Salmos e Himnos para la Lectura Orante Universidad Pontificia Comillas SALMO 63 El alma sedienta de Dios 2 Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. 3 ¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! 4 Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios. 5 Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. 6 Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. 7 En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti, 8 porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; 9 mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene. 10 Pero los que buscan mi perdición bajarán a lo profundo de la tierra; 11 serán entregados a la espada, y echados como pasto a las raposas. 12 Y el rey se alegrará con Dios, se felicitarán los que juran por su nombre, cuando tapen la boca a los traidores. I- CUANDO LEAS La clasificación de este salmo no ha estado exento de diversas opiniones: para algunos especialistas, estamos ante un salmo de confianza en Dios; para otros especialistas, estamos ante una acción de gracias; otros estudiosos lo consideran un salmo real, otros un salmo de confianza individual. Lo cierto es que el salmo es la expresión de un deseo. Tiene 4 partes: vv.2-3; vv.4-6; vv.7-9; vv.10-12. En la primera parte (vv.2-3), predomina el tiempo verbal presente, donde se expone lo que hace y siente el salmista: madruga por Dios y lo desea con ardor. En la segunda parte (vv.4-6), la mayoría de los verbos se encuentran en futuro: la persona expresa sus deseos para el porvenir. En la tercera parte (vv.7-9), predomina el tiempo gramatical pasado: el Señor ha sido su auxilio y su refugio. La última parte (vv.10-12), el salmista vuelve a invitar al corazón del que reza a mirar hacia el futuro: lo que el salmista espera de sus enemigos (vv.1011) y lo que espera del rey (vv.12). Salmos e Himnos para la Lectura Orante Universidad Pontificia Comillas II- CUANDO MEDITES Es obvio que el salmo expresa un deseo de estar en comunión con Dios. El salmista utiliza la sed como metáfora de ese deseo. Y sabe por experiencia propia que la presencia de Dios en nuestra vida es tan vital como lo son el alimento y la bebida para nuestra naturaleza biológica. Alejarse de Dios amenaza tanto la vida como el ser traicionado por un falso amigo o como ser acosado por el enemigo. Alabar a Dios y reflexionar sobre su voluntad amorosa es un “espléndido banquete” que satisface el hambre espiritual de quienes creen en Él. Para el salmista, Dios jalona el tiempo de su vida –pasado, presente y futuro- y todas las horas del día –madrugada, el día y la noche-. Dios invade sus sentidos –la vista, el gusto y el tacto- de modo que todo su ser –alma y cuerpo- lo busca con fuerza. III- CUANDO ORES Es un salmo que puede ser rezado cuando nos sintamos desolado por momentos de soledad, de incomprensión, cuando nos sintamos injustamente tratados. También es un salmo que puede ser rezado cuando queremos expresar nuestros deseos de estar unido a Dios en cada momento de nuestra vida y con todo nuestro ser. El centro de la oración es el deseo del salmista por unirse a Dios. Muchos santos han expresado este deseo propio de quien se siente hijo o hija de Dios: “Porque nos has hecho para ti Señor, nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (San Agustín). Oración y deseo forman una unidad; dice san Agustín: “si no quieres dejar de orar, no interrumpas el deseo. Tu deseo continuo es tu voz, es decir, tu oración continua”. Orar es salir de la estrechez de mis deseos para entrar en el deseo de Dios. El deseo puede ser entendido como aquella facultad o tendencia humana que expresa una aspiración de fondo nunca cumplida, equivalente a lo que designamos con términos como “anhelo”, “ganas”, “aspiración”, etc. Entre lo que encontramos y lo que anhelamos se sitúan nuestros deseos, que se convierten en un motor que nos impulsa a no permanecer nunca quietos, inertes, paralizados por la desesperanza o apatía. Es imposible imaginarse a un Jesús sin deseos, a un Jesús apático. Jesús tiene un hondo y radical deseo de Dios, que se manifiesta en su conciencia de ser Hijo de Dios y enviado a una misión recibida de Él, en la continua búsqueda de su voluntad y de su rostro, en la unificación y totalización de todos sus afectos hacia el sueño de Dios: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4, 34). Jesús es un hombre deseoso del Reino, es decir, de la comunidad de hombres y mujeres que se saben hijos de Dios y, por tanto, hermanos entre sí. Un deseo que le lleva a curar, sanar, invitar, acoger a todos los desechados del mundo. Deseos de Dios y deseos del reino van inseparables en Jesús. Seguir a Jesús conlleva también hacer propios los deseos de Jesús con respecto al Padre y al género humano. Esto es el deseo cristiano. Bibliografía -AA.VV, Comentario Bíblico Internacional, Verbo Divino, Estella (Navarra), 1999 -Bortoloni, José, Conocer y rezar los salmos, San Pablo, 2002 -Número monográfico (septiembre 1996) en torno al Deseo de la Revista de Teología Pastoral Sal Terrae. Salmos e Himnos para la Lectura Orante Universidad Pontificia Comillas