Marcelo Alarcón El Concilio Vaticano II fue y sigue siendo un acontecimiento cumbre en la historia de la Iglesia. Lo mismo podemos decir de la promulgación de la Constitución litúrgica “Sacrosanctum Concilium” del 4 de diciembre de 1963. A partir de esa fecha la Iglesia rompió con el inmovilismo litúrgico que perduró durante siglos: y como lo dijo Monseñor Spulbeck, la reforma litúrgica era “cuestión de vida o muerte” para ella. No obstante, dicha reforma no podemos separarla de todo el pensamiento del Concilio cuyos elementos de juicio los encontramos tanto en forma implícita como explícita en las tres restantes constituciones conciliares. Sin embargo, la reforma litúrgica podría quedar frustrada si no logra la renovación litúrgica, es decir, un cambio de la mentalidad, tanto en los agentes pastorales consagrados (Obispos, Presbíteros y religios@s) como en l@s laic@s. Esta nueva mentalidad no es otra cosa que comprender las palabras que el papa San Pío X dijo con respecto a la liturgia: “Fuente primera e indispensable para el auténtico espíritu cristiano”. El monje benedictino Dom Beaudin insistía en la necesidad de conocer la liturgia, la que se tiene en el momento histórico que vive la Iglesia y junto con conocerla, vivirla plenamente evitando así el afán de arqueologismos que quieren resucitar formas del pasado o el afán de reformarla con invenciones de mala y dudosa calidad. Resulta útil entonces repasar las grandes ideas que están en la base de la Reforma Litúrgica, aún cuando la realidad que se vive no esté a la altura del proyecto que inspiró dicha reforma. Señalaremos uno a uno los logros alcanzados. Dichos logros, nos ayudan a formarnos en un criterio que podríamos llamar “litúrgico”, cuidándonos de un subjetivismo que impida la co-recta renovación. Dichos logros son: 1. Recuperación del Misterio pascual... Se situó la liturgia en el corazón mismo de la “Historia de la salvación”, mediante la presencia sacramental. Así el “Misterio Pascual”, que es la recapitulación de toda la economía del nuevo testamento, se constituye en el núcleo esencial de la liturgia. El Pueblo de Dios celebra el Misterio Pascual Esta presencia del señor glorificado es la que genera el constitutivo formal de la liturgia y lo que le confiere su valor santificador. A su vez, tal concepción de la Liturgia encaja plenamente en la eclesiología del concilio, que nos habla del “Pueblo de Dios”, convocado por la iniciativa divina en un contexto de Sacramento y de Misterio. 2. La liturgia es diálogo... 2.- El concilio enfatizó la naturaleza dialogal de la Liturgia. En efecto, es ella el lugar del encuentro entre Dios (Cristo) y el hombre. Dios nos ofrece el don de la salvación y el nosotr@ lo aceptamos con actitud de alabanza y agradecimiento; más que insistir en el “ex opere operato” sacramental y tan enfatizado por la polémica antriprotestante, el Concilio habla más bien del “Admirábile comercium”, al que aluden tantas veces los mismo textos de la Liturgia. 3. Todo cristiano tiene “derecho” a participar... De esta visión de la liturgia se desprende como lógica consecuencia el principio de la “Participación activa, consciente y fructífera de l@s fieles en toda celebración”. Esta participación es un derecho de todo cristiano y que debe promoverse y facilitarse; es el derecho inalienable que deriva del sacerdocio común de los fieles. Así la solemnidad de una celebración no se mide por elementos secundarios y accesorios tales como música, adornos, luces y ministros, sino en proporción de la participación de la asamblea. Esto permite destacar que la celebración es una acción compleja ejecutada por varios actores y que si el Presbítero es el principal celebrante, no es el único, hay distinción de actuaciones, pero en la celebración todos y todas deben participar. Hablando simbólicamente, la Reforma de la liturgia desencuadernó el “Misal totum”, entregando al Celebrante principal, a los lectores, a los cantores y a la asamblea su parte correspondiente; desecho el “totum” será fácil comprender que hay una profunda diferencia entre “participar” y “actuar”. Se podría agregar aún que para pensar en una adaptación o reforma de la liturgia siempre hay que tener presente si dicha adaptación o reforma facilita o entorpece la participación: La participación es un criterio básico. 4. Fe, esperanza y caridad... La participación para que sea auténtica supone el que esté animada por la Fe, la Esperanza y la Caridad. El hombre sólo puede encontrar en comunión con Dios mediante las virtudes que generan el orden sobrenatural; la celebración litúrgica debe ser un acontecimiento salvador para el hombre cristiano; esto también supone que todos los elementos: estructuras, lenguaje, acciones, etc., conspiren para alcanzar este objetivo. Así podremos decir que un culto es auténtico, en la medida en que expresa la fe real de los hombres y mujeres de hoy. 5. Una liturgia clara en los signos... Se comprende, por lo tanto que una de las preocupaciones de la Reforma Litúrgica fuese encontrar un lenguaje litúrgico para el hombre y la mujer del siglo XX; esto exigía una revisión del idioma, de los signos y de los textos de la celebración. Así en efecto se buscó la manera de hacer claros los signos; esto significó aceptar la introducción de la lengua de cada lugar en la liturgia dejando de lado el Latín como única lengua. 6. Buena relación entre lo antiguo y lo nuevo... El concilio nos ha mostrado que hay que tener una buena aceptación de lo que la tradición nos enseña, pero también de lo que vamos descubriendo en la historia actual y que el magisterio nos ayuda a aclarar. De este modo la reforma de la liturgia se da en una buena relación entre tradición y magisterio. El magisterio nos permite, además, estar en comunión con las Iglesia universal, permitiéndonos diferenciar lo importante o fijo de lo que puede modificarse.