Entrevista publicada en Revista DEF Año 7 N° 83 • Julio 2012 Rusia: veinte años sin comunismo Jorge Saborido “Se formó un capitalismo sin capitalistas” Jorge Saborido, autor del libro Rusia: veinte años sin comunismo, describe su visión acerca de los acontecimientos que marcaron a Rusia en los últimos años y acerca al lector su nueva publicación, un análisis del recorrido que generó controversias y debates a lo largo de la historia, y la revisión de los poderes económicos y políticos de la nueva y occidentalizada nación. Por Patricia Fernández Jorge Saborido, quien sostiene que escribe acerca de lo que le genera placer ya que no espera enriquecerse con sus publicaciones, es autor del libro Rusia: veinte años sin comunismo, el cual describe como una manera de acercar al lector a un proceso muy distante y difícil de comprender. En diálogo con DEF, expuso las hipótesis que plantea a lo largo de su publicación, su fascinación por Rusia y un análisis de la historia de este país, particularmente desde la llegada del capitalismo y la caída de la Unión Soviética. -¿Qué lo lleva a investigar sobre Rusia? -Tengo variados intereses. Hace alrededor de 20 años escribí el primer texto sobre la Revolución Rusa. Es un tema que siempre me interesó, desde la militancia y la experiencia socialista. Hay temas de la historia internacional que me atraen particularmente, este me entusiasmó. -¿Cómo califica la historia de Rusia? -Es difícil de entender para la experiencia occidental. La propia Revolución Rusa tuvo características que se enfrentaban. Desde la experiencia del socialista, esto que se hizo en su nombre fue un fracaso. No un fracaso del socialismo como tal, sino del rumbo que tomó. Hay un historiador que plantea si fue una mala idea o una buena idea que salió mal. Personalmente, me inclino por la última opción: una buena idea que salió mal. -Al hablar de la disolución de la URSS, ¿qué grupos de poder desaparecieron y cuáles continúan? -Hay quienes sostienen que hay una continuidad. Yo creo que dar una explicación unívoca es difícil. Es cierto que hay sectores de la llamada nomenclatura de la jerarquía que de alguna manera se hicieron a un lado y se mantuvieron en la sombra con un poder importante. Por otro lado, están los llamados oligarcas, que aprovecharon la confusión en los últimos momentos del gobierno de Gorbarchov y lo que duró el gobierno de Boris Yeltsin para ganar fortunas sobre la base de negocios que eran ilegales o se desarrollaban en un vacío legal. Es cierto que con la consolidación de Vladimir Putin en el Kremlin hay una continuidad de los funcionarios de la KGB, uno de los cuales era él. Esto se mantiene. En el régimen actual se favorecieron sectores de la nomenclatura, sectores hijos de los funcionarios y gente que viene de fuera y que aprovechó su inteligencia y perspicacia para ingresar. Muchos de estos oligarcas se han quedado al calor de la protección de Putin, como es el caso del presidente del club de fútbol Chelsea, Román Abramóvich. Los que se enfrentaron a Putin están presos o en el exilio, es el caso de Boris Berezovsky por ejemplo. -En el libro usted habla de la caída de la URSS como una “revolución desde arriba”. ¿A qué se refiere? -Quiero decir que se hizo sin consultar a la sociedad. La disgregación fue un impulso de Yeltsin y de la gente que lo rodeaba, no estaba en el pensamiento de la abrumadora mayoría de la sociedad. Sin embargo, hay naciones de la URSS, como los países bálticos, cuyo destino -uno imaginaba- era la independencia porque nunca habían sido de buena gana integrantes. Pero en el resto de las naciones no estaba entre su lucha la desintegración. Incluso hay un referéndum, que se realiza en 9 de las 15 naciones, que manifiesta el apoyo de la mayoría a la URSS. Eso es un indicador de que la revolución se hizo desde arriba, con un puñado de tecnócratas que asesoraron a Yeltsin y, con olfato político, tomaron distancia de la Unión Soviética para levantar la bandera de una Rusia oprimida. Salió bien en ese momento de profunda crisis. -¿Qué opina el ruso medio de esta desintegración? -Yo puedo aportar mi mirada. Hay una generación que no entiende lo que pasó. Vos caminás por las calles de Moscú o San Petersburgo, en donde hay gente pidiendo o venden cosas, y ves que a esos les pasó la historia por encima. Por eso hay tanta nostalgia del régimen, incluso de la época estalinista, en la vieja generación. La nueva generación se acomodó al capitalismo salvaje, pero la vieja vio el desmantelamiento del aparato de seguridad social, del estado de bienestar soviético. Hay gente que nunca había vivido el capitalismo y se formó un capitalismo sin capitalistas. Esto se transformó en un capitalismo de bandidos que aprovecharon la coyuntura. Con Putin, hay un reestablecimiento del Estado, pero no hay un ataque a los oligarcas, excepto hacia aquellos que se opusieron a Putin, es el caso tres personajes: Boris Berezovsky, Vladimir Gusinsky y Mijail Jodorowsky. Son de la primera camada que se enriqueció, se opusieron y quisieron democratizar el régimen; así terminaron presos o exiliados. La sociedad quedó marcada, fue una experiencia con muchas contradicciones, porque había un sistema de seguridad social y que además era tranquilizante. Había muchas cosas positivas. En ese tiempo los rusos se alfabetizaron, se convirtieron en segunda potencia del mundo, muchas cosas ocurrieron en la URSS. Muchas otras fueron aberrantes. Para la izquierda, que nunca había alcanzado de cerca el poder, la experiencia socialista, marcada por seguidores de Marx, era algo atractivo. Hubo una profunda admiración por la experiencia soviética. Ahora parece que todo fue malo, pero entre los 50 y 60, si había una guerra, nadie estaba seguro de que iba a ganar EE. UU. -¿Siguen existiendo tantas contradicciones? -Ahora es un régimen profundamente desigual. Se ha consolidado una casta de gente enriquecida. Con Putin se ha ejercido un cierto control, pero las grandes empresas siguen existiendo. Se ha conformado nuevamente una economía del tipo mixta, con mucha presencia del Estado. Esto no existía en la época de Yeltsin, quien para mi fue uno de los gobernantes más nefastos. En los 90 se vació a Rusia y Yelstin es el máximo responsable. -¿Por qué la economía rusa logra adaptarse? -Lo que ocurre es que es el mayor productor de petróleo y gas natural. Sobre eso han sustentado la recuperación. No hay una industria competitiva. Hay una industria interna que se desarrolló para abastecer ese mercado, y quedan algunos nichos de la avanzada tecnológica de la época soviética, como la nanotecnología. -¿Eso es lo que le permite a Rusia mantener su postura a nivel internacional, como ocurre con su apoyo al régimen sirio? -Ellos también tienen las armas nucleares. Todavía siguen siendo una potencia respetada, aun habiendo pasado por el bache tremendo que fueron los años 90. En ese sentido, Putin es un político que ha sabido utilizar el poder limitado, pero poder al fin, que tiene Rusia para posicionarse o reposicionarse en el concierto de las naciones. Además, Putin es un líder que gana las elecciones con una abrumadora mayoría, él tiene un apoyo masivo. En Rusia hubo democracia en febrero y octubre del 17, después nunca más hubo democracia. Y la democracia es un ejercicio que se aprende, y los rusos no vivieron eso. Por eso para ellos es necesario un liderazgo fuerte. -¿Por qué es tan importante Siria para Rusia? -De alguna manera, es un problema de equilibro de fuerzas. Ellos están en contra del unilateralismo liderado por Estados Unidos. Ellos deploran lo que ocurre en Siria, pero se oponen a la visión norteamericana, porque si les dan un poco de lugar a los Estados Unidos, les instalan los soldados ahí. -¿Qué diferencias, o similitudes, encuentra entre Yelstin y Putin? -Son distintos. Uno puede hablar de la continuidad con respecto a los grupos de poder, pero Putin restableció el poder del Estado, el cual había sido vaciado en la época de Yeltsin. En la época de Yeltsin el sentido de Estado y la capacidad de gobernar se perdieron. Yeltsin parecía un líder autoritario, solía pegar golpes fuertes en la mesa, pero lo cierto es que fue un campo propicio para el enriquecimiento privado y el desmantelamiento del Estado. Rusia ha sido el país que ha tenido un declive tremendo sin haber vivido una guerra en esos años. -¿Qué tipo de líder eligen los rusos? -Ellos buscan un liderazgo fuerte. Me atrevo a decir que Yeltsin tiene más apoyo que Gorbachov. Porque Yeltsin tenía por lo menos una imagen de autoridad, aunque no la ejerciera. Gorbachov era muy occidental, buscaba consensos. Eso es algo que a los rusos les resulta ajeno. Cualquier intento que hizo Gorbachov de volver a la arena política fue un fracaso, porque aún es responsabilizado por el desastre. Lo peor de todo es que no lo fue, el responsable mayor fue Yelstin. -De la Rusia comunista a la actual, ¿cómo cambió culturalmente la sociedad? -Los cambios culturales suelen ser lentos. El influjo del capitalismo es muy fuerte. Yo caminaba por Nevsky, que viene a ser la avenida más importante de San Petersburgo, y que hoy está repleta de carteles de Mango y de Mc Donald’s, y me preguntaba cómo hubiese sido eso sin las manifestaciones del imperialismo cultural. Evidentemente, hay una generación educada en el nuevo entorno político, económico y cultural, pero las viejas generaciones han experimentado pocos beneficios del régimen, el cual asocian al retorno de la violencia y la corrupción. Recién ahora Putin busca recuperar los niveles salariales. Lo de Putin es visto como un revival. Cuando se sale de un régimen, se dice que se pasa por una etapa oscura y después viene la recuperación. Hoy contamos con 20 años de capitalismo y esto marca mucho. Además, el Partido Comunista tampoco reivindica la experiencia comunista; apenas saca un 15% de los votos. -¿Qué características tiene el Partido Comunista actual? -Es un partido en el cual el elemento nacionalista tiene más incidencia que el comunismo. Revindican la imagen de Stalin, no como constructor de la Unión Soviética, sino como triunfador en la guerra. Es bastante confusa la visión de su líder, Vladimir Tikhonov. Yo he leído alguno de sus discursos y él toma distancia del conjunto de la experiencia soviética. Sí revindica a Lenin, pero es muy fácil hacerlo cuando Lenin murió a los pocos años de la revolución. Tampoco ataca a Stalin, él pide ubicarse en el momento histórico. Pero uno también tiene que preguntarse qué hubiese ocurrido en el mundo si los soviéticos se hubieran rendido en Stalingrado. Lo que ocurre es que es muy difícil captar a un electorado joven con esas posiciones de izquierda. Además, carga con el nombre, porque se llama Partido Comunista de la Federación Rusa; hay que cargar con esa pesada historia. El partido es crítico respecto al gobierno y es la minoría aceptada. Su caudal de votos se mantiene estable o con una pequeña declinación. Solo en el 93, en pleno desprestigio de Yeltsin, tuvo mayor poder. Para la gente de la ciudad el comunismo está asociado a las colas, al racionamiento. Hay que destacar que por lo menos las cosas eran accesibles, porque después de la liberación las cosas estaban, pero en vidrieras y prácticamente inaccesibles. -Tras 20 años sin comunismo, ¿se puede hablar de ciertos rezagos? -Los cambios culturales son lentos. Yo creo que la idea de una democracia al estilo occidental es algo reservado a la clase media y a los sectores intelectuales. Pero no es algo que prenda en la sociedad, que busca un liderazgo fuerte y un crecimiento económico. -¿Cómo ve a la economía rusa en el contexto de la crisis mundial? -Rusia es muy dependiente de sus recursos naturales, todavía no ha podido estructurar una alternativa. Si uno observa la riqueza del subsuelo en Rusia, se da cuenta de que es un país al que no le puede ir mal. El tema es aprovechar los recursos que ingresan, por la dimensión de sus exportaciones, para construir una industria más competitiva.