El pueblo, siempre el pueblo

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El pueblo, siempre el pueblo
Fernando Martínez Heredia :: 21/09/2013
Miles y miles de personas a lo largo del planeta crían cualidades y cultivan hermandad en sus
campañas por la libertad de los Cinco
Todo el mundo ha conseguido algo amarillo que ponerse, o que amarrarse a la muñeca, colgarse al
cuello, lucir como cinta en el pelo. De muchas ventanas penden telas amarillas. Se ha puesto
amarilla la gente por los Cinco, porque es 12 de septiembre y hace quince años que los imperialistas
los tomaron prisioneros. Ante la alternativa que se cruzó de improviso en sus vidas, ellos eligieron la
senda del honor y el sacrificio, y pasaron, de seres humanos comunes, a convertirse en héroes. Más
de cinco mil días llevan presos, y ninguno ha cedido un milímetro: desde sus celdas, dan lecciones y
brindan esperanzas en un mundo que tantas veces parece estar a merced de los lobos y los cerdos.
Hasta los esbirros los respetan, y miles y miles de personas a lo largo del planeta crían cualidades y
cultivan hermandad en sus campañas por la libertad de los Cinco. René González ya está con
nosotros, pero ha sabido convertir su libertad en una nueva trinchera. De él fue la idea de que todos
asumiéramos la señal que el preso le pedía a su amada para saber, cuando saliera libre, si ella
todavía lo quería, y que la tradición del país en que los Cinco están presos convirtió en un distintivo
de comunión con el ausente. Es un toque al corazón de un pueblo postrado, al que sus dominadores
le dicen que es excepcional y que debe ser el amo del mundo. Empresa difícil. Pero las pruebas
convirtieron a René en sabio y su propuesta va mucho más allá. Pide que el pueblo se movilice y
tome la iniciativa, que haga suya activamente la consigna y le insufle más vida, que crezca en sus
capacidades políticas al ejercerlas y convierta el aniversario en un día de conciencia, reafirmación y
lucha, en una victoria del pueblo, y por tanto también una victoria de los Cinco. A las diez de la
mañana salimos en manifestación, desde la Unión de Escritores y Artistas; al frente va René, con
Miguel Barnet. Caminamos hacia el bosque de banderas, centinelas perennes del mar y la ciudad,
haz insolente de soberanía conquistada: la del triángulo rojo y la estrella, con más luz cuanto más
solitaria. Somos solamente uno entre tantos grupos en la movilización que ha puesto en pie a todo el
país, pero sentimos, como sienten ellos, que la calle es nuestra. Con nosotros va Yoruba Andabo, que
ya tocó unas piezas antes de la salida y es hoy la banda de esta milicia de la cultura. Y entre los que
caminan reina la alegría, porque eso es lo que quieren René y los Cinco, porque ella expresa la
fuerza y la razón de la causa popular y porque así somos las cubanas y los cubanos. Una mujer se
asoma a un balcón demasiado modesto a ver pasar la manifestación, con su bebito envuelto en un
pañal amarillo. René carga en los hombros a un niñito pequeño, vestido de Changó, que viene con
los músicos. Ya vamos llegando a la plaza de banderas y se espesa el gentío. Me pregunto cómo se
habrá podido ir acostumbrando René a los espacios abiertos y a tanta gente que siempre quiere
saludarlo. Pero no hay tiempo para eso, porque me arrastran casi hasta el borde del círculo que él
preside. Yoruba Andabo arranca a interpretar El Necio, de Silvio, con el toque esencial de la rumba
—esa forma musical del ser nacional— y con la maestría que es la marca de estos ejecutantes. El
niñito la baila, impecable, con su cara seria. Ochún también está movilizada, y celebra su día con su
pueblo en lucha. Detrás del niño que baila están los niños que un día se arrancaron los juegos de un
tirón y se fueron en masa a la gloria y a la muerte, cantando: “yo me va con los mambises / aunque
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mi mamá no quiera…” Les toca
entonces el turno a los repentistas, los
bardos del común de los campos de
Cuba, que les parecen ingenuos en sus
rimas al oído culto pero saben llegar al
corazón de todos, porque traen consigo
la voz del pueblo embellecida. Como
debe ser, los espontáneos han ido
salpicando el acto con gritos
revolucionarios que todo el mundo
corea. Barnet, emocionado, culmina el
encuentro con palabras hermosas y
breves. Pero no hemos terminado,
porque ahora atruenan la mañana los Guaracheros de Regla y los Tambores de Bejucal, que de
inmediato reclutan a los circunstantes. Pasa y repasa la conga con su alarde de fuerza y sus colores,
arte urbano que le pone música y voz a los tiempos y a las comunidades, que logra vencer a la
artritis y a los funcionarios, un idioma que el pueblo les regala a todos. Varones y muchachas se
vuelven más hermosos bailando, y entonan los cantos por la libertad de los Cinco y de todos. Un
bailarín negro con un diente dorado, hijo de la gente de abajo de la gran ciudad, el mismo que los
ciegos sospechan delincuencial, pasa rotundo y magnífico, encendiendo la calle. Y cantan todos a
coro: “¡ya lo dijo el Comandante / que los Cinco volverán!”. No pueden parar, ni dejan tranquilo a
nadie. La gente más inesperada se asocia a la conga y se arremolina en torno a los músicos y los
danzantes incansables. La emoción nos colma a todos esta mañana, pero me detengo un momento a
pensar que ese pueblo habanero que parece superficial y puede ser grosero es el mismo que a una
llamada revolucionaria es capaz de irse en masa a pelear a Angola. Pienso que una vez más no
dejamos solas a las madres, las esposas, las familias que tienen a sus amores detrás de aquellas
rejas y viven al mismo tiempo su dolor y su orgullo, y en cómo hemos sido capaces de multiplicar
tanto sus cintas amarillas y su amor. Nos reúne a los más disímiles el altruismo, brindarles el apoyo
y el homenaje concertados a los que lo están dando todo desde hace quince años, enarbolar las
insignias de la vida contra los portadores de la muerte. Y salimos ganando todos, porque estas
acciones nos hacen crecer y querer ser mejores entre todos. Pero miro en las calles los rostros y los
gestos y me doy cuenta de que son conscientes de todo esto que estoy pensando: por eso se ven tan
contentos. Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René enviaron hoy un mensaje a la conciencia del
mundo y al pueblo norteamericano, en el que hacen un recuento de las verdades que sitúan en su
lugar de ignominia a las instituciones norteamericanas implicadas desde 1998 hasta hoy, sintetizan
en cinco razones su intransigencia de revolucionarios cubanos y señalan el enorme reto lanzado al
sistema totalitario de información y opinión pública imperialista: cómo ocultar “que un pueblo entero
ha engalanado su país para pedir a otro que exija de su gobierno la liberación de sus hijos
injustamente encarcelados”. Con sencilla grandeza, terminan ratificando que mantendrán la misma
actitud y conducta abnegada que han tenido hasta hoy, y que nunca cederán ni un ápice “en la
ventaja moral que nos ha permitido resistir y aun crecernos mientras soportamos todo el peso de un
odio vengativo por parte del gobierno más poderoso del planeta”. Ya lo sabíamos, siempre lo hemos
sabido. Y también sabemos que los esfuerzos por conquistar la libertad de nuestros presos deben
redoblarse. Como dijo René por la noche, en el concierto en la Tribuna Antimperialista: “cuando la
música cese y regresemos a la cotidianeidad, no podemos nunca dejar de pensar que les debemos y
nos debemos el traerlos de vuelta a casa, y nos debemos todos el regalo de ese enorme concierto con
que habremos de celebrar su regreso a la libertad.” Como también sabemos que, cuando se lo
propone, Cuba es invencible. La Jiribilla
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