DERECHOS FUNDAMENTALES, DERECHOS SOCIALES Y DERECHOS HUMANOS1 por Mario Elffman Las constantes reflexiones de estos tiempos en torno de la categoría de los DERECHOS FUNDAMENTALES sugieren un primer nivel de análisis, acerca de la categoría en sí misma. Tanto por las posibilidades de desarrollo que tiene como por los riesgos que genera, especialmente cuando se la contempla como un compartimiento estanco, cerrado y autolimitado a la tipología del trabajo esclavo o forzoso, el trabajo infantil, o la tutela específica de la libertad sindical y de la no discriminación en el empleo. Debemos reconocer que en la O.I.T., la lentitud y complejidad de los procesos de formación de consensos y, muy especialmente, las limitaciones ideológicas, políticas y de clase para la formación de esos consensos y de los documentos que los revelan, hace que –cuando finalmente aparecenlos documentos respectivos contengan expresiones y pretensiones de formación de categorías expresadas en un lenguaje tan sutil como eufemístico, tan aparentemente seductor como indefinido, más sugerente que operativo, especialmente multívoco y ajeno a las precisiones del lenguaje técnico del derecho. Yo diría que, también, más prometedor que comprometedor. Más sugerente que concreto; aunque reconozco que sumamente útil como vía de estímulo al debate y a la reelaboración permanente. Porque sin tal compromiso dinámico, y aún sin que tal sea la pretensión de los panegiristas, se acaba creyendo que es un resultado exitoso el que se obtiene al introducir la idea de un ‘trabajo decente’, sin reparar en que el término reemplaza y elude indirectamente el mucho más significante y concreto concepto de ‘trabajo digno’; y a partir de ese momento se lanzan cataratas de análisis acerca de esa categoría de tan escaso valor terminológico. O se considera un hallazgo utilizar la forma de ‘la hora de la igualdad en el trabajo’, cuando de aquello de lo que se trata es de la igualación, que sin duda es una noción más adecuada para examinar los institutos del constitucionalismo social y la proyección específica de la necesidad de tutela constante contra la discriminación. Así ocurre que hoy nos ocupamos, ‘urbi et orbi’, de los llamados DERECHOS FUNDAMENTALES. Por cierto, con un enorme e inteligente trabajo de las oficinas de la OIT para su difusión, su aceptación y la creación de estados de conciencia social acerca de sus contenidos e imperatividad; que, naturalmente, también conciernen en grado sumo a los jueces, en la medida en que deben discutir el modo de interpretarlos y aplicarlos en correspondencia con el resto del ordenamiento jurídico interno nacional e internacional del trabajo. Pero acontece que -a la hora de diseñar categorías- las palabras con las que se expresa el derecho suelen exhibir asimetrías, tantas que parecen desmentir la presunción vulgar de que la lógica jurídica se configure como expresión científica del sentido común. En ciertas ocasiones y reiteraciones, se tiene la sensación adicional de que algunos discursos construyen tipologías abstractas, anómalas, 1 Para el Congreso Argentino de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, Córdoba, 01 y 02 de junio de 2006.- desarticuladas, hasta inconexas. Inferencias proposicionales con muy escaso nivel de contenidos propios, y poco expuestas al examen crítico.2 En una de las obras notables de FOUCAULT, “Las palabras y las cosas”, el autor reconoce que su inspiración para escribirla proviene de un texto irónico de Jorge Luis BORGES, en su “Emporio Celestial de Conocimientos Benévolos”. Allí, Borges, con una ironía demoledora, menciona una cierta enciclopedia china donde consta que “los animales se dividen en: a) pertenecientes al Emperador; b) embalsamados; c) amaestrados; d) lechones; e) sirenas; f) fabulosos; g) perros sueltos; h) incluidos en esta clasificación; i) que se agitan como locos; j) innumerables; k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello; l) etcétera; m) que acaban de romper el jarrón; n) que de lejos parecen moscas”. Foucault dice que lo que se observa en el asombro que provoca esta tipología, lo que configura el encanto exótico de otro pensamiento es, precisamente, el límite de nuestro propio modo de pensar: la imposibilidad de razonar esto, y de esta manera. Puede ser muy poético hablar de decencias, de tiempos de igualdad, y hasta de ciertos fundamentalismos de derechos. Para los autores del Manifiesto Liminar del Dadaísmo, hace un siglo, tenía sentido provocar con aquella afirmación “los elefantes son contagiosos”. Pero ocurre que el derecho no es demasiado compatible con las metáforas: para el derecho el elefante es tan solo un animal que, doméstico o feroz, puede producir un daño de cuyos efectos ha de ser responsable el dueño o la persona a la que se le hubiera enviado para servirse de él, salvo fuerza mayor o culpa del dañado. Ignoro si eso es más o menos prosaico, pero es funcional a la dicción necesaria del Derecho. Entonces, fundamentales han de ser todos aquellos derechos que deban ser considerados universales, superiores, indisponibles, irrenunciables, legal y socialmente incuestionables. Que, por ser tales, tendrán un tratamiento jurídico preferencial y diferencial. Quien más y mejor ha expuesto, a mi juicio, sobre DERECHOS FUNDAMENTALES, y que es cita obligada sobre el tema, es el gran jurista italiano Luigi FERRAJOLI. Por eso quiero partir de algunos conceptos de él, vertidos en nuestro país en la ocasión en que le fuera otorgado el título de doctor honoris causa en la Universidad de La Plata en 2005. Ferrajoli enlaza derechos fundamentales con democracia constitucional contemporánea, en tanto expresión de un nuevo paradigma, tanto para el derecho como para la propia democracia. Jugando con el ya universal “NUNCA MAS” con el que se cerró el alegato fiscal en el primer juicio a las juntas militares genocidas en la Argentina, dice que la democracia constitucional contemporánea representa un NUNCA MAS impuesto a la política y al derecho, bajo la forma de límites y vínculos a los poderes supremos; que ya no se vinculan solo a las 2 En la teoría del lenguaje, se denominan inferencias proposicionales a las formulaciones que, propuestas en términos de aparente neutralidad, prefiguran u orientan en una determinada dirección las respuestas o las conclusiones. normas formales que establecen el quién y el cómo de las decisiones, sino también a las normas sustanciales (la paz y los derechos humanos) que establecen qué es lo que no se permite dejar de decidir: y lo que no se permite dejar de decidir es la satisfacción de los derechos sociales. Con esta idea generosa, derechos fundamentales y derechos sociales son dos maneras de referirse a un mismo nivel de valores. Ferrajoli no es ingenuo. Sabe que esos valores están en crisis, y dice que lo demuestran los horrores de Guantánamo y de Abu Ghraib, o las leyes de emergencia restrictivas de la libertad personal en EEUU e Inglaterra, así como “la disolución de las garantías de los derechos de los trabajadores y el progresivo desmantelamiento de la esfera pública y del Estado Social, fomentado por las actuales políticas neoliberales” (y, añado, sus actuales manifestaciones tardías vestidas de ortodoxias econométricas). Pero no por eso debemos someternos a la inevitabilidad proclamada por cierta filosofía política y jurídica realista. Por eso copio literalmente las frases de cierre de esa conferencia del maestro Ferrajoli: “En los procesos actuales no hay nada de natural, ni de necesario, ni, por lo tanto, de inevitable. Estos procesos son el fruto de decisiones políticas; o, podría decirse también, de un vacío de la política y, en consecuencia, si se los quiere combatir, ellos requieren a la política y aún antes a la cultura jurídica y política la proyección de las nuevas y específicas garantías de un Estado de Derecho Internacional en condiciones de afrontarlos. El futuro de la paz, de los derechos y de la democracia, en pocas palabras, depende también de nosotros”. Y concluyó recordando el optimismo metodológico de Norberto BOBBIO en uno de sus últimos escritos: es cierto –dice Bobbio evocando a Kant- que el progreso no es necesario sino solo posible. Pero eso depende también de nuestra confianza en esa posibilidad y de nuestro rechazo a dar por descontadas la inmovilidad y la monótona reiteración de la historia. Y respecto de las grandes aspiraciones del hombre, expuestas en tantas cartas y declaraciones de derechos, Bobbio nos advierte que “ya estamos demasiado retrasados. Intentemos no acrecentar ese retraso con nuestra desconfianza, indolencia, escepticismo. No tenemos tiempo para perder. La historia, como siempre, mantiene su ambigüedad procediendo en dos direcciones opuestas; en dirección a la paz o en dirección a la guerra; a la libertad, o a la opresión. La vía de la libertad y de las paz pasa a través del reconocimiento y la protección de los derechos del hombre.” BOBBIO no niega que la vía es difícil. Lo que ocurre es que no tiene alternativas. Luego, además de la equivalencia entre derechos fundamentales y derechos sociales, tenemos una nueva sinonimia: DERECHOS FUNDAMENTALES son los que conciernen a los DERECHOS HUMANOS y a sus GARANTIAS. Dicho de otro modo, los Derechos Humanos son Derechos Fundamentales. Y TODOS los Derechos Humanos lo son. Por eso lo son los derechos económicos y sociales. Esos DERECHOS FUNDAMENTALES, esos DERECHOS HUMANOS, se construyen desde cada Estado Social de Derecho para dar forma a ese posible y necesario estado de derecho internacional. En esto ha de consistir el NUNCA MAS al que nos invita FERRAJOLI mediante su categoría de ‘derechos fundamentales.’ No a lecturas menores, o menguadas, o parciales. Si lo olvidamos, si nos perdemos en la anécdota de la imperatividad de algunos convenios internacionales OIT entre todos los Estados miembros cualquiera fuera el nivel de su ratificación interna, perderemos de vista el objetivo, así como la inexistencia de neutralidades desideologizadas en el cumplimiento de nuestra tarea de preservar e imponer el acatamiento y el cumplimiento de los derechos sociales como operadores de una disciplina esencialmente igualadora. Todavía hay quienes, aunque no proclamen públicamente los dogmas con los que legitimaron la licuación de los ‘90’, creen que los derechos sociales no son derechos humanos, o lo son de segunda categoría, o tienen enunciados programáticos, casi como si se tratara de un listado de algunos buenos (o no tan buenos) propósitos, no operativos, no autoaplicativos. Suelen aparecer algo enmascarados, justificando distinciones que pretenden jerarquizar derechos humanos como el de contratar o no contratar, o el derecho de propiedad. como mucho más valiosos que los limitados y limitables derechos de los trabajadores. Hace apenas tres meses murió el jurista chileno NOVOA MONREAL, uno de los máximos exponentes internacionales de la teoría crítica del derecho. Él nos advertía 3 que la visión conservadora del derecho se presenta a sí misma como la expresión del sistema de convivencia social más perfecto alcanzable, o, al menos, el único posible, un ‘quietum’ al que, previamente, se despojaba de toda lectura dinámica, para presentar a ese tipo de juristas “como los guardadores de una ciencia infusa, destinada a dar garantía de verdad en todo aquello que se relaciona con las pautas de organización de una sociedad humana, con la regulación del comportamiento que han de observar los hombres que viven dentro de ella y con la solución de los conflictos que brotan en la vida social.” Entonces, vuelvo a preguntarme: ¿Qué es lo que encierra, qué es lo que oculta, que es lo que se destaca, qué es lo que debemos defender y proteger en esta categoría semántico jurídica de los DERECHOS FUNDAMENTALES? 1.- 3 Comencemos por lo positivo, por lo afirmativo: SE TRATA DE LA BÚSQUEDA DE UN ORDEN INTERNACIONAL Por ejemplo, en “Elementos para una Crítica y Desmistificación del Derecho”, Ed. Ediar 2.- UN ORDEN INTERNACIONAL A GENERARSE MEDIANTE UN MECANISMO CONCEPTUAL QUE ARRANCA DE DECLARACIONES DE VALOR GENÉRICO Y ABARCATIVO 3.- ORDEN QUE AVANZARÁ EN LA MEDIDA EN QUE SEA RECONOCIDO Y EFECTIVO EN EL DERECHO INTERNO NACIONAL DE CADA ESTADO 4.- PARA TRADUCIRSE EN NUEVOS CONVENIOS Y ACUERDOS INTERNACIONALES 5.- Y EN UNA MAYOR TUTELA DE SU EFECTIVIDAD, MEDIANTE UN SISTEMA DE GARANTÍAS PLENAS. Esto requiere de complicidades necesarias. No en países como el nuestro, en los que la reforma constitucional de 1994 puso fin a todo debate; pero sí en otros, en los que la doctrina monista todavía no se abrió paso definitivamente en el sentido de afirmar la prioridad en el sistema de fuentes de los tratados internacionales y los propios Convenios OIT, así como la interpretación que de éstos hacen sus órganos correspondientes, por sobre el derecho interno nacional que pudiera resultar contradictorio. Requiere, por supuesto, decisión de los jueces, y conocimiento por los operadores jurídicos de la normativa internacional y supranacional, para interpretar e imponer el acatamiento de ese sistema de fuentes. Requiere comprensión plena de que, como decía VON IHERING, un derecho que no se realiza no es un derecho. Que, sin exagerar el papel de los jueces, la fenomenología del derecho se cierra y adquiere su personalidad completa cuando se cumple el último de sus momentos: el de la coerción, representado en gran medida por la función judicial. 4 Pero junto con esos estímulos para interactuar contra el retraso que –como decía Bobbio- tenemos los hombres de derecho respecto de las grandes aspiraciones de la humanidad, debemos mantenernos alertas contra el reduccionismo conceptual de los ahora denominados DERECHOS FUNDAMENTALES. Porque, una vez más, el problema consiste en que si a los derechos sociales humanos se los subcategoriza entre derechos fundamentales y no fundamentales, se corre el serio riesgo de despreciar y depreciar comparativamente a algunos (o muchos) derechos de similar valor jerárquico universal. Corresponde preguntarse: ¿Por qué será que son DERECHOS FUNDAMENTALES, solamente, los que corresponden a las subcategorías normativas de 1) Libertad sindical 2) No discriminación 3) Trabajo infantil 4) Trabajo forzoso o esclavo.? ¿Significa esto que no son DERECHOS FUNDAMENTALES, por ejemplo, 5) El derecho al acceso a un empleo digno (al menos mientras subsista la centralidad social del trabajo, que parece haber recuperado un espacio que parecía inevitablemente caduco) 4 En el derecho, decía el ya recordado Novoa Monreal, el hombre no aplica su pensamiento a la realidad en su forma actual sino que contempla un fenómeno descomponible en cuatro fases diversas: a) aquello que constituya las circunstancias de hecho para las cuales se da una norma determinada; b) aquello que la voluntad del poder quiere que sea cumplido en tales circunstancias; c) la verificación del comportamiento efectivo del obligado por la norma (acatamiento o desobediencia); y, finalmente, como último y definitivo momento fenomenológico, la reacción del poder prevista para el caso de desobediencia. Luego, hay dos etapas, allí, la segunda y la cuarta, que expresan la voluntad imperativa y coactiva del poder 6) El derecho a la estabilidad en el empleo: ¿Por qué no integra la categoría, por ejemplo, el Convenio 158 OIT, que algunos estados se niegan a suscribir y otros se ocupan de denunciar? 5 7) El derecho a la indemnidad psicofísica de los trabajadores, comprensivo también de la jornada de labor, los descansos y vacaciones. 8) El derecho a la ciudadanía plena, que incluye la democratización de las relaciones laborales en el seno de las empresas. 9) El derecho al resarcimiento pleno de los daños y perjuicios, materiales y morales, que deriven del incumplimiento de deberes jurídicos de los empleadores?6 10) El derecho de huelga, precisamente definido como derecho fundamental en el Manifiesto de Caracas del Foro Mundial Social, en enero de 2006.?7 En todo caso: ¿Cuál es la diferencia cuantitativa que produce semejante salto de calidad, para que cuatro institutos sean reconocidos en ese nuevo ‘status’ conceptual, y no otros? Veámoslo con un último ejemplo: ¿ Cómo no va a ser un derecho fundamental el derecho de inclusión social, si se trata nada más ni nada menos que de integrar en la sociedad a esa inmensa masa de personas desciudadanizadas cuya situación social es la del NO TRABAJO, que no es menos forzoso que el trabajo forzoso; o del trabajo no valorizado, o no retribuido, o infravalorizado, o reemplazado por un injurioso asistencialismo social: todo lo cual revela la inexistencia de trabajo social disponible, de trabajo social regular y protegido por el ordenamiento jurídico, de trabajo dignamente remunerado? ¿Cómo no va a ser FUNDAMENTAL, si, como diría NIETZCHE, EL DESIERTO ESTÁ CRECIENDO, y va carcomiendo hasta la destrucción toda la base del sistema de convivencia jurídica organizada? ¿Cómo no va a ser FUNDAMENTAL, si en estos complicados comienzos del Siglo XXI pueden volver a ser flagelos sociales el trabajo forzoso y esclavo, el trabajo infantil, la discriminación en el empleo y el trabajo indigno o ‘indecente’, precisamente por la existencia de un gigantesco ejército de excedentes sociales. 8 Que no lo comprenda ese derecho cosificado, el que contempla las relaciones entre sujetos como relaciones entre las cosas que poseen, es más que explicable. Pero nuestra función como juslaboralistas, para el derecho y para la sociedad, es otra, y muy diversa. Nosotros, abogados, jueces, juristas, docentes debemos asumir una actitud dinámica en la ampliación del espectro de los derechos fundamentales a todas las categorías de los derechos sociales, a partir 5 Convengamos, al menos, que sin una adecuada tutela del derecho a la estabilidad en el empleo, se pueden tornar inoperantes algunas otras garantías, entre ellas algunas tan fundamentales como las relativas al principio de no discriminación. 6 Habitualmente opacado por concepciones limitativas de los alcances de la tarifación en materia indemnizatoria. 7 Desde un punto de vista de lógica jurídica, ¿qué significaría la tutela garantista de la libertad sindical sin galantismo pleno del derecho de huelga, o al de negociación y concertación colectiva? 8 Tiene que ocurrir una catástrofe, un incendio en un taller en el que se explota trabajo humano esclavizado en plena ciudad de Buenos Aires, para que nos sobrevenga un brusco estado de conciencia acerca de esa situación, de la desprotección absoluta del trabajador migrante, de la inoperancia de los sistemas de contralor estatal, de la absoluta falta de ética de las grandes empresas y de las grandes marcas que se benefician con esas explotaciones; y, también, de la inactividad o indiferencia de los sindicatos. de –y no limitada a- la categoría vitalizada por la O.I.T. Especialmente los jueces, que no debemos confundir nuestro deber de guardar imparcialidad en el juzgamento de los conflictos de trabajo con una falsa neutralidad, concebida como una suerte de equilibrio indiferente. En una conferencia magistral pronunciada a poco de asumir como Ministro de la Suprema Corte de mi país, el Dr. Raúl E. Zaffaroni, decía -siguiendo a Carnelutti- que cabe dudar incluso acerca de si los jueces, seres humanos, pueden y deben ser imparciales. Pero añadía: “Frente a esto se puede responder con ficciones. Una de ellas es imaginar jueces a los que por regla general se lo sitúa 30 ó 40 años atrás.... señores que eran apolíticos, eran apartidistas, eran aideológicos, asépticos... asexuados, a/todo. Estaban más allá del bien y del mal, más allá de todo, y esto es imposible o inconcebible. No hay ningún ser humano que no tenga determinado sistema de ideas para captar o acercarse a la realidad. No todos interpretamos o entendemos o construimos el derecho de la misma manera. No es una cuestión unívoca. Por consiguiente, hay una única forma de garantizar la imparcialidad en el funcionamiento del poder judicial que no es nada más ni nada menos que... garantizando el pluralismo interno del poder judicial.” Y continuaba Zaffaroni: “no hay seres a-ideológicos; si los hubiera sería porque no tienen ideas, y si no tienen ideas no pueden ser jueces; podrían, quizás sí tener otro destino.” No quiero prolongar este texto con la glosa de esa conferencia impactante, que se refirió a temas muy profundos de la independencia externa e interna de los jueces. Pero no puedo resistir la tentación de hacerlo con una parte de los últimos párrafos de Zaffaroni: “Los seres humanos en el poder judicial como en cualquier otra institución, procedemos de una formación, de un perfil y de una domesticación que se hacen dentro de determinado contexto institucional. Cuidémonos, por ende, de personalizar el reproche porque ahí estamos eludiendo la responsabilidad nuestra de analizar el funcionamiento y la estructura de la institución. En eso cargamos parte de responsabilidad los que compartimos un pensamiento progresista. Y no es poco. Ocupados en otras cosas o creyendo que esto era una superestructura ideológica, hemos descuidado profundizar este análisis. Y hemos dejado el campo abierto de toda esta materia al pensamiento bastante conservador, y a veces retrógrado, o hemos dejado esto abierto al silencio.... Es conveniente que reflexionemos por qué este tema está tan pobre. Por qué esto ha sido analizado tan poco. Quizá porque ha habido demasiados intereses en no llamar la atención acerca de esta discusión, acerca de estos temas. De alguna manera tenemos que asumir la responsabilidad de eso, tener idea del poder judicial y de la estructura institucional que queremos.” 9 Personalmente creo que hay que añadir algunos elementos adicionales, relativos a la distancia que media entre la necesidad 9 El texto completo de esta conferencia magistral está publicado en la Revista de la Asociación Americana de Juristas, volumen año XIV, 2004, pags. 79/91 axiológica de justicia y la insatisfacción y el desprestigio social que rodean a la justicia funcional y concreta, al menos en la Argentina. Dotados de estas herramientas operativas, nos invito y convido a todos a declararnos OPERADORES PERMANENTES DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES. O, lo que es lo mismo, DE LOS DERECHOS SOCIALES. O, aún más precisamente, DE LOS DERECHOS HUMANOS.