Lógica y Argumentación Jurídica La justificación de la interpretación. Los criterios de interpretación 1 G. Tarello, hace referencia al problema que aquí se aborda como ‘justificación de la interpretación’ en el epígrafe “Motivación y argumentación de la interpretación” 2. Este autor realiza una distinción, que puede resultar de interés, entre la motivación en sentido técnico y el establecimiento de reglas de motivación que permitan un efectivo control social. A partir de la argumentación de Tarello, es posible concluir que, mientras en el ámbito de cultura jurídica que compartimos, existe la obligación de motivar técnicamente las decisiones, no existen mecanismos que aseguren que la motivación sirva al fin que la justifica: hacer posible el control social. Por otra parte, señala este autor, el control social es distinto en relación con los órganos que crean y con los órganos que aplican el Derecho, por lo que también tiene que ser distinta la justificación en uno y otro caso. En relación con los órganos habilitados para crear el Derecho, la justificación se basa en la legitimidad del origen de su poder; por el contrario, en relación con los órganos a los que se atribuye competencia para aplicar el Derecho, la legitimidad se basa en el contenido de sus decisiones. Afirma al respecto G. Tarello que “se podría decir que el control social sobre el primer formulador de la norma se refiere a su autoridad, el control social sobre los aplicadores e intérpretes... se refiere característicamente al modo de ejercicio y a los procedimientos intelectuales de su actividad; el primero es un control social de legitimidad”, el segundo es un control social de “legalidad””3. Esto es, desde el esquema de división de poderes coherente con el Estado de Derecho, las funciones del -para abreviar- legislador y del juez son diferentes. Las decisiones del juez deben presentarse como exigidas por el Derecho vigente. Desde este esquema, la motivación debería ser adecuada para que el control jurídico y social pudiera llevarse a cabo. Los esfuerzos por aplicar la lógica, así como las construcciones retóricas y las teorías de la argumentación, se han orientado hacia esta finalidad. Me detendré brevemente en una presentación de estas propuestas tratando de mostrar que todas ellas Texto incluido en BARRANCO AVILÉS, M.C., “Los criterios de interpretación” en Derechos y decisiones interpretativas, Marcial Pons, Madrid, 2004 1 2 TARELLO, G., L’Interpretazione della legge, ob. cit., pp. 67-75. 3 TARELLO, G., L’Interpretazione della legge, ob.cit., pg. 68. 1 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca pretenden convertirse en instrumentos para la racionalización de la adopción de decisiones jurídicas. A continuación, presentaré algunos de los denominados ‘argumentos técnicos’ desde el punto de vista del papel que desempeñan en el contexto de la reflexión sobre la interpretación. Conviene, en primer lugar, advertir que en todas las teorías que tratan de introducir controles al razonamiento judicial encuentran también acomodo los ‘argumentos técnicos’. Así, en la propuesta de Klug4, los mencionados argumentos permiten justificar ‘lógicamente’ la decisión, aunque la lógica del Derecho es una parte de la lógica aplicable a la Ciencia jurídica y que, por tanto, utiliza sus propios argumentos, argumentos especiales que, tal y como son formulados por este autor, guardan conexiones con los argumentos que los tribunales utilizan para justificar sus opciones interpretativas. Este carácter especial de ‘la lógica jurídica’, da pie a Tarello para señalar que la Lógica no suministra reglas para la interpretación, al contrario, en su opinión “el razonamiento del intérprete sigue reglas argumentativas, reglas de argumentación retórica que pueden ser eventualmente impuestas o vedadas, a todos los operadores o a algunos de ellos, por normas de Derecho positivo”5. La insuficiencia tanto del ‘método jurídico tradicional’, cuanto de los diversos ensayos de construir una lógica jurídica, sirven de aliciente para el desarrollo de planteamientos alternativos. En Viehweg, por ejemplo, se produce la crítica al sistema en tanto que consecuencia de la expansión del capitalismo. Sin embargo, a su modo de ver la articulación sistemática admite, en determinadas ocasiones, márgenes de incerteza que sólo se pueden superar mediante una incorporación de la tópica6. Los criterios de 4 Suele ser considerado el primer autor que aplica la lógica formal moderna al ámbito jurídico. En su opinión, esta disciplina “permite sacar de informaciones preliminares otras no dadas de antemano sin que sea menester para ello referirse al contenido y significación concreta de tales afirmaciones”. La lógica jurídica es la “teoría de las reglas de la lógica formal que han llegado a tener aplicación en las cuestiones concretas de la búsqueda del Derecho”. KLUG, U., Lógica jurídica, trad. J.C. Gardella, Temis, Bogotá, 1990, p. 23. 5 TARELLO, G., L’Interpretazione della legge, ob.cit., p. 75. VIEHWEG, T., “Algunas consideraciones acerca del razonamiento jurídico”, Tópica y Filosofía del Derecho, trad. J. Malem, Gedisa, Barcelona, 1991, pp. 114-127, pp. 125 y 126, “sin embargo, en la actualidad no puede dejar de ser tenido en cuenta el siguiente punto: en un clima económico suficientemente estructurado y establecido, las zonas relevantes del Derecho están programadas en una medida tal que, a menudo, las decisiones necesarias en casos litigiosos pueden resultar de simples deducciones”, el éxito del sistema obedece a la unidad de la dogmática, en los puntos en que ésta quiebra es sustituido por el método tópico, cuya característica relevante es que está orientado a la ‘solución de problemas’. En el mismo volumen, “Retórica, Pragmática, Lingüística, Teoría del Derecho”, pp. 185201. Sobre la Retórica, ver GARCÍA AMADO, J.A., Teorías de la Tópica Jurídica, Civitas, Madrid, 1988, quien considera que la definición de la tópica en Viehweg sólo tiene sentido si se aplica a problemas permanentes, p. 81. A propósito de la cuestión que aquí se trata, J. A. García Amado afirma lo siguiente: “resulta evidente que la doctrina tópica no pretende elaborar una teoría del sistema 6 Lógica y Argumentación Jurídica interpretación del ‘método jurídico tradicional’, así como otros que, en ocasiones, pretenden construirse desde los esquemas de la lógica, se presentan como ‘tópicos’7. La tópica, a mi modo de ver, permanece en la línea expresada en los planteamientos anteriores: los jueces no deciden, investigan8. Perelman, por su parte, presenta la actividad judicial como esencialmente decisoria. La justificación de las decisiones depende de la aceptación por parte del auditorio. Desde este punto de vista es desde el que los criterios deben ser utilizados. En las teorías de la argumentación, la justificación de la decisión jurídica debe realizarse desde el esquema que suministra el discurso práctico racional. En relación con la ‘motivación técnica’, en nuestro contexto, el primer requisito que debe cumplir una decisión interpretativa para considerarse justificada es que sea presentada como la interpretación de una norma válida. Esta cuestión, sin embargo, se ha visto reformulada desde el nuevo ‘paradigma constitucionalista’. En general, para los autores que podríamos situar en él, no es posible aceptar la validez de una decisión jurídica que no esté además justificada. De este modo, pierde para ellos sentido la reflexión de Tarello sobre el distinto control que se ejercita –y, por tanto, el distinto carácter de la justificación- sobre la actividad de los sujetos con autoridad para ‘crear’ la norma y la que llevan a cabo los sujetos que la interpretan y aplican. La nueva concepción de la labor del ‘intérprete’ se presenta a través de distintos argumentos. Ya he tenido ocasión de hacer referencia a la teoría interpretativa de Dworkin. Otro autor que puede ser citado, en esta línea, es R. Alexy, quien recurre a la pretensión de corrección como elemento que permite mantener que la validez no es una cuestión que se pueda plantear con independencia de la justificación. Algunos autores, como he señalado en relación con Ferrajoli, diferencian entre validez y vigencia para encontrar una denominación capaz de dar cuenta de la situación que se produce cuando una norma que no es válida (porque no está justificada de acuerdo con el conjunto de principios y valores constitucionalmente incorporados al Derecho) resulta, a pesar de todo, respaldada mediante la posibilidad del uso de la fuerza. jurídico...pese a lo que a primera vista pudiera creerse, tampoco es totalmente incompatible con la idea de sistema, ni siquiera con la de sistema lógico-deductivo” (p. 170). 7 El estudio que ATIENZA, M., lleva a cabo de la analogía puede servir como ilustración de lo que ocurre con otros argumentos interpretativos, Sobre la analogía en Derecho. Ensayo de análisis de un razonamiento jurídico, Civitas, Madrid, 1986. 8 GARCÍA AMADO, J.A., Teorías de la Tópica Jurídica, ob.cit., pp. 224-236. 3 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca Sin embargo, en las decisiones judiciales sigue estando presente un modo de justificar las opciones interpretativas que utiliza argumentos específicamente jurídicos – argumentos que, como he dicho, son integrados como ‘argumentos especiales de la lógica jurídica’, y también tienen un papel importante en la tópica, en la retórica y en las teorías de la argumentación9-. Los juristas en general, recurren a estos argumentos que, a pesar de los intentos realizados, escapan a los esquemas de la lógica, pero que sin embargo presentan como si estuvieran dotados de la misma fuerza de convicción10. En relación con la interpretación, desempeñan la función de presentar el significado propuesto como consecuencia del texto normativo, de tal modo que la actividad del juez aparece como una tarea de investigación a partir de unos materiales dados. El objetivo del análisis que se pretende realizar a continuación, es mostrar que el recurso a estos criterios no basta para considerar justificada la decisión interpretativa, y ello por diversos motivos: no se trata de instrumentos vinculantes, son objeto de diversos usos, no hay un catálogo tasado y se interpretan de formas diversas11. Por estas razones, tampoco constituyen un límite efectivo a la inventiva del intérprete. Sin embargo, cuestionarnos el fundamento de su eficacia como instrumentos de persuasión puede resultar útil para desentrañar las distintas teorías de la interpretación que se manejan. En primer lugar, conforme he señalado, los métodos no son vinculantes para el intérprete, que puede optar por utilizar uno u otro de entre los distintos criterios. Puesto que no son argumentos de tipo lógico, su fuerza de convicción es variable, y depende, en buena medida, de que se cumpla con la exigencia de saturación, cosa que raramente se produce en las decisiones jurisprudenciales12. 9 Ver, en este sentido, PERELMAN, CH. y OLBRECHT-TYTECA, L., Tratado de la argumentación. La nueva retórica, trad. J. Sevilla, Gredos, Madrid, 1994 y ALEXY, R., Teoría de la argumentación jurídica, trad. M Atienza e I. Espejo, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989. 10 ROSS, A., Sobre el Derecho y la justicia, ob. cit., pp. 188 y 189. 11 Estos y otros problemas en relación con los criterios de interpretación se plantean en ASÍS, R. DE, Jueces y normas, ob. cit., pp. 164 y ss. ALEXY, R., Teoría de la argumentación jurídica, ob. cit., p. 234, señala como aspectos problemáticos el campo de su aplicabilidad, su status lógico, el requisito de saturación, las diversas funciones de las diversas formas, el problema de su jerarquía y la resolución del problema de la jerarquía en el discurso jurídico. ALEXY, R., Teoría de la argumentación jurídica, ob. cit., p. 236, “la exigencia de saturación asegura la racionalidad del uso de los cánones. Ello excluye la simple afirmación de que un argumento pueda ser el resultado de una determinada interpretación literal, histórica o finalista de la norma. Siempre es necesario aducir premisas empíricas o normativas, cuya verdad o corrección puede ser en cualquier momento objeto de nuevas discusiones”. 12 Lógica y Argumentación Jurídica Además, el uso que de ellos se hace no resulta unívoco, por lo que un problema adicional que se presenta a la hora de estudiar los criterios de interpretación es determinar cuándo son utilizados en su función argumentativa y cuándo en su función interpretativa. Para encontrar una respuesta a este problema es necesario prestar atención a la diferencia entre interpretación y argumentación. Diferencia que depende, como no podía ser menos, de qué se entiende por argumentación. En términos generales, parece que interpretar supone –como hemos visto- encontrar el significado de un texto. Argumentar, por el contrario, supone ofrecer razones a favor de una determinada interpretación. Cuando se entiende que la interpretación es una tarea de investigación, es posible establecer diferencias entre los criterios que permiten ‘encontrar’ el sentido del Derecho y los argumentos que sirven para justificar que el resultado derivado del Derecho a través de la interpretación (básicamente por ser el ‘racional’ o el ‘querido’) es el más adecuado. Sin embargo, cuando la actividad interpretativa se concibe como una tarea de ‘creación de Derecho’, el recurso a los criterios de interpretación permite mostrar el resultado como justificado (en cierto modo, este es el papel que Ross les atribuye). No existe, por otro lado, un catálogo cerrado de los criterios, directivas, pautas...de interpretación. En el Derecho español, aparecen algunos de ellos recogidos en el artículo 3 del Código civil, conforme al cual “las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquéllas“. Sin embargo, por un lado, los juristas utilizan como argumentos interpretativos algunos que no aparecen en el Código civil y, por otro, estas normas que contienen directivas interpretativas no son, a su vez, ‘interpretadas’ de forma homogénea. No obstante, teniendo en cuenta la amplia tradición con la que cuenta en nuestro entorno la referencia a los criterios literal, sistemático, teleológico, histórico y sociológico, abordaré la reflexión sobre la justificación de la interpretación a partir de ellos. Conviene recordar que este trabajo adquiere su sentido en un contexto concreto de cultura jurídica que se desarrolla en coherencia con la concepción que se impone con la codificación13. Sobre la Escuela de la Exégesis, ver TARELLO, G., “La Escuela de la Exégesis y su difusión en Italia”, Cultura jurídica y Política del Derecho, ob. cit., pp.63-108, p. 72, “por principio, la Escuela de la Exégesis negó resueltamente que las sentencias de los jueces, y también de la Corte de Casación, 13 5 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca Estos criterios se introducen en los códigos por influencia de un autor crítico con el movimiento codificador, Savigny14. En esta originaria formulación “el elemento gramatical de la interpretación tiene por objeto las palabras de que el legislador se sirve para comunicarnos su pensamiento; es decir, el lenguaje de las leyes. El elemento lógico, la descomposición del pensamiento ó las relaciones lógicas que unen á sus diferentes partes. El histórico tiene por objeto el estado del derecho existente sobre la materia, en época en que la ley ha sido dada; determina el modo de acción de la ley y el cambio por ella introducido, que es precisamente lo que el elemento histórico debe esclarecer. Por último, el elemento sistemático tiene por objeto el lazo íntimo que une las instituciones y reglas del derecho en el seno de una vasta unidad“. En su uso actual, sin embargo, estos elementos no encuentran una formulación unívoca ni, a diferencia de lo que propone Savigny, constituyen un catálogo cerrado de los posibles argumentos que pueden ser utilizados. 2.3.1 El argumento literal El criterio de interpretación literal se justifica desde la idea de que los derechos y, en general, el Derecho, son expresados en un texto escrito. Hemos visto que desde su concepto estricto, no se habla de interpretación cuando los enunciados normativos se dotan de sentido de acuerdo con el tenor literal de sus palabras. Desde esta concepción, sólo existe la interpretación cuando se trata de extraer consecuencias no explicitadas en los textos, esto es, cuando aparece como ‘interpretación extensiva‘ o ‘interpretación restrictiva‘15. pudieran aspirar a lograr, además del valor de la cosa juzgada, también un valor más amplio, como el valor de precedente vinculante y por consiguiente de norma general; no sólo esto, más todavía, la Escuela negaba a la tendencia jurisprudencial, incluso consolidada, una particular autoridad; el intérprete, frente a la voluntad codificada del legislador, se encontraba solo con su vocabulario, su lógica, su capacidad de investigación histórico-psicológica de la voluntad del legislador”. 14 Salvo el criterio sociológico, su origen se encuentra en la obra de SAVIGNY, F. VON, Sistema de Derecho Romano Actual, trad. J. Mesía y M. Poley, Segunda Edición, Centro Editorial de Góngora, Madrid, Tomo Primero, § XXXIII. A) pp. 187y 188. Sobre su sentido en la civilísitica y en la jurisprudencia española, antes de su incorporación al código civil en 1974, ver PÉREZ ÁLVAREZ, M.A., Interpretación y Jurisprudencia. Estudio del artículo 3.1 del Código Civil, Aranzadi, Madrid, 1994, p.22. 15 GUASTINI, R., Estudios sobre la interpretación jurídica, ob. cit, p.32. Existen otras denominaciones para aludir al mismo fenómeno, por ejemplo WRÓBLEWSKI, J., “Le non-dit dans le droit: préssuppositions et conventions implicites”, Controverses autour de l’ontologie du Droit, P. Amselek y Ch. Grzegorczyk (dir), P.U.F, Paris, 1989, pp. 136-157, distingue entre lo no dicho y lo dicho y Lógica y Argumentación Jurídica El argumento fundamental a favor de la prioridad del criterio literal es que favorece la predecibilidad de la decisión16. Sin embargo, en determinadas ocasiones, la aplicación estricta de este criterio puede llevar a absurdos que los críticos del formalismo se ocupan de subrayar. Por otra parte, ya he tenido ocasión de señalar que en nuestro ámbito cultural se confía en el lenguaje escrito como medio preferente de expresión del Derecho. A pesar de esta circunstancia, existen toda una serie de factores que hacen que sea difícil aceptar que la constancia documental del enunciado normativo suponga que el intérprete carece de capacidad de decisión en relación con el significado en el que éste debe ser entendido. Además de los consabidos problemas de indeterminación, se producen, en relación el argumento literal, toda una serie de cuestiones que se refieren al tipo de lenguaje al que se puede adscribir el jurídico, así como a la versión de significado relevante a los efectos de interpretación. Así, no es pacífica la cuestión de si lo jurídico se vale de los lenguajes naturales o si estamos ante un lenguaje de tipo técnico que únicamente resulta accesible a los juristas. Si tenemos en cuenta que el Derecho debe servir para orientar el comportamiento de los destinatarios que, evidentemente, no son juristas en su totalidad, también podemos pensar que el Derecho utiliza (e incluso, debe utilizar) prioritariamente del lenguaje natural17. Sin embargo, la realidad es que en los textos jurídicos están presentes términos que se utilizan en un sentido diferente al usual. Precisamente, una de las dificultades que se le presentan al intérprete obedece a la proximidad del lenguaje jurídico y el lenguaje natural (que hace que el primero se contamine de los caracteres de indeterminación del segundo18) y a la circunstancia de que las relaciones entre el lenguaje jurídico y el lenguaje natural son fluidas, de tal forma que en determinadas ocasiones el problema de determinación del sentido de los textos jurídicos viene motivado porque no es posible saber si los términos del legislador WILLIAMS, G.L., “Language and de Law. IV“ (1945), Law and Language, ed. F, Schauer, 1993, “Interpretation”, pp. 141-163, p. 157 diferencia significado literal y significado ulterior. Ver, por ejemplo , MACCORMICK, N., “Les contraintes argumentatives dans l‘interprétation juridique“, Interpretation et Droit, ob. cit. pp.213-245, p. 226. 16 Sobre este problema, ver MORRISON, M.J., “Excursions into the Nature of Legal Language” (1989), Law and Language, ed. F, Schauer, 1993, pp. 3-336. Para esta autora el lenguaje del Derecho debe converger con el natural como condición de posibilidad del conocimiento de la normas por parte de aquellos que pueden ser sancionados por su infracción. 17 WILLIAMS, G.L., “Language and the Law. IV“ (1945), Law and Language, ob. cit., pp. 141-163, p. 145, “siempre existe la posibilidad de discutir sobre los límites de su aplicación, y ninguna definición puede librarse de esta posibilidad” 18 7 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca deben entenderse en su sentido específicamente jurídico o de acuerdo con su significado para el lenguaje natural19. La necesidad de dotar de precisión al lenguaje jurídico, se esgrime como argumento en favor de su utilización como un lenguaje técnico. Wróblewski habla, en relación con el jurídico, de un ‘tipo de lenguaje especial’ que presenta tres tipos de peculiaridades en relación con el lenguaje natural (everyday lenguage)20. En primer lugar, es fácil encontrar diferencias de significado entre los términos en su acepción jurídica y en su acepción de lenguaje natural (podemos pensar en términos como ‘acción’). Además, hay términos específicamente jurídicos que no encuentran su homónimo en el ámbito de los lenguajes comunes (por ejemplo ‘usufructo’). Por último, y éste es un elemento de gran importancia desde el punto de vista normativo, cuando se considera que el lenguaje jurídico constituye un lenguaje técnico, se hace referencia a la existencia de una ‘comunidad de intérpretes‘ constituida por los teóricos y los prácticos del Derecho21 de la que quedan fuera los destinatarios que no son juristas. Con ello, el creador (también los juristas, en la medida en que de sus convenciones depende, en definitiva, cómo sea entendido el Derecho) se enfrenta a la necesidad de conjugar dos exigencias: la de la precisión –que exige la existencia de un lenguaje, hasta cierto punto, tecnificado- y la de la ‘comprensión’ por los destinatarios –que reclama que el lenguaje jurídico se aproxime al común. Como he anunciado, todavía se produce otra polémica en relación con este aspecto, que tiene que ver con el significado relevante del ‘significado’ cuando se trata de dotar de sentido a las expresiones jurídicas. A propósito, es posible distinguir cuatro posibilidades22. En primer lugar, nos encontramos con una serie de teorías que TARELLO, G., L’interpretazione della legge, ob. cit., pp. 103-113. Ver también GUASTINI, R., Estudios sobre la interpretación jurídica, ob. cit., pp. 26-28, y PRIETO, L., Ideología e interpretación jurídica, ob. cit., pp. 93-94, quien expresamente se refiere a esta situación con el término ‘fluidez’. PATTERSON, D.M., “Realistist semantics and Legal Theory” (1989), Law and Language, ed. F, Schauer, 1993, pp. 319-323, también cuestiona la posibilidad de entender todos los términos jurídicos en su sentido ‘natural’, “las prácticas institucionales, tales como el Derecho están repletas de términos generales cuyo significado sólo puede ser discernido a través de la investigación de las creencias y actitudes de los participantes en la práctica”, p. 323. 19 WRÓBLEWSKI, J., “Semantic Basis of the Theory of Legal Interpretation”, Meaning and True in Judicial Decision, ob. cit., pp. 27-58, pp. 36-37. También HART, H.L.A, “Definition and Theory in Jurisprudence”, The Law Quaterly Review, nº 70, 1954, considera que el lenguaje jurídico debe tratarse teniendo en cuenta su especificidad en relación con el natural. 20 Al respecto, ver CHEVALLIER, J., “Interprètes du Droit“, Interpretation et Droit,ob. cit. , 1995, pp. 115-129, p. 120. 21 WILLIAMS, G.L., “Language and the Law. IV“ (1945), Law and Language, ob. cit., “Interpretation”, pp. 141-163, p. 149. 22 Lógica y Argumentación Jurídica consideran que el significado de las proposiciones jurídicas que debe tenerse en cuenta es el atribuido por el hablante o el escritor -en cierto modo, la concepción coherente del significado es la pragmática de Grice23 -. Otra serie de propuestas parten de la idea de que las disposiciones jurídicas deben ser entendidas desde el significado ordinario que obedece a las reglas del lenguaje común -normalmente, la teoría del lenguaje que está detrás es el convencionalismo que, por ejemplo, Hart atribuye a Wittgenstein24-; la defensa del carácter técnico del lenguaje jurídico puede entenderse como una variante del convencionalismo en la que la comunidad ligüística de referencia está limitada a los juristas. Por último, conviene mencionar aquellos planteamientos que consideran que el significado relevante a los efectos de la comprensión de la interpretación operativa es el atribuido por el receptor -el interpretativismo radical de Davidson es coherente con estos planteamientos que, en el ámbito jurídico, defiende Dworkin25-. La primera acepción, conforme a la cual el significado relevante es el atribuido por el ‘autor’, es la que se maneja en el caso de los contratos –en el caso español por disposición del artículo 1281 del Código civil-26; existe también la posibilidad de entender la Constitución como documento en el que se formaliza un contrato. Este es, en parte, el sentido de las Cartas Otorgadas, entendidas como un pacto entre el monarca y el pueblo. En el contexto del constitucionalismo contemporáneo, en el que pretendo situar mi reflexión, esta concepción reaparece en la idea de precompromiso. La Constitución es un acuerdo entre sujetos y grupos portadores de intereses diversos. Desde este esquema, la necesidad de reconstruir la voluntad originaria de las partes se fundamenta en una concepción pluralista de la Constitución, pero la referencia a las intenciones del autor también encuentra acogida en la idea de Constitución como expresión de unidad. A esta cuestión me referiré con posterioridad en relación con el problema específico de la interpretación de la Constitución y de su tratamiento por C. Schmitt y H. Kelsen. 23 MARMOR, A., Interpretación y teoría del derecho, ob. cit., p. 39. Ver en DWORKIN, R., “Introducción“, Filosofía del Derecho, ob. cit., pp. 35-74, pp. 20 y ss., la explicación y crítica de esta teoría que atribuye al positivismo jurídico. Ver también PATTERSON, D., “Realism, Anti-realism and Legal Theory“, Law and Truth, op. cit., 3-21. 24 25 MARMOR, A., Interpretación y teoría del derecho, ob. cit., pp. 27-54. 26 TARELLO, G., Interpretazione della legge, ob. cit., p. 18. 9 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca En términos generales, pues, la concepción del significado a la que me vengo refiriendo resulta coherente con la idea de que el significado de los términos jurídicos depende de las intenciones del autor27, esto es, con el criterio teleológico en alguna de sus versiones. Se trata, así entendida, del esquema presente en el modo de operar de jueces y tribunales desde el siglo XIX y constituye una consecuencia de la ideología codificadora28 -desvinculada ya de la idea de pacto-, sin embargo, el modo en el que se construye tampoco es unívoco. Efectivamente, cuando se alude a las intenciones del autor en relación con la interpretación jurídica, no siempre se hace referencia al sujeto o al grupo de sujetos cuya voluntad es expresada en la norma. Muy al contrario, la extensión del dogma de la racionalidad del legislador justifica la reconstrucción de la voluntad de un sujeto ideal como presupuesto de la interpretación. Los resultados de la interpretación que se realiza desde la perspectiva que acaba de explicarse pueden entrar en conflicto con aquellos a los que conduce una concepción objetivista de esta tarea. J. Wróblewski29, distingue al respecto ‘lo dicho personalizado’ (depende de lo que el legislador -‘racional’ o real- quiso decir) y ‘lo dicho despersonalizado’ (independiente de la voluntad del legislador, el Derecho es simplemente lenguaje), que algunas veces no es claro o en ocasiones no existe. Las razones a favor de la concepción objetivista son de diverso tipo. Por un lado, el Derecho es muchas veces el resultado, preferentemente escrito, de procedimientos de discusión y negociación, en ocasiones complejos, de forma que no hay una voluntad real unívoca de la que sea expresión –piénsese, a título de ejemplo, en el procedimiento de elaboración de la Constitución española-; por otra parte, el autor del Derecho es en numerosas ocasiones un ‘órgano colegiado’; y, además, en la mayoría de los casos la norma sobrevive a la autoridad que la crea30. La preferencia por la interpretación literal resulta coherente con esta mentalidad. Algunos autores excluyen del ámbito de 27 MARMOR, A., Interpretación y teoría del Derecho¸ ob. cit., defiende esta idea de interpretación con la restricción de que sólo es necesaria allí donde las reglas del lenguaje no sirven para atribuir sentido a los términos jurídicos. También PATTERSON, D., Law and True, op. cit., pp. 88-94. TARELLO, G., “Ideologías del siglo XVIII sobre la codificación y estructura de los Códigos“, ob.cit., p. 42. 28 WRÓBLEWSKI, J., “Le non-dit dans le droit: présuppositions et conventions implicites“, Controverses autour de l’ontologie du Droit, ob. cit., pp. 136-157. 29 TARELLO, G., L’interpretazione della legge, op. cit., p. 102. Una enumeración de argumentos frente a la utilidad de la intención del legislador como criterio interpretativo se encuentra en RADIN, M., “Statutory Interpretaton” (1930), Law and Language, ed. F, Schauer, 1993, pp. 189-212, pp.195 y ss. : no existe el legislador (law maker), la posibilidad de que cientos de hombres tengan en mente las mismas situaciones es infinitamente pequeña, y aunque esté presente, resulta difícil determinar de qué situaciones se trata. Además se cuestiona el autor la fuerza obligatoria de la intención legislativa. 30 Lógica y Argumentación Jurídica problemas de la interpretación operativa los supuestos en los que la norma es ‘clara’. Cuando el sentido en el que se entiende el término es el literal, no existe interpretación31. Con posterioridad tendré ocasión de abordar con más detenimiento los problemas relacionados con las intenciones del autor como criterio interpretativo referido específicamente a los enunciados constitucionales. Por último, la concepción conforme a la cual la determinación del sentido de los términos jurídicos depende del significado atribuido por el receptor, está detrás del planteamiento de Dworkin, pero también de ciertas posiciones escépticas. A pesar de que “ninguna teoría es menos escéptica que la de Dworkin”32, suele criticarse, a propósito de terminadas implicaciones de la teoría de su teoría del significado, que desemboca en un planteamiento solipsista33. Cuando la referencia al receptor -a diferencia de la propuesta de Dworkin- se aleja del realismo semántico, abre las puertas al escepticismo de las normas. Un autor representante de este planteamiento es R. Guastini. Para este autor, “interpretar no es describir, sino decidir el significado de los textos normativos“34; la idea fundamental a la que conduce esta forma de concebir la interpretación -en gran medida deudora de la de G. Tarello- es a que la norma es el resultado de la interpretación (y no su objeto). Tras cada fenómeno de aplicación del Derecho se encuentran opciones que se refieren a cada uno de estos aspectos y que corresponde efectuar al juez, por lo que difícilmente la interpretación, ni siquiera la literal que parece suponer la máxima sumisión del intérprete a un criterio objetivo que preexiste en el texto normativo, puede representarse como una tarea mecánica. En buena medida, el interés por la Filosofía del Lenguaje ha servido para problematizar esta cuestión35, pero también en ocasiones, ha WRÓBLEWSKI, J., “Legal Reasoning in Legal Interpretation”, Meaning and True in Judicial Decision, p. 78. Sin embargo este autor también subraya que la propia existencia de dudas sobre el significado de una norma es una cuestión evaluativa, p. 81. 31 ENDOCOTT, T., “Herber Hart y el aguijón semántico”, trad. P. Navarro, en NAVARRO, P., y REDONDO, C, (comp..), La relevancia del Derecho. Ensayos de filosofía jurídica, moral y política, Gedisa, Barcelona, 2002, pp. 35-56, p. 36. 32 Ver esta crítica, por ejemplo en PATTERSON, D., Law and True, ob.cit., p. 82, nota 75, “para Dworkin, la interpretación no es intersubjetiva, sino profundamente individual”, ver también p. 98 33 GUASTINI, R., “Interprétation et description de normes“, Interpretation et Droit, ob. cit., pp. 89-101, p. 101. 34 35 VERNENGO, R.J., Interpretación jurídica, ob.cit.., p. 46, hace referencia a este problema: “tradicionalmente los problemas de la interpretación de la ley clara, y los atinentes a las denominadas interpretaciones literales, suelen ser temas que los juristas despachan en pocas líneas, como si no ofrecieran dificultades mayores. En la práctica, así es: el órgano judicial comparte relaciones de comunicación y contextos con las partes, con otros grupos, y con comunidades lingüísticas y culturales, que hacen insólitos los inconvenientes de comunicación que, como posibilidad, hemos destacado. Sin 11 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca proporcionado un nuevo instrumento para ocultar el carácter, en última instancia ideológico, de la decisión interpretativa. De cualquier forma, en nuestro ámbito, la práctica jurídica todavía parece encontrarse en el primer momento, esto es, en el recurso a la literalidad como un supuesto de ausencia de interpretación. Esta cuestión resulta llamativa especialmente si se considera la estructura del argumento a contrario. Se trata de un argumento interpretativo que se fundamenta en la necesidad de entender el texto normativo en su sentido literal y que en numerosas ocasiones ha sido presentado como de tipo lógico. El uso del argumento a contrario se vincula a la interpretación restrictiva y su fuerza de convicción depende de que quede suficientemente justificada la disimilitud entre el supuesto al que literalmente se refiere la norma y el supuesto cuya solución se plantea36. En definitiva, ni siquiera la literalidad de la norma constituye en todas las circunstancias un límite efectivo, a veces ni siquiera es un límite deseable, a la actividad interpretativa. Las teorías que vinculan el Derecho con el lenguaje a los efectos de la interpretación han contribuido a una mejor comprensión del fenómeno jurídico, sin embargo, conviene recordar que el Derecho es fundamentalmente producto de la voluntad del órgano que lo crea, por lo que el, en general provechoso, recurso a la Filosofía del Lenguaje para resolver problemas de Teoría del Derecho oculta a veces el carácter político de estos problemas, tanto más, cuando no existe una única ‘filosofía del lenguaje‘, sino ‘filosofías diversas‘ entre las que pueden optar tanto el intérprete cuanto el teórico37. 2.3.2 El argumento sistemático embargo, el auge de las filosofías del lenguaje...ha puesto de relieve que nuestra comprensión normal de un mensaje lingüístico es un asunto que tiene sus bemoles, y, en todo caso un gran interés teórico”. Ver GARCÍA AMADO, J.A., “Sobre el argumento a contrario en la aplicación del Derecho”, Doxa, nº 24, 2001, pp. 85-114. 36 En este sentido, BIX, B., Law, Language, and Legal Determinacy, ob. cit., p.178, “yo creo que el lenguaje ha sido,…, un foco falso para la Teoría del Derecho. El lenguaje y las teorías del lenguaje han sido usados como una excusa para las decisiones que eran más propiamente atribuibles a decisiones políticas (political) -o por lo menos de política (policy)- sobre como queremos que las diversas instituciones en nuestro sistema jurídico interactúen: ¿Cuándo queremos que los jueces ignoren o invaliden la intención legislativa?¿Hay ocasiones en las que las reglas deben ser invalidadas, alteradas, o ignoradas debido al aparente absurdo o a la aparente injusticia de su aplicación? ¿Y cuánta atención debe ser puesta en los aspectos más abstractos de las intenciones del creador (rule-maker‘s intention)? Creo que es, en el mejor de los casos un error pretender que los problemas de resolver controversias en el contexto de un sistema jurídico estarían mejor solucionados tan sólo con contar con una mejor teoría del lenguaje, o con que los jueces siguieran la teoría apropiada del lenguaje que ya tenemos“. 37 Lógica y Argumentación Jurídica El argumento sistemático, que existe cierto consenso en situar en la necesidad de interpretar las palabras ‘en relación con el contexto‘, también se presenta en distintas formas, cuyos resultados no siempre son coherentes con los que arroja la interpretación literal -de tal forma que, en caso de conflicto, es necesario realizar una opción- ni entre sí. Desde determinados planteamientos se desarrolla como una prolongación de la idea de que la interpretación tiene que servir para reconstruir la voluntad racional de un legislador ideal. Esta idea resulta coherente también con la concepción del Derecho como una técnica ‘racional’ de organización de la convivencia. En definitiva, en sus distintas versiones, en el recurso al argumento sistemático se manifiesta la creencia en la racionalidad del sistema. En la referencia al ‘contexto’ que realiza el Código civil español, se han querido ver diversas manifestaciones del llamado argumento sistemático. Así, en algunas ocasiones, se ha utilizado para justificar el recurso a la versión del argumento sistemático como ‘interpretación sedes materiae’. Otras veces, la referencia al sistema ha servido para proceder a justificar las opciones interpretativas en alguno de los rasgos que se atribuyen a un conjunto así ordenado, fundamentalmente plenitud y coherencia38. La interpretación sedes materiae permite atribuir significado a un enunciado normativo teniendo en cuenta el lugar en el que éste se ubica en el contexto del documento en el que aparece inserto. El argumento de la plenitud no sirve directamente para justificar opciones interpretativas, pero sí para dar entrada a los criterios de integración, entre los cuales la analogía desempeña un papel esencial39. El argumento analógico puede encontrar su justificación en la racionalidad –como he señalado, bien del sistema, bien del legisladorpero también en la voluntad y, en uno y otro caso, los resultados pueden ser diferentes. Su fuerza de convicción depende, tal y como ha sido construida la analogía, de cómo se fundamente la semejanza entre los supuestos de hecho y la llamada ‘identidad de razón’. Esto es, tal y como viene siendo entendida, su estructura pasa por la justificación de que 38 TARELLO, G., Interpretazione della legge, ob.cit., que se refiere a la plenitud y la coherencia como criterios independientes, incluye en el argumento sistemático, además del sede materiae, el de la constancia terminológica (lleva a fundamentar que los términos utilizados por el legislador, que se presupone racional, sean interpretados siempre en el mismo sentido) y el argumento sistemáticoconceptual o dogmático (que parte de considerar el sistema como un conjunto organizado de conceptos jurídicos), p. 377. 39 Sobre la analogía, ver ITURRALDE, V., Lenguaje legal y sistema jurídico, ob. cit., pp. 183-192. 13 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca el supuesto no previsto es semejante al supuesto previsto (es el mecanismo ‘inverso’ al que admite la argumentación a contrario) y de que el sistema o el legislador incurrirían en una contradicción teleológica si regulasen ambos de forma diferente -o bien, que el legislador quiso que el nuevo supuesto recibiera el mismo tratamiento-. Por su parte, el argumento a fortiori puede considerarse como una prolongación de la analogía. El argumento de la coherencia supone, como el de la plenitud, una consecuencia de entender el Derecho como un sistema. Tarello muestra la utilidad de este argumento en relación con la conservación de los documentos más antiguos, dado que permite entenderlos de acuerdo con el sentido de las normas más nuevas40. En el ámbito de la interpretación constitucional da lugar al principio de la interpretación conforme. En relación con el argumento apagógico, entiendo que es una consecuencia de la idea de sistema porque, tal y como se utiliza, el carácter absurdo de las consecuencias se valora desde la referencia a la racionalidad. Por la misma razón, el argumento consecuencialista tiene fuerza de convicción cuando las consecuencias de una determinada interpretación son favorables a los valores del sistema. Ambos, por tanto, pueden presentarse como derivados de la exigencia de coherencia y como ella reclaman una toma en consideración del ‘sentido’ del sistema. El carácter sistemático del Derecho ha sido problematizado desde numerosos puntos de vista. Sin embargo, la sistematización se mantiene como un ideal regulativo en la labor de los juristas dogmáticos y prácticos que permite que estos argumentos encuentren una amplia aceptación. De cualquier forma, conviene hacer notar que la estructura de todos estos argumentos, que se presentan como derivados del carácter racional y sistemático del Derecho, no es lógica; se trata más bien de instrumentos retóricos cuyo carácter persuasivo obedece a su tradición en el contexto cultural de referencia41. 2.3.3 El argumento teleológico El fundamento del criterio teleológico es distinto si se utiliza en su versión objetiva o en su versión subjetiva. En su versión objetiva el criterio teleológico no 40 TARELLO, G., Interpretazione della legge, ob.cit.., pp. 362 y 362. 41 TARELLO, G., Interpretazione della legge, ob.cit.., pp. 343-345. Lógica y Argumentación Jurídica difiere del criterio sistemático, por cuanto, si el legislador es racional, también lo es la obra que produce. La concepción del Derecho que está detrás es, en todo caso, racionalista. Existe, sin embargo, un argumento que suele ser utilizado específicamente como derivado de la racionalidad del legislador, es el argumento de la no redundancia. A diferencia de lo que ocurre con la versión de las intenciones subjetivas del legislador, cuando la referencia a los fines del legislador en sede interpretativa lo es a su representación ideal, se difumina el conflicto entre el voluntarismo y el racionalismo -la voluntad creadora del Derecho es racional, por lo que no pudo querer resultados irracionales-. Además, el recurso al sistema permite una interpretación evolutiva junto, como hemos visto, con la conservación de los documentos, mientras que el criterio de la intención del legislador histórico lleva a que prevalezca una interpretación conservadora de los contenidos del Derecho. En su versión subjetiva, este criterio implica una concepción voluntarista y, a mi modo de ver, no difiere del argumento psicológico, conforme al cual el criterio de interpretación relevante son la intenciones del legislador42. A pesar de los problemas que plantea, llama la atención el recurso frecuente en la jurisprudencia a los trabajos preparatorios como instrumento para averiguar una voluntad del autor que, a su vez, permita determinar el sentido de los documentos jurídicos. Ya ha sido planteada, en relación con el criterio literal, la dificultad de referir el significado de la norma a la intención del autor, teniendo en cuenta que no siempre existe una ‘intención del legislador’; pero, además, sobre la fuerza de este criterio cuando se habla de interpretación constitucional, se produce la polémica que afecta al originalismo. Los argumentos que se manejan para rechazar la intención del autor como criterio de interpretación de la Constitución son de distinto tipo. Por un lado se hace referencia a la idea de que, mientras que el legislador puede cambiar una ley cuya interpretación no coincide con su voluntad, en el caso de la interpretación constitucional llevada a cabo por el órgano encargado de efectuar el control esta posibilidad no existe. Por otro lado –este argumento tiene sentido especialmente en relación con la Constitución de los Estados Unidos- resulta difícil atribuir consecuencias interpretativas 42 VERNENGO, R.J., La interpretación jurídica, ob. cit., pp. 65-79, muestra cómo el criterio de la voluntad del legislador real (que es Napoleón) evoluciona para dar paso al criterio que aquí se ha descrito como sistemático. Por otra parte, advierte que el fenómeno es similar en Francia y en Alemania, pp.97 y 98. 15 Rafael de Asís, Mª del Carmen Barranco, Patricia Cuenca a la intención de sujetos fallecidos hace años, que vivieron en unas circunstancias muy diferentes de las actuales43. Cuando, a pesar de todo, se justifica el recurso a este criterio en su versión subjetiva, se hace porque se considera que corresponde al legislador determinar lo que debe ser hecho; que los textos jurídicos constituyen el medio de comunicación mediante el cual el legislador se dirige a los destinatarios para poner en su conocimiento qué debe ser hecho; y, por lo tanto, que el significado del que hay que dotar a los textos depende de la intención del legislador44. A esta concepción se contrapone la que considera que la autoridad no es del legislador, sino del Derecho45. 2.3.4 Los argumentos histórico y sociológico En nuestro contexto cultural los argumentos histórico y sociológico han perdido importancia en relación con los anteriormente expuestos. Únicamente suelen utilizarse para respaldar las decisiones interpretativas que apoyan otros argumentos con mayor fuerza de persuasión que, en todo caso, suelen funcionar como límite. Básicamente, en el contexto del Estado de Derecho parecen tener primacía los argumentos de carácter semántico y sistemático46. G. Tarello sitúa el fundamento del argumento histórico en “la hipótesis de que, a través del cambio de las formulaciones documentales las normas que disciplinan una materia sean constantes”47. En la Exégesis, el recurso a la historia permite reconstruir la voluntad del legislador a través del análisis de elementos como los trabajos 43 Ver, en este sentido, MARMOR, A., Interpretación y teoría del Derecho¸ ob. cit., pp. 220-221 y WALDRON, J., “Legislators’ intentions and Unintentional Legislation”, Law and Interpretation, A. Marmor (ed.), Clarendon Press, Oxford, 1995, pp. 357-404, p. 332. Modifico aquí el esquema que ALEXANDER, L., “All or Nothing at All? The Intentions of Authorities and the Authority of Intentions”, Law and Interpretation. Essays in Legal Philosophy, Clarendon Press, Oxford, 1995, pp. 357-404, p. 365, utiliza en relación con la ‘autoridad’. 44 HURD, H.M., “Interpreting Authorities”, Law and Interpretation. Essays in Legal Philosophy, Clarendon Press, Oxford, 1995, pp. 405-432, p. 405. RAZ, J., “Why Interpret?”, Ratio Iuris, vol. 9, nº4, 1996, pp. 349-363. 45 46 ASÍS, R. DE, Una aproximación a los modelos de Estado de Derecho, ob. cit., p. 138, señala como una exigencia del modelo restringido del Estado de Derecho, “la sujeción al ámbito de determinación semántica por parte del intérprete”. En sentido similar, MÜLLER, F., Discours de la méthode juridique, trad. O. Jouanjan, Presses Universitaires de France, Paris, 1996, pp. 240 y ss., justifica el carácter limitativo del texto “no por razones de Teoría del Derecho o de metodología, sino por razones normativas ligadas al principio del Estado de Derecho”. 47 TARELLO, G., La interpretazione della legge, ob.cit.., p. 368. Lógica y Argumentación Jurídica preparatorios, pero también sirve para dotar de estabilidad al sistema presentando la norma como “consecuencia necesaria del pasado rector”48. Esta actitud es coherente con la concepción del juez como órgano encargado de hacer efectivo el Derecho preexistente. En cierto modo, el criterio sociológico, tal y como es entendido, permite reforzar el carácter predecible de la decisión desde la interpretación literal, sistemática y teleológica: las palabras y la voluntad del legislador deben ser matizadas teniendo en cuenta las nuevas circunstancias sociales49. 48 VERNENGO, R.J., La interpretación jurídica, ob. cit., p. 88. 49 En su formulación original en el ámbito italiano su sentido es otro. Se concibe más bien como método histórico-evolutivo y se fundamenta en la idea de ley como “consecuencia de las condiciones, ideas y necesidades de una sociedad en una época determinada”, PÉREZ ÁLVAREZ, M.A., Estudio del artículo 3.1 del Código Civil, ob. cit., p. 38. En España, sin embargo, el sentido es otro desde el principio; se trata de buscar la interpretación más adecuada de la ley teniendo en cuenta la realidad social. 17