u Mundo LOS IMPENSADOS DEL PROGRESISMO Francia, después de la revuelta y la victoria electoral de la derecha DAMIAN TABAROVSKY En 1992, apareció en París un graffiti anónimo que causó conmoción. Sobre el frente de más de veinte metros de la disquería Virgin Megastore, en pleno Champs-Élysées, se leía: “En el 2000 Francia será musulmana”. El hecho causó gran revuelo, los medios le dieron una inmensa cobertura, los intelectuales opinaron (algunos pensaron que se trataba de una amenaza, otros de una profecía, y otros de una simple expresión de deseos), y los principales dirigentes políticos prefirieron guardar silencio; pero no Le Pen, quien para defender la identidad francesa realizó una impresionante recorrida por varios canales de televisión, apelando a Juana de Arco (recordemos que por ese entonces, el PS en el gobierno abría generosamente a Le Pen los medios que controlaba, pensando que así le causaría daño a la derecha republicana, en especial al RPR, el partido de Chirac). Entre tanto, Sarkozy era el joven alcalde RPR de Neuilly, un pequeño municipio lindante con París, caracterizado por el altísimo poder adquisitivo de su población. Quince años después, efectivamente, Francia no se volvió musulmana. Pero en las elecciones presidenciales de 2002, en un hecho histórico, Le Pen llegó a la segunda ronda, y en la 31 elección de este año el PS quedó atrapado en una disputa interna sin precedentes (lo que favoreció aún más el previsible triunfo de la derecha), mientras que Sarkozy impuso la identidad nacional y el control de la inmigración como eje central de su discurso victorioso. Mientras que en las elecciones de otros países de Europa (como España e Italia), el discurso político articuló cuestiones internas con preocupaciones de política internacional, en Francia (que no participó de la invasión norteamericana a Irak, probablemente el único gran logro de la gestión de Chirac), las cosas se dirimieron exclusivamente por cuestiones domésticas. Ni siquiera el tema de la crisis de la construcción política europea (consecuencia en parte del No francés en el referéndum de 2005 sobre la constitución europea) ocupó un espacio significativo. Tampoco la globalización de la economía (asunto nodal en la última campaña electoral en Alemania) pareció un tema rentable a la hora de presentar propuestas. A la inversa, la idea de Sarkozy de crear un Ministerio de la Identidad Nacional produjo toda clase de debates a favor y en contra, y se convirtió en el tema ineludible de la campaña electoral (Ségolène Royal se opuso tímidamente, y sólo atinó a llamar a la defensa de una vaga “democracia participativa”). ¿Es el discurso identitario de Sarkozy la continuación del discurso de Le Pen por otros medios? Es evidente que, en un sentido retórico, retoma sin pudor la tradición que va de Vichy al Frente Nacional. Sin embargo, en términos electorales, Sarkozy no pareció robarle votos a Le Pen. Si en la primera rueda de las elecciones de 2002 Le Pen obtuvo el 16,86% de los votos (con eso le alcanzó para entrar en el ballotage), en la de 2007 su desempeño bajó sólo al 10,44 %, lo cual no hace una diferencia tan significativa entre una elección y otra. Más que pensar que Sarkozy avanzó sobre el terreno de Le Pen, volviendo potable ese discurso (lugar común de buena parte de los intelectuales franceses de izquierda), habría que formular una hipótesis diferente, basada en la pérdida de rumbo del discurso progresista y en una crisis profunda de sus imaginarios culturales, políticos y sociales. 32 umbrales n° 3 LOS IMPENSADOS DEL PROGRESISMO Tomemos un caso como ejemplo testigo de esta dificultad del progresismo para pensar críticamente la época. Es la cobertura de Le Monde (el gran diario progresista de Francia, y probablemente de Europa, junto a El País de Madrid) de la creciente conflictividad social a partir de 2005 (desde hace cierto tiempo, en Francia se acuñó una expresión notable, de uso habitual: classe politique-médiatique, lo que informa de la indistinción entre el mundo mediático y el político, ambos conformando un mismo ecosistema; por lo que al analizar el discurso de un medio progresista se puede entender también el funcionamiento del discurso político en general). Como es sabido, en 2005 -mientras Sarkozy era ministro del Interior- comenzó una serie de revueltas (en especial de jóvenes musulmanes) en los suburbios de la mayoría de las ciudades de Francia. Todo empezó en octubre de 2005, en Clichy-sousbois, las afueras de París, después de la muerte de dos adolescentes electrocutados con cables de alta tensión mientras eran perseguidos por la policía sin razón aparente. Inmediatamente se produjo una reacción espontánea, que incluyó el incendio de casi Silvia Brewda - Una y otra vez - 2004 - AVA DAMIAN TABAROVSKY Mundo 33 DAMIAN TABAROVSKY todas las instituciones estatales (el correo, el centro de asistencia social, la oficina de bomberos, el gimnasio municipal, etc.), y de varios autos. Una semana después, la revuelta se había extendido por todo el país, incluso hasta en París. Es difícil de calcular, pero los medios indicaron que en los primeros veinte días se incendiaron más de 9 mil autos, 600 personas fueron detenidas, y 126 policías resultaron heridos. Además hubo un muerto. La televisión no se privó, noche a noche, de mostrar imágenes de autos incendiados, de jóvenes musulmanes franceses encapuchados, y de policías prestos a defender los valores de la república frente a los ataques de los bárbaros. Rápidamente, los principales dirigentes opositores (el PS, pero también la izquierda marxista y ecologista) cargaron las tintas contra la política represiva del ministro del Interior. Sarkozy ya estaba posicionado como precandidato presidencial, y las émeutes (levantamientos) eran la excusa ideal para cuestionar su candidatura. Acorde con su tradición fuertemente ¿Es el discurso identitario de Sarkozy la continuación del discurso de Le Pen? En un sentido retórico, retoma sin pudor la tradición que va de Vichy al Frente Nacional. intelectual, Le Monde prefirió ir más lejos tanto de la pequeña búsqueda de ventaja política, como del sensacionalismo mediático. Instaló el tema del fracaso urbano de las construcciones para inmigrantes de los años 60 (horribles monoblocks degradados, inmensas ciudades dormitorio, como la propia Clichy-sous-bois), dio lugar a historiadores y cientistas sociales, propuso debates sobre el tema de la desocupación de los jóvenes que no encuentran su primer empleo, y sobre la capacidad de integración republicana. La cuestión social, sobre la que tanto habían escrito sociólogos como Robert Castel o el Bourdieu de La miseria del mundo, ahora estaba puesta sobre el tapete como debate público. Para darle aún más visibilidad al tema, Le Monde creó una sección permanente, a la que llamó “La crisis de los suburbios”. Durante 34 umbrales n° 3 LOS IMPENSADOS DEL PROGRESISMO días y semanas, todas las notas y análisis sobre los levantamientos fueron publicados en el marco de esa rúbrica. De golpe, entonces, comenzaron a convivir dos secciones: por un lado, la tradicional sección “Nacional”, que se ocupaba de la política doméstica francesa, de las otras noticias sobre política; y del otro, la rúbrica “La crisis de los suburbios”, que sólo daba cuenta del desarrollo de las émeutes. Es decir: como si los levantamientos urbanos no pertenecieran al mundo de lo “nacional”, sino a otro sitio, el submundo de los “suburbios”; como si la crisis afectara sólo a los suburbios y no a la nación; como si se pudiera encapsular la crisis, tabicarla. Al mismo tiempo que la mayoría de los análisis socio-políticos daban cuenta, como causa de la violencia, de la guetificación de los suburbios, el propio dispositivo epistemológico del diario guetificaba la información. La crisis pasaba allá, del otro lado, en los suburbios; no aquí, entre nosotros. Y en definitiva, pese a sus buenas intenciones, las secciones diferenciadas de Le Monde terminaban generando un gran efecto tranquilizador: siempre es bueno que las tragedias pasen allá, y no acá. Fue como si el progresismo no hubiera podido traer la crisis al centro de su pensamiento político (toda vez que las mejores tradiciones de izquierda son, ante todo, producto de profundos pensamientos sobre la crisis). Hace un momento usamos la palabra epistemología, en el sentido de épisteme, concepto clave para la filosofía francesa que, entre otras cosas, designa la posibilidad de una época de decir cosas sobre sí misma. ¿Finalmente, qué terminó diciendo el progresismo sobre la crisis? Todo ocurrió como si fuera un asunto de respuestas técnicas, de gabinetes de expertos, antes que de decisiones políticas, de toma de riesgos teóricos y políticos. Tiempo después, la violencia se apaciguó y la rúbrica desapareció (mejor dicho: la rúbrica desapareció, pero la violencia urbana no del todo; disminuyó mucho, aunque todavía, de manera residual, se queman autos, y la percepción es que todo está al borde de la chispa, de estallar en cualquier momento). Y luego, claro, ganó Sarkozy. Vale la pena detenerse un poco en los resultados de la primera vuelta electoral. Mundo 35 LOS IMPENSADOS DEL PROGRESISMO Henning Mittendorf -Alemania- obra publicada en Vortex #4 - 27-abr-1998 -color - AVA DAMIAN TABAROVSKY Sarkozy obtuvo el 31, 18% de los votos. Royal el 25,87%, lo cual es una buena elección para el PS (prácticamente el mismo resultado que obtuvo Mitterrand en 1981). Pero los problemas fueron otros, al menos dos: uno, la aparición de Francois Bayrou como tercero en discordia; el otro, la casi inexistencia electoral del PC. Veamos el primero: Bayrou hizo una gran elección (18,57%) e incluso hubo un momento en que parecía que se metía en el ballotage. El asunto es que Bayrou pertenece a cierta tradición de derecha autodenominada centrista. Y, al mismo tiempo, buena parte de su discurso “centrista” se basa en el fin de la 36 umbrales n° 3 dicotomía derecha/izquierda; discurso que, como es bien sabido, en realidad no habla del fin de esa dicotomía, sino del fin de la propia izquierda, de su licuación como espacio crítico dentro del universo de “los grandes consensos”. Todas las encuestas señalaban (como finalmente ocurrió) que sus votos se dividirían un 50% para Sarkozy y un 50% para Royal, por lo que el fenómeno de licuación ideológica de Bayrou es algo a tener en cuenta en un futuro cercano. Este escenario desfavorable se agrava por el bajísimo resultado del PC, tradicional votante del PS en el ballotage: 1,93%. A lo que se le suman la candidata ecologista (ex ministra del gobierno de Jospin) con el 1,57%, más otros partidos de izquierda radical, que en su conjunto no llegan al 7%, y que además no se pronunciaron claramente a favor de Royal. La noche misma de la primera vuelta ya se sabía que era imposible que Royal ganara. A todo esto se agrega la disputa interna del PS, que también influyó negativamente en la campaña, y que sin duda va a dominar el panorama del progresismo francés de los próximos años. De un lado, los llamados “elefantes”, viejos políticos sobrevivientes del miterrandismo-jospinismo, que no buscan más que preservar su existencia en el mapa político, ante el riesgo evidente de su desaparición inminente (muchos de ellos aceptaron ingresar al gobierno de Sarkozy, en cargos altos como el de ministro de Relaciones Extranjeras, en un gesto de gran osadía política de la derecha, pero que informa sobre todo acerca de la imposibilidad de buena parte del progresismo de encontrar un lugar fuera del Estado; como si el llano fuera sinónimo de exilio, y la sociedad civil de condena). Y por el otro, el discurso entre vacío y trivial de Royal, cuya máxima pertenencia ideológica parece ser una versión light del blairismo inglés, en el momento mismo en que la tercera vía parece estar entrando en una crisis terminal. Nada bueno puede esperarse de esta interna. Se avecinan años oscuros para la izquierda (a la que, en lo inmediato, sólo pueden ayudar los errores de un ansioso Sarkozy). Pero los problemas del progresismo francés son más profundos que sus Mundo 37 DAMIAN TABAROVSKY disputas internas, sus errores electorales y sus equívocos discursivos. Si la izquierda todavía tiene vocación de decir (y hacer) algo novedoso, debe repensarse desde cero. Repensarse extrayendo las consecuencias de casos como lo ocurrido con Le Monde, por dar sólo un ejemplo; es decir, pensar desde sus impensados. Buena parte del discurso “centrista” se basa en el fin de la dicotomía derecha/izquierda, discurso que, en realidad, habla del fin de la izquierda. Es evidente que un profundo malestar recorre la sociedad francesa. Un pensamiento radical consistiría en llevar ese malestar a fondo. En imaginar un pensamiento político surgido de ese malestar, un pensamiento que lo vuelva hacia la izquierda (y no hacia el centro), que desarme el discurso identitario dando otro sentido a las piezas que lo componen (la crisis del mundo del trabajo, la relación entre laicidad y religión, la tensión entre pensamiento republicano y comunitarismo, los problemas urbanos, la pérdida de centralidad de Francia en la escena mundial, el fracaso de un reformismo que no reforma nada, etc.). Desde hace demasiado tiempo el progresismo francés se conformó con ser la versión de izquierda del pensamiento único. Mientras el progresismo esté tan cómodamente integrado a la clase política-mediática, poco se puede esperar de él. u 38 umbrales n° 3