Pausa V Jornada Anual Como en ocasiones anteriores, esta jornada tiene por tema convocante el pivote en torno al cual giramos en la investigación que llevamos a cabo en nuestro Seminario Anual. Este año El uso del diagnóstico diferencial en la construcción de la urgencia nos ha orientado en el esclarecimiento de las nociones de la epistemología psicoanalítica de las que nos servimos en la clínica, y en la de Pausa particularmente, es decir: en qué saberes nos autorizamos para responder a las múltiples demandas que niños, adolescentes y adultos nos dirigen cuando llaman a nuestra puerta. Esa clínica, expuesta por los miembros de nuestro equipo y debatida -acaloradamente, en muchas oportunidades- tanto en el ámbito de nuestro Seminario como en el de nuestros Ateneos Clínicos, es el carozo, el hueso, alrededor del cual se enhebra esa otra dimensión, sin la cual, como en el caso de la transferencia salvaje, nuestra práctica lo sería del mismo modo. Se trata de la dimensión epistémica, tanto de la clínica psiquiátrica clásica como de la clínica psicoanalítica la que nos orienta en torno a las sutilezas del diagnóstico y su uso, el que más allá de la clasificación, apunta fundamentalmente al goce al que debemos oponernos, de la mejor manera. Es decir, la cuestión diagnóstica apunta al meollo de nuestra práctica. Hay una tercera dimensión, que este año, hasta ahora, no hemos explorado, de la que una noticia periodística de un par de meses atrás me advirtió. El titular de un diario local anunciaba que el 18% de los porteños padecía alguna psicosis y que la mayoría no buscaba tratamiento. El artículo informaba que ese titular surgía como conclusión, entre otras -algunas de las cuales retomaré- de un estudio premiado recientemente. Efectivamente, después de googlear suficientemente, fui encontrando lo que brevemente les voy a transmitir: La comunicación científica premiada surge de una investigación llevada a cabo por un equipo universitario, equipo que unos años antes había realizado una encuesta de opinión sobre las psicoterapias que recibían los pacientes en la ciudad. Esa encuesta, realizada de manera similar a la que nos ocupa, y también publicada en los diarios, arrojó que el 44% de la población ignoraba qué psicoterapia recibía. El 41.3% recibía una psicoterapia psicoanalítica, aunque los encuestados no tenían mayor información para confirmar la respuesta. Y sólo el 12% supo indicar, con precisión: el 8.1% recibía una terapia cognitivo-conductista y el 4% sistémica. “Comunicarle al paciente qué modelo teórico se utilizará y cuáles serán los objetivos que el terapeuta intentará alcanzar es una cuestión ética y un derecho del paciente… Es que según el modelo teórico elegido se dará una reducción de los síntomas en el paciente o un cambio más profundo. Por lo tanto, e independientemente de la terapia utilizada, la persona debería conocer qué esperar de ella.” ¿Cómo no acordar con tales afirmaciones, por las mejores razones…? Pero henos aquí lo que sigue: “Mucha gente sufre de depresión y no lo sabe… se necesitan con urgencia datos epidemiológicos de salud mental. El último estudio se hizo en 1982: el 26% de la población tenía algún trastorno mental de moderado a grave que exigía tratamiento. Hoy suponemos que esas cifras deben haber aumentado.” Contrariamente a lo esperado, la encuesta de la que surge la comunicación científica objeto de este comentario no arrojó el incremento esperado: el resultado es que el 18% de la población dijo tener al menos 1 síntoma psicótico en la semana previa a la encuesta; de ese 18% el 15.1% toma medicación y un 27% está en tratamiento psiquiátrico o psicológico. El 4.6% de los encuestados presenta 3 o más síntomas psicóticos, de los cuales el 47% está en tratamiento, el 34% medicado y sólo 1 de 4 cree tener una enfermedad mental. No los voy a abrumar con más cifras, pero es una experiencia interesante adentrarse en estas cuestiones, uno tiene una mejor idea del mundo en que nos toca vivir. Pero para tener una idea aún mejor, además de leer esa comunicación, estuve intentando reconstruir la autoencuesta diseñada ad hoc –es decir, el elemento del que surgen esas cifras- autoadministrada a 1036 transeúntes de la ciudad –de los que respondió un 67%. Autoadministrada quiere decir que a los transeúntes se les entregaba un formulario que debían completar, por ejemplo respondiendo por Sí o por No a: ¿Ha escuchado voces, es decir, voces que otras personas dicen que no existen, o bien voces que provienen desde adentro de su cabeza o voces que provienen del espacio cuando no hay nadie alrededor? o, responder por Nada, Muy poco, Poco, Bastante, Mucho a una serie de ítems que componen lo que se denomina la subescala de ideación paranoide de la SCL-90-R con ítems como –Pensamientos, palabras o ideas no deseadas que no se le van de su mente, o –La impresión de que la mayoría de sus problemas son culpa de los demás, o –La idea de que no se puede fiar de la mayoría de las personas… Nada… Muy poco… Poco… Bastante… Mucho… Henos aquí con el último grito de la moda: lo que me voy a atrever a llamar el postdiagnóstico por evaluación autoadministrada. Has recorrido un largo camino muchacha… del diagnóstico psicopatológico -aquel que clasifica a los individuos en las categorías clínicas de la psiquiatría clásica-, pasando por el diagnóstico DSM -que los clasifica en relación a trastornos y síndromes- a los índices GSI (Global Severity Index: índice de gravedad global por nivel de gravedad de los síntomas), PSDI (Positive Symptom Distress Index: índice de malestar positivo que mide la intensidad de los síntomas) y PST (Positive Symptom Total: total de síntomas positivos, es decir el recuento del número total de síntomas independientemente de su gravedad). ¿Esta evaluación -ya que al tratarse de puras cifras la noción de clasificación quedó en el camino- a qué real se refiere? ¿No es al real del índice mismo, 1.35 o 2.22, ya fuera de sentido, vaciado de cualquier significación? A modo de cierre, y más allá de la validación con la que pudiéramos acordar o no respecto de las argumentaciones y consecuencias que se extraen en este trabajo, quisiera referirme a dos aseveraciones formuladas en las Conclusiones y Recomendaciones de la comunicación científica premiada: “Casi 1/5 de la población de la CABA presenta al menos 1 síntoma psicótico y 1 de cada 20 individuos tiene 3 o más de estos síntomas… Estos resultados refuerzan la idea de la psicosis como un continuo y no como un fenómeno todo o nada.” ¿Qué puede querer decir la idea de la psicosis como un continuo en este contexto? Desde ya está lejos de referirse a la clínica continuista lacaniana, esa que abordamos especialmente en el ámbito de lo que denominamos psicosis ordinaria, con la lectura de los pequeños índices, las intensidades, los detalles. Aquella que construimos en torno a lo que Lacan denominó “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto.” Voy a compartir con Uds. mi interpretación: ya que se trata de un continuo, si en la encuesta autoadministrada el transeúnte manifiesta que padece de 1 síntoma psicótico (según preguntas o ítems del estilo de los que les leí hace un momento), “… poder prevenir antes que se manifieste todo el trastorno, porque a veces aparece una experiencia de tipo psicótica aislada y todavía el trastorno psicótico y la ansiedad y la depresión no se manifestaron. Y si uno lo enfrenta antes, puede incidir en una mejor evolución.” En aras de las razones de la salud pública, medicación para todos, sin dejar de incidir, por supuesto, en la toma de conciencia de la enfermedad mental… “¿Es la presencia de síntomas psicóticos recogida en la exploración de la población general un indicador confiable de trastorno psicótico? Esta respuesta es aún controvertida, existiendo ciertos indicios de que los métodos de exploración de síntomas psicóticos no son útiles para discriminar las personas que padecen trastornos psicóticos ya que presentan un alto número de falsos positivos, por lo que una entrevista clínica se torna indispensable. Sin embargo, hay ciertos indicios de que 1 síntoma psicótico autoreportado tiene un valor predictivo de un trastorno psicótico semejante al detectado por un clínico…” No cabe duda de que ha sido formulada la buena pregunta, al menos nosotros coincidiríamos con esa interrogación. Y también lo haríamos con su primera respuesta, aquella que indica que la entrevista clínica se torna indispensable. Pero la gestión de poblaciones y, sin duda, el imperativo del mercado, lleva a borrar con el codo lo que se escribe con la mano y a formular, en flagrante contradicción con la argumentación inmediatamente anterior, que la presencia de 1 síntoma psicótico autoreportado tiene un valor predictivo semejante al detectado por un clínico. Estamos en la era del diagnóstico por autoencuesta… los clínicos ya no son necesarios y si, además, la psicosis es un continuo y no un fenómeno todo o nada, hay espacio para el muy psicótico, poquito psicótico… ¿Podremos pasarnos del clínico a condición de servirnos de la autoencuesta? Henos aquí con la dimensión política que les había anunciado al comienzo, la dimensión política de lo que en nuestro ámbito de formación entendemos como la del diagnóstico diferencial, y que llevamos a cabo con los saberes en los que nos formamos que cuentan más de un siglo de existencia… o 1.35; 2.22; 18%; 1 de 4… La elección es de cada uno de Uds., y nuestra, también. Paula Kalfus