Francia: Sombras en el país de las Luces

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Francia: Sombras en el país de las Luces
Hugo Moreno :: 28/06/2011
En Francia, las luchas sociales estuvieron a la vanguardia, en los últimos años, contra la brutal
ofensiva del neoliberalismo
Destinada a remodelar la economía y la sociedad entera, enterrando el “compromiso social” de la
postguerra – ese del programa del Conseil National de la Résistence. Estas luchas lograron una
dimension ejemplar, capaz de frenar pero no de contener, la ofensiva del poder político actual. Esta
dinámica, cuyo fundamento es la expoliación intensiva de los asalariados, no es nueva, pues se
desarrolla desde hace tres décadas bajo gobiernos con diferentes etiquetas. Lo que aparece como
nuevo, en cambio, es la estrategia de choque que el “sarkozismo” representa. Desde la movilización
contra la “reforma” del régimen de pensiones, a fines de 1995, hasta las grandes huelgas y
manifestaciones de 2010, por el mismo motivo, pasando por el “No” mayoritario en el referéndum de
2005 (oposición a los Acuerdos de Lisboa), numerosas fueron las expresiones de rechazo a esta
política. Sin embargo, el presidente Nicolas Sarkozy y su gobierno lograron hacer pasar sus planes,
leyes y proyectos de manera casi inexorable. Hasta ahora la resistencia logró ocupar las calles, pero
perdió frente a a las instituciones bajo férreo control del “sarkozismo”, en un sistema donde los
espacios democráticos se reducen en permanencia. Todo se decide desde arriba, con un presidente
elegido por sufragio universal, próximo al poder monárquico. Del Estado de Derecho, republicano y
democrático, solo quedan algunas apariencias (en los hechos, muy restringidas) : la independencia
de los poderes, la justicia, la libertad de prensa, el Consejo constitucional. El Primer ministro,
François Fillon, que debería “determinar y conducir la política de la nación” según la constitución,
no hace más que aplicar lo que ordena el “presidente-monarca” instalado en el Eliseo. En todo caso,
en cuatro años de vigencia de este sistema, se pueden constatar sus anomalías y perversidades.
Cierto, sería injusto atribuir a la derecha la exclusiva responsabilidad de la peligrosa deriva
antidemocrática de las instituciones. De hecho, una parte de la responsabilidad le incumbe a la
izquierda, en particular al PS, desde François Mitterrand en 1981, acomodándose sin reticencias y,
al contrario, reforzando las instituciones de la Va República. No es el momento de hacer el balance
de esta historia. Pero sus resultados han conducido al refuerzo de un poder cada vez más
autoritario, en detrimento de la soberanía y la voluntad popular. Una de sus consecuencias es la
encrucijada actual de las luchas sociales. Las victorias que se logran en las calles, en las huelgas y
movilizaciones, no logran aplicarse. Se pierden en el laberinto institucional. El poder político,
sometiendo los diputados a la dependencia del jefe de Estado; impone sin freno alguno su proyecto
de contrarreforma neoliberal, económica, social, política y cultural. No es casual, pues, que la
primera mitad de 2011 se haya caracterizado por una calma social aparentada a la apatía. Los
sindicatos, las huelgas, los movimientos sociales, parecen haberse replegado hasta casi desaparecer,
salvo algunos conflictos parciales. Probablemente sea la consecuencia de un cierto cansancio, de
impotencia, el sentimiento que las luchas, las manifestaciones, las protestas, por más importantes
que sean, no logran parar la ofensiva, pues lo que se gana en las calles se pierde en el parlamento.
Ocurrió con la gran lucha universitaria del año 2009, que paralizó total o parcialmente la vida
académica durante casi un año, para terminar, como es sabido, con la aplicación de la “autonomía y
libertad” universitaria (LRU). Aún los más recalcitrantes, los bastiones de algunas universidades,
fueron obligados a aceptar este retroceso mayor, que no es otra cosa, en resumen, que el
desmantelamiento de la educación como función pública. En 2010, el mismo resultado tuvo la gran
resistencia por la defensa del sistema de pensiones. Ocho huelgas generales, diez millones en las
calles, una oposición popular rotunda... Finalmente, la reforma se aprobó y se hizo ley : un retroceso
social inmenso contra el conjunto de los asalariados. Al poder político le basta la legalidad
parlamentaria para burlar sin escrúpulos la voluntad popular mayoritaria. Tienen mayoría y pueden,
o creen poder, hacer lo que quieran. Al menos por ahora. Las caducas instituciones de la Va
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República lo permiten. Eso explica, en parte al menos, la generalización de un sentimiento de
impotencia. La ruptura entre los ciudadanos y el régimen representativo, se ha convertido en un
verdadero abismo, un vacío que proyecta sombras sobre el avenir político. Pues nada es peor que la
desmoralización que conlleva la ruptura de las solidaridades. Eso forma parte de la estrategia de
choque implementada por el poder. Lo que está en curso en Francia, pues, no es solo una crisis
política y económica mayor, sino una real crisis de régimen; una profunda mutación de las relaciones
sociales, que incluye también disputas y cambios en el seno de la clase dirigente. La derecha está
atravesada por sus propias contradicciones. Una fracción importante ha adoptado un modelo
ideológico, una forma de pensar y actuar en consonancia con la restauración de la fracción
dominante del poder financiero a nivel mundial. Es la ideología dominante, la del vulgar
“sarkozismo”, basada en una convicción : el Estado y la sociedad deben ser dirigidos como una
empresa, o sea, con “resultados” : la riqueza y la acumulación de capital como objetivo final. La
exaltación del “mérito” y la “excelencia” se ofrece como medio idóneo de la consagración. Es un
esquema simplista y sin piedad hacia los asalariados, los pobres, los débiles, los extranjeros, todos
aquellos que componen actualmente las “clases peligrosas”. Si puede resumirse esta ideología, vale
recordar la cínica fórmula de Jacques Séguela, publicista y consejero del “príncipe” desde
Mitterrand a Sarkozy : “Todo el mundo tiene un Rolex. Si a los 50 años no se lo tiene, es que se ha
fracasado en la vida”... Entre tanto, la ola reaccionaria destroza sistemáticamente el trabajo, el nivel
de vida, las conquistas sociales, las libertades democráticas, los principios mismos de la República.
Por supuesto, ésto no es nuevo, ni tampoco una exclusividad de Francia. Es una dinámica que
sacude, bajo formas diversas, la Europa neoliberal; la misma que ha conducido a una encrucijada
extremamente peligrosa, en particular desde la nueva y gran crisis financiera en curso. Sus
resultados políticos son consecuentes. Basta recordar que de los 28 países que integran la UE, una
gran mayoría está actualmente gobernada por la derecha y sus alianzas espúreas con la extrema
derecha. Sería simplista, por cierto, responsabilizar sólo a Sarkozy de esta situación. Por el
contrario, este vacío que viene de lejos, es precisamente el que facilitó la emergencia del
“sarkozismo” y de su jefe provisorio. No obstante, a pesar de su extrema agitación, al límite del
paroxismo y/o de la paranoia, los cuatro años de ejercicio del poder han gastado y corroído la
derecha en el poder. Es una evidencia que Sarkozy y la UMP están debilitados. El presidente ha
caído al nivel más bajo de ningún otro de la Va República. Bate todos los precedentes con apenas
poco más de 20 % de opinión favorable. En ese sentido, las elecciones cantonales, en marzo 2011,
fueron sintomáticas. La derecha y el presidente personalmente, sufrieron una derrota aplastante.
50% de los electores votaron por lq izquierda, en sus diversas variantes, siendo el principal
favorecido el PS que recogió 36,2 %. La gran abstención (55 %) representa un dato importante,
aunque relativo, pues hay que recordar que la participación, en este tipo de elección, ha sido
siempre de bajo nivel. Es posible que haya que considerar también la abstención como una expresión
de la desconfianza y el descrédito en las instituciones y partidos, incluida la izquierda. Razones no
faltan, pues la memoria colectiva registra las promesas incumplidas, las capitulaciones, la imagen de
una “izquierda caviar” que pasó, en buen medida, del reformismo socialdemócrata al socialliberalismo. Desde una mayoría que votó “Si” a los Acuerdos de Lisboa - a excepción de un
minoritario que se opuso - hasta las desventuras de Strauss-Khan en el episodio nauseabundo del
hotel de New York. La abstención, en este contexto, no siempre puede ser interpretada como un voto
negativo. Puede expresar también la indignación, la revuelta, la búsqueda de una alternativa de
cambio social al margen del sistema, un tanto de la derecha como de esta izquierda. ¿No contiene
algo de ésto, acaso, el movimiento de los Indignados que estalló y recorre España ? Otro hecho
significativo es la incrustación del Front National (FN) actualmente dirigido por Marine Le Pen, hija
y heredera del fascista fundador Jean-Marie Le Pen. La consolidación del voto FN en las cantonales
es alarmante. El FN sobrepasó el 20 %, llegando al 40 % en algunos departamentos. Anque obtuvo
ínfimos dividendos en cuanto representantes elegidos, este partido nacionalista, xenófobo y racista
ha logrado electoralmente un éxito nacional, una implantación real. Quizá sea oportuno no
considerarlo sólo expresión de un “voto de protesta”. Se trata más bien de una confirmación de que
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el “lepenismo” logró atraer una capa de la sociedad. El discurso demagógico de Marine Le Pen ha
suscitado, en efecto, el apoyo de sectores populares (obreros, empleados, pequeños comerciantes,
desocupados). Se trata de una adhesión. Probablemente se la puede revertir, pero subestimar su
importancia y su capacidad de daño sería un error político mayor. El FN aparece – con la anuencia
del poder político y el beneplácito alegre de buena parte de los medios - como un partido “como los
otros”. A lo cual se presta el discurso de Marine Le Pen. Este es más “cuidadoso”, menos brutal que
su padre; proyectando una imagen “anti-sistema” y hasta “social”, defendiendo el empleo, el nivel de
vida, la seguridad, la hostilidad a Europa y al Euro - sin dejar por cierto de estigmatizar a los
inmigrantes y de utilizar en sordina los viejos argumentos de la extrema derecha. Es un discurso
hábil y manipulador, un maquillaje que no logra disipar los olores nauseabundos de la Europa de los
años 1930. Pero no todos logran separar la paja del trigo, como dice el viejo refrán. La tercera
fuerza política emergente es la (ambigua) alianza Europe Ecologie-Les Verts (EELV). Esta atrajo el
apoyo de capas medias, funcionarios, empleados, otrora favorables al PS o a los partidos centristas.
Es un medio político y social heterogéneo como pocos, que a veces no deja de suscitar interés por los
temas que trata, vinculados a cuestiones que están a la orden del día. Por su parte, los “centristas”
ensayan una unificación de los diversos grupos, sin ruptura con los temas clásicos de la derecha,
como por ejemplo François Bayrou, o Jean-Louis Borloo y Hervé Morin, ambos ex-ministros del
“sarkozismo”. En el campo de las izquierdas, el Front de Gauche (PCF, Parti de Gauche, Gauche
Unitaire) confirma que es posible, aunque difícil, organizar una alternativa política a la
socialdemocracia y al social-liberalismo hegemónico en el PS. La elección de Jean-Luc Mélenchon –
ex socialista y uno de los fundadores del PG - como candidato presidencial de esta corriente,
refuerza la idea de la unidad posible de diversas fuerzas que convocan a una “revolución ciudadana”
de ruptura con el capitalismo. A pesar de sus ambigüedades, y sin mayores ilusiones, es una
alternativa que se vislumbra como el ala radical de la oposición republicana, democrática y
socialista. En cambio, la adversidad - para no decir el derrumbe - del Nouveau Parti Anticapitaliste
(NPA) que había suscitado cierto entusiasmo en capas juveniles, golpea duramente esta
organización. Es el precio, desgraciadamente, de una estrategia de aislamiento, hostil a la política
del frente único. La nefasta copia de “clase contra clase” no podía tener otro resultado. Ese camino
ya había sido recorrido por Lutte Ouvrière (LO), conduciendo a su práctica desaparición del
escenario político. Sin embargo, el daltonismo parece seguir afectando a la izquierda revolucionaria,
esa corriente que podría ser un factor estimulante de radicalización. La decisión de Olivier
Besancenot de no seguir como portavoz, ni tampoco aceptar la candidatura del NPA en las
elecciones presidenciales, pareciera confirmar el fracaso de la estrategia política de “marchar
solos”. La dificultad para visualizar claramente quién es el enemigo y las posibles alianzas o
acuerdos, cuestan caro. Por el contrario, la alianza entre el PCF, el Parti de Gauche y el NPA - como
en la región de Limousin - obtuvo un éxito innegable con alrededor del 20 % de los votantes en las
cantonales. Prueba, quizá, de que otra política de la izquierda radical no solo es viable, sino
absolutamente indispensable. Antes de que cante el gallo a medianoche, aún es posible. En este
contexto, la “lepenización” de la derecha tradicional, en particular de su fracción hegemónica
neoliberal, es una carta que el “sarkozismo” intenta jugar, esperando un “21 de abril” bis, o sea, la
eliminación del PS en la primera vuelta, como ocurrió en 2002. Nueve años después, y a menos de
un año de las próximas elecciones, la repetición del escenario no es absurda, es incluso posible,
aunque no seguro. Además, no se trata sólo de una maniobra para atraer al electorado de extrema
derecha. El sector “duro” de la UMP lo preconiza como una estrategia. El FN no es para ellos el
enemigo, sino apenas un adversario con el cual tiene valores a compartir. El Primer ministro lo dice
abiertamente : “Ni Frente Nacional, ni Frente Republicano”. Es difícil predecir las consecuencias en
las derechas de esta evolución, pues hay diferencias entre ellos. Pero la “lepenización” de una de sus
fracciones abre avenidas muy peligrosas. Las reticencias de Alain Juppé, ex-Primer ministro de
Chirac y actual ministro de Relaciones exteriores, son significativas, aunque no decisivas. En el
gobierno actual, alrededor de Sarkozy y con su bendición, se ha instalado un grupo de la derecha
dura, muy próximo a la extrema derecha. Algunos, con un pasado juvenil que tiene directamente ese
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origen, ex militantes de Occidente o de grupúsculos fascistas, como por ejemplo Gérard Longuet, el
actual ministro de la Defensa; otros, afirmando sus ambiciones, adoptando sin escrúpulos las ideas
más retrógradas como Claude Gueant, ministro del Interior, o Brice Hortefeux, principal consejero
del presidente y artífice de la campaña electoral de 2012. En todo caso, los límites fronterizos entre
este sector y el FN se han vuelto cada vez más porosos. El cercenamiento de los espacios
democráticos, la sumisión del poder judicial, el monopolio de los medios, la política represiva del
“todo securitario”, la xenofobia (frecuentemente racista), fueron desde la “limpieza al kärcher” de
los barrios pobres, hasta el llamado a una “guerra sin piedad ” contra la delincuencia (real y
supuesta). Se olvidan o pretenden ignorar, contra toda lógica, que la marginalidad de una parte de
la población, donde se nutre la delincuencia, es el resultado directo de una sociedad cada vez más
injusta; una sociedad que no ofrece esperanza alguna, en particular a los sectores juveniles de las
concentraciones urbanas pobres, allí donde la tasa de desempleo llega al 50 % (contra una media de
10 % a nivel nacional). Mentiras, promesas incumplidas, sometimiento a la dirección imperial (léase
Estados Unidos), gobierno de los ricos para los ricos : esa es la imagen y la realidad del
“sarkozismo”. Contener la revuelta que se prepara es su preocupación mayor. La estrategia de un
gobierno de choque, autoritario y represivo, es el peligro mayor que acecha, a corto o mediano
plazo, al movimiento obrero y popular en Francia y Europa entera. El horizonte del otrora País de las
Luces puede desgraciadamente ensombrecerse con sombras nefastas. Esperemos que la ola de
indignación que recorre Grecia, España, Italia permita estimular las fuerzas sociales capaces de
reemplazar las nubes negras por un Sol radiante. Que la indignación pase también a la fase superior
de la revuelta social y ciudadana por la restauración del Estado Social de Derecho que fue la base de
la prosperidad europea después de la catástrofe del fascismo y la Segunda guerra mundial, con la
incorporación de los avances culturales, tecnológicos y civilizatorios. Todavía es prematuro
aventurarse en el análisis de la carrera abierta hacia las elecciones generales en 2012. Sin embargo,
conviene tener en cuenta que planea sobre ellas el espectro de un nuevo “21 de abril”. En aquella
fecha de 2002, recordemos, la eliminación sorpresa en la primera vuelta del candidato socialista
Lionel Jospin, dejó vía libre al enfrentamiento entre Jacques Chirac y Jean-Marie Le Pen. En el
ballotage del segundo turno, Chirac obtuvo 82 % de los votos, ayudado por el llamado alarmista (con
cierta razón) de una izquierda presa de pánico. Nunca un presidente de la derecha había obtenido
semejante resultado. Es posible que Nicolas Sarkozy apunte por ese lado, jugando con fuego. En
efecto, una eventual confrontación entre Nicolas Sarkozy y Marine Le Pen –costo posible del
desprestigio del PS – no es sólo una manipulación, una táctica para optar por el “mal menor”. Es una
posibilidad que hay que tener en cuenta, una de las sombras que pueden vislumbrarse en el
horizonte. En los próximos meses se juega, pues, una partida esencial. Pero no hay que olvidar que
también aparecen formas inéditas de protesta y revuelta, como las que están sacudiendo las riberas
del Mediterráneo, ganando las calles y las plazas de España y Atenas, como de Egipto, Túnez o Siria.
Es por ese lado, por la movilización de los de abajo, que se construyen las fuerzas de progreso. Al
menos para impedir que la reacción capitalista no nos hunda en otro período de tinieblas, desolación
y guerras. “Alto ahí”, debería ser la consigna generalizadora de luchas nacionales, europeas e
internacionalistas, en defensa de la república social, del Estado de Derecho y de los principios
siempre vigentes de las Luces. Esos que tomaron forma con la Revolución francesa, las revoluciones
democráticas del siglo XIX, la Comuna de París, el Frente Popular, la resistencia antifascista. Por
ahora, no nos queda otra que resistir, al menos mientras las luces no estén totalmente apagadas.
SinPermiso
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