Relativización y riesgo de la riqueza (Martín Descalzo) Al señalar que Jesús «prefiere» como amigos a los pobres no estamos diciendo que «excluya» a los ricos. Jesús, enemigo de toda discriminación, no iba él a crear una más. En realidad Cristo es el primer personaje de la historia que no mide a los hombres por lo económico sino por su condición de personas. Así, es un hecho que no faltan en su vida algunos amigos ricos con los que convive con normalidad. Si al nacer eligió a los pastores como los primeros destinatarios de la buena nueva, no rechazó, por ello, a los magos. Y si sus apóstoles eran la mayoría pescadores, no lo era Mateo, que era rico y tenia mentalidad de tal. Y Jesús no rechaza invitaciones a comer de los ricos, acepta la entrevista con Nicodemo, cuenta entre sus amigos a José de Arimatea, tiene intimidad con el dueño del cenáculo, gusta de descansar en casa de un rico, Lázaro, y, entre las mujeres que le siguen y le ayudan en su predicación figura la esposa de un funcionario de Herodes. Tampoco recusa el ser enterrado en el sepulcro de un rico. ¿Doble juego? ¿Inconsecuencia? Habrá que ir más allá de .las apariencias. Aquí nos encontramos con la enseñanza central de Cnsto en lo económico: la relativización del dinero. A Jesús le interesa mucho más cómo se usa lo que se tiene que cuánto se tiene y, sobre todo, le importa infinitamente más lo que se «es» que lo que se tiene. Porque valora lo relativo de las riquezas Jesús no es un adorador romántico de la pobreza. No se puede. en nombre del evangelio -escribe Congar- canonizar de algún modo la pobreza en el sentido económico de la palabra. Y puntualiza así esta afirmación: En las enseñanzas de Jesús no se trata de la pobreza como pura situación material. Entre el fariseo y el publicano, es más bien el publicano quien se encontraría, económicamente, en situación de posesión. El ideal no es lo que le debe faltar a uno, sino que este libre respecto de la abundancia o de la privación y, sobre todo, que tenga en el alma esa actitud de esperanza y de deseo, de disponibilidad a la gracia, de desapropiación y de total y confianza dependencia, que es la de los «pobres de Yahvé»... La pobreza material, la desnudez, la condición humillada no son mas que «disposiciones» posiblemente felices, pero que podrían también crear reacciones de amargura y de envidia, de rebelión y rechazo, que serian, a su vez, tan contrarias al evangelio como la dureza de corazón, la suficiencia, la ingratitud y el orgullo del rico que se dispensara, por su riqueza, de cifrar su confianza en Dios. Se hallan no obstante, entre la gente pobre las disposiciones de no posesión, de la acogida y de la distribución que están como naturalmente ligadas al evangelio. y otro dato habría que añadir aún. Y es el que señala Tresmontant: Jesús no invita a renunciar libremente a la riqueza y a la propiedad, para desembocar finalmente en el vacío y en la nada, recomienda la renuncia a las riquezas, con el solo fin de conseguir una riqueza infinitamente mayor. Jesús no apunta a la nada, Sino al ser. Lo que el enseña no es el sacrificio por el sacrificio en sí, sino las condiciones existenciales y ontológicas para acceder a una riqueza infinitamente mayor. Hechas estas dos puntualizaciones necesarias, podemos ya añadir, sin riesgo de ser mal interpretados, que, aunque es cierto que Jesús no hace discriminaciones económicas, es evidente que no valora lo mismo la pobreza que la riqueza. . Ser pobre, para él, no es lo mismo que ser bueno. Pero, efectivamente, en su lenguaje, el adjetivo «pobre» es casi, ya por sí solo, un elogio: es una «pobre» viuda la que es la más generosa (Mc 12,42); es el «pobre Lázaro» el que se salva (Lc 16, 20). Y nunca oculta que lo verdaderamente novedoso e importante de su misión no es tanto «anunciar el Reino», cuanto «anunciar1o a los pobres» (Mt 11, 5; Lc 4, 18; 7, 22). O que el signo visible de su seguimiento es «vender los bienes y darlos a los pobres» (Mc 10, 21; Mt 19, 21). Y en sus bienaventuranzas apostará radicalmente por la felicidad de los pobres. Y aunque sea justo recordar que no sólo se refiere a la pobreza material, hay que cuidar de no engañarse con una supuesta «pobreza espiritual», sobre todo si se tiene en cuenta que de las 94 veces que se habla de pobreza en los evangelios, en 93 casos se refiere a la pobreza-pobreza y sólo en uno se refiere a la pobreza interior. Pero aún más neto que el elogio de la pobreza es el anuncio del peligro y riesgo de las riquezas. Aquí la palabra de Jesús no se anda con rodeos. Para Jesús la riqueza no es el mal en sí, pero le falta muy poco. Prácticamente, no se puede amar a Dios y a las riquezas (Mt 6, 24; Lc 16, 13); la riqueza casi inevitablemente ahoga la palabra de Dios (Mt 13,22); es sinónimo de «malos deseos» (Mc 4, 19), es uno de los grandes enemigos de la semilla evangélica, junto a las preocupaciones y los placeres (Lc 8, 14). El que atesora riquezas es sinónimo del condenado (Lc 12, 21). Cuando el buen joven no es capaz de seguir a Jesús es porque está atrapado por la «mucha riqueza» (Lc 18, 23). La riqueza es «injusta» (Lc 16, 19) Y quienes la poseen no tienen más remedio que ser arrastrados por ella: los convidados que han comprado un campo «tienen» que ir a verlo. Y siempre hay en la palabra de Jesús una caricatura burlesca cuando habla de los ricos: visten de púrpura, se pasan el día banqueteando, son crueles y tiránicos. Por eso les será tan dificil la salvación. Hará falta un verdadero milagro de Dios para que lo consigan (Mt 19, 23; Mc 10, 25; Lc 18, 25). ¿Qué es todo esto? ¿Demagogia? ¿Lenguaje de un pobre refiriéndose a lo que no puede alcanzar? Esta forma de oposición y de enemistad a Dios viene representada, de una forma alevosa, por Mammon, que es la propiedad terrena, la acumulación de bienes y de tesoros, en suma, toda clase de posesiones. Dios y Mammon (las riquezas) reclaman al hombre entero cada uno por su parte. Dios quiere ser amado y servido «con todo tu corazón». Y la experiencia dice que la riqueza absorbe al hombre entero: dinero acumulación, ganancia, codicia, encadenan al hombre, absorben sus fuerzas, dominan su vida: cada uno de los dos amos y señores exigen en cada momento un servicio y entrega totales. Por otra parte, nadie es capaz de prestar tal servicio simultáneo a dos señores. No es posible un compromiso doble. Se exige una decisión: servir a Dios «o» servir a Mammon (V. Casas). La crítica de Jesús a la riqueza se basa, efectivamente, en el poder totalizador de ésta. Al conocimiento radical de que «allí donde está tu tesoro está tu corazón» (Mt 6, 21). Porque la riqueza es y quiere ser señora absoluta de aquél a quien posee. Lo señala aún con mayor radicalismo Tresmontant: En las enseñanzas de Jesús sobre las riquezas se trata de algo muy diferente a un problema social y económico. Se aborda un problema de ontología o, más exactamente, de ontogénesis. El rico se halla entorpecido por la riqueza a la que está apegado. No puede, en semejante estado, acceder a la economía de esa aventura desgarradora que es la génesis de una humanidad nueva, capacitada para participar en la vida divina. El rico está fijado en la riqueza, como el hijo en su madre. Para hacerse adulto, debe aprender a abandonar a quienes son su padre y su madre: sus riquezas. Y esa es la razón por la que el rico tiene que «volver a nacer», por la que sólo por un milagro de Dios se salvará. En la práctica la conversión a Dios le supone una ruptura -o en el tener o en el modo real de tenercon el Dios dinero. Por eso, porque rompió con el dinero, pudo convertirse Zaqueo. Por eso la conversión fue imposible al joven rico: porque siguió apegado a él.