LA ARGENTINA Y LA “UNIVERSALIZACIÓN INTEGRADORA” COMO FUTURO El “intradescubrimiento” latinoamericano y la “continentalización” de la Historia Manuel URRIZA Diciembre de 2005 LA ARGENTINA Y LA UNIVERSALIZACIÓN-INTEGRADORA COMO FUTURO El “intradescubrimiento” latinoamericano y la “continentalización” de la Historia1 Manuel URRIZA2 Si la Integración es la vía para una “universalización” respetuosa de las identidades culturales nacionales y, si a su vez lo cultural continental es un elemento basal de la Integración, no puede haber nada más saludable para lograr ese objetivo que los latinoamericanos busquemos nuestro mutuo “re-conocimiento”, pues nos permitirá descubrirnos semejantes en lo “cultural-continental”, lo cual vivificará la identidad unificadora sustancial, raigal, que, gracias a lo “cultural-específico-nacional”, no será uniformante. Poseer elementos culturales comunes desde México hasta Tierra del Fuego es disponer de una enorme ventaja para el proyecto integrador continental como no la disponen otras áreas del mundo que, sin embargo, han caminado más aceleradamente en aquella dirección. Es conocido que en América Latina, los marcos políticos y jurídicos de los Estados nacionales se trazaron en el siglo pasado recortando espacios culturales comunes por lo cual dichos marcos pudieron resultar en cierta medida ficticios, pero no por amplitud sino por estrechez. El suavizar, entonces, esos marcos jurídicos no está promovido, en este caso, por la búsqueda de liberación de formas culturales obligadas a convivir en profundas diversidades, como en actuales casos de Europa sino, exactamente a la inversa, por una búsqueda de integración entre culturas comunes que no comprenden por qué se la separó como distintas. Si bien la existencia de las “regiones culturales” resulta, como ha sido mencionado, un hecho constatable en América Latina, merece una observación realista, ante el sentido de pertenencia que motivan los “marcos nacionales” y por lo tanto, más constructiva para que funcione en sentido integrador y no disociador. Pero lo “cultural-específico”, sea visto desde la perspectiva de lo “culturalnacional” o de lo “cultural-regional”, estará en función integradora y no disociadora, Este texto fue publicado parcialmente en el libro del autor “Argentina y la ‘Universalización Integradora’ como futuro”, ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2000. 2 Director del Instituto Nacional “Juan D. Perón”, Consejero Académico del IPAP. 1 sólo si se comienza por la constatación existencial y el reconocimiento de lo “cultural continental” común. Porque, de no ser así ¿dónde estaría la razón trascendente y no ocasional para que nos uniéramos? Si no existe una forma de pensar, hacer y comportarse, es decir de contemplar el mundo y vivir en él, que tengamos en común los pueblos latinoamericanos, ¿qué otra razón que no fueran oportunidades transitorias encontraríamos para enfrentar juntos los desafíos de estar en el planeta? Esta forma conjunta cultural de “estar” en el planeta necesita ser fortalecida comenzando por el propio “intradescubrimiento” latinoamericano. Aún hoy, los pueblos de América Latina necesitamos “descubrirnos”. Considerables esfuerzos hemos dedicado no hace mucho tiempo a intentar descifrar si la llegada de España a América tuvo el significado último de un “descubrimiento”, “encuentro”, “despojo” o “salvación”. Pero, cinco siglos después de tal suceso, es posible que entre nosotros mismos nos desconozcamos más de lo que España nos desconocía aún antes de “descubrirnos” o que nos conozcamos mal, lo que suele resultar más desfavorable que no conocerse nada. Resulta urgente, utilizando a los sistemas de integración que nos contienen indicando una vocación de estar juntos, que penetremos bajos los rasgos de superficie naturalmente diferenciadores de nuestras sociedades para encontrar las analogías culturales sustanciales que nos comunican subterráneamente. Resulta urgente, ya en los umbrales del siglo XXI, conocernos en profundidad para corroborar en la experiencia existencial si los pueblos latinoamericanos tenemos y mantenemos elementos de una Cultura y el sentido de una Historia comunes y, sobre todo, proyectos semejantes de vida colectiva. Mucho han tenido que ver con este “desconocimiento” mutuo las “historias locales” que, cada Estado nacional escribió con una intención diferenciadora en su momento comprensible. Pero lo cierto es que hemos olvidado el contenido común de la Historia que, en último caso, es cultura en acción, en cuanto resulta el registro de las respuestas que una comunidad humana ha sido dando a la realidad, a partir de sus elementos culturales propios. Es verdad que existen precedentes de observación e incluso, de escritura de la Historia desde una perspectiva continental integradora, como los de Eduardo Galeano (Las venas abiertas de América Latina, 1971), Tulio Halperin Donghi (Historia Contemporánea de América Latina, 1969) o Jorge Abelardo Ramos (Historia de la Nación Latinoamericana, 1968). Sin embargo han sido esfuerzos que, al no resultar continuos y no haber logrado incorporase a los sistemas educativos nacionales, no se han instalado suficientemente en la conciencia colectiva latinoamericana. Por ello entendemos que resulta necesario re-pensar las historias nacionales en una dimensión de contexto continental más nítido y re-escribirlas, particularizando todo lo particular, pero observándolas en la extensión plena de su escenario real. Es decir, “continentalizar” la Historia en su narración y en su transmisión pues rescatar el sentido de la Historia común es una forma de pensar el futuro también en común. Si, tal como lo expresa Umberto Eco, “la identidad es también un producto de la Historia” conocer que los latinoamericanos hemos atravesado nuestras cortas vidas pre-nacionales y nacionales compartiendo los mismos acontecimientos ayudaría a “reconocernos” en la identidad cultural común que indudablemente nos define. Estas tareas de “intradescubrimiento”, de “continentalización” de la Historia y de “re-conocimiento” cultural deben ser realizadas a partir de la preservación y la estimulación de la hermandad continental intuida por los propios pueblos latinoamericanos. Pensamos, entre otros, en tres ámbitos particulares de atención. El que se sitúa en el basamento de nuestras sociedades y que está representado por las franjas de población relativamente más intocadas por la “universalización-globalizadora” cultural, las cuales corresponden a los sectores que alguna vez fueron denominados “los de abajo”, es decir los estratos poblacionales populares. Un segundo ámbito se refiere a los contenidos que ofrecen y reproducen los medios de comunicación masiva y, el tercero, tiene que ver con los sistemas formales de educación. En cuanto a “los de abajo”, en general se los ha sometido al riesgo de la desvirtuación de los propio “cultural-general” (continental) y aún de los propio “culturalespecífico” (nacional) amenazando con ello disolver los elementos de su identidad y, en consecuencia, de torcer los cauces naturales de la integración. Los sistemas educacionales, por su parte, no sólo han venido siendo ajenos a la integración cultural sino que han parecido percibir la existencia de valores y acontecimientos destacables solamente del lado propio de las fronteras y los de comunicación, en general y en una actitud que felizmente se está corrigiendo, han estado haciendo una integración al revés: integrándonos en la negación de los que culturalmente somos al tomar por “común” no lo que somos, sino la manera conjunta de dejar de ser lo que somos, tal como lo expresara Scalabrini Ortiz. Los estratos sociales “de abajo” no sólo deberían ser atendidos en mayor medida como poseedores naturales de su cultura, sino que se les deberá respetar el derecho de protagonizar sus propios hechos culturales estimulando la liberación de sus capacidades que de todos modos cultivan en la cotideaneidad, a veces inconsciente, de sus vidas individuales y colectivas. En cuanto a los mensajes culturales de mayor elaboración y montaje que transmiten los sistemas de comunicación social deberían ser más fieles a los contenidos de lo “cultural-continental”, para fomentar las homogeneidades e, incluso, de lo “cultural-nacional” para cultivar las particularidades y su armónica y complementaria convivencia. Con mayor razón cabe requerir esa tarea a los sistemas educativos pues, como bien dice el historiador venezolano José Luis Salcedo Bastardo (El Primer Deber, 1973) la preparación de las generaciones presentes y futuras en la conciencia del entendimiento entre las fraternas repúblicas de la comunidad latinoamericana “es tarea inaplazable que este momento asigna a los maestros…”, es decir, es tarea de la educación. Por esa razón, la estratégica relación de cultura y educación es una de las piedras de toque de la difusión de la idea de la Integración y sobre todo, del aporte al conocimiento de sus bases culturales que las poblaciones latinoamericanas ya asumen a través de su memoria colectiva y su intuición. Esta relación cultura-educación ha sido tratada en un documento de nivel continental (Declaración del IV Encuentro de Ministros de Cultura y Responsables de Políticas Culturales de América Latina y el Caribe, La Habana, 1991, ítem 104) donde se declara la necesidad de establecer las indispensables interacciones entre ambos campos de manera que se incorporen a las curriculas escolares y extraescolares “todos aquellos elementos vivenciales propios del contexto cultural en que el estudiante vive, trabaja o se realiza y que lo invite a crear y a ser crítico y a defender su Patrimonio Cultural y Natural”. Y, dado el ámbito en que se lo refiere, parece obvio deducir que lo cultural resulta entendido en sus dos armónicas dimensiones de lo cultural-nacional y lo cultural-continental. En cuanto a la aportación de la función educativa pareciera que debería desdoblarse en dos contenidos principales: por una parte, afianzar el sustrato espiritual-mental de lo “cultural-continental” a que nos venimos refiriendo y cuyo tratamiento podría corresponder a los niveles primario y secundario de educación; por otra parte, preparar a los profesionales en los niveles de enseñanza superior de pre y post-grado en una capacitación más adecuada a las necesidades operativas y de conocimientos aplicados especializados que requiere la Integración para su instrumentación, debido a los complejos problemas que suponen las acciones nacionales conjuntas, donde no existe lugar para las generalizaciones. Dr. Manuel URRIZA Director del Instituto Nacional “Juan Domingo Perón” www.jdperon.gov.ar // instituto@jdperon.gov.ar Tel/fax: 4802-8010/0092 // 4801-3562/9404 Setiembre de 2003