EL CEMENTERIO DE LOS BIBLIÓFILOS -------------------------------Cuando me diagnosticaron el cáncer que acabaría con mi vida en unos pocos meses, me dirigí más gozoso que apesadumbrado a mi casa y comencé a prepararlo todo para dedicarme a morir como quieren los poetas. Hacía ya muchos años que me ganaba la vida como profesor "free lander", recorriendo escuelas, institutos y universidades de distintas localidades costeras predicando a niños maleducados y a jovencitas anoréxicas lo saludable que era la lectura para la vida moderna. Aunque debo de reconocer que no era muy convincente en mis disertaciones cuando los chavales me veían entrar con mi torpe aliño indumentario y pateándome a pie los caminos hacia el centro docente mientras la mayoría de ellos hacían su entrada meteórica en el aparcamiento de la universidad con sus bólidos tuneados, sus piercings y sus tatuajes. ¿Qué les ofrecía yo con mis libros y mis historias? una vida miserable de carencias y amarguras, de aburridas tertulias y sesudos actos literarios, de neurosis y "spleens", de mentes torturadas más allá del umbral de lo que mola, eso sí aderezado con grandes dosis de poesía, latinajos y metáforas. Sólo de vez en cuando se me acercaba un ser angelical, cuasi élfico y me confesaba, como el que asume un crimen inconfesable, que se dedicaba a leer todas las noches y que quería ser escritor o poeta. Eran criaturas luminosas que desprendían luz y brillo y cuya aura me encendía los ojos. Como nadie me echaría de menos en el trabajo ni en la ciudad -mis mejores amigos, José Luis y Rafa, habían muerto hacía unos meses también de cáncer, tres de cada cuatro hombres lo harían, según había leído hacía poco en el periódico, y mi mejor amiga, Julia, se había matado absurdamente en un accidente de tráfico, ni en mi casa pues me había divorciado tres años atrás y mi fiel perro había muerto ya muy viejo y ciego, me dispuse a empaquetar mi enorme biblioteca con mimo y a preparar el definitivo viaje hacia mi particular cementerio de elefantes: un pueblo de ensueño a caballo entre Inglaterra y Gales, a los pies de las montañas Negras llamado Hay-on-Wye, que aparece como por ensalmo entre un mar de colinas suaves y verdes, con apenas árboles, por las que pastan las ovejas, serpentean las carreteras estrechas y fluye el río Hay. Cuando por fin estuve ante su puerta miré hacia abajo y sólo ví negrura y estridencia, penumbras y fantasmas del pasado. Hacia arriba se proyectaba una luz tenue pero intensa como mi propia vida. Al cruzar su umbral nadie me pidió el pasaporte ni me hizo preguntas. Eso sí el pregonero salió a mi encuentro empuñando una campanilla y ataviado con galas medievales y con rotunda voz me espetó: "Bienvenido a The Hay, pueblo habitado por 2.000 habitantes, todos ellos lectores empedernidos, ratones de biblioteca, poetas, narradores, bibliófilos, gente de bien aunque un poco diferente. En el pueblo existen actualmente 30 librerías, una casa de subasta de libros, dos talleres de encuadernación y varias tiendas de artesanía. En la actualidad ostenta el título de jefe de la República el ciudadano Richard Booth. Al día de la fecha en el interior de los libros de este enclave singular hay unas 350 lenguas del mundo del azerí al zulú. Está usted en su casa". Nunca había dado las gracias con tanta sinceridad como en ese glorioso momento en el que atravesé los límites del pueblo que me vería morir haciendo lo que más me gusta: leer y escribir. No había tiempo que perder, así que en un par de días ya estaba instalado en un modesto pero enorme caserón donde mi desaforada biblioteca se encontró cómoda desde el primer día y como no lo había hecho en toda su historia. Los días en Hay eran una total delicia: pasear por las intrincadas calles y vericuetos empedrados ojeando y hojeando libros antiguos por las inmensas bibliotecas al aire libre era emocionante. Mis preferidas eran por este orden: The Poetry, el reino de la poesía, donde incluso pude comprar por 50 peniques un extraño poemario que yo mismo había escrito en mi más tierna e inocente adolescencia, Murder & Mayhen o lo que es lo mismo la casa negra del horror, el crimen y los detec- tives, Mostlymaps, que contenía la mayor colección de mapas antiguos y libros de viaje que se pueda soñar y Rivendel, la librería de la fantasía y la ciencia ficción. Pero todavía existía en la villa un lugar aún más emocionante y sobrecogedor: El castillo medieval de Richard Booth, el fundador y actual máxima autoridad del pueblo con el que congenié rápidamente y que en nuestra primera entrevista me explicó el origen de su hazaña: "Si compras libros de todo el mundo, tendrás clientes de todo el mundo. Si vendes un libro por 10.000 libras mejoras la economía de una persona pero si vendes 10.000 libros a una libra cada uno, mejoras la economía de toda la comunidad. Así nació este milagro llamado Hay-on-Wye y pronto estuve acompañado de libreros y cazadores de libros de todo el mundo y aquí siguen. Aquí uno sólo se va derechito a la última biblioteca, esa que no tiene principio ni final". y aquí sigo en un frenético "carpe diem" esperando que el cangrejo que me devora las entrañas me deje terminar la nueva obra que acometo con ansias renovadas. NEPHTALÍ DE PAS