TESTIMONIO VOCACIONAL Hno. Elías Quijano Porro Terminados los estudios elementales (aprender a leer, escribir y las 4 operaciones) en la escuela de mi pueblo, Calzada de los Molinos, mis padres quisieron que siguiera estudiando en la Escuela San Antonio, que los Hermanos Maristas tenían en Carrión de los Condes. Así lo hice a lo 10 años y empecé a conocer a los Hermanos mientras estudiaba. Los 3 Km. que separaban a los dos pueblos los hacía a pie, pero cuando al terminar las clases de la tarde, si el alumnado quedaba castigado, los alumnos de los pueblos vecinos teníamos el privilegio de regresar a la casa. Un año después nació en mí el deseo de ingresar en el Seminario Marista que los Hermanos tenían en el mismo edificio, pero en régimen de interno. No niego que cuando era externo y caminaba al Colegio me atraía el Seminario de los Padres Jesuitas, que era muy conocido en toda la comarca y se llamaba San Zolio Desde 1937 a 1940 lo pasé en el Juniorado de Carrión, que coincidió con la Guerra Civil española. Durante esos años fui conociendo más aún a los Hermanos, cuya vida me admiraba y atraía. Casi todos ellos habían estado en México y nos contaban sus experiencias en este País americano. Esto no significa que no tuviera más de una dificultad durante esos años de interno, pues no íbamos de vacaciones a la casa y echaba de menos a la familia. Recuerdo que en esos momentos miraba con nostalgia a través de una ventana desde donde se veía la torre de la Iglesia del pueblo. Las Charlas de nuestro Hno. Director, el Hno. Tirso, que era uno de los fundadores de la Provincia marista de México, despertaron en nosotros el espíritu misionero y cuando nos propusieron venir a América nos dio mucha alegría. Pero como éramos menores de edad, los Hermanos tuvieron que pedir autorización a nuestros padres para poder viajar. En nosotros había el deseo de ser Hnos. Maristas, pero el viajar tan jóvenes a América fue mérito de nuestros padres que confiaron en que los Hermanos nos iban a cuidar como a sus hijos. Les cuento una anécdota que me sucedió cuando fui al pueblo a despedirme de familia antes de emprender el viaje, Al llegar a la casa mi abuela me dijo: “Aquí está el Padre Suárez que quiere hablar contigo”. Al entrar vi, en efecto, al Padre Suárez, Jesuita, y que era nuestro confesor, acompañado de dos seminaristas. Lo que me propuso estaba claro, pero algo habían infundido en mí los Hermanos que no dudé en decir que quería serles fiel. Y llegó el momento del viaje que duró casi un mes, pues había que atravesar el océano Atlántico y la Cordillera de los Andes antes de pisar tierra chilena, “la copia feliz del Edén”. Han pasado muchos años desde aquel 1940. Pero agradezco al Señor y a la Buena Madre de haber seguido siendo Hno. Marista. Fueron los inicios... Pienso que algún día seguiré relatando qué me ha motivado a continuar siendo Hno. Marista