TESTIMONIO Un relato sencillo pero conmovedor de la búsqueda desesperada de la única Verdad . “DEL TEMOR A LA FE” por ANA MUNERA RUBIO Nací en un pueblecito llamado Hornos, de la Sierra de Segura (Jaén), en el seno de una familia católica, que, como muchas otras, profesaba esa religión por tradición. En este pueblo, como en casi todos los de España, el catolicismo goza de mucho poder, y se ha implantado heredándose de generación en generación, de padres a hijos. Falsa religiosidad. En esta religión se permiten cosas increíbles, tales como hacer creer a la gente que un niño, por ser bautizado, sea ya un hijo de Dios. Sin embargo, ¿qué cambio espiritual puede hacer esto en su vida? Los niños que hacen la comunión ¿están preparados? En la catequesis, el estudio de la Biblia se pasa por alto y ni se conoce la Ley de Dios tal como está escrita en la Biblia (ver Éxodo capítulo 20). Se pone la tradición eclesiástica por encima de todo, hasta de la Palabra de las Santas Escrituras. Por otra parte, en la sociedad actual no hay temor de Dios. Se le menosprecia porque en esta sociedad de consumo en que vivimos su lugar lo ocupa el dinero. Poco a poco me di cuente de lo vacía que me sentía. Todo era un rito exterior y frío que me iba alejando espiritualmente más y más. Harta de mi rebeldía, de intentar llenar ese hueco con placeres de los ojos y cosas materiales, creyendo alcanzar así la felicidad, caí en un círculo vicioso que me esclavizaba. ¡Qué desengaño! Anciana. Tengo que hacer mención de una mujer anciana de mi pueblo, Clotilde. Siempre será digna de mi admiración por lo que ha sufrido en la vida y por su fe siempre firme. Pues a ella le tocó vivir en una época en que la libertad de expresión se pagaba bien cara. Tuvo que superar una prueba tan dura como la de renunciar a sus hijos por no negar a Dios, con todo el pueblo en contra. Y salió victoriosa, recuperando a sus hijos, porque se agarró a la mano del Señor, depositando toda su confianza y esperanza en Él. Como ya he dicho, ante aquel desengaño y vacío experimentado, empecé a visitarla y a recibir los buenos consejos que ella me daba. Siempre me decía: “En la Biblia está todo y tan claro.” ¿Qué perdía por probar? El Heraldo. Pero un día, paseando por el mercadillo del pueblo donde actualmente resido, mis ojos se fijaron en una mesa de libros expuesta por el pastor evangélico de la zona y, a pesar de todos los prejuicios divulgados, acusando a éstos de secta y un sin fin de mentiras acerca de su doctrina, sentí una fuerza interior que me llevó a acercarme, y se me entregó un ejemplar del El Heraldo. Lo leí. Había un artículo en que se invitaba a los que se consideraban “cristianos no practicantes” a meditar acerca de una serie de preguntas. Esto fue la gota que colmó el vaso. Se citaban unos versículos (creo recordar) en Mateo 7:21, 23: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos... Y entonces les declararé: nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad.” Llegué a cuestionarme si conocía yo al Dios verdadero. Mi dios era ficticio, creado a mi antojo, porque su Palabra nunca me había molestado en leerla hasta hacía poco. Igual que los de la iglesia de Laodicea, estaba ciega espiritualmente, no era “ni fría ni caliente”. En Apocalipsis 3:16 dice: “Pero por cuanto no eres frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Empecé a temer por mi vida: si moría, ¿qué excusa le podría dar al Señor? Búsqueda. Desde ese momento quise buscarle de verdad. Mi interés en leer la Biblia había crecido mucho. Conseguí una cita con una creyente auténtica y, a través de su testimonio, explicándome el Evangelio, obró Dios en mi corazón y me convertí. Me di cuenta de mi condición de pecadora y de que el único que podía salvarme era el Señor Jesucristo, por lo que lo acepté como Salvador, Redentor y Señor mío. Ahora tengo en Él la paz y la tranquilidad de mi alma que tanto buscaba. Si estás perdido, búscale tu también de corazón. Él es el único mediador que tenemos para acercarnos a Dios. La Biblia, en 1ª Timoteo 2:5, nos dice: “Porque hay un sólo Dios, y un sólo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.” Él nunca nos falla. En Él hallarás la salvación de tu alma. Lee el Evangelio. En Juan 20:31 nos dice: “Pero éstas (cosas) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.” (Publicado en “EL HERALDO DEL PUEBLO”, julio-agosto 1999)