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Las noticias se extinguen en el Bajo Cauca
La violencia empleada durante años contra medios de comunicación impone ahora un
rotundo silencio informativo en la región. En la radio las noticias son reemplazadas por
música y los periódicos se llenan con reinas de bellezas y reyes vallenatos.
Por: Jonathan Bock, Fundación Para la Libertad de Prensa
A escasos kilómetros del aeropuerto de Caucasia, capital de la subregión antioqueña
del Bajo Cauca, aparece un ‘elefante blanco’ de inmensas dimensiones, es la cabeza
de la manada. Se trata de los cimientos de lo que debería ser el mejor hospital del
norte del departamento, el más grande de Antioquia. Sin embargo, de la obra que se
inició en el 2011 con un presupuesto superior a los 30.000 millones de pesos, (quince
millones de dólares) que contemplaba 134 camas, servicio de odontología, unidad de
cuidados intensivos y el sistema de atención a adultos, sólo se ve su esqueleto. La
construcción lleva varios meses paralizada y su futuro es incierto.
Cerca de ahí, en pleno corazón de Caucasia, y a diez metros de la alcaldía municipal,
otro ‘elefante’ asoma sus patas. Se trata de los cimientos de lo que debería ser una
biblioteca, obra en la que se han invertido dos mil millones de pesos (un millón de
dólares). También se encuentra abandonada. En este caso el alcalde de la ciudad,
José Nadín Arabia ha prometido recomponer la construcción, aunque ya no se tratará
de una biblioteca porque, a su juicio, “los muchachos ya no leen”.
Otro altar a la corrupción y al desgobierno aparece en Tarazá, a 60 kilómetros de
Caucasia. Se trata de la Clínica San Martín, construida por Ramiro ‘Cuco’ Vanoy, jefe
paramilitar, fundador del bloque Mineros, quien durante los primeros años del dos mil y
con más de 1.500 hombres armados, dominó el Bajo Cauca.
Después de la desmovilización de ‘Vanoy’, en el 2006, la clínica cerró y estuvo bajo el
control de la Dirección Nacional de Estupefacientes. Sin embargo, hoy no hay rastro
del edificio. “La gente llega con martillos para llevarse hasta las paredes y después
vender los pedazos. La Alcaldía le pagaba a unos celadores pero hace bastante que
los retiró”, relata uno de los 45.000 habitantes de Tarazá.
Como si de una manada de elefantes blancos se tratara, las huellas de la corrupción
permanecen evidentes a lo largo de las cuencas de los ríos Cauca y Nechí. Sin
embargo sus pisadas son silenciosas pues la prensa no denuncia prácticamente nada
de lo que ahí sucede. Las primeras páginas de los periódicos no señalan a los
responsables ni exigen explicaciones. En la radio no se encienden las alertas,
tampoco existen espacios para el debate.
Los años de violencia contra los medios de comunicación que ha vivido el Bajo Cauca
obligaron a los medios a callar y de paso ha condenado a sus más de 400.000
habitantes a un rotundo silencio informativo.
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Los medios no callan únicamente ante los hechos de corrupción, también lo hacen
frente a todos los males que trazan el complejo panorama que se vive en los seis
municipios que forman el Bajo Cauca: Taraza, Caucasia, el Bagre, Nechi, Zaragoza y
Cáceres.
Temas como la proliferación de la minería ilegal, la extorsión, la complicidad entre
agentes de la fuerza pública y bandas criminales; el aumento del microtráfico, así
como la existencia de zonas vedadas incluso para el Ejército, hacen parte del silencio
informativo.
Los testimonios de decenas de periodistas recogidos por la Fundación para la Libertad
de Prensa –FLIP- dan fe de ello: “Yo estaba investigando sobre la biblioteca cuando
recibí llamadas que me “aconsejaban” dejar de hacerlo”; Otra voz dice: "Podemos
registrar los acontecimientos, pero no podemos hacer periodismo de investigación”.
“Sencillamente no se puede escribir sobre alianzas entre las autoridades locales y las
Bacrim", relata un tercero. 'Sabemos que hay temas que valen la pena mirar pero
mejor lo dejamos ahí'. "Me gustaría informar cuando el alcalde no está haciendo bien
las cosas. Pero es peligroso".
Los medios se silencian y los silencian
Atrincherado en las paredes de la emisora comunitaria Morena FM, ubicada en la
plaza de Tarazá, un periodista resume cómo se han ido apagando las noticias. “En el
año 2009 funcionaban nueve emisoras y hoy solo existimos nosotros, pero en nuestra
programación ya no tenemos ningún espacio noticioso, solo trasmitimos música y los
servicios sociales que pide la Alcaldía”.
La decisión de programar canciones a cambio de noticias se precipitó a principios de
2013 cuando a pocos metros de la emisora explotó una granada. Aunque no está claro
si el ataque estaba dirigido a ellos o a la Policía, que colindan con Morena FM, la
explosión fue tomada por los periodistas como una última advertencia. “Antes
registrábamos lo que pasaba en la región y en el departamento, leíamos las noticias
de los diarios durante el programa, pero ahora ni siquiera eso podemos”.
En los municipios vecinos la historia se repite y varios reporteros han tenido que salir
en los últimos meses de la zona. Desde el canal Teleantioquia confirman que sus
corresponsales en el Bajo Cauca y otros municipios cercanos como Segovia, no
pueden tocar temas de orden público pues inmediatamente reciben amenazas. “Las
noticias de esta región las tenemos que hacer desde Medellín”, asegura un directivo.
En Caucasia, a pesar de que existen más espacios de comunicación la situación no es
muy distinta. “En Caucasia Stereo hacíamos denuncias sobre lo que pasaba en la
región, pero después de un ataque con granadas contra la estación en 2011 y
posteriores amenazas, dejamos de informar”, afirma un periodista de la emisora. A
pesar de que hay intención de parte de los periodistas de investigar y denunciar lo que
sucede, les resulta riesgoso ir más allá del registro periodístico.
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En la región hay dos periodistas que cuentan con medidas de protección por parte de
la Unidad Nacional de Protección y uno de ellos también tiene medidas cautelares por
parte de la Corte interamericana de Derechos Humanos.
El gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, le aseguró a la FLIP que hacer periodismo
en el departamento es una actividad peligrosa. “Los criminales saben que la
información es un bien muy poderoso y por eso atentan contra la prensa”, señaló. Pero
a pesar de que la radiografía está bien identificada, las iniciativas dirigidas a revertir la
situación escasean.
Precisamente a finales de agosto de este año, la actividad periodística fue gravemente
afectada. En menos de tres semanas, más de una decena de comunicadores fueron
agredidos durante el cubrimiento del paro minero. Esto derivó en el cese de
actividades de tres días por parte de los comunicadores más representativos de la
zona, ahondando aún más esta crisis.
Estado alterado
Juan Diego Restrepo investigador antioqueño y editor de Verdad Abierta advierte que
la vida cotidiana del Bajo Cauca “se encuentra en estado de alteración permanente
desde cuando a comienzos del año 2007 las llamadas Bacrim derivadas de las AUC,
iniciaron su disputa por ese territorio”.
La cercanía del Bajo Cauca con el Nudo de Paramillo, su conexión con el Urabá y su
proximidad al golfo de Morrosquillo, utilizado por el narcotráfico como puerto, hacen de
esta región un punto estratégico para los actores ilegales. Mientras que en los
alrededores de Tarazá y El Bagre hay presencia guerrillera de los frentes 18 y 36 de
las Farc, en el resto de la región los Urabeños luchan por el control de las actividades
ilegales.
No solo se trata de narcotráfico. La minería, especialmente la extracción de oro, se ha
convertido en una de las principales fuentes de ingreso de las Bacrim. A tal punto que
hay corregimientos con importante actividad minera, donde las bandas impiden la
entrada de la Fuerza Pública.
A pesar de este complejo mapa, el comandante del distrito especial de Caucasia,
Teniente Coronel Álvaro Cardozo, asegura que en materia de orden público los
resultados son positivos y que lo “peor ya pasó”. Resalta que en lo que va del año ha
habido una reducción del 50% de asesinatos respecto al año anterior.
El panorama de orden público presentado por el coronel Cardozo, quien también
afirma que en la región hay plena libertad de prensa, contrasta dramáticamente con la
percepción de periodistas y distintas autoridades. “La estrategia de la lucha contra las
Bacrim fracasó. Hay falta de credibilidad hacia las autoridades y desconfianza a la
hora de denunciar ante la Fiscalía”, resume el alcalde de Caucasia José Nadín Arabia,
quien ocupa el cargo por tercera vez.
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Ciudadanos y autoridades no vacilan en asegurar que prácticamente todos los
comerciantes de la ciudad deben pagar una ‘vacuna’ que puede oscilar entre los mil
pesos o un millón. Nada de esto es recogido por la prensa. Tampoco se publican el
hecho de que la Fuerza Pública no puede hacer presencia en los corregimientos de
Barroblanco y Piamonte, del municipio de Tarazá, donde a principios del 2013,
hombres armados expulsaron a la periodista española Salud Hernández, quien se
encontraba haciendo un reportaje.
Para el investigador de Verdad Abierta, las dos caras del Bajo Cauca resultan
evidentes en todos sus aspectos: la región genera riqueza, pero la mayoría de sus
habitantes padecen los estragos de la pobreza; hay trabajo, pero la informalidad
laboral se impone; hay presencia institucional, tanto pública como privada, pero
desarticulada en sus objetivos y limitada en sus alcances.
Conocer la verdad de lo que ocurre en el Bajo Cauca es prácticamente imposible, solo
existen verdades y mentiras a medias, precisamente por el silencio de la prensa, hoy
acallada después de años de violencia en su contra. Lo que ahí ocurre es como una
pelea de perros debajo de un tapete, todo el mundo sabe que algo se mueve pero no
se conoce qué está pasando.
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