Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. Trastornos afectivos en el paciente con ictus y desajustes familiares S. ALCÁN TARA BUMBIED RO * y E. O RTEGA MO N TERO ** Unidad de Rehabilitación. * Fundación H ospital Alcorcón (FH A). Alcorcón (M adrid). * * Servicio de Rehabilitación. H ospital Don BenitoVillanueva (Badajoz). Resumen.—D espués de un ictus pueden ocurrir numerosos trastornos afectivos. La depresión es la alteración más frecuente seguida de la ansiedad, la apatía y la labilidad emocional. Su identificación y tratamiento son importantes por el impacto que tienen sobre la recuperación funcional y la integración social de estos pacientes. La morbilidad psicológica, en particular la ansiedad, puede paliarse mediante la explicación al paciente y a su familia de la naturaleza, pronóstico y consecuencias del ictus. El tratamiento farmacológico es eficaz y los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina son de elección en la depresión post-ictus y también pueden ser útiles en el tratamiento de la labilidad emocional. La carga de los cuidadores compromete el funcionamiento familiar con repercusiones, fundamentalmente emocionales, en el cuidador principal. Los cuidadores han de ser involucrados en el tratamiento de rehabilitación y ha de tenerse en cuenta su posible sobrecarga. Palabras claves: Accidente cerebrovascular. Trastornos afectivos. Depresión Tratamiento. Cuidadores. Sobrecarga. Cambios familiares. Apoyo social. AFFECT IVE DISORDERS IN ST ROKE PAT IEN T S W IT H FAMILY DISRU PT ION Summary.—After a stroke, there can be numerous affective disorders. D epression is the most frequent disorder found, followed by anxiety, apathy and emotional lability. Identifying and treating them are important because of the impact they have on these patients’ functional recovery and social integration. Psychological morbidity, specifically anxiety, can be alleviated by explaining the nature, prognosis and consequences of the stroke to the patient and their family. The pharmacological treatment is effective and the selective inhibitors of the serotonin uptake are the treatment of choice in the post-stroke depression and they can also be useful in the treatment of emotional lability. The burden of the caregivers affects the family functioning with repercussions, basically emotional, on the principal caregiver. The caregivers must get involved in the rehabilitation treatment and their possible overload should be taken into account. Rehabilitación (Madr) 2000;34(6):492-499 Key words: Cerebrovascular accident. Affective disorders. Depression. Treatment. Caregivers. O verload. Family changes. Social support. IN T RODU CCIÓN El ictus, como cualquier enfermedad neurológica crónica, puede originar una amplia variedad de trastornos afectivos. Su identificación y tratamiento es uno de los aspectos más desatendidos dentro del programa de rehabilitación de estos pacientes. En la última década ha surgido un enorme interés en el estudio de las alteraciones neuropsiquiátricas secundarias al ictus. La asociación de ictus con trastornos afectivos es frecuente, pero su relación se sigue discutiendo (1). Cualquier trastorno emocional influye negativamente en la recuperación funcional y en la calidad de vida del paciente con ictus y de las personas de su entorno, por lo que su detección y tratamiento precoz son necesarios (2, 3). La calidad de vida de estos pacientes es multidimensional y determinada por su situación física, funcional, emocional y social. La rehabilitación integral depende de la intervención en todos estos campos. La pérdida de las funciones psicofísicas en el paciente con secuelas por ictus obliga a la adaptación de éste y de su familia a la nueva situación (3). La carga que el cuidado supone compromete el funcionamiento de la vida familiar y la calidad de vida del cuidador principal, en sus aspectos físico, emocional y sociolaboral (4-6), lo que influye negativamente en la recuperación del paciente y favorece la aparición de un círculo vicioso (7). En la atención al paciente y a su familia es necesario potenciar los recursos socio-sanitarios mediante seguimiento al alta hospitalaria, educa- Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ALCÁN TARA BUMBIED RO, S., ET AL.— TRASTO RN O S AFECTIVO S EN EL PACIEN TE CO N ICTUS Y D ESAJUSTES FAMILIARES ción y consejo, detección de los cuidadores de riesgo y mejora de los servicios sociales de cada comunidad autónoma (8). DEPRESIÓN La depresión post-ictus (D PI) es la alteración no tratada más frecuente secundaria al ictus (9). La existencia de numerosos interrogantes sobre ella hace que continúe siendo tema de estudio pues forma parte de la morbilidad del ictus al interferir en la rehabilitación, en la función cognitiva, en la integración social y en la sobrecarga de los cuidadores. Frecuencia Se han publicado cifras de prevalencia de D PI que van del 25% al 79% (10). Estas cifras tan dispares se explican por las diferencias metodológicas entre los estudios: diferentes criterios diagnósticos de inclusión y de exclusión de los pacientes, distinto momento de la evaluación psiquiátrica post-ictus y empleo de diferentes técnicas de evaluación psiquiátrica. Aún teniendo en cuenta estas diferencias, la prevalencia es superior a la encontrada en una población de la misma edad, que representa el 9% en mayores de 60 años, y en pacientes hospitalizados por una patología orgánica, lesionados medulares y amputados, con cifras que van del 10% al 30% (11). Los pacientes con alteración cognitiva, afasia y con historia de depresión previa al ictus con frecuencia son excluidos de los estudios y hay autores que sólo incluyen a pacientes con lesión cerebral confirmada por pruebas de imagen. Los distintos criterios de inclusión y de exclusión limitan la capacidad de generalizar los resultados a toda la población de pacientes con ictus. Los datos varían si el estudio se realiza en unidades de rehabilitación, con una incidencia del 55% (12), en pacientes hospitalizados, del 22% al 27% (13), o entre los pacientes de la comunidad donde W ade et al encontraron un 20% (14) y Kotila et al un 40%-50% de D PI (15). La prevalencia también es diferente dependiendo del momento evolutivo después del ictus en que se hace la valoración, con un 20% a las tres semanas (14) y entre un 53% y un 42% a los tres y 12 meses respectivamente (16). Robinson et al encontraron una prevalencia del 14% de pacientes con depresión estable a los dos años (17). Es probable que las valoraciones llevadas a cabo en la fase precoz del ictus (3-4 meses) puedan identificar síntomas depresivos de naturaleza distinta a la que se puede encontrar posteriormente si tenemos en cuenta que el ictus supone Rehabilitación (Madr) 2000;34(6):492-499 493 un impacto emocional y familiar importante y requiere un tiempo de reajuste a la nueva situación (18). En este sentido, la depresión que se desarrolla en la fase inicial puede tener una base neuroanatómica y neurofisiológica, donde la disminución de los neurotransmisores cerebrales (serotonina, dopamina, catecolaminas) por la lesión cerebral tendría un papel predominante, mientras que en la fase tardía puede ser una reacción a factores psicosociales (11). Factores de riesgo Un aspecto de interés ha sido el estudio de la relación entre la localización de la lesión cerebral, lateralidad y localización anterior o posterior, y el riesgo de D PI; sin embargo esta relación no está claramente definida. Algunos estudios (10) encuentran mayor riesgo en las lesiones hemisféricas izquierdas, otros (1) en las derechas y otros autores (13, 15, 19) no encuentran diferencias entre la lateralidad de las lesiones y la frecuencia de D PI. A la luz de estos datos, la D PI es un trastorno afectivo más complejo que la simple localización anatómica de la lesión. O tros factores de riesgo implicados en el desarrollo de la D PI son: historia previa de depresión, sexo femenino, alteración cognitiva, discapacidad de lenguaje, gravedad de los déficit y aislamiento social (12, 13, 15, 20). Instrumentos de evaluación El diagnóstico de la depresión en una persona joven, sana y con síntomas depresivos como tristeza, insomnio o alteraciones del apetito suele plantear pocas dificultades. Sin embargo en la población anciana el diagnóstico es difícil debido a la comorbilidad de demencia y trastornos depresivos. Si a esta situación se añade la presencia de un ictus, el diagnóstico puede ser particularmente difícil de establecer. Si tenemos en cuenta que el único consenso claro que hay en la literatura es que la D PI es muy frecuente, deberíamos mantener un alto índice de sospecha en todos los pacientes con ictus. H oy contamos, junto a los criterios de las clasificaciones CIE-10 y D SM-IV (cuarta edición del D iagnostic and Statiscal M annual of M ental D isorders) con otros métodos de valoración: entrevistas clínicas estructuradas, escalas autoaplicadas y marcadores bioquímicos. Los cuestionarios y las escalas son prácticos y pueden captar la sintomatología depresiva mejor que si usamos solo criterios D SM-IV. Además tienen la ventaja de permitir monitorizar cambios en la respuesta al tratamiento, si bien su sensibilidad en este Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. 494 ALCÁN TARA BUMBIED RO, S., ET AL.— TRASTO RN O S AFECTIVO S EN EL PACIEN TE CO N ICTUS Y D ESAJUSTES FAMILIARES aspecto no ha sido totalmente estudiada. Swartzman et al (2) hacen una selección de las escalas usadas en pacientes con ictus. La Geriatric D epression Scale (21), diseñada específicamente para uso en ancianos, constituye una de las escalas más adecuadas para la evaluación de la D PI en pacientes ancianos (22, 23) y la American H eart Association (AH A) (24) recomienda su uso en pacientes con ictus. Es una escala autoaplicada que consta, en su versión original, de 30 ítems con respuestas sí/no, con una versión reducida a 15 ítems para acortar el tiempo de aplicación. En España (25) al traducir y adaptar la escala original a nuestro idioma se introducen modificaciones en el intervalo de respuesta con cuatro alternativas (sí, siempre; sí, a veces; no mucho; no, nunca) en la forma de aplicación utilizándola como guión de entrevista, y una reducción en el número de ítems quedando con 20. La Escala de Ansiedad y D epresión de Goldberg (26), diseñada para el médico no psiquiatra, ha sido validada para la población española adulta con una sensibilidad del 83,1%, especificidad del 81,8% y un índice de mal clasificados del 17,7% así como un valor predictivo positivo del 95,3%. La Post-Stroke D epression Rating Scale es, hasta el momento, la única escala diseñada específicamente para pacientes con ictus. Es aplicada por un entrevistador y se divide en diez secciones, cada una de ellas evalúa un aspecto específico de los trastornos emocionales, afectivos y vegetativos (27). H a demostrado alta fiabilidad interobservador pero es una escala nueva y aún no ha sido ampliamente usada. O tro método de evaluación, menos utilizado, lo constituyen los marcadores neuroendocrinos. Se pensó que el test de supresión de dexametasona, al no depender de la capacidad del paciente para transmitir sus síntomas, podría ser útil en el diagnóstico de la D PI. Tras la administración de dexametasona los pacientes no deprimidos muestran una supresión de los niveles plasmáticos de cortisol a diferencia de los pacientes deprimidos. D ebido a los resultados tan dispares encontrados en pacientes con ictus, no constituye un instrumento útil para el diagnóstico de la D PI (10). Evolución Aunque no esta claro cual es el curso natural de la D PI, parece que en la mayoría de los pacientes los síntomas remiten con el tiempo, evidenciado por una menor prevalencia según aumenta el tiempo transcurrido (17). Algunos autores (13) informan de cifras altas a los tres meses y un año post-ictus e incluso un aumento a los tres años con respecto a la prevalencia en la fase aguda del ictus (28). La probabilidad de mortalidad en los pacientes deprimidos diagnosticados en Rehabilitación (Madr) 2000;34(6):492-499 las primeras semanas post-ictus es tres veces mayor que en los pacientes no deprimidos con ictus (29). Repercusión funcional y social La relación entre D PI, recuperación física, funcional e integración social es compleja y son pocos los estudios que han valorado estos aspectos. La estancia media hospitalaria es mayor en pacientes deprimidos, así como el tiempo que permanecen en las unidades de rehabilitación (30). Los pacientes deprimidos presentan mayor alteración funcional al ingreso y al alta en la unidad de rehabilitación pero después de un corto período de tratamiento las mejoras en el grado funcional son similares respecto a los pacientes no deprimidos (31). Si persiste la depresión, los pacientes más deprimidos permanecerán con mayor alteración funcional (32) y menor recuperación en las AVD (actividades de la vida diaria) a los dos años post-ictus (33). La D PI también se ha relacionado con una disminución de las actividades de ocio y de la integración social (34). Sin embargo la discapacidad física parece ser de menor importancia para la evolución de la depresión que la actividad social (19). Feibel y Springer (34) encuentran una relación clara entre depresión y retraso en recuperar la actividad social pero no entre depresión y déficit funcional. Tratamiento La D PI es la alteración menos tratada a pesar de su repercusión funcional y social. Puede deberse, en parte, a que los trastornos afectivos no se diagnostican en la práctica clínica. También, y es posible que por el mismo motivo, existen pocos estudios clínicos controlados sobre el tratamiento. Para los médicos que tratamos a estos pacientes es importante su reconocimiento pues el tratamiento de la D PI puede ser tan eficaz como en cualquier otro grupo de pacientes que presentan depresión. Antes de seleccionar un fármaco debemos tener en cuenta que la incidencia y severidad de las reacciones adversas aumentan con la edad y es siete veces más frecuente en pacientes de 70-79 años que en el grupo de 20 a 29 años e incluyen: mayor riesgo de caídas y fracturas de cadera, efectos anticolinérgicos, síntomas extrapiramidales y síndrome de secreción inadecuada de la hormona antidiurética (35). Los antidepresivos tricíclicos, por su mecanismo de acción no selectivo, aumentan el riesgo de efectos anticolinérgicos, hipotensión ortostática, alteraciones de la conducción cardíaca y arritmias ventriculares. La Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ALCÁN TARA BUMBIED RO, S., ET AL.— TRASTO RN O S AFECTIVO S EN EL PACIEN TE CO N ICTUS Y D ESAJUSTES FAMILIARES nortriptilina fue uno de los primeros antidepresivos que se mostró útil en el tratamiento de la D PI con dosis iniciales de 25 mg/día (36). Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), por su mecanismo de acción más selectivo, tienen menos efectos secundarios. El citalopram, según un estudio doble ciego controlado, es seguro y eficaz en el tratamiento de la D PI con una dosis de 10 a 40 mg/día (37). La fluoxetina facilita la recuperación funcional (30, 38) con dosis de 20 mg/día. Actualmente los ISRS son los antidepresivos de primera elección en pacientes con D PI (39). Los fármacos estimulantes también se han empleado aunque no hay estudios clínicos controlados. Lazarus et al (40), en un estudio retrospectivo, describieron que el 53% de los pacientes tratados con metilfenidato tuvieron una remisión completa de la depresión con un tiempo medio de respuesta de 2,4 días, y que el 43% de los pacientes tratados con nortriptilina tuvieron una disminución de los síntomas depresivos con un tiempo medio de respuesta de 27 días. Tanto los antidepresivos como fármacos estimulantes son útiles en el tratamiento de la D PI, la elección se hará teniendo en cuenta los efectos secundarios potenciales relacionados con la edad del paciente, comorbilidad e interacción con otros fármacos. Para minimizar los efectos adversos de los antidepresivos, se recomienda comenzar con dosis bajas e ir incrementando progresivamente hasta la dosis terapéutica. OT ROS T RASTORN OS AFECT IVOS Además de depresión, los pacientes con ictus pueden presentar otras alteraciones afectivas. Se han descrito trastornos específicos, de etiología orgánica, y síntomas inespecíficos como irritabilidad, euforia, alucinaciones, agitación, indiferencia y agorafobia, entre otros, que son frecuentes en las primeras semanas tras el ictus y pueden ser el inicio de trastornos emocionales bien definidos (2, 41, 42). Conscientes de que su evaluación y tratamiento sobrepasa el ámbito de la consulta de rehabilitación, revisamos las alteraciones que aparecen con más frecuencia y cuya sospecha nos obliga a remitir al paciente a un Servicio de Salud Mental. Ansiedad La ansiedad es el segundo trastorno afectivo más frecuente, tras la depresión, en pacientes que han sufrido un ictus (41). Su alta prevalencia, de hasta el 32% (3), es similar en el período agudo y crónico (43, 44). Aunque puede presentarse de manera aislada, a menudo se asocia a la depresión, en el 27% de los casos Rehabilitación (Madr) 2000;34(6):492-499 495 según Castillo et al (44), por lo que podría ser una manifestación de la misma entidad clínica (2, 41, 43, 44). En su etiología se implican factores neurológicos y psicosociales. La ansiedad aislada se ha relacionado con lesiones del hemisferio derecho y asociada a la depresión con lesiones del hemisferio izquierdo, pero no hay demostración definitiva de que exista una constante correlación clínico-topográfica (3, 41, 43, 44), al igual que en los demás trastornos emocionales. O tros factores de riesgo son la historia personal o familiar de enfermedad psiquiátrica, la existencia de afasia y el aislamiento social (2, 43, 44). El diagnóstico se realiza por los criterios clínicos de la CIE-10 y de la D SM-IV y con cuestionarios estandarizados. La H ospital Anxiety and D epression Scale y el General H ealth Questionnaire, son poco específicos y tienen poco valor predictivo para detectar trastornos de ansiedad después de un ictus (2). Ya mencionamos la Escala de Ansiedad y D epresión de Goldberg (26), que es un instrumento sencillo, breve y con poder discriminatorio entre ansiedad y depresión. Puede ser posible reducir la morbilidad psicosocial, en particular la ansiedad, mediante una explicación detenida y oportuna de la naturaleza, pronóstico y consecuencias del ictus para el paciente y su familia. La aparición de ansiedad es de mal pronóstico por su curso crónico, con persistencia hasta en el 74% de los casos a los dos años del ictus (43), que dificulta la recuperación funcional (44). Su identificación y tratamiento deberían ser precoces por la falta de remisión espontánea y por la alta asociación con depresión, que empeora el pronóstico (2, 41, 43, 44). Si la administración de ansiolíticos, más antidepresivos en su caso, no resuelve el proceso en tres meses, se debe remitir al paciente a una consulta especializada (2). Apatía La apatía, también conocida como abulia orgánica, síndrome de falta de motivación, complejo de síntomas negativos y reacciones de indiferencia, abarca una serie de fenómenos caracterizados clínicamente por pérdida de interés, ausencia de reacciones emocionales y falta de iniciativa física, con disminución en las respuestas motoras (40, 41, 45). Su prevalencia varía, según las series, del 23% al 50% (45-47). Es frecuente su asociación con depresión, edad avanzada, déficit funcionales graves en las AVD y alteraciones cognitivas (41, 46, 47), aunque para otros autores no hay relación con la edad ni con el nivel de independencia en las AVD (45). Se han desarrollado diferentes instrumentos fiables y válidos para su valoración como la Apathy Scale (2, 46), la Apathy Evaluation Scale (2, 48), y la Positive and Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. 496 ALCÁN TARA BUMBIED RO, S., ET AL.— TRASTO RN O S AFECTIVO S EN EL PACIEN TE CO N ICTUS Y D ESAJUSTES FAMILIARES N egative Symptom Scale, adaptada a la población de lengua española de N ueva York (49) y validada en pacientes esquizofrénicos españoles (50). Su curso natural permanece desconocido siendo causa, unas veces, de alta voluntaria (2) y, otras, de prolongación de la estancia hospitalaria (47). En su tratamiento se han utilizado agentes dopaminérgicos y serotoninérgicos (39, 45) pero no existen estudios sobre su eficacia (2). del episodio agudo se suceden las etapas de crisis o shock, de tratamiento o expectante, de comprensión y aceptación y la última, coincidiendo con el alta hospitalaria, de adaptación y cambio (53). Entre un 70% y un 90% de los pacientes retornan al domicilio familiar previo (4, 7). Todos los miembros de la familia, y sobre todo el cuidador principal, deben reajustar sus vidas para proporcionar la atención y los cuidados extraordinarios que el paciente precisa lo que provoca una alteración en la integridad familiar, incluso del 52% (3), y en la calidad de vida del cuidador (5, 8). Labilidad emocional Un síndrome de desinhibición motora, del comportamiento y/o emocional puede aparecer como consecuencia de un ictus. La labilidad emocional es también enfermedad llamada pseudobulbar, incontinencia emocional, sentimentalismo patológico y, risa y llanto patológicos por ser sus principales manifestaciones. Se caracteriza por la aparición brusca de frecuentes episodios de llanto y, más raramente, de risa no controlados, en ocasiones sin ningún estímulo o factor de provocación y que no se corresponden con el estado anímico basal del paciente (2, 42, 51). Su prevalencia oscila entre un 15% y un 21% al mes y un 12% y un 21% al año del ictus (3, 42, 52). Al igual que la ansiedad se asocia con frecuencia a la depresión (2, 41, 51, 52). Su etiología permanece desconocida aunque parece que los pacientes con lesiones frontales y hemisféricas derechas tienen mayor riesgo de presentarla (2, 39, 41). El único instrumento disponible para su valoración es la Pathological Laughter and Crying Scale (51). Es una escala válida y fiable que cuantifica ambos aspectos por separado, su relación con eventos externos u otras emociones, la duración, el grado de control voluntario y el grado de estrés resultante. Se conoce poco acerca de la evolución natural de la labilidad emocional. Su presentación clínica ocurre generalmente entre las cuatro y las seis semanas del ictus, casi siempre ante pequeños estímulos. En casos graves, por su falta de control voluntario, lleva al paciente a padecer estrés constante, fobia y aislamiento social. Puede ser eficazmente tratada, coexista o no con la depresión, con antidepresivos (2, 39, 41, 51). Se recomienda el uso de los ISRS, especialmente la fluoxetina por presentar menor número de efectos secundarios. DESAJU ST ES FAMILIARES La pérdida prolongada o irreversible de la autonomía, como consecuencia de los déficit neurológicos residuales tras un ictus, pone en marcha un proceso de adaptación en el paciente y su familia. D esde el inicio Rehabilitación (Madr) 2000;34(6):492-499 La carga como consecuencia de los cuidados del paciente Se define como cuidador a la persona que se hace cargo de las necesidades básicas, emocionales y sociales del paciente con secuelas por ictus, que lo supervisa en su domicilio en su vida diaria, con independencia de si es hombre o mujer, miembro de la familia o no (6, 8). Los cuidadores son generalmente los cónyuges, entre el 59% y el 79% de los casos, seguidos de los hijos, otros familiares y amigos (6, 8, 15). La mayoría son mujeres, entre el 66% y el 82%, mayores de 55 años, algunas con problemas de salud y que viven con el paciente (6, 8, 54). El cuidado conlleva un alto nivel de carga, entendida como el conjunto de problemas físicos, mentales y socioeconómicos que experimentan los cuidadores de enfermos crónicos y que pueden afectar a sus actividades personales y de relación (4-6). Se ha distinguido la carga objetiva, representada por el tiempo y dinero gastado en el cuidado, los problemas de conducta del paciente y la alteración de la vida social, de la carga subjetiva o percepción del cuidador de las consecuencias del cuidado, esta última con importante repercusión en su vida personal (5, 6). Los factores de riesgo asociados a mayor nivel de carga del cuidador, se han relacionado con características específicas del paciente y del propio cuidador (6, 55). Los pacientes con lesión hemisférica derecha, con gran dependencia en las AVD y con depresión aumentan la carga. Carod-Artal et al (6) también incluyen, como factores, ser mujer y mayor de 65 años, mientras que para otros autores (55) la carga es independiente del sexo y de la edad. Los factores predictivos de sobrecarga relacionados con los cuidadores son la edad avanzada, ser mujer y tener problemas de salud, física y emocional. Valoración de la carga del cuidador D istintos instrumentos valoran las consecuencias de la actividad del cuidador. El Social Behaviour Assessment Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. ALCÁN TARA BUMBIED RO, S., ET AL.— TRASTO RN O S AFECTIVO S EN EL PACIEN TE CO N ICTUS Y D ESAJUSTES FAMILIARES Schedule (8) es una medida válida y fiable para evaluar la carga, objetiva y subjetiva, experimentada por los cuidadores. El Sense of Competence Questionnaire (4, 55), válido y fiable, valora la carga subjetiva o percibida. Consta de tres subescalas que recogen la satisfacción del cuidador con el paciente como receptor del cuidado, la satisfacción consigo mismo como cuidador y las consecuencias del compromiso del cuidado en la vida personal del cuidador. D isponemos de tres métodos de medición validados en español (6): la escala sobre la carga del cuidador de Z arit, que consta de 22 preguntas sobre los sentimientos más habituales del cuidador; el cuestionario de salud-36 en cuidadores, que valora la función física, social y emocional, el nivel de dolor, la vitalidad y la salud mental mediante 36 ítems agrupados en ocho categorías del estado de salud y el cuestionario de la calidad de vida específico de cuidadores, con 30 ítems, que evalúa la sobrecarga emocional. La salud del cuidador Atender a una persona discapacitada pasa factura, con el tiempo, en la salud del cuidador. H asta un 88%, presentan deterioro de su salud física y emocional, en sus actividades laborales, sociales y de ocio, con problemas de carácter familiar, satisfacción marital y cambio de roles, y económicos (2, 4, 6, 8, 56). El aspecto más afectado en el cuidador es la salud emocional. Las alteraciones emocionales más frecuentes son la depresión, con una prevalencia que oscila entre el 34% y el 52%, seguida de la ansiedad en un 37% (7, 54). Los factores asociados a la aparición de depresión en el cuidador son ser cónyuge, mujer, con bajos ingresos familiares y poco contacto social, y atender a un paciente con depresión, con alto nivel de dependencia física, alteraciones cognitivas, perceptivas y de la comunicación (7, 15, 54). O tras consecuencias del cuidado son los sentimientos de excesiva responsabilidad, preocupación constante, dependencia absoluta, resentimiento y culpabilidad, pérdida de la privacidad, miedo y frustración (4, 8, 55). La percepción de la sobrecarga está mediada por múltiples factores como el apoyo social, los recursos financieros y la capacidad personal de enfrentarse a la adversidad (6). El alto nivel de carga percibida por el cuidador y la existencia de depresión, contribuyen a aumentar la morbilidad física y psicosocial en el propio cuidador y en el paciente, con retraso en la recuperación funcional y mayor dependencia (4, 7, 15). Intervenciones sanitarias y sociales N o existen soluciones fáciles para los problemas familiares que siguen al ictus, sin embargo es relevante Rehabilitación (Madr) 2000;34(6):492-499 497 que la familia reciba información sobre la naturaleza del ictus y sus manifestaciones y que tanto el paciente como sus cuidadores sean incorporados en las decisiones y en el proceso de rehabilitación. D istintos autores insisten en la importancia, por parte de los profesionales de la salud, de realizar un seguimiento al alta hospitalaria, fomentar la educación y, sobre todo, el consejo al paciente y la familia e informar sobre los posibles cambios en la funcionalidad y en el comportamiento (5, 6, 56, 57), así como mejorar los servicios de la comunidad (8). Sin embargo, no se ha demostrado que los grupos de apoyo o la asistencia de enfermeras especializadas y de un trabajador social mejoren la salud percibida por el paciente, su integración social o reduzcan la carga familiar y el estrés del cuidador (58, 59). H asta ahora se ha puesto poca atención en la figura del cuidador aunque presta un gran servicio a la sociedad a cambio de un considerable coste para ellos mismos. N umerosos trabajos coinciden en la necesidad de realizar estudios que evalúen los efectos del ictus sobre el cuidador principal y la familia, investigar sobre las necesidades físicas y psicosociales de cada paciente, identificar a los cuidadores de riesgo y detectar, lo más precozmente posible, la sobrecarga del cuidador para aliviar su responsabilidad (5, 8, 55, 60). Aunque la mayoría de los cuidadores principales están sobrecargados y sufren las consecuencias del cuidado, solo una minoría son diagnosticados y tratados (15). En España, la atención al paciente con ictus, a su cuidador principal y a la familia, requiere conocer y utilizar los recursos sanitarios y sociales existentes en cada comunidad autónoma según el plan de calidad asistencial de los Servicios Sociales. Entre las distintas ofertas, algunas poco desarrolladas, se incluyen los programas de atención domiciliaria, los centros especializados de atención a mayores (CEAM), los centros de día y las residencias de estancia temporal, con el objetivo de mantener al paciente integrado en su ambiente familiar y retrasar su institucionalización. Se ha llegado, incluso, a hablar de profesionalizar la figura del cuidador para que cumplan, con calidad, las funciones que se les asignen. En la misma línea y motivado por los cambios sociales, demográficos y el envejecimiento de la población, se han realizado recientes reformas legislativas para asegurar la protección social, económica y jurídica de la familia, como un derecho recogido en la Constitución Española. Con el fin de conciliar la vida familiar y laboral de las personas trabajadoras se ha publicado una disposición con rango de Ley, en el BO E del 6 de noviembre de 1999 (61), permitiendo la reducción de la jornada de trabajo a quién tenga a su cuidado directo a un minusválido físico, psíquico o sensorial o a un familiar que por razones de edad, ac- Documento descargado de http://www.elsevier.es el 16/11/2016. Copia para uso personal, se prohíbe la transmisión de este documento por cualquier medio o formato. 498 ALCÁN TARA BUMBIED RO, S., ET AL.— TRASTO RN O S AFECTIVO S EN EL PACIEN TE CO N ICTUS Y D ESAJUSTES FAMILIARES cidente o enfermedad no pueda valerse por sí mismo. D e esta forma, se trata de ampliar el marco en política de familia y hacer compatible un reparto equilibrado de responsabilidades en la vida profesional y en la privada. BIBLIOGRAFÍA 1. MacH ale SM, O ’Rourke SJ, W ardlaw JM, D ennis MS. D epression and its relation to lesion location after stroke. 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