Incertidumbres persistentes Resultados que no despejan dudas Aunque debe esperarse algunos días para conocer los resultados oficiales de la segunda vuelta electoral peruana, no cabe duda que Alan García es el nuevo Presidente de la República que asumirá el mando del país el próximo 28 de julio. El triunfo aprista era esperado, teniendo en cuenta la manera como había evolucionado la intención de voto registrada por todas las encuestadoras de opinión durante las semanas previas. Si bien las distancias estaban acortándose, dando motivo al desencadenamiento de una guerra de rumores que, incluso, condujo al candidato Ollanta Humala a plantear la posibilidad de un supuesto fraude que favorecería a su oponente, lo cierto fue que resultaba muy difícil que este último pudiera remontar las diferencias que se habían establecido desde el inicio de esta fase culminante de las elecciones peruanas. Finalmente, Ollanta Humala no pudo hallar una fórmula discursiva adecuada para atraer a aquellos que no habían votado por su candidatura en la primera vuelta. Planteada la encrucijada de continuar o amenguar el sentido radical de sus propuestas, prefirió lo primero evitando perder los votos obtenidos el nueve de abril, pero también cancelando sus posibilidades de ampliar el espectro de sus electores, la única manera posible que tenía para ganar a García. Agregado a estas dificultades, Humala debió lidiar con las inoportunas intervenciones a su favor del presidente venezolano Hugo Chávez, cuyo efecto más visible fue el refuerzo del temor que suscitaba el militar peruano a los votantes conservadores y surtir de medios a una prensa que, en gran medida, le era bastante adversa. De otro lado, la gran experiencia política de Alan García le permitió salir airoso de esta nueva prueba. Arrastrando el enorme pasivo del desastroso gobierno que condujo entre 1985-1990 diseñó una estrategia simple: evitar exponerse en demasía y dejar que su oponente –quien era el que debía demostrar como gobernaría- cometiera errores y entrara en contradicciones dada su evidente inexperiencia. En este sentido, si las opiniones vertidas por el presidente Chávez fueron negativas para Humala, el candidato aprista las aprovechó para establecer como eje de su campaña una tensión regional andina que puso de lado el protagonismo del nacionalista y, a su vez, le sirvió para acortar la alta desconfianza que provocaba su figura en el sistema hemisférico. Así, cuando empezaron a mostrarse los resultados del ballotage peruano se pudo comprobar que ambos candidatos habían repetido de alguna manera los éxitos y fracasos electorales que cosecharon en la primera vuelta. Es decir, el aprismo volvió a mostrar su tradicional solidez en las regiones de la costa norte, mientras que el humalismo renovó la amplia aceptación que tiene en la sierra sur, la región más pobre y marginal del país. Entonces, tal como se sospechaba, la batalla decisiva sería la que se entablaría en Lima, que concentra un tercio del electorado nacional y en donde el triunfo en la ronda del nueve de abril había sido para la conservadora candidatura de Lourdes Flores. En la ciudad capital se impuso la tesis del “mal menor” y García ganó allí con un amplio margen de diferencia sobre su oponente. Sin embargo, los resultados finales de las elecciones generales no están sugiriendo una próxima coyuntura política fácil de manejar. Por el contrario, tanto García como Humala obtuvieron en términos reales porcentajes muy bajos como para suponer que por sí solos podían gobernar sin la convocatoria de las otras fuerzas políticas. Más aún cuando el sistema político peruano ha reiterado su propensión al fraccionalismo y ninguno de los partidos representados en el nuevo Congreso puede asegurar que sus integrantes se mantengan en sus grupos originales. En los meses siguientes seguramente veremos intensas negociaciones que pueden cambiar la actual fisonomía del Parlamento pero, sin duda, tanto la Presidencia de Alan García como el bloque opositor que se configure serán bastante débiles y mucho de lo que hagan o dejen de hacer se verá reflejado en las elecciones regionales y municipales programadas para noviembre próximo. Por lo pronto, un asunto bastante problemático que deberán manejar desde ya será la ratificación del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Mientras Humala ha sido enfático en su negativa, los apristas han dejado abierta la posibilidad de apoyarlo bajo ciertas condiciones y tal vez decidan usar la fuerza que tienen en el actual Congreso para proceder en este sentido, en tanto liberaría a García del pasivo político que podría generarle apenas instalada su segunda administración. Una segunda interrogante es la posibilidad de la sobrevivencia política de Humala luego de su derrota. La manera como planteó su acción hace suponer una difícil situación en tanto las extremas debilidades organizativas y programáticas que mostró. En todo caso, el largo camino que deberá transitar hasta el 2011, cuando se lleven a cabo las nuevas elecciones generales, exigirá que vaya perfilando una propuesta coherente y realizable para consolidarse como una fuerza alternativa a las existentes. Asimismo, un factor político que estuvo presente en las actuales elecciones pero en términos pasivos será muy importante en la coyuntura que se inaugura en julio. Nos referimos al prófugo ex presidente Alberto Fujimori, cuya extradición desde Chile deberá resolverse prontamente y lo que estime la justicia de ese país será determinante para prever las características que tendrá su reinserción en el escenario peruano. No olvidemos que Fujimori aun mantiene una amplia simpatía y, además, todo hace suponer que uno de los desenlaces inmediatos que podría provocar los resultados de las elecciones es la formación de un ambiente de impunidad que lo favorecería.