EL PRINCIPIO ANTRÓPICO. LAZOS ENTRE CIENCIA Y RELIGIÓN Dr. Jorge Alberto González Profesor Asociado de Química Inorgánica, Instituto de Ciencias Básicas (ICB), Universidad Nacional de Cuyo. Profesional Principal, Instituto de Investigaciones en Tecnología Química (INTEQUI), CONICET, UNSL e-mail: jgonza@unsl.edu.ar Área 3: La visión de las ciencias: descubrimientos, tecnologías, aplicaciones. Comisión: "Las Ciencias Básicas como disparadoras del diálogo fe-ciencia" RESUMEN La creciente confianza del hombre puesta en la ciencia, que parece que todo lo explica, aleja a muchos de la religión día a día. Sin embargo, desde la propia ciencia surge el llamado “Principio Antrópico” que permite una visión contextualizada de la naturaleza y requiere de respuestas que la ciencia, de momento, no puede ofrecer. Preguntas tales como: ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Puede el Universo contenerse a sí mismo? ¿Cuán preciso debe ser el balance de las 4 fuerzas de la naturaleza para que exista un Universo que permita el desarrollo de la vida en algún momento de su existencia? ¿Por qué es inteligible? ¿Puede la vida haber surgido como un simple epifenómeno de la materia? ¿Cómo se explica la emergencia de la conciencia? Sin duda la mayoría de estas preguntas no tienen respuesta aún, pero son objeto de estudios, algunos de los cuales se plantean en este trabajo. INTRODUCCIÓN La ciencia ha experimentado en los últimos años un crecimiento enorme, ello gran parte debido al desarrollo tecnológico que ha acompañado a la ciencia de manera directa. El desarrollo tecnológico permite a su vez alcanzar mayor conocimiento y de esta manera el proceso se retroalimenta dando como resultado un crecimiento exponencial claramente observable. La sociedad en su mayoría es consciente de este gran avance en el conocimiento científico y pone en la ciencia su total confianza. Puede observarse que, si decimos que un determinado hecho, fenómeno, evento, etc. ha sido científicamente comprobado, nadie dudará de ello. La ciencia logra dar respuestas a fenómenos que antes se pensaban mágicos, misteriosos o milagrosos; nos permite además predecir algo que va a suceder por cuanto las leyes de la naturaleza se cumplen en todo momento y lugar. El desarrollo científico y tecnológico ha permitido, por sobre todas las cosas, mejorar la calidad de vida del hombre, y si bien, aún restan muchas cosas por hacer, sobre todo en enfermedades que aun no se pueden curar, la sociedad piensa y sabe que es solo cuestión de tiempo. Uno de los grandes desafío de la ciencia pasa hoy por la ecología, desarrollar procesos que tengan el menor impacto ambiental sobre el planeta; un planeta que no podría contener a la población actual con sus propios recursos. La sociedad de consumo en la que vivimos y la calidad de vida que nos ofrece el desarrollo científico tecnológico es algo que nadie está dispuesto a renunciar, a pesar de observarse a diario el daño ambiental. Un cambio en la sociedad sobre este aspecto parece utópico, a pesar de la loable lucha de las organizaciones ecologistas. Nuevamente, la sociedad pone su confianza en la ciencia, ya que piensa que el avance científico y tecnológico logrará avanzar en energías limpias, en el desarrollo de materiales con un menor impacto ambiental, etc. Tecnologías amigables con el medio ambiente y que puedan seguir mejorando nuestra calidad de vida. La confianza puesta en la ciencia por parte de la mayoría de la sociedad ha llegado al punto de que, ciertos milagros como las plagas de Egipto, hayan sido objeto de una exhaustiva investigación, llegado a la conclusión de que pudo ser un conjunto de eventos naturales asociados y demostrables. Ante estas evidencias cabe la pregunta ¿dónde está el milagro de Dios?, ¿es que acaso no se ve que fue la propia naturaleza?, esto lleva a muchos a dudar de la existencia de Dios y es entendible que así sea. Se crea así la gran disputa “ciencia o religión” y en esa disputa la religión pierde batallas día a día. El hombre como la gran obra creadora de Dios parece no tener sentido, quedan muy pocos agujeros en el ciclo evolutivo que llevó hasta el hombre. Establecer la existencia de Dios por aquellos agujeros que la ciencia aun no logra explicar, como pretenden muchos creacionistas tales como Ariel Roth en su libro “La ciencia descubre a Dios” es un error fatal, ya que es solo cuestión de tiempo. Todo parece tener una explicación, todo aquello que parecía milagroso, como nuestra presencia en este mundo, hoy la ciencia lo explica y demuestra. Desde el comienzo mismo del universo hasta nuestra realidad actual, todo puede ser entendido y lo que aún no se puede concebir, sin duda, pronto se logrará. ¿Por qué poner a Dios en todo esto si claramente no hace falta?, ¿no sería acaso poner un eslabón más a la cadena? Parece que la religión en este siglo XXI se debilita día tras día y que la catequesis de la creación resulta poco creíble cuando se la interpreta de un modo literal. La ciencia le ha asestado a la religión golpes de knock out y parece estar a punto de quedar fuera de combate. Sin embargo, resulta increíble que desde la propia ciencia surgió hace unos años el llamado “Principio Antrópico”, el cual ha tomado diferentes formas y al menos se conocen hoy 4 definiciones. El Principio Antrópico establece en líneas generales que, si observamos el universo, obviamente existimos y toda teoría de formación del Universo debe llevar a que podamos existir. Esto que parece ser una verdad de Perogrullo, resulta sorprendente a la hora de analizarlo en profundidad, surgiendo así innumerables preguntas que requieren respuesta. DISCUSIÓN La primera y más grande de Las preguntas que surge del principio antrópico es: ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Sin duda responder a esta pregunta formulada por Leibniz desde el punto de vista de la ciencia, resulta imposible como lo han manifestado científicos como Roger Penrose entre otros. La ciencia no puede dar respuesta a este fenómeno a partir de las leyes de la naturaleza. Por otro lado, si bien a la ciencia le corresponde estudiar el “cómo” más que el “por qué”, no tiene porque estar limitada, sino que debe indagar para encontrar respuestas. Nuestro universo, por lo que se conoce hasta ahora, no puede justificarse a sí mismo, debido al principio metafísico fundamental que prima en nuestra realidad espacio-temporal “de la nada, nada sale” (ex nihilo nihil fit). De allí que, el comienzo (pero no origen) de universo, para la ciencia, solo puede ser considerado a partir del tiempo de Planck (10-44 seg); donde, en una forma muy diferente, extremadamente pequeña (menor que el núcleo de un átomo) y extremadamente caliente, el universo hace 13.700 millones años ya existía. Retroceder mas no es posible para la ciencia y llegaríamos a lo que la física llama una singularidad. Un punto donde nada existía ni el espacio ni el tiempo. Por ello no tiene sentido hablar de un antes porque el tiempo no existía, ni en qué lugar, porque el espacio tampoco existía. Para intentar dar respuesta a este interrogante, se requiere trasponer el mundo natural y llegar así, a aquello que pueda concebirlo. Algo que ya no es un acto de fe, sino una posibilidad que la ciencia se plantea y que daría una explicación satisfactoria a la existencia del universo. Otras preguntas que surgen del principio antrópico son: ¿De dónde provienen las leyes físicas y por qué son lo que son? ¿Cómo es posible que exista semejante universo con solo 4 fuerzas? ¿Cuán preciso debe ser el balance de las mismas? ¿Cómo es posible que el universo tenga características, no impuestas por ninguna necesidad física previa, gracias a las cuales es posible la vida inteligente, en al menos nuestro planeta? Y sin duda una de las mas sorprendes para la ciencia es ¿Por qué el universo es inteligible? Responder a estas y otras tantas preguntas ha llevado a físicos, filósofos, biólogos, cosmólogos, etc. a plantearse, desde la ciencia y la razón, la gran pregunta del hombre a lo largo de toda su historia: ¿será que existe un creador? El término creación (sin hacer especificaciones del creador) se instala cada vez más en el lenguaje de la cosmología. No hay manera de demostrar la existencia de Dios desde la ciencia, pero el asombroso ajuste de las leyes físicas que da cuenta de porque llegamos a existir, queda fuera de cualquier capacidad de imaginación. Se han realizado números estudios y simulaciones en grandes ordenadores para ver qué pasaría con el universo si modificamos algunas de sus constantes físicas en alguna pequeña proporción. Qué pasaría si variamos algunas de sus 4 fuerzas (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil) en una pequeñísima magnitud. El resultado es siempre el mismo, no se forma un universo tal y como lo conocemos y la vida no es posible que se desarrolle. ¿Qué tan exacta debe ser la combinación de constantes físicas para que la vida se desarrolle en al menos algún lugar del universo? Algunos cálculos dan la espeluznante cifra de 10-120, éste es un número inimaginable, 120 cifras decimales en la exactitud. Basta con solo pensar que la cantidad de átomos que hay en el universo es de 10 78. ¿Puede semejante precisión ser obra del azar? Ariel Roth lo ilustra con un buen ejemplo. Si caminamos por una selva densa y caótica, en la que nos abrimos el paso con esfuerzo y de pronto llegamos a un lugar que es un jardín bello y ordenado, sin duda que pensaremos que es obra de un jardinero, aunque no esté presente para saludarlo. Tratar de justificar este sorprendente ajuste del universo como obra del azar, resulta difícil de aceptar, significaría que somos extraordinariamente afortunados. Por lo tanto, este hecho inobjetable, ha llevado a muchos “no creacionistas” a considerar la posibilidad de infinitos universos en los que, sería aceptable que en uno de ellos, se dio el balance exacto para cumplir con el principio antrópico. Este razonamiento es válido, sobre todo desde el punto de vista mecánico-cuántico, aunque muy lejos del principio conocido como “navaja de Ockham” si se lo compara con la creación. Sin embargo, aunque los infinitos universos sean factibles, no se resuelve el problema, ya que surge de nuevo la pregunta ¿Por qué todos y cada uno de ellos? Por otro lado, como ha sido mencionado por Roger Penrose, es mucho más probable que, en un universo caótico se forme un sistema solar con condiciones para la vida, a que todo el universo esté tan perfectamente ajustado como en el que vivimos. En definitiva es mucho más probable existir por obra del azar en un sistema caótico y solo mínimamente ordenado a escala del sistema solar, a que todo el universo esté ordenado desde un principio y haya llegado, por ese balance exacto, hasta un sistema solar como en el que vivimos. Como no observamos un sistema desordenado mas allá de nuestro sistema solar, la posibilidad de infinitos universos que justifique el principio antrópico va perdiendo sustento. Si bien el balance exacto de las 4 fuerzas de la naturaleza permite la existencia de los componentes y condiciones para la vida en algún lugar y momento de la existencia del universo, es justamente la vida lo más sorprendente de todo y de ella, el hombre es el más sorprendente y majestuoso. ¿Qué es la vida y cómo se originó? Es un paso previo muy difícil de explicar para llegar hasta el hombre. Numerosos estudios y experimentos han sido realizados para tratar de explicar el origen de la vida en nuestra tierra primitiva, y aquí parecería está el punto central de conflicto entre creacionistas con su base religiosa y no creacionistas que atribuyen a la naturaleza y sus leyes, la existencia de la vida. Durante muchos años se ha tratado de explicar la vida de un modo reduccionista, o sea, a partir de sus componentes básicos; entre ellos se destacan los trabajos del ruso Alexander Oparin y el estadounidense Stanley Miller. Sin embargo la complejidad de la vida, aún en sus formas más simples, ha ido dejando de lado el reduccionismo y ha llevado a un enfoque más holístico de la vida. Entre ellos se destacan los trabajos de Stuart kauffman sobre sistemas complejos no lineales, auto-organización y emergentismo. Este último enfoque parece estar más en concordancia con la selección natural de Charles Darwin y de hecho se complementan. No cabe duda, que el comienzo de la vida es algo tan complejo que probablemente estemos todavía muy lejos de encontrar los mecanismos que expliquen su formación. Quizás muchas de las teorías que existen estén bien encaminadas y se complementen, pero es muy probable que aún falte conocimiento esencial. No obstante, surgen en esto la pregunta. ¿Surgió la vida como una auto-organización de la materia por procedimientos naturales, o hubo en algún momento una acción divina que llamamos milagro? Este es un punto de conflicto clave, ya que la vida es demasiado compleja para pensarla como un epifenómeno de la materia simple y claro, o que pueda observarse fácilmente. Como ya se mencionó, las teorías reduccionistas en este sentido están prácticamente dejadas de lado. Los estudios de Kauffman sobre auto-organización y emergentismo junto a los del premio Nobel Illia Prigogine sobre estructuras disipativas, han demostrado que la naturaleza tiende a auto-organizarse en condiciones conocidas como, límite del caos. Estos sistemas, termodinámicamente alejados del equilibrio y que interactúan con una fuente de energía, tienen la sorprendente característica de disipar parte de esa energía aumentando su complejidad en vez de su entropía. La inestabilidad de Benard-Marangoni es una prueba simple de laboratorio, que demuestra este comportamiento de la materia. Por esta notable característica de la materia, las causas que habrían producido la vida según Kauffman, dependerían de la ontología misma de la materia. Estas propiedades ontológicas conducirían a promover un auto-movimiento hacia la complejidad organizada. Sobre este aspecto, Kauffman se abre también a los factores cuánticos y ofrece una imagen auto-creativa y sacral de la naturaleza, sin llegar a aceptar el teísmo tradicional. Recordemos que el principio emergentista establece que una unidad holística R(A, B, C) no puede, ni siquiera en principio, ser deducida del conocimiento más completo de las propiedades de A, B y C aisladamente o en otras unidades holísticas que no sean de la forma R(A, B, C). Este comportamiento de algún modo pre-establecido pero que ignoramos de la materia podría llegar a explicar la complejidad irreducible de los seres vivos mencionada por Michael Behe en su teoría de diseño inteligente. El físico y sacerdote anglicano John Polkinghorne atribuye este comportamiento de la materia a información subyacente en el universo. Esto sería una ley única, última e irreducible, que espera ser descubierta por lo que, queda mucho por seguir investigando. Cabe aquí la reflexión del no creyente y que es razonable; si seguimos viendo que todo puede explicarse por procesos naturales, ¿Por qué insistir en poner a Dios en todo esto? La naturaleza puede ser el relojero ciego de Richard Dawkins, no sabe lo que hace, pero la selección natural descarta y crea el camino. Por lo que vimos en el párrafo anterior, ese relojero, inmerso en la propia naturaleza, parece tener la información de las unidades holísticas. Sobre ese pensamiento se pueden hacer grandes razonamientos filosóficos que escapan al objetivo de este trabajo. Solo cabe aquí reflexionar sobre el siguiente punto. La base fundamental del principio antrópico es que el hombre existe y es por sobre todo, consciencia en el universo, aquel que puede observarlo. Mientras escribía este párrafo, mi gato se refregaba entre mis piernas. Lo tomé entre mis brazos y pensé, este un ser holístico extremadamente complejo y maravillosos, producto de millones de años de evolución, pero ¿podría el gato preguntarse sobre el principio antrópico? Surge entonces otra gran pregunta ¿Por qué emergió la consciencia en la naturaleza? ¿Por qué el hombre? La consciencia es sin duda el máximo logro de “la naturaleza”, aquellos que nos permite saber que somos, que existimos, aquello que es difícil de explicar de algún modo, pero que todos entendemos cuando decimos yo soy; ese yo que está en el universo, que lo percibe y que interactúa con él. Pensemos, ¿lo que percibimos del universo como seres conscientes, es verdaderamente tal cual? Por ejemplo, lo que percibimos como un color no es otra cosa que ondas electromagnéticas que inciden sobre nuestra retina y que nuestro cerebro las procesa como un determinado color. Pensemos incluso que, ciertos colores como el fucsia, no tienen una longitud de onda propia sino que son el producto de la combinación de varias de ellas y que nuestro cerebro la procesa como fucsia. Pero entonces ¿no existe el color en la naturaleza? La respuesta es un contundente, no existe, solo existe en nuestra mente. Entonces, ¿cómo sería el universo, la materia sin el uso de los sentidos que le dan la forma y aspecto?... simplemente campos de fuerzas y multiplicidad. Nuevamente surgen otras preguntas, pero desde un punto de vista ontológico de la consciencia ¿podemos también buscarla como un epifenómeno de la materia?, ¿Se puede seguir insistiendo en un análisis reduccionista hasta llegar a las 4 fuerzas de la naturaleza, a los campos de fuerza y multiplicidad? No parece ser el camino, pero lo que sí sabemos, es que la consciencia ha emergido en este universo y es la base fundamental del principio antrópico. Una visión filosófica sobre el principio antrópico (algo que todos tenemos permitido hacer aunque no seamos filósofos) conduce al siguiente razonamiento. Todo aquello que es, es, y por lo tanto tiene razón para ser (principio de razón suficiente). En un universo que cambia y evoluciona, todo aquellos que es, es porque puede ser, en algún momento de su existencia. Queda entonces por pensar que la conciencia era una de las bolillas en el bolillero de posibilidades hacia donde podría haber derivado el universo. En un universo sin Dios, aquel que verdaderamente es, sin las limitaciones de nuestro universo espacio-temporal ¿Cómo el azar pudo haber dado la consciencia, algo que ontológicamente es y por sobre todo sabe qué es? ¿Puede el azar tener la capacidad de razón suficiente? ¿Cómo pudo haber tenido la bolilla de la consciencia en su bolillero de posibilidades? Pensemos un universo sin Dios, que de algún modo desconocido existe como campos de fuerza y multiplicidad. Ese universo no puede saber de sí mismo porque eso implica consciencia. Resulta difícil explicar cómo emergió la consciencia de algo que no tiene capacidad de saber de sí mismo y por ende, de lo que es la consciencia. Está claro que la consciencia estaba antes y es Dios, aquel que verdaderamente es, y por lo tanto, el hombre, que es consciencia en un mundo natural, debió ser creado a imagen de Dios. El gran punto de confusión es sin duda la enorme y maravillosa majestuosidad de la naturaleza y que debido a su inteligibilidad, parece no necesitar de nadie más. Sin embargo, está claro que ésta es tal, porque debió ser ajustada al máximo para dar cumplimiento al principio antrópico. ¿No es acaso la naturaleza el soporte, el medio, la herramienta que utiliza Dios?, pensemos que son solo campos de fuerza y multiplicidad, pero su inteligibilidad es sorprendente y majestuosa, todo parece estar perfectamente concatenado para que lleguemos a existir. Esta sorprendente conclusión llevó a científicos como Albert Einstein a preguntarse ¿Habrá tenido Dios otra alternativa para crear el universo? Está claro que esa razón suficiente solo la conoce Dios. Surge otro gran interrogante sobre Dios, ¿Es Dios, ese creador, esa gran mente hacedora una Deidad que sienta las bases de su creación, puso el soplo de vida en el instante mismo de Big Bang y luego deja que todo surja naturalmente, o es Dios un ser que se da a conocer? La respuesta al último punto la tiene la religión. Pero en cuanto a su creación, si bien su intervención puede darse en cualquier momento y lugar, se destaca la kénosis de Dios en cuanto a las leyes de la naturaleza. Por lo tanto, volviendo a la pregunta que tanto divide. ¿La vida habrá surgido por procesos naturales o hubo milagro en algún momento? En verdad que este punto, resulta ahora irrelevante, ya que Dios pudo haber intervenido si hacía falta. Sin embargo, coincidiendo con la opinión de Francis Collins, un Dios tan maravilloso, no debe haber tenido necesidad de corregir su creación para que nazca la vida. Las bases del principio antrópico pueden claramente haber estado impuestas desde el instante mismo del Big Bang. Los relatos bíblicos muestran grandes milagros, algunos que pueden ser explicados por la ciencia y otros como la transustanciación o la multiplicación de los panes y peces no pueden explicarse, al menos hasta ahora, en este universo de espacio tridimensional y temporal en el que vivimos. ¿Cómo interviene Dios en el universo?, ¿Cómo logra manipular las leyes de la naturaleza?, ¿estaremos en un universo abierto? Los estudios físicos sobre acoplamiento cuántico indican que un universo abierto es factible, que la consciencia define la realidad y a su vez es parte de la misma, algo que Jean Guitton define como metarealismo. A medida que avanza la ciencia logramos conocer un poco más, pero otro gran número de interrogante se abre. Resulta sorprendente que este universo inteligible, con un factor de incertidumbre cuántica y sobre todo aliado con una ciencia ontológica, misteriosa y maravillosa como es la matemática pueda cumplir con el principio antrópico. CONCLUSIÓN ¿Podrá la ciencia en su constante avance llegar a conocer como Dios creó el universo? ¿Cómo hace, para direccionarlo u obrar un milagro? Todo lleva a pensar que Dios no contradice a la naturaleza, conoce la manera de llevarla a su objetivo y a su voluntad; tiene la manera de hacerlo sin contradecir sus leyes. Es capaz de direccionar su capacidad auto-organizativa por algún mecanismo o siguiendo información pre-establecida ¿Podremos alguna vez saber como lo hace o dónde está esa información? … quizás no se llegue, pero a medida que avanzamos en el conocimiento científico, sin darnos cuenta, nos acercamos cada vez más al conocimiento de Dios, a esa majestuosidad que no puede caber en la mente humana, llegando inevitablemente a la conclusión final. Señor, que maravillosa es la obra de tus manos y cuan grandiosa es la capacidad que le diste al hombre de observarla entenderla un poco más cada día, admirarla y por lo tanto admirarte.