MISTERIO DE LA REDENCION La cristología estudia el misterio de Cristo: de su persona y de su obra redentora en una unidad indisoluble. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre y, a la vez, el Salvador esperado. No se pueden separar estos dos aspectos: 1) la finalidad de su venida al mundo es precisamente la salvación de los hombres; 2) Únicamente el Hijo de Dios puede realizar una auténtica redención del pecado del mundo. Vamos a ver en la segunda parte de Cristología la acción redentora, teniendo presente lo visto ya acerca de su persona. Todos los hombres albergan una esperanza profunda de alcanzar la verdad y el bien y un anhelo de conseguir la felicidad. CCE 843: “La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda, ‘entre sombras e imágenes’, del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven. Así, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que puede encontrarse en las diversas religiones”. CCE 844: “Pero, en su comportamiento religioso, los hombres muestran también límites y errores que desfiguran en ellos la imagen de Dios”. Cristo revela que Dios nos ama y nos destinó antes de la creación del mundo a una alianza que nos hace participar de su vida infinitamente feliz. La Biblia nos enseña que el origen del mal y del sufrimiento está en el “misterio de iniquidad” que es el pecado: el de unos ángeles y los de los hombres, principalmente el original, pero también los personales de cada hombre y cada mujer. La imagen de Dios en la persona humana ha sido oscurecida y desfigurada por el pecado, pero no destruida totalmente. El hombre con sus solas fuerzas no puede liberarse del pecado y sus consecuencias. La liberación verdadera y completa del hombre procede únicamente de Dios: “la prueba que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5, 8). Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios. Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. Las perfecciones de las criaturas reflejan la perfección infinita de Dios. Podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas. (cfr. CCE 39-41). Dios trasciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de imperfecto. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios. Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. (cfr. CCE 42-43) “Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: ‘En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados’ (1 Jn 4, 10). ‘La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros’ (Rm 5, 8)” (CCE 604). El designio divino de salvación a través de la muerte de Cristo había sido anunciado antes en la Escritura como misterio de redención universal. La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cfr. Is 53, 7-8, Hch 8, 32-35). Tradición patrística sobre la redención: Los Padres orientales: subrayan que Cristo ha venido a comunicarnos la semejanza con Dios perdida por el pecado. “Admirable intercambio”: el Verbo se ha hecho partícipe de la humanidad para hacernos partícipes de la divinidad. Se fijan en el aspecto descendente y gratuito de la salvación. Los Padres occidentales: se fijan en el aspecto ascendente de la salvación: la obra realizada por nuestra Cabeza, Cristo, en nombre de toda la humanidad para ganarnos la salvación. Subrayan su ofrenda al Padre del sacrificio perfecto de su vida para reparar nuestro pecado y reconciliarnos con Dios. San Anselmo (+ 1109) veía a Dios como Señor soberano, cuyo honor es ofendido por el pecado. Ante esta ofensa, el orden de la justicia divina exige con todo rigor una reparación voluntaria adecuada o un castigo. Pero la deuda es infinita por ser Dios el ofendido: no debiendo pagarla sino el hombre, y no pudiendo pagarla sino Dios, tenía que ser hombre y Dios quien satisfaciera al honor divino herido. Es una interpretación válida en diversos aspectos y que ha influido en la teología posterior. Pero es demasiado jurídica, con una concepción muy humana de Dios, del pecado como ofensa inferida a Dios, de su reparación como compensación que debe recibir del hombre, y de una justicia divina que obliga a Dios a exigir sus derechos. ¿Cuáles son los dos aspectos indisolubles al estudiar el misterio de Cristo? El de su persona y de su obra redentora ¿Qué le reconoce la Iglesia a las otras religiones? La Iglesia reconoce en las otras religiones la búsqueda, ‘entre sombras e imágenes’, del Dios desconocido pero próximo ya que es Él quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas y quiere que todos los hombres se salven ¿Según la Biblia donde está el origen del mal? En el “misterio de iniquidad” que es el pecado ¿El hombre puede liberarse por sus propias fuerzas del pecado si-no-porque? La liberación verdadera y completa del hombre procede únicamente de Dios ¿En qué aspecto es diferente la reflexión de Cristo sobre la redención en los Padres de la Iglesia tanto orientales como occidentales? Los padres orientales se fijan en el aspecto descendente, Cristo que se encarna y nos comunica la gracia. Los padres occidentales el aspecto ascendente, Cristo nuestra cabeza nos gana la salvación.