Liturgias Francisco Gómez Díaz

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Liturgias
Francisco Gómez Díaz
“I. Los hombres en los antiguos tiempos nacían en las selvas, grutas y bosques como fieras, y
vivían sustentándose de pastos silvestres. Sucedió en una ocasión encenderse cierto bosque
a la continua confricación de sus árboles y densísimas ramas en una tempestad de vientos.
Espantados del fuego y su voracidad los que por allí vivían, huyeron al punto; pero mitigado
después, se fueron acercando; y advirtiendo ser de una gran comodidad para los cuerpos,
añadieron nuevo pábulo al fuego que quedaba, le conservaron, y fueron convocando otras
gentes, á quienes por señas iban informando de las utilidades del fuego. En este congreso
de personas, comenzaron a formarse de nuevo modo las voces, con el uso ordinario repetido, fueron estableciendo los vocablos conforme les ocurrían: después, significando con
algunas palabras las cosas más usuales, comenzaron a hablar, todo por acaso y fortuitamente, estableciendo para ellos su idioma.
2. Habiendo, pues, por la invención del fuego tenido principio en la antigüedad los concursos entre los hombres, la vida común y frecuencia de muchos en un sitio: teniendo por
naturaleza, a diferencia de los otros animales, el no caminar inclinados a la tierra, sino
rectos y elevados para ver la magnificencia del cielo y astros; como también, hallándose
aptos con sus manos y articulaciones para tratar fácilmente cuanto querían, empezaron unos
a disponer sus cubiertas de ramas: otros a cavar cuevas a la raíz de los montes: algunos
imitando los nidos de las golondrinas y su estructura, con virguitos y lodo hicieron donde
guarecerse: otros finalmente, que observaban estos abrigos, adelantando un poco más sus
invenciones, iban de día en día erigiendo menos mal arregladas chozas: así, que siendo
aquellos hombres de imitadora y dócil naturaleza, gloriándose cada día de sus invenciones,
se enseñaban unos á otros las nuevas formas de las casas que levantaban; y ejercitándose
los ingenios en estas emulaciones, las iban de grado en grado mejorando de gusto...”
Libro II. Capitulo primero. Del principio de los edificios
Marco Vitruvio Polión. Los Diez Libros de Arquitectura. (De. José Ortiz y Sanz, 1787)
El fuego es el elemento que, según Vitruvio, supuso el principio ancestral de la formación de
una estructura social, el elemento aglutinador que hizo que una serie de elementos dispersos
generaran una comunidad en torno a él como germen y vínculo necesariamente inextinguible de todo un sistema de transmisión de experiencias y conocimientos que permitió cristalizar en unos sistemas de codificación como un primer instrumento de reconocimiento de
esa estructura social. Y en esa transmisión de experiencias surge el habitar como un primer
cobijo, el código elemental, y el fuego como fundación, como núcleo, soporte territorial
que procede a su vez de la eclosión previa de un fuego interior, en torno al cual se da la
comunión entre los hombres.
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MESA 2. OCIO Y NEGOCIO
Este fuego, domesticado en hogar, no sólo aporta la terminología precisa del soporte del
habitar, sino que simboliza su fundación. El hogar es en la casa su razón de ser, lugar de
comunidad entre los componentes del clan, traducido a familia cuando los vínculos de sangre se precisan.
“El lenguaje es la casa del Ser.
En su hogar el hombre habita.”
Carta sobre el humanismo
Martín Heidegger
La comida, en este sentido, es el acto mismo de ser de una casa. La solidaridad familiar
se consuma en el hecho de compartir alimentos, excusa cotidiana para reunirse en torno
al hogar, y también de compartir el leguaje. Pocos elementos generan tanta comunicación
entre las personas que compartir comida y lenguaje, ambos simultáneos: alimentar el cuerpo
a la par que se intercambian experiencias, expectativas, esperanzas, temores, a través del
lenguaje, como una forma de consolidar vínculos materiales y espirituales.
Y lo que empezó siendo exclusivamente un rito privativo de la familia, se extendió cuando
sucedía un hecho digno de celebrarse: un nacimiento, una unión, un acontecimiento venturoso, necesitaba escenificarse, y para eso la familia, el clan íntimo, no era suficiente. Había
que hacer partícipes al resto, familiares próximos o conocidos, personas con quien compartir la buena nueva. Y la comida, siempre presente, esta vez de forma opípara, para grabar
en la memoria de todos los invitados un hecho inolvidable.
De la manera correcta de sentar a un asesino a la mesa
“Si hay un asesinato planeado para la comida, entonces lo más decoroso es que el asesino
tome asiento junto a aquel que será el objeto de su arte (y que se sitúe a la izquierda o a
la derecha de esta persona dependerá del método del asesino), pues de esta forma no interrumpirá tanto la conversación si la realización de este hecho se limita a una zona pequeña.
En verdad, la fama de Ambroglio Descarte, el principal asesino de mi señor Cesare Borgia,
se debe en gran medida a su habilidad para realizar su tarea sin que lo advierta ninguno
de los comensales y, menos aún, que sean importunados por sus acciones.
Después de que el cadáver (y las manchas de sangre, de haberlas) haya sido retirado por
los servidores, es costumbre que el asesino también se retire de la mesa, pues su presencia
en ocasiones puede perturbar las digestiones de las personas que se encuentren sentadas
a su lado, y en este punto un buen anfitrión tendrá siempre un nuevo invitado, quien habrá
esperado fuera, dispuesto a sentarse a la mesa en este momento.”
Notas de cocina de Leonardo da Vinci
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Liturgias
Francisco Gómez Díaz
Pocos ritos tan sagrados como el de la comida compartida, reflejada en todas las manifestaciones artísticas a lo largo de la historia. La liturgia conllevaba la elección de los manjares
adecuados, su forma de cocinarlos, su forma de servirlos en la mesa, su forma de ofrecérselos a los invitados, su forma de consumirlos e, incluso, su forma de evacuarlos. Baste
recordar algunos bajorrelieves egipcios, algunos mosaicos romanos, algunos de los cuadros
imprescindibles de la cultura occidental, por no hablar de la palabra escrita, aquella en la
que desde la Biblia a Leonardo da Vinci, de James Joyce a la Marquesa de Parabere o cualquiera de nuestros recientemente afamados restauradores, diseccionan, ensalzan o sacralizan el hecho gastronómico. Y el cine, como arte del siglo XX, no podía ser ajeno al tema:
del “Discreto Encanto de la Burguesía” a la “Gran Bouffé”, hay todo un recorrido donde la
mesa es una de las escenas imprescindibles, representación inequívoca del hecho social.
Y hoy, pese a la creciente influencia de la comida-basura exportada desde Norteamérica,
se sigue cultivando este lugar de encuentro entre viandas y palabras, en el hogar privado,
en las celebraciones familiares, en los actos sociales e, incluso en los negocios. No hay
negocio con buen fin que no acabe celebrándose en torno a una mesa; e incluso, la mesa
es el escenario donde cada uno representa su papel para que el acuerdo fructifique, ¿qué
mejor acuerdo que aquel que se sella con un buen vino?.
Este poso que ha ido decantando el compartir en torno a una mesa, despojada generalmente del fuego convertido en estos casos en un mero referente desplazado funcionalmente a
la cocina -aunque a veces insistimos en hacerlo presente mediante mecanismos indirectos-,
ha devenido con fuerza en un hecho cultural y, por extensión, en un referente vinculado a la
búsqueda de nuevas experiencias que siempre motivan un viaje.
Porque el viaje activa todos nuestros sentidos, perceptivos y sensoriales, y a las visitas obligadas a los lugares de interés patrimonial o artístico, se incorporan las visitas a los santuarios de la comida, referentes de una cultura gastronómica que ha sabido mantener sus raíces
por encima de los procesos de globalización inherentes al momento actual.
Y en esta búsqueda de los lugares recomendados, con estrellas Michelín o con una buena
relación calidad-precio, se vuelve en cierto modo a los orígenes, al carácter sagrado del rito
de comer, celebrando la comunión entre los seres que comparten los alimentos.
La iglesia católica revalida en cada misa la liturgia de la comunión, en la que reproduciendo
la última cena de Jesús con sus apóstoles, reparte pan en forma de hostia y vino dulce como
representación sagrada del cuerpo y la sangre de Jesús. Pero esta liturgia simbólica tiene
representaciones más poéticas o descarnadas, que van desde la alquimia casi mística de
algunos fogones sacralizados, al rito funerario de los wari en la Amazonía cuya fórmula
dejo sobre la mesa –y nunca mejor dicho- para degustación general.
¡Buen provecho!
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MESA 2. OCIO Y NEGOCIO
Rito funerario wari
1. Descuartizar órganos. Envolver corazón e hígado en hojas de algún árbol. Echar al fuego
intestinos y genitales.
2. La familia política apartará del fuego los fragmentos del cuerpo y presentará éstos a la
mujer y a los hijos, limpiamente dispuestos sobre tapetes tejidos con hojas de palma. Los
hijos separarán la carne de los huesos, cortándola en pequeñas porciones.
3. A continuación limarán los huesos para reducirlos a un polvo con el que se condimentará
la carne. Según la temporada el polvo se mezclará con miel.
4. Los hijos, ceñidos en un llanto insostenible, negarán la carne, mimosamente cortada y
dispuesta, que ofrecerán a los miembros de la familia política. Éstos en principio la rechazarán delicadamente, para después tomarla en sus manos y consumirla, con el mayor de los
respetos, debiendo emplear palillos para no vulnerarla.
5. Concluido el rito, los asistentes desplazarán la posición de los elementos conformadores
de la aldea, para que ésta presente unas referencias distintas a las conocidas hasta ese
momento.
Comer carne entre los wari es motivo de celebración de vida. Los descendientes del muerto
necesitan que su cuerpo sea devorado por entero para que con él desaparezca el rastro
de dolor, pero no pueden hacerlo ellos mismos, ya que a la vez han de mostrar su pesar,
y así recurren a la familia política. Comerse el muerto es una forma de repartir su memoria
y contribuir a su desaparición, disipando el dolor. Para olvidar, recrean un nuevo orden:
la memoria no es homenaje. Pueden vivir con la certeza de que a su muerte nada seguirá
igual.
Mentira, de Enrique de Hériz, que a su vez se nutre de Consuming Grief: Compassionate
Cannibalism in an Amazonian Society de Beth A. Conklin
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