El dominio de sí mismo "El dominio de sí mismo es la raíz de todas las virtudes, cuando un hombre da rienda suelta a sus impulsos y pasiones, pierde instantáneamente su libertad moral" El esfuerzo que realice el ser humano por conocerse a sí mismo, es el mejor camino que tiene para acercarse al conocimiento de las leyes Universales que rigen nuestro universo. Mediante el análisis de sus pensamientos y sentimientos, con sinceridad y serenidad, podrá saber con qué factores cuenta para espiritualizarse. La toma de conciencia de su verdadera personalidad, con todos sus errores y debilidades, con todas sus bondades y grandezas, será un paso sumamente positivo para su realización individual. El deseo de afirmarse en el bien, de procurar superarse, de tornarse más noble, más generoso, más comprensivo, todas esas virtudes deseadas ardientemente, promueve en el ser, una constante acción de superación. Pero el anhelo por sí sólo no alcanza, se hace entonces necesario comprender que el dominio del carácter requiere de un control constante que se debe ejercitar a diario, en las distintas circunstancias del vivir. Ello facilitará el trato con los semejantes e impregnará las palabras de mayor tolerancia y consideración. Esta equidad en las relaciones implica un proceso constante de autocontrol que debe emanar de una profunda convicción de los valores humanos que residen en todo ser, y que lo promueven a niveles de convivencia más armónicos y felices. El verdadero conocimiento de sí mismo, es una de las cosas más difíciles de lograr en la vida moral del ser humano, pero vale la pena intentarlo y ser consecuente en la búsqueda de aquellos aspectos positivos de personalidad, que servirán de fuerza y apoyo en los avatares de la existencia. El ejercicio del autocontrol tan necesario en una sociedad nutrida de numerosas relaciones interpersonales, se impone con el vigor no sólo de una necesidad social sino moral, de respeto a uno mismo y a los demás. Este respeto comienza por no concederse violencias ni impulsos pasionales que atenten contra la convivencia armónica o sean motivo de mortificación a los demás, porque la agresividad revestida en los gestos y las acciones sólo conduce a más agresión y humillación. En cambio, la palabra firme y suave, es más persuasiva que un grito malhumorado e irradia un sentimiento de comprensión y unificación que fortalece los vínculos familiares y sociales. La disciplina moral actúa como fuerza de una ley natural que moldea y cristaliza el carácter hasta que la vida lo transforma en hábito y entonces, su dominio es espontáneo y natural. El ser humano ya no será esclavo de su forma temperamental de actuar y tendrá, en una medida, más libertad moral para decidir cómo hacer o decir las cosas, sin el arrebato de los personalismos, pero sí con la conciencia serena del bien que se comprende y que es necesario expresar más serenamente. En la reflexión y la meditación que se realiza en la intimidad, se encontrará seguramente, la fuerza, la confianza en si mismo y la sabiduría necesaria para perseverar en los buenos propósitos de controlar el carácter y descubrir entonces, la dimensión divina que todo ser humano lleva dentro y en consecuencia, proponerse metas concretas de evolución, en el intimo convencimiento de que esta preparado para conseguirlas.