La búsqueda permanente Sentimos que no podemos dejar de observar a alguien, o algo, pues irremediablemente sentimos una atracción cual metal a un imán; escuchamos una pieza de música con la que automáticamente se "enciende" una región específica en el cerebro; nos paramos para ver un crepúsculo, una luna llena, un mar en calma o una sonrisa; no podemos aguantar la necesidad de tropezarnos con esa mirada que hace que perdamos el sentido, que perdamos el aliento…De esta manera percibimos todo aquello que nos agrada y nos reconforta, pero ¿cómo llamarlo? El término belleza es el elegido para esta función. Ahora bien ¿qué significa o encierra? ¿es fácil saber a qué nos referimos cuando hablamos de la belleza? Según la definición de la RAE algo bello es algo que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu; o simplemente, es algo bueno, excelente. ¿Es esto la belleza: algo perfecto, bueno o excelente? ¿Podemos definirla con tres adjetivos calificativos y quedarnos satisfechos o es más bien un concepto resbaladizo, que se nos escapa de las? ¿Realmente es posible describir la belleza? Comenzaré mi búsqueda recurriendo a lo que nos dice la ciencia al respecto, utilizando dos teorías diferentes ambas fruto de estudios científicos. A continuación, me centraré en cómo la filosofía ha ido en la búsqueda de una definición para lo bello, ayudándome con dos teorías de distintos filósofos. Por último, avanzaré en mi indagación siguiendo la estrategia de definición por su opuesto, es decir, trataré de definir lo bello a partir de lo feo. ¿Llegaremos a buen puerto: a una definición precisa de belleza? ¿o más bien descubriremos que lo bello pertenece al ámbito de lo inefable? Comencemos consultando al más prestigioso de los saberes de nuestro tiempo: la ciencia. Habitualmente se afirma que la belleza depende de ciertos cánones culturales de la sociedad a la que pertenecemos, pero la ciencia, más concretamente la biología, lo refuta. La biología, bajo el punto de vista de psicólogos como Nancy Etcoff, asegura que ``la belleza es un instinto básico, un producto de la evolución”. Esto quiere decir que la belleza es el resultado de un largo proceso de evolución y que, de una manera u otra, nacemos con el sentido de la belleza instalado en algún lugar de nuestro cerebro. La explicación de la biología evolutiva sería la siguiente: a lo largo de la evolución quienes percibían los rasgos bellos y se apareaban con sus portadores tenían más éxito reproductivo. Una prueba de ello sería el experimento realizado en la década de los noventa en la Universidad de Austin, según el cual los bebés se paraban más tiempo a mirar los rostros simétricos que los no simétricos. Sin embargo, también la ciencia nos muestra que las diferencias de opinión sobre el atractivo de un rostro son en su mayoría el resultado de experiencias personales, que son únicas para cada individuo. Es decir, la ciencia nos muestra que la belleza se encuentra en los ojos del que mira, y no en un lugar predestinado de nuestro cerebro o en la simetría de una facción, oponiéndose totalmente a la teoría anterior. Esto es lo que se desprende de un estudio realizado un poco más al norte por Laura Germine, investigadora de psiquiatría y neurodesarrollo de la Universidad de Harvard, obteniendo como resultado que los entornos con mayor grado de importancia son aquellos en los que se incluyen experiencias personales (amigos, compañeros, medios de comunicación, etc.), y que en general, encontramos atractivas a personas con semejanzas físicas a aquellos con los que pasamos más tiempo en nuestra vida privada. Finalmente, si nos situamos de cara a estas dos teorías dadas por la madre ciencia, nos encontramos ante un ligero inconveniente: la contradicción. Ambas teorías están respaldadas por experimentos evidentes y rotundos, y sin embargo no se respaldan la una a la otra, al contrario, se contradicen. En una esquina aparece la biología, desarrollando en su tesis que la belleza es genética, influyendo a todas las personas de la misma manera a pesar de las variaciones culturales que se puedan dar. En el rincón opuesto se encuentra la psicología, afirmando que la belleza no se encuentra en los genes, sino en los ojos del que mira, dándole una significación personal. Ante este debate, la ciencia queda descartada como fuente de definición de la belleza, ya que, aunque ambas sean válidas nos impiden ver una definición definitiva. Si continuamos nuestra búsqueda y nos encomendamos ahora a la filosofía nos topamos de bruces con el siguiente debate: el de una belleza objetiva o subjetiva. En un lado nos encontramos a quienes defienden el planteamiento subjetivista de la belleza, que dice que la belleza de un objeto depende de la apreciación de un sujeto hacia él, de sus experiencias personales, de su opinión, de sus gustos, etc. Así, llegamos a pensar que lo bello está única y exclusivamente en nosotros y somos también nosotros quienes decidimos si un objeto tiene o no belleza. En el otro extremo están quienes abogan por el planteamiento objetivista, el cual dice que la belleza es inherente al objeto, es decir, es una cualidad propia de él. En este caso, podemos encontrar normas, reglas y criterios universales de belleza, como la armonía, el orden, la simetría o la proporción. Pongamos como ejemplo del planteamiento subjetivista la teoría sobre la belleza de Descartes y en el bando opuesto las teorías de los griegos Platón y Aristóteles. Tras observar ambas teorías llegamos a la conclusión de que para el subjetivismo es necesario el sujeto, pues sin él no hay juicio de belleza; y para el objetivismo, lo que cuenta es el objeto en sí, no hace falta la existencia de un sujeto. El resultado de todo ello es que volvemos a encontrarnos con una contradicción insuperable. Tras el fracaso en nuestra búsqueda de una definición de la belleza a partir de la filosofía, emprendemos un camino diferente. Nos dirigimos ahora hacia el opuesto de aquello que anhelamos encontrar (en otras palabras, lo feo), para encontrar lo bello a partir de él. Una de las definiciones de fealdad la aporta el filósofo alemán Rosenkraz en su "Estética de lo feo", donde asume que la fealdad tiene su razón de ser como valor estético. Su definición viene a decir que para él lo feo no será nunca algo negativo, y sí algo positivo, exactamente igual que la belleza. Afirma que la belleza no puede existir sin lo feo, y lo feo no puede existir sin la belleza. Debido a que lo feo adquiere un valor igual de positivo que lo bello, encontramos en el arte ejemplos de aquello que consideramos belleza y fealdad. Juzgamos como bello los elementos armónicos, proporcionales, simétricos, trabajados u ordenados. Desde el ángulo de lo feo, denominamos de esta manera a los objetos discrepantes, informes, asimétricos, brutos o desordenados. A pesar de este claro antagonismo, aceptamos lo feo como una categoría estética. Si el mundo del arte se ha rendido ante obras tan dispares como un urinario, una "merde d’artiste" o una rueda de bicicleta, ¿no estamos aceptando ya lo feo como categoría estética? Por supuesto que sí, creando así, otra vez, cierta contradicción. Puesto que lo feo es arte, admitimos que nos produce los mismos sentimientos, estados y sensaciones que lo bello, también arte. Esta similitud es tal que pueden compartirse los sentimientos que nos invaden al vislumbrar una sonrisa, un cuadro de Francisco de Goya o el readymade de Duchamp titulado "La Fuente". La consecuencia de todo ello es que, si lo feo es en cierto modo equivalente a lo bello, entonces no nos ayuda tampoco a delimitar la belleza. En definitiva: es totalmente imposible definir la belleza tomando como punto de partida aquello que no lo es. Recapitulemos: ni a través de la ciencia, ni gracias a la filosofía, ni sirviéndonos de la categoría de lo feo en el mundo del arte hemos podido salvar las contradicciones que nos impedían delimitar de forma clara y concluyente el concepto de belleza. Llegamos así a la conclusión de que al tiempo que surgen unas teorías, emergen otras para contradecirlas, pero no por ello acortamos los límites de la belleza, sino que los expandimos, pues nos damos cuenta de que llega hasta donde no nos imaginábamos. A pesar de todas las definiciones existentes de belleza, seguimos sin saber qué es en su totalidad, porque como ya dije, a cada paso que damos, aumenta el camino por recorrer, y que con tres adjetivos calificativos no logramos describirla, pues nuestro vocabulario no ha conseguido aún encontrar las palabras precisas, idóneas, dando como resultado un concepto intangible e inasible, una idea de la belleza como algo sin límites, inaprehensible o incluso inefable. Esta imposibilidad de delimitar o acotar definitivamente la belleza en un concepto hace que sea como para San Agustín el tiempo: "¿Qué es, pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé". A fin de cuentas, ¿no es esta inviabilidad lo que convierte a la belleza en un concepto filosófico? ¿No es esta búsqueda permanente lo propio de la filosofía?