dio el puntapié para la liberalización total de las telecomunicaciones en todo el
mundo (especialmente desde la Ley de Telecomunicaciones sancionada en 1996) y esta situación
se extendió tanto a países democráticos como no democráticos. De hecho, los conglomerados
norteamericanos más importantes como Microsoft, AOL Time Warner, Viacom y AT&T tienen
presencia mundial no solamente por el impacto de sus productos, sino por las empresas asociadas
que han logrado adquirir en países de Europa, Asia, África y América Latina.
Latinoamérica on line
Por lo dicho anteriormente, no se puede entender a las industrias mediáticas y culturales sin
ubicarlas el contexto nacional e internacional en el que operan. El contexto contemporáneo es el
de un mundo altamente interconectado e interdependiente, unipolar en ciertos aspectos y
multipolar en otros.
Modesto Emilio Guerrero esboza una teoría conspirativa -que en el actual contexto no parece
descabellada- en cuanto a la adquisición de medios latinoamericanos: “Desde 1948, cuando se
firma el pacto radioeléctrico continental, que es el segundo o el tercer pacto que firma la OEA
(Organización de Estados Americanos), se empezó una transnacionalización y control regional de
todo lo que significa transmisiones por aire y, desde entonces, las inversiones crecieron de tal
manera que entre el año 2000 y el año 2002, América Latina recibió trescientos veinte mil millones
de dólares pese a la huída de capitales que hubo en la región, especialmente en la Argentina y
Brasil”68.
“¿Cómo es que invirtieron tanto en telecomunicaciones y medios y al mismo tiempo se fueron
tantos capitales? -se pregunta Modesto Guerrero-. La explicación es muy simple: el secreto es que
lo que antes hacía un maestro, un médico de pueblo en el siglo XIX o los medios periodísticos
provinciales, hoy en día lo hacen los grandes medios de comunicación que no son sólo los diarios
y las televisoras sino múltiples medios que forman las redes horizontales”69.
Para el periodista venezolano, “hoy los medios no son lo mismo que antes, transmisión de
información y producción de contenidos, hoy son una compleja red de inversiones privadas, desde
el microchip hasta el movilero de una radio que cubre una noticia. Es una red muy compleja y
costosa que requiere de una inversión gigantesca y eso es lo que se planificó y se está ejecutando
desde hace quince años en la región para manejar todo lo que implique mecanismos de control
social”70.
Según Modesto Guerrero -autor del libro “Reportaje con la muerte”-, “esto se hizo en América
Latina pese a que no se pudo hacer en África o en la India: una red de medios para controlar la
población. Eso que antes se hacía a través de organismos especializados de inteligencia social y
que luego fueron sustituidos por las ONG (Organizaciones no gubernamentales). Hay más de
trescientas ochenta ONG en América Latina haciendo estudios de biodiversidad, seguridad,
tenencias políticas, factibilidad de guerras. Ahora la lucha de clases ahora se puede medir por
computadora. En ese terreno, los medios de comunicación son como un gran termómetro, un
multitermómetro que va midiendo las tendencias de lo que la gente siente y piensa”71.
Para el periodista, especialista en cuestiones internacionales, “los únicos tres estados que tienen
un cierto control, un relativo control sobre el accionar de sus medios en América Latina, son Costa
Rica, Venezuela, con la prensa en contra pero con un sistema de control, y Brasil, por el sistema
legislativo que es muy estricto en cuanto a los monopolios. El resto de Latinoamérica es como en
los vuelos: hay política de cielos abiertos, se puede hacer y deshacer como se tengan ganas
siempre y cuando se tengan los capitales para invertir. Así como se ha perdido la soberanía
alimentaria, la soberanía energética y se ha perdido la soberanía sobre la transmisión de la
información en todo sentido”72.
Sus palabras no parecen desacertadas si se tiene en cuenta que, en una de las nueve comisiones
del ALCA, uno de los objetivos a desarrollar es cómo invertir y ordenar las telecomunicaciones en
la región desde el poder central.
México puede ser tomado como un paradigma de país latinoamericano con estrechas
vinculaciones con el poder central. Sin embargo aún allí, y siendo un país históricamente
exportador de contenidos en la región, sus empresas de comunicación no sólo son monopólicas
(Telmex y Televisa) sino que además se asociaron a transnacionales gigantescas como Microsoft y
no se descarta la fusión de ambas.
El dilema sigue siendo, como siempre, concentración vs. exclusión y cómo se recompone la
participación social.
En este contexto, las industrias culturales no pueden ser abandonadas sin control a las manos del
mercado, porque ni la oferta ni la demanda poseen inteligencia, ni conciencia propias, ni
sensibilidad humana, ni identidad cultural o nacional.
La actual estructura de los medios se encuentra basada en las leyes del mercado, cuyo fin último
son las ganancias económicas que son las que, en definitiva marcan las tendencias en cuanto a
contenido e información.
Esta realidad meramente comercial de los medios no fue distinta a la de cualquier otra industria y
ese es justamente el problema principal, porque no se trata de una industria cualquiera sino una de
las que mayor injerencia tiene en la vida de la gente, en su formación y desarrollo.
Ante esta situación, ni siquiera sorprende el pesimismo crítico de Sartori: “(...) es difícil estar peor
de lo que estamos en cuanto a una democracia cuyo demos debería administrar participando un
sistema de demo-poder. Y si esto no nos preocupa, tal vez sea porque ya en la edad del
postpensamiento”73.
Medios de comunicación en la Argentina - Concentración y transnacionalización de los
medios de comunicación
El proceso de concentración y transnacionalización de los medios no sólo no fue ajeno a la
Argentina sino que se dio con especial virulencia dadas las “facilidades” que se otorgó en los ’90 al
poder económico de los países centrales mediante la implementación de las recetas del Fondo
Monetario Internacional.
Según Gustavo López, “la llave para la concentración de los medios de comunicación en la
Argentina fue el gobierno de Menem, a través de dos decretos y la ley de reforma del Estado.
Primero, en el año 1989, permite la constitución de multimedios. Hasta ese momento, por ejemplo,
los dueños de diarios no podían tener radios o canales de televisión en la misma zona geográfica
de influencia”74.
“Después -continúa López-, en 1998 y 1999 realiza dos modificaciones muy graves. En la de 1999
lo que hace es pasar de cuatro canales de televisión que se permitían hasta el momento para cada
dueño o grupo, a veinticuatro canales. Esa reforma tuvo nombre y apellido: CEI-Citicorp. Fue la
posibilidad para que el grupo Citibank más el grupo Moneta compraran los ocho canales de Telefé
más el 50% de los cuatro canales que tenía Romay y pelearon la re-reelección a través de doce
canales de televisión, cosa que estaba prohibida por la ley y sin embargo lo hicieron. Y, más grave
aún, lo hicieron en 1998 y la ley recién se modificó en 1999 por un decreto de necesidad y urgencia
para permitir esa concentración”75.
Las recientes y sucesivas ventas de Canal 9, uno de los medios de comunicación más importantes
del país, sirven para graficar claramente los intereses transnacionales que se mueven detrás de los
medios.
Según lo relata el periodista Eduardo Anguita, “la venta de azul televisión por parte del JP Morgan
y Telefónica de España se había concretado en el estudio Baker & McKenzie, en pleno corazón de
Nueva York el miércoles 3 de julio (...). Baker & McKenzie es una firma con 50 años de trayectoria,
3000 abogados en todo el mundo y unos honorarios que sacan chispas a cualquiera. El JP Morgan
Chase Maniatan, socio de Telefónica en Azul -canal 9-, es un emporio que hace a diario
operaciones de cientos de millones. Sin embargo, se vendía un canal de un país con una crisis
fulminante, y por un valor que no supera el precio de un bar en la zona canchera del Soho”76.
Las empresas españolas tuvieron gran injerencia en el mercado de medios de comunicación de la
Argentina. Según Anguita, la reconquista de Sudamérica “no llegó en barcos de soldados
aventureros sino de sólidas empresas: Santander, Bilbao Vizcaya, Endesa, Repsol, Iberia o
Telefónica se convirtieron en nombres familiares en el continente. La mitad de las inversiones
externas en la América latina de los noventa fueron de origen español y coincidieron con la
privatización casi absoluta de empresas estatales. Entre 1990 y 1995, por ejemplo, México
privatizó 221 empresas y Argentina 121. caminos similares recorrían Perú, Chile, Brasil”77.
Para Anguita, “la década del noventa mostró los medios como un lugar donde se cruzaron
inversiones desmedidas con el poder de la cultura de la imagen. Muchos empresarios hablan del
poder de fuego de un canal o multimedios como si fueran generales que despliegan tropas en las
batallas. Y en ese proceso se consolidaron liderazgos de personas que desde la condición previa
de político, banquero o periodista se convirtieron en dueños de medios de comunicación y que
tuvieron un protagonismo esencial en el poder”78.
La “menemediocracia”
Cuando Carlos Menem llega a la Presidencia de la Nación, en 1989, tuvo que sortear una
hiperinflación y una malograda alianza estratégica con el grupo Bunge & Born. Fue en ese
momento en que encontró en la estabilidad monetaria y las privatizaciones una fórmula para
afianzarse en el poder. En el nuevo esquema, el Citibank fue una de las empresas tratadas con
especial cuidado.
Años antes, el Citibank había presidido el Comité de Bancos Acreedores en los comienzos del
gobierno de Raúl Alfonsín. Por entonces, la presión del Departamento de Estado norteamericano
para que Argentina pagara la deuda externa, en las postrimerías del gobierno de Alfonsín, llevó a
que se aceptara un pacto de compromiso, conocido como Plan Baker, que consistía en convertir
parte de la deuda en títulos públicos emitidos por el gobierno argentino. Según relata Anguita, “los
títulos quedaban en manos de los bancos privados y se sabía que, aunque en un primer momento
eran papeles sin respaldo, servirían luego para comprar los activos del Estado en el proceso de
privatizaciones abierto por entonces. Para que las empresas ineficientes pasaran a ser
gestionadas por el sector privado, el único en condiciones de hacerlo, como decían Bernardo
Neustadt y el séquito de comunicadores aliados a las corporaciones financieras”79.
El Citibank fue una de las empresas que integró grupo de accionistas que conformó Telefónica de
Argentina cuando se privatizó la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL). Poco
después, en 1992, el Citibank - a través de su empresa inversora Citicorp - buscó socios para
impulsar su participación en ese nuevo escenario argentino y entonces se fundó el CEI (Citicorp
Equity Investments), “una empresa destinada a comprar activos del Estado con poca plata y
muchos títulos públicos a los que el gobierno de Menem tomaba a valor nominal, cuando su
cotización bursátil no superaba el 20%”, según se consigna en el libro Grandes Hermanos80.
Para el mundial de fútbol de 1994 Menem, que buscaba su reelección, se enfrentó con un
problema: los partidos, cuyos derechos de televisación pertenecían a Torneos y Competencias,
iban a ser transmitidos sólo por sistema de cable dado el alto costo de los derechos que no podían
ser absorbidos por los canales abiertos.
Fue así como le propuso a los titulares norteamericanos que cedieran los derechos a la TV abierta
a cambio de la firma del “Tratado de Promoción y Protección Recíproca de Inversiones”, que
permitió, entre otras cosas, las inversiones de origen norteamericano en medios de comunicación
audiovisuales.
Hacia 1995, cinco millones de hogares argentinos tenían acceso a la TV por cable y pagaban un
promedio de 25 dólares mensuales. Después de Estados Unidos y Canadá, Argentina era uno de
los mercados de TV por cable más importantes de todo América.
Para esa época desembarcó en la Argentina el texano Tom Hicks, asociado con otros tres
empresarios norteamericanos (Charles Tate, Jack Furst y John Muse) que habían creado el fondo
de inversión HTF&M, poseedor en EE.UU. de 400 radios, con negocios en televisión, Internet y
telecomunicaciones. Este fondo de inversión realizó compras casi compulsivamente en Argentina,
México, Venezuela y Brasi.
En aquel momento, según recuerda Anguita, “Eduardo Eurnakian, presidente de Cablevisión, se
había asociado con TCI, otra empresa norteamericana. Cablevisión permanecía en el liderazgo del
mercado. Por otra parte, de la noche a la mañana, la empresa Mandeville -del fondo Hicks- seguía
comprando canales. Multicanal -del Grupo Clarín- no quiso dejar su posición en el mercado y
también salió a la compra. Para eso buscó inversores y vendió una parte de su paquete accionario
al CEI, que por entonces se asociaba al grupo Hicks”81.
Para el periodista, “a inversión agresiva de Cablevisión fue posible porque CEI había comprado las
dos terceras partes de las acciones. El tercio restante era de Mandeville, del grupo Hicks. Julio
Gutiérrez quedó al frente de Cablevisión. Viajaba en aviones privados, hacía fiestas faraónicas,
invertía en carreras de autos y disfrutaba de la abundancia”82.
Otro gran multimedio del interior, Grupo Uno, que comenzó a expandirse en la zona de Cuyo con la
presidencia de Daniel Vila, también dio el gran salto por aquellos años. Fue cuando el ex Ministro
del Interior, José Luis Manzano, se incorporó al directorio y obtuvo un crédito de capitales
norteamericanos cercano a los 500 millones de dólares. Según se consignó en aquel momento, los
fondos provenían de las empresas de televisión de Jorge Más Canosa, un empresario cubano
radicado en Miami, de fuerte peso en el Partido Republicano.
A fines de 1999, Goldman & Sachs adquirió el 18% del paquete accionario de Clarín -por entonces
el último multimedio nacional compuesto exclusivamente por capitales nacionales- por una
inversión de 500 millones de dólares. Fue la primera vez, desde su fundación, que el diario más
importante del país tomaba un socio extranjero.
Luego de la devaluación, las empresas con grandes pasivos en dólares se hicieron atractivas para
inversionistas extranjeros. De hecho, Clarín está endeudado en más de mil millones de dólares. Tal
vez por eso mismo se sostiene que, como el grupo quiere que los pasivos pasen a manos del
Estado -es decir, que sean absorbidos por toda la sociedad- volcó su línea editorial hacia un
oficialismo muchas veces desmesurado, lo cual ratifica que el periodismo actualmente se rige por
intereses particulares y sectoriales en vez de promover el bienestar general a través de un
adecuado acceso a la información.
El educador Jaime Barylko es lapidario: “Donde corre el dinero hay manipulaciones de temas, de
personas, de acusaciones. Las manipulaciones son tanto mayor cuanto más quebrados estén los
medios, y los nuestros están quebrados, no pueden darse el lujo de ser independientes”83.
Además de los mencionados, y para resumir, entre muchos nombres de empresas transnacionales
que poseen medios o acciones en medios argentinos, se puede nombrar a Telefónica
Internacional, el Grupo Hicks, Recoletos (y el Grupo Pearson), Prime (de Australia), Cisneros (de
Venezuela), Globo (de Brasil), Televisa (de México), la News Corp. (de Rupert Murdoch) y
Goldman Sachs.
Los mecanismos de venta y fusión de los medios tampoco se caracterizaron por su transparencia
en la Argentina y la mayoría de las veces ni siquiera se supo de dónde provenían los fondos. “Nos
enteramos hace algún tiempo -relata Daniel Das Neves, Secretario General de la UTPBA- cuando
América tenía que volver a ratificar la utilización de su frecuencia, que en el camino hubo una
resolución de carácter político no del todo claro que permitió la continuidad de ese medio hoy en
manos del grupo Avila-Manzano-Vila, que no fue precisamente una demostración de transparencia.
Lo mismo pasó con radio Ciudad en su momento, con la entrega de la frecuencia a Hadad en un
otorgamiento dudoso”84.
Marco (des) regulatorio y (ausencia de) políticas públicas
Más allá del citado desmantelamiento del Estado nacional y el sometimiento a las leyes
internacionales del mercado, el sector de las comunicaciones en la Argentina se encuentra con un
problema que, desde 1983, parece insoluble: la modificación de la Ley Nacional de Radiodifusión,
sancionada por la dictadura militar en 1980 y que, a todas luces, no es suficiente para regular el
actual estado de los medios masivos.
Cada gobierno democrático anunció sus intenciones de modificarla pero no logró llevar a la
práctica la sanción de una nueva ley, casi siempre por presión de los mismos medios concentrados
y cada vez más poderosos que quisieron -y lograron- mantener el status quo. Esta ley sólo pudo
ser “emparchada” en parte, siempre y cuando las modificaciones fueran en favor de los grupos
concentrados, como se relató anteriormente, pero nunca cuando se intentó democratizar el sistema
de medios.
Recuerda Gustavo López que el proyecto de una nueva ley de radiodifusión “(...) llegó a la Cámara
de Diputados y no fue votado por presión de estos grupos”85.
Una situación actual sirven para graficar el poder de los grupos mediáticos frente a las iniciativas
del Estado. Antes de dejar el gobierno, el por entonces Presidente Eduardo Duhalde firmó un
decreto por el cual permitía a las provincias a tener su propio canal de televisión abierto, su radio
de amplitud modulada (AM), y a cada intendencia a tener su emisora de frecuencia modulada (FM).
La iniciativa fue recibida con beneplácito por los actores políticos pero denostada por las empresas
de comunicación privada, que sostenían -y sostienen- que el Estado no podía intervenir en el
negocio en venta publicitaria porque se trataba de una competencia desleal.
El nuevo gobierno de Néstor Kirchner apoyó el decreto de Duhalde ni bien llegado al poder pero,
según rumores gubernamentales, podría llegar a ser derogado por presión de los medios más
poderosos. El titular de la UTPBA comenta que “creo que están por derogar el decreto (...) porque
desde algunos sectores se dice que los gobiernos no pueden tener sus propios medios porque se
estaría atacando la libertad de prensa, aunque esa la libertad de prensa supuestamente atacada
sólo se verifica desde la visión privada a través precisamente de los medios privados. Es una visión
parcial”86.
La ausencia del Estado en cuestiones vinculadas a los medios es tan inquietante que ni siquiera se
sabe a ciencia cierta quiénes son los verdaderos propietarios de los canales de televisión, a
excepción de canal 13.
Otro aspecto históricamente resistido por los medios concentrados es la posibilidad -hoy
imposibilidad- de las organizaciones sociales y cooperativas de acceder a la propiedad de medios
de comunicación audiovisuales.
Pese al pesimismo de los representantes sindicales de los periodistas de Buenos Aires, el nuevo
interventor del COMFER, Julio Bárbaro, parece dispuesto a devolverle un rol activo al Estado
mediante una nueva ley de radiodifusión: “Estuve en la Cámara de Diputados y creo que hay
consenso de todos los sectores para gestar una nueva ley, y ese es un hecho auspicioso. Están
bastante de llegar a un acuerdo, o sea que si hay posibilidades de acuerdo, hay fuerza por parte
del gobierno y hay decisión de toda la sociedad, me parece que podemos intentarlo, no digo
lograrlo, pero sí intentarlo”87.
Por ahora, y como prueba de que el sistema no funciona de acuerdo con las normas sino mediante
poderes fácticos reales, los que tienen emisoras de baja potencia con permisos provisorios son
permanentemente atacados desde los medios concentrados, que los acusan de “ilegales” y
promueven acciones públicas contra ellos.
Miedo a los medios y medios que dan miedo
El debilitamiento de la política y la sumisión de los actores públicos al poder de las empresas
periodísticas motivó no sólo el predominio de los intereses fomentados desde los medios
informativos -muchas veces enfrentados a los de la sociedad- sino también una inacción de las
autoridades, paralizadas literalmente por el miedo. Miedo al poder de fuego de ciertos medios que,
como sostiene Modesto Guerrero, saben “que cuando las instituciones se debilitan, cuando los
políticos se derruyen, los medios de comunicación no porque tienen una base social permanente y
la gente siempre los consume”88.
Este miedo no sólo es reconocido públicamente por los actores políticos sino que también es
motivo de jactancia por parte de medios y periodistas.
Según el análisis de Julio Bárbaro, “esto refleja una etapa, la etapa del menemismo esencialmente,
en la que el poder económico hacía que el sector político dependiera de (...). Me parece que con el
actual presidente lo que se revierte es esa imagen de que el mercado es más fuerte que la
sociedad. Qué vota la gente y qué vota el mercado. Pareciera que las urnas son menos
importantes que la bolsa”89.
“Creo que es este momento la sociedad y el poder político no le tienen miedo al poder económico concluye Bárbaro con cierto optimismo- sino que hay plena conciencia de que tiene que haber
leyes que articulen los intereses. En ningún país del mundo el poder económico destruyó el Estado
y construyó una sociedad. Lo que construye es miseria. Cuando no tiene los límites que debe
poner el Estado lo que construye es demencia”90.
Conclusión: Hacia un sistema que garantice los principios democráticos
A lo largo del presente trabajo se ha presentado una visión crítica del rol actual de los medios de
comunicación en la vida democrática de los pueblos. Falta de objetividad, primacía de los intereses
particulares amparados en las leyes del mercado por sobre el bienestar general y el derecho a la
información de los ciudadanos, falta de democratización interna y externa, concentración y
transnacionalización.
Por otra parte se ha hablado de la desarticulación y desmantelamiento del Estado como último
garante del bienestar general, de la debilidad política ante el poder económico y de las pocas
herramientas existentes como para democratizar la información.
Se podría concluir, simplemente, como sostiene Modesto Guerrero que (...) los Estados nacionales
tienen muy poco margen y este margen es cada vez menor.”
Sin embargo, aunque el fenómeno y su desarrollo aún no fue estudiado en profundidad, existen
algunas propuestas -muchas de ellas en práctica en algunos países, otras recién en estado
embrionario- que podrían avizorar un futuro más democrático en cuanto al rol de los medios y su
relación con las sociedades.
Es importante remarcar, antes de esbozar las propuestas, que en el momento en que se adoptaron
los órdenes jurídicos de la mayoría de los países el contexto era muy distinto al actual. La
tecnología no tenía un nivel de desarrollo tan alto, las industrias mediáticas no tenían el poder que
hoy detentan, la competencia entre los medios era escasa y poco limitada por el Estado, la
explotación de los recursos de telecomunicaciones era mínima. Conclusión: es reciente que el
Estado reconozca que no posee los recursos y las herramientas necesarias para regular las
comunicaciones en el marco de las democracias actuales.
Algunas iniciativas internacionales
El poder desmedido de los medios dio lugar en los Estados Unidos a la creación de asociaciones
de vigilancia continua para prevenir el abuso que se ejerce desde el denominado “cuarto poder”.
Estas asociaciones, emergentes de la sociedad civil, luchan contra la manipulación de la
información. Un ejemplo de ello es la FAIR (“Fairness and Accuracy in Reporting”), una oficina que
recibe denuncias de consumidores-ciudadanos con base en New York.
El tema es central también en la Unión Europea. Por ejemplo, Alemania enfrenta en estos
momentos una etapa de profundo debate en cuanto a los mecanismos de regulación. “Dicho
proceso -sostiene el analista Otfried Jarren- debe organizar la estructura y el contenido de los
medios de acuerdo con las necesidades inherentes a los actores y los procesos políticos en el
marco de un Estado democrático. Dentro de este contexto, el Estado debería concentrarse en el
control y la regulación de los aspectos clave”95.
Según el autor, “(...) se trata de preservar y garantizar la comunicación pública desarrollada a
través de los medios, como un proceso continuo de auto comprensión llevado a cabo por los
medios masivos en la sociedad. El acceso a la información, su disponibilidad y la calidad del
periodismo son de gran importancia para el proceso democrático (...). Esto pone de relieve dos
cosas: por un lado, que es imperioso evitar (nuevos) procesos de concentración en el sector
privado; por el otro, que es necesario preservar y seguir desarrollando la radiodifusión pública. En
consecuencia, el Estado debe apuntar activamente a preservar la diversidad de estructuras lo cual
requiere contar con una estrategia para el desarrollo de estas formas de organización”96.
Del trabajo de Jarren se desprende que las formas de organización de los medios son el principal
punto de partida para eventuales esfuerzos regulatorios. “En la actualidad -asegura- los pliegos de
licitación de las licencias obligan a las empresas del sector a prestar ciertos servicios. Estas
estipulaciones pueden ser supervisadas en lo formal por las autoridades pertinentes. Sin embargo,
la experiencia demuestra que en general la supervisión se agota en sancionar abusos cometidos
sin que resulte posible formular normas y verificar objetivos referentes a los contenidos”97.
El autor concluye su trabajo con una serie de sugerencias para la modificación del marco
regulatorio: publicar regularmente informes comerciales que indiquen también las participaciones
en otras empresas, difundir los principios que rigen la labor empresaria y periodística, presentar
reglas para la organización de la redacción, la calificación técnica, nombrar comisionados para la
protección del menor y crear una defensoría de los usuarios.
En otros países de la Unión Europea actualmente se sugiere la implementación de la figura de un
defensor de los ciudadanos -ombudsman- exclusivamente dedicado a la cuestión mediática. Claro
que, al menos hasta el momento, en los países en los que se ha implementado, carece de peso
público como para sancionar tan siquiera éticamente a los grandes medios concentrados.
Las primeras experiencias latinoamericanas
Los procesos de transición política de varios países de América Latina estimularon la creación de
organizaciones no gubernamentales para exigir al Estado garantías de derechos sociales en
materia de comunicación y a los propietarios o concesionarios de los medios el cumplimiento de
sus obligaciones legales.
Una de las características de estas organizaciones es que surgieron en el marco de la
descomposición de los tradicionales regímenes y ante la ineficacia de los nuevos grupos en el
poder.
Por ejemplo, la Asociación Mexicana de Derecho a la Información (AMEDI) lucha desde diversos
ámbitos para exigir el cumplimiento de la libertad de expresión y el derecho a la información, la
reforma integral de la legislación de los medios electrónicos, el respeto a la legislación por parte de
los medios y el proceso que culminó en la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información
Pública Gubernamental.
Una experiencia interesante -aunque sin peso específico como para modificar elementos del
sistema imperante- es la que lleva a cabo en nuestro país la Unión de Trabajadores de Prensa de
Buenos Aires (UTPBA). Allí se creó el Observatorio Político, Social y Cultural de Medios, que es
parte de una iniciativa cultural más amplia que busca contrarrestar los efectos de la concentración
de medios. Los principios del observatorio de la UTPBA son desarrollar categorías de comprensión
para la interpretación del mundo desde la realidad mediática; reinterpretar principios periodísticos
como el de la objetividad y de la manipulación para llegar a una libertad de información y expresión
más acabada.
En Perú, la Veeduría Ciudadana de la Comunicación Social es una iniciativa donde participan
entidades públicas y privadas que está integrada por la Defensoría del Pueblo, la Asociación
Peruana de Facultades de Comunicación Social y la Asociación de Comunicadores Sociales. Esta
veeduría se propuso recomendar cambios y orientar a los medios masivos a partir del seguimiento
de su oferta, tomar posición frente a los problemas que lesionen las libertades de expresión e
información, y recibir y evaluar las demandas ciudadanas personales e institucionales referidas a
cambios específicos que se solicitan a los medios.
Una de las acciones destacadas de la institución es la actual recopilación de firmas ciudadanas
para impulsar un proyecto de ley de radio y televisión que busca actualizar la legislación en la
materia.
Por su parte, el Observatorio Global de Medios de Venezuela nació en el contexto de la aguda
crisis política que vive ese país, para impulsar opciones de información. Si bien su objetivo central
es buscar el ejercicio responsable de los medios y acabar con el monopolio informativo, el
observatorio se ha convertido en un punto de referencia ante la descalificación mutua y los
extremos de la manipulación informativa en el que han caído tanto los empresarios de los medios
como el gobierno del presidente Hugo Chávez.
Propuestas políticas para la Argentina
Tomando las experiencias internacionales -adaptadas al pantanoso y “liberalizado” escenario de
los medios en la Argentina- se puede concluir que ciertas herramientas podrían comenzar a
democratizar los medios, garantizando la libertad de expresión, la libertad de empresa y el derecho
a la información por parte de los ciudadanos.
Seguramente el primer aspecto a ser abordado es la demorada sanción de una nueva ley de
radiodifusión que reemplace a la 22.285, decretada por la dictadura militar en 1980.
El proyecto en el cual trabaja el actual interventor del Comité Federal de Radiodifusión (COMFER),
Julio Bárbaro, introduce modificaciones en cuanto a la distribución, a la inversión extranjera y a la
concentración, según palabras del propio funcionario en diversos medios.
Además de la sanción de una nueva ley, Bárbaro también se refiere habitualmente al
robustecimiento de los medios del Estado, otro aspecto central para la democratización mediática
en cuanto contrapeso de los privados, “(...) pero regulados y articulados con solidez. Los medios
del estado deben demostrar el derecho a su peso. Tenemos que hacer que Canal 7, que radio
Nacional, que Radio Ciudad tengan el mejor nivel”98.
“Bueno, ese es el momento en el que podemos plasmar reglas de juego que continúen -concluye
Bárbaro-. Es una sociedad que quiere salir del letargo, salir de la demencia de que todo es
negocio, todo es mercado, de que lo que no es rentable no existe, y ponerse a pensar en la
sociedad, en el ciudadano, en la gente, en la libertad en serio”99.
Por su parte, Gustavo López, ensaya una serie de agregados para la nueva e hipotética ley de
radiodifusión: “En este momento el grupo que más canales tiene es Telefónica, con ocho canales.
Yo lo que propuse fue una modificación de la ley poniendo el tope en ocho, porque uno no se pude
tirar para atrás lo que se ha comprado en virtud de una ley modificada con posterioridad”100.
“Por otro lado -agrega López- hay una serie de modificaciones que se hicieron y que impiden el
control sobre la propiedad. Lo mínimo que hay que hacer, y nosotros lo intentamos -el proyecto
llegó a la Cámara de Diputados y no fue votado por presión de estos grupos- es que el Estado
tenga herramientas y mecanismos de control, que sepa realmente quiénes son los verdaderos
dueños, que impida que se pueda tener más de una radio o un canal en el mismo lugar, y que
pueda analizar el origen de los fondos para que no haya lavado de dinero o evasión fiscal.
También hay que evaluar los requisitos del que quiera convertirse en radiodifusor”101.
Para Norberto Laporta, “En primer lugar tiene que darse una intervención decisiva del poder
legislativo. Tiene que modificar las leyes que haya que modificar sin dejarse presionar por los
medios. Además, creo que estamos en presencia de algo que ya nadie compra. Cuando a veces
se habla de la libertad de prensa por parte de algunos sectores del periodismo, me parece que la
gente tiene claro que de lo que se habla es de la libertad de empresa”102.
Para el dirigente socialista debe ser el Congreso de la Nación, como representante de los
ciudadanos en todas sus vertientes ideológicas, el encargado de revisar “toda la legislación que
sea necesaria con el objeto de que la libertad de prensa sea real y no esté en manos de sectores
que justamente muchas veces compran medios para hacer los lobbys necesarios en beneficios de
empresas que pertenecen al mismo grupo”103.
Este aspecto, el de impedir que grandes empresas mediáticas posean compañías o acciones en
compañías de otros sectores, también es esencial para garantizar la mayor objetividad en los
medios.
Patricia Bullrich, dirigente de RECREAR, considera que “la base de un buen funcionamiento de la
democracia es en primer lugar tener un buen sistema de defensa de la competencia en relación a
los medios”104.
“La segunda base -según sus palabras- es separar las actividades. Los medios de comunicación
tienen que estar en actividades de comunicación y no pueden estar en otras actividades que
necesiten influencia del gobierno. Porque entonces el miedo a que el medio influya sobre el futuro
político de la persona, el miedo al desgaste, el miedo a cómo se construye y se vende la imagen,
puede ser más fuerte que la convicción de tal o cual ley o temática que tenga que tener una salida
determinada. Hay condicionamientos en las posiciones en relación al miedo, al desgaste producto
de los medios”105.
El Diputado Provincial Ricardo Alfonsín, por su parte sostiene que no todo el trabajo debe recaer
en manos del Estado: “Debemos organizarnos como sociedad para defendernos de las prácticas
que nos quiere imponer un capitalismo absolutamente desmadrado”106.
“No todo lo debe hacer el Estado -agraga- pero sí la sociedad civil en defensa propia, controlando
el poder económico y el poder de los medios. La sociedad civil debería tener instituciones
encargadas de hacer cosas que el Estado no puede hacer, por ejemplo ejercer el derecho de
consumidores, no comprando o consumiendo medios que conspiran contra sus intereses”107.
Claro que en el caso de los medios de comunicación la autodefensa de los consumidores es un
tema delicado porque no siempre el ciudadano-consumidor es consciente de la manipulación o la
desinformación a la que es sometido por parte del medio que habitualmente consume.
El dirigente peronista Juan Carlos Dante Gullo retoma la idea de la sociedad civil como
protagonista del cambio: “Han aparecido cientos de miles de medios locales y barriales que
conforman una experiencia alentadora con vistas a la democratización de los medios. Hay que
adecuar la ley de radiodifusión a esta realidad”108.
Para Dante Gullo, el Estado debe “apoyarse” en esa red de medios de origen social para romper el
monopolio informativo. “A finales del 2001 -agrega- cuando la gente salió a la calle pidiendo que se
fueran todos, también exigía que cambiaran los medios de comunicación, sobre todo ciertos
medios que siguen siendo muy poderosos”109.
En ese sentido, sería excluyente que la nueva ley de radiodifusión autorizara a organizaciones
sociales y cooperativas a acceder a sus propios medios para democratizar la información.
“El estado tiene que tomar conciencia y revisar todo profundamente. Si las democracias exigen
mayor participación y protagonismo y formas directas de participación, los medios tienen que estar
a tono con esto”, concluye Dante Gullo110.
Para Daniel Das Neves, Secretario General de la UTPBA “No hay soluciones mágicas y por lo
tanto más que transitar el camino de una verdad revelada hay que seguir insistiendo en la
necesidad de seguir el debate y, mientras se debate, se actúa”111.
Según el dirigente sindical sería importante que no se derogara el decreto que autoriza a los
estados provinciales a crear sus propios medios, aunque “(...) tampoco el Estado debe crear esos
medios sin la participación del conjunto de la sociedad porque esa sería una decisión del gobierno
de turno. Estamos hablando de un Estado con un concepto más amplio, en el que el Estado somos
todos, y todos, las organizaciones, las instituciones deben tener un nivel de intervención y de
participación que haga que esos medios reflejen el interés del conjunto de la sociedad y no sólo el
interés de carácter económico, político o ideológico de un sector determinado”112.
“Creo que la única forma en que se puede luchar contra la concentración y la transnacionalización
de los medios -asegura Dan Neves- es mediante la construcción de una comunicación de otro
corte, con una lógica distinta, y apelando a todos los mecanismos que están abiertos, como puede
ser la cantidad de medios pequeños que hoy están abiertos en todas las comunidades y que les
permite a esas misma comunidades cuando menos intentar conocerse a si misma y ser la propia
voz de sus problemas”113.
Para Das Neves, hay un aspecto central que la UTPBA le planteó al Presidente Néstor Kirchner:
“(...) la necesidad de tener políticas públicas de comunicación. Y no nos estamos refiriendo apenas
a qué va a hacer el estado respecto de los tres medios del Estado más conocidos -Radio Nacional,
Canal 7 y la agencia Télam-, sino que el Estado tiene una responsabilidad sobre las políticas que
existen en materia comunicacional sean de origen privado o de origen público, porque las
frecuencias pertenecen al Estado y deben atender a las necesidades y demandas del conjunto de
la población”114.
“Atender la demanda de la población -afirma Das Neves- sería, por ejemplo en estos momentos,
cuando existe un proceso de concentración como el que estamos observado, al menos impedir que
en marco de ese proceso desaparezca la menor cantidad de medios alternativos y de baja
potencia que son miles y están siempre en riesgo”115.
“Sería interesante que el Estado -concluye- observara hoy quiénes conforman los distintos grupos
comunicacionales y si están cumpliendo al menos con lo que ha quedado marcado como
disposición para cada uno de los grupos que han hecho cargo de radios y canales de
televisión”116.
En definitiva, las opciones políticas para la solución de los efectos nocivos de la concentración y la
transnacionalización de los medios están íntimamente relacionadas al nuevo rol del Estado, ese
mismo Estado que hoy vuelve a tener conciencia de tal y está urgido por dar respuestas a la
sociedad.
¿Y qué puede hacer ese Estado sin recursos y desbordado por los reclamos sociales? Por lo
pronto dictar un nuevo marco regulatorio, una nueva ley de radiodifusión, impedir la creación de
nuevos monopolios y desarticular los existentes, blanquear los capitales accionarios de los medios
-determinando claramente la propiedad y el origen de los fondos-, robustecer democráticamente
los medios de comunicación estatales y fomentar la creación de nuevos medios locales o de origen
social y cooperativo.
Autorregulación y regulación no estatal
Más allá de todos los aspectos concernientes al rol estatal, es menester implementar cambios
intrínsecos a los medios de comunicación, sus objetivos, su funcionamiento y sus estructuras.
En este sentido, pretender que las empresas se autorregulen sin ningún marco de control por parte
de los estados es una utopía. La remanida “responsabilidad social del empresario” es, en la
mayoría de los casos -y salvando honrosas excepciones-, una estrategia de marketing y
comunicación tendiente a mejorar o “lavar” la imagen de la empresa ante los ciudadanos o, mejor
dicho desde esta perspectiva, los consumidores.
Por eso, además de las regulaciones y eventuales sanciones por parte del Estado ante el
incumplimiento de la ley -que habitualmente no va más allá del pago de una multa- se pueden
implementar mecanismos ciudadanos que contribuyan a una autorregulación de los medios en
cuanto a su calidad informativa y su democratización.
Por ejemplo, la creación de fundaciones que estudien y señalen públicamente los desvíos o errores
de los medios de comunicación puede ayudar a la toma de conciencia o, cuando menos, a la
autorregulación forzada de los medios que sienten amenazado su prestigio y, por ende, su poder.
En el mismo sentido, la creación de un “defensor o defensoría del derecho a la información del
pueblo” puede aportar nuevos elementos y actores sociales en pos de la mejora en el accionar
mediático.
Este defensor, por ejemplo, podría seguir para su designación pasos similares al de los candidatos
a jueces de la Suprema Corte de Justicia. Con el fin de transparentar el proceso, el Poder Ejecutivo
podría proponer una terna de candidatos que, luego de someterse a audiencia pública, deberían
ser aprobados por el Congreso de la Nación. Además, para que los dictámenes y
recomendaciones de este defensor tengan peso específico en la opinión pública, los medios públicos y privados- deberían estar obligados a publicar sus dictámenes y recomendaciones.
Una iniciativa curiosa
Hace pocos meses el Banco Central de la Argentina lanzó una propuesta curiosa -que aún no se
puso en práctica- tendiente a democratizar los medios ante la opinión pública: la creación de un
ranking de economistas mediáticos. Dados los desaciertos de muchos “pronosticadores” de
tormentas económicas (desde la salida de la convertibilidad) por ejemplo vinculados al valor del
dólar a futuro, el Banco Central anunció que, cada tres meses, elaborará un ranking de aciertos y
desaciertos de los economistas y lo someterá a la opinión pública para que los ciudadanos
comprendan la manipulación a la que muchas veces son sometidos.
Hacia una nueva forma de comunicación democrática
Las democracias actuales requieren de una cultura cívica sólida que participe y se interese por los
asuntos públicos. Para ello es necesario contar con medios que brinden verdaderos elementos de
juicio, que hagan valer el derecho a la información por sobre el derecho a la libertad de empresa,
es decir, el bien general por sobre el bien particular o sectorial.
Si bien no existe en este caso una solución concreta a un problema tan complejo que afecta la vida
en las sociedades de todo el mundo, el presente trabajo puede concluir con un decálogo de
recomendaciones en pos de la democratización de los medios de comunicación y, en definitiva, y
valga la redundancia, “la democratización de la democracia”:
1-Debate, definición y elaboración de políticas públicas en materia de comunicación
2-Rol activo del Estado en cuanto a la regulación de medios
3-Robustecimiento de los medios estatales (democráticos, plurales, profesionales y
competitivos)
4-Estado público de los componentes accionarios de los medios de comunicación y estado
público de sus propietarios
5-Selección profesional y legal de los radiodifusores con requisitos adecuados
6-Control del origen de los fondos destinados a la compra de medios
7-Mecanismos de control por parte de la sociedad civil (defensores de los derechos del
pueblo a la información, fundaciones de seguimiento mediático, etc.)
8-Ley de defensa de la competencia aplicada a los medios de comunicación (desarticulación
de monopolios)
9-Imposibilidad de que los radiodifusores posean acciones o empresas en otros rubros de la
economía
10-Fomento de nuevos medios de comunicación (descentralizados, locales, cooperativos y
de origen social)
Luis Pedro Fontoira Hollmann
Director periodistico de la REVISTA MISION POLITICA
Conductor del programa TENDENCIAS (RADIO SPLENDID AM 990)
Conductor del programa AÑO VERDE (RADIO NACIONAL AM 870)
155 180-1960
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